Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 8 de abril de 2014

La desesperanza y las verdades del barquero I)

A este país no lo reconoce ni la madre que le parió, ya se avisó de que así sería. Y tuvo razón, cumplieron totalmente con su promesa.  

En cuanto te paras a escuchar a alguien en la calle, te das cuenta de cómo ha sido arrasado y lo difícil que será remontar. Porque no es sólo por arriba, es también por abajo, desde la calle, como hay que cambiar esto. 

No es la crisis económica ni de lejos lo más grave. Es la desmoralización, el resabio, la desconfianza que se respira y un pesimismo atroz que se queda habitualmente en palabras airadas o fuertes.

Y porque las personas no estamos hechas para la desesperanza, algunos salen de ese fatalismo paralizante a base de utopías que han demostrado lo que de sí dan en países como Cuba y Venezuela. Realmente no es esto, pero desde luego que tampoco es aquello. ¿Tan difícil es entenderlo?

Esta situación es tierra abonada para demagogias diversas, tal y como Europa ha demostrado recientemente. Y también para la violencia, lo estamos viendo. 

A veces no sé ni por dónde empezar, especialmente si me encuentro con alguien mayor de 50 años que está con el ceño fruncido y la mirada del que ya lo sabe todo y cree estar de vuelta.  "A mí qué vas a contarme", me espetan. Esos son los que más pena me dan, con adultos así ¿qué podemos esperar de los jóvenes?, ¿qué ejemplo, ánimos, aliento vamos a darles con semejantes elementos?

Aunque hay otros que les superan, como cuando escucho ese comentario de "todo el que puede, roba", "yo haría lo mismo", etc.,  esa cantinela conocida y tramposa, dicha a veces como una gracieta. Y no se les cae la cara de vergüenza diciendo eso. Lo dicen abiertamente. 

A eso hemos llegado, a que tratemos a todos como ladrones, a que paguen justos por pecadores extendiendo la sospecha y, finalmente, a que se utilice ese mantra como la coartada perfecta para tapar -que es lo que realmente se quiere- las propias vergüenzas y caer cada vez todos más bajo, colectiva e individualmente. 

Pero este mismo pueblo es el que en los años 70 demostró una madurez impresionante pasando de una dictadura a una democracia.

Y este mismo pueblo es el que alguna vez fue sabio y sobrio, capaz de ser generoso, de cumplir con su palabra. No hacía falta ni registro ni firma de notario, los tratos se cerraban con un apretón de manos. Y la palabra que alguien daba -peluquero, soldado, noble o artesano- iba a misa.

Es el pueblo de mis abuelos y de mis padres que, con sus defectos, tiraron adelante trabajando por su familia y por su patria, sin esa obsesión por el dinero o el bienestar económico como única aspiración vital. Personas que, pensando en alguien más que "los suyos" o en la cartera,  se complicaron habitualmente la vida por el prójimo, vaya si lo hicieron.

Por eso, tras una mañana en el mercado del  Chico en Ávila escuchando a la gente y, de vez en cuando, contestando lo que honradamente creo, siento unas ganas enormes de llorar al ver el gran destrozo causado, esa labor de tierra quemada.

No sólo es el trabajo del rencor y el volver a abrir heridas ya cerradas, o la simple estupidez y la ineptitud de quienes ocuparon y ocupan los puestos más altos, sino también la labor de quienes creyeron y predicaron con su ejemplo que lo único importante es la cuenta bancaria, y el resto, a los españoles, les importa poco o nada.

Insisto: con estos parámetros, con todos ellos, es lógico tener lo que hoy tenemos.

1 comentario:

Dolega dijo...

Totalmente de acuerdo contigo.
Y lo peor es que la mayoría de la gente ni le importa ni le interesa cómo hemos llegado a esto que tenemos. Lo único que quieren es seguir viviendo como "antes de" a como dé lugar, el resto da lo mismo.
Esa España de la que hablas se hizo a base de trabajo, tesón y sacrificio y esas cosas hoy están muy mal vistas, son de pardillo.
Besazo