En mitad de esta primavera anticipada que ya se nos acaba has venido, Paula.
Ojos muy abiertos desde el principio. Tu padre, como si fueras el Rey León, te sacó ante los que esperaban fuera, risas.
Todo recién nacido es un heredero y, si no la selva, algo muy importante es tuyo ya.
Recibo un sms con tu foto en mitad de lo que nada importa, intensa tarde de trabajo, llego tarde, llego tarde, llego tarde, corriendo, como la liebre de Alicia.
Y en éstas eres tú la que vienes sin prisas, que es el modo de llegar a tiempo, ya podíamos aprender.
Rompo a llorar al llamar a tu madre. Una horita corta ha tenido, con lo mucho que le has costado, Paula, el final, que es otro principio, lo ha tenido fácil.
Todo niño es un milagro, una desmesura total que rebasa la biología y nuestra torpe medida de las cosas y hasta del amor. La sensación es de reverencia, aunque no sabes muy bien ante quién arrodillarte y a quién rendir pleitesia.
En la duda siempre rezar dando gracias aunque sea moqueando.
Faltaba él, el único, el primero e inigualable. Hay otros, seguro, pero él es el mejor.
Reconozco que ya está algo cascado, pero tanto a amigas y primas como a mí nos trae al pairo. Bueno, sólo a las que superamos los 35, pongamos esa cifra "amable". Esa parece ser la edad a partir de la cual te gusta, antes no. Es un amor para mujeres muy adultas, mis sobrinas adolescentes y jóvenes ponen cara de espanto y dicen horrorizadas "¿Ese viejo os gusta?"
Sin vergüenza alguna lo reconocemos, es lo que tiene la edad, apuro te dan otras cosas, en esto siempre de frente. "Pues sí, hala niñas, iros del cuarto que vamos a dedicarnos a cosas serias". Y nos ponemos una película suya. Orlando Bloom o incluso Brad Pitt casan mejor con High School Musical en la matiné o a primera hora de la tarde. En la sesión de noche siempre él.
Supongo que tiene menos peso, menos "conversación", que Clint Eastwood cuya mirada es tan profunda y especial. Pero desde luego el escocés se come las películas como un señor. En "Indiana Jones y la última cruzada" le robaba plano a Harrison Ford continuamente y te olvidabas de Indi cuando su papá estaba delante. ¡Ay esa escena en la playa haciendo levantar a las gaviotas el vuelo!
No ha habido otro James Bond como él, a pesar de que Pierce Brosnan lo haya intentado. Nunca su Majestad fue tan bien servida ni el Imperio Británico, del que tanto reniega, tampoco. Aunque lo más curioso de todo es que es más atractivo de mayor, de joven tiraba un poco a cursi y recortadito, la verdad. Es de los que con la edad mejora un montón. Quizás habrá un punto de inflexión a partir del cual ya va para atrás, pero yo francamente no se lo he encontrado todavía.
Es cierto que tiene películas regulares, claro está, pero tiene otras memorables y algunas bastante buenas. Mi favorita es "La caza del Octubre Rojo" (¡esa maniobra de Loco Ivan!), seguido de "Marnie la ladrona" (de antología algunas escenas). En "Los intocables" borda su papel, le va como anillo al dedo. "Causa justa" también es una buena película suya, como "Descubriendo a Forrester", otra interesante.
Personalmente me encanta "Robin y Marian", melancólica y triste, con una de las declaraciones de amor más bonitas que yo he oído (de Audrey Hepburn-Marian a Robin, ya talluditos los dos).
En aventuras es genial. "El hombre que pudo reinar" es muy entretenida, con Michael Caine y una historia de Kipling fantástica. Sin olvidar esa donde le da la replica Candice Bergen y él hace de árabe, está perfecto, "El viento y el león" con Teddy Roosvelt al fondo.
Tiene ese algo que tienen las personas morenas y de ojos oscuros al mirar, como le pasa a Omar Sharif, pero encima en él con cierto cachondeo, porque mira con guasa, lo que le añade más atractivo, por supuesto.
Como decía el chiste "Decidle a la señora baronesa que mis últimas palabras al morir fueron Ava Gardner".
Yo, sin título nobiliario, haré lo mismo.
Antes de expirar,
recibidos los santos óleos
y oída en confesión general,
sursuraré sólo dos palabras que todavía no he pronunciado en esta entrada:
La primera será Sean
La segunda Connery.
Y luego que Dios me acoja en su seno. Sé que Él comprende mi entusiasmo.
Iba a poner un trozo de una película, pero no puedo ni elegir. Sus compañeros hablan de él en un homenaje reciente, lo que cuenta Andy García del rodaje de Los Intocables tiene bastante gracia ("no es mi primera barbacoa", "no estás haciendo Hamlet"), y lo de Julia Ormond, elegantísima, mucho encanto, nada tan atractivo como no ser arrogante.
Hungry Hill es el título de una novela de Daphne du Murier, la misma autora de "Rebeca", que tanto me gusta, y de "La posada de Jamaica". Está inspirada creo que en la montaña -de colina, nada de nada- del mismo nombre que se sitúa antes de llegar a Castletowbere en plena península de Beara.
El doctor John Lyne, médico retirado, subía Hungry Hill todos los días desde que le dijeron que le convenía hacer ejercicio, sin faltar uno, a menudo varias veces en el mismo día. Por eso, con setenta y tantos que tenía, parecía un hombre de apenas cincuenta años. En ese verano de 2005 hizo su subida número 1000 e invitó a que le acompañármos vecinos y visitantes. Allá que fuimos.
Siempre que miro a una montaña siento lo mismo: me gustaría subirla. Puedo tardar algo, pero suelo acabar por hacerlo de una manera u otra. No me gustan los valles, sin horizontes respiro mal, pero en lo alto de una montaña soy feliz. Como el físico no me acompaña, el entusiasmo, la voluntad y, más que nada los amigos, suplen la falta de fondo o entrenamiento. Hungry Hill no fue una excepción.
Subimos aquel día cerca de 100 personas, niños, ancianos, mujeres de toda edad, adolescentes. Beara es un lugar estupendo para los aficionados a las montañas, a andar, a travesías más o menos largas o duras por ese granito y verde pasto sin árboles que compone las montañas de Caha y el anillo que circunda a toda la península.
John Lyne a la cabeza, pelo blanco y piernas de acero, sus hijos, sus nietos, familia, todos le seguíamos. Los irlandeses del lugar, habituados a andar, subir y bajar, iban todos como cabras, como si fuera un paseo.
En tres horas y media habíamos subido y bajado Hungry Hill, a toda mecha. Posamos arriba para la posteridad y, sobre todo, para el periódico local. Estuvo bien porque pude morir desnucada, a la bajada, claro está, cuando las piernas te flojean por el esfuerzo hecho y el cansancio acumulado. La dueña del bar McCarthy's de Castletwonbere me dejó un bastón viendo mis grandes esfuerzos por seguir el ritmo, no me quitaba ojo. Pero yo ya figuraba en la foto, podía morir tranquila.
Al día siguiente me trajo Sean O'Sullivan, mi patrón, el periódico, furioso. "No sales, no hay mención de una española que también subió". Estaba en la foto final, claro, pero no en el texto, no me ocupé de hablar con el periodista, la verdad. "Tranquilo, no pasa nada, John". "De ninguna manera, voy a llamar al periódico para protestar, hablan de alemanes, de holandeses, de australianos... ¡y de una española no dicen nada". Creo que John en parte tenía razón: merecía figurar en el cuadro de honores local al menos por las ganas que le puse.
Cada vez que veo una montaña querría subirla.
Tardaré más o menos.
No lo hago jamás sola.
Pero sabe Dios que suelo acabar arriba. Porque siempre lo puedo intentar con una pequeña (o gran) ayuda de mis amigos, como cantaban los Beatles. Y con ellos casi seguro que puedo.
Hubo un tiempo que trabajé para moda y luego en televisión. En ambos mundillos aprendí que hay mucho borde, mucho tipo que va de supuesto genio o artista (increíble, pero cierto) al que "había" que perdonar, no sabes muy bien por qué, no un desplante, sino cien, el gesto hosco, la mirada de perdona vidas o el capricho tantas veces.
Superado el tiempo de la farándula, tras pasar por empresas más "normales" o la vida misma, te das cuenta que hoy no sólo estamos todos peor educados, es que parece estar de moda ser un borde, todo lo contrario que la amabilidad.
Bordes en todas partes, gente que debe de quererse muy poco -siento caer en el diagnóstico de autoayuda, pero así lo pienso- que incluso a las buenas formas y ganas de agradar responden con un ladrido. Los hay en todas partes.
Asumo que no hay que ir con sonrisa zapateril o de idiota, tampoco cantar con Michael Jackson "We're the world, we're the chidren" o con mirada bobalicona pensar en andaluz "too er mundo e güeno".
Pero digo yo que hay una distancia considerable entre el complaciente (o autocomplaciente) así lo maten y la persona que, simplemente, quiere agradar e intenta tener una mirada amable sobre los demás, al menos mientras no le demuestren aversión, mala leche o ganas de fastidiar.
Honradamente creo que es un tema quizás de ritmo exterior o incluso interior. Si vas deprisa es más difícil sonreír o ser simplemente amable, pedir por favor las cosas, dar las gracias o pedir perdón si metiste la pata.
A veces no es cuestión del rapidez, es que por dentro se puede estar tan enfadada con la vida, con una misma o con quién sabe quién, que acaban pagando no sé si justos por pecadores, pero desde luego gente que no se merece un corte o simplemente un mal gesto.
Asumo que la falta de dinero, las facturas que uno no cobra o que tiene que pagar, dificultan mucho hoy la amabilidad, desde luego que personalmente me afecta: si veo que no llego a fin de mes estoy bastante más nerviosa, cuesta más ser amable. Pero creo que no lo puedo pagar con el tipo del banco que me niega el crédito: él no tiene la culpa. Es un mero funcionario.
No son buenos tiempos para la lírica, pero la simple amabilidad parece cosa hoy de idiotas, de gente que no se entera de qué va la vida y lo mal que está el mundo, de ingenuos. Como los optimistas, los amables tienen muy mala prensa, y pasan por tontos o frívolos cuando no superficiales o blanditos.
La amabilidad atrae, creo yo, los amables son eso, "ama-bles". La mala contestación, el enfado o la simple y llana mala leche, una sí y otra también, sea de artista, diseñador, intelectual, adolescente, funcionario, señora de Serrano o de Móstoles o cura de barrio, repele, echa para atrás, por lo menos a mí. Y desde luego que, si uno se lo puede permitir (que habitualmente podemos), no hay por qué aguantarlo. Sea quien sea.
Creo que no se hace un favor a nadie dejando pasar una y otra mala constestación: al revés, se alimenta que cada vez se crezcan más los bordes. Lo he visto en determinados ámbitos laborales, pero ocurre ya casi en cualquiera, hay gente cada vez más antipática, con peores formas porque no sé por qué extraña razón se les tolera.
Unas veces es porque tienen quince años, pobrecitos; otras porque tienen tanto dinero o poder que no hay valor de enfrentarse a ellos;, e, incluso, hay quien alega que fulanito es tan listo, tan genio o lo que sea que es como una gracia ese bufido que sueltan, y se lo ríen.
Así, honradamente, se explica una que haya tanto insoportable y tanta soledad de verdad, por dentro: no hay gitano que aguante a algunos, a algunas, no se aguantan ni ellos. Hay personas que parecen hacer oposiciones para que nos les quieran, para acabar alejando de ellos el cariño o la ternura, es como si les fastidiara.
Bordes, ni uno, cerca al menos. Que solucionen sus problemas de frente o no lo hagan, me es igual, ellos sabrán o no por qué esa mala follá, esa amargura o mal genio interior permanente, ese contestar con tan poca calidez y dando un mandoble a veces a quien con mas tacto les trata. Porque esa es otra: ni con guantes de seda, se crecen más si encima pones más tiento en cómo les tratas.
La vida es corta y yo desde luego estoy aquí para disfrutarla entre otras muchas cosas. Y con bordes es imposible: me ponen borde a mí también.
Es muy fácil ser borde, la verdad. Cuesta quizás un poco más ser amable y no debe de estar al alcance de cualquiera al parecer.
A raíz de las primeras lentejas de Jesús Cotta, paso a contar otras desdichas culinarias.
Todavía recuerdo mi primer libro de cocina. Grande, con unas ilustraciones preciosas y sin adaptación alguna del libro original inglés de postres, desayunos y meriendas.
O sea, medidas imposibles (¿onzas, libras?) e ingredientes como el jengibre o el ruibarbo que en aquella época sólo existían en los libros de Enid Blyton ("Los cinco", "Los 7 secretos") o en los de Guillermo Brown de Richmal Crompton.
La repostería, los desayunos y meriendas no son el terreno más fuerte de la cocina española, dicho sea con todos mis respetos, ya sé que va en gustos. Es, sin embargo, el área por donde los niños se inician en la cocina. Así que por aquel entonces con mala guía pero estupenda maestra -mi madre (toda una clásica, ver más abajo)- comencé.
Hombre, estaban otros libros como el de la Marquesa de Parabere (que no era tal) y el Libro de la Sección Femenina, pero eran demasiado tochos para una niña. También las recetas del Telva en aquellas fichas que coleccionaba mi madre. Y a principios de los 70 aparecio la biblia, el mejor, el inigualable y nunca bien ponderado "1080 recetas de Simone Ortega" gracias al cual tantos matrimonios, parejas, solteros y lo que sea han aprendido a cocinar o mejorado su repertorio o estilo. A mi entender, el mejor por goleada, todo sale y todo sale siempre bien con él.
Brazo de gitano. No es un bizcocho cualquiera, es una capa fina de bizcocho muy ligero que se hace sin que suba -no lleva levadura- con yemas, claras bien batidas (a punto de nieve), algo de azucar y muy poca harina. En aquel entonces no existía el silk pad, esa plancha de silicona que hace que desmoldar algo sea un juego de niños. Ponías la masa con una espátula en un papel de aluminio engrasado o en uno de papel cebolla encima de la bandeja del horno. Poco tiempo dentro para sacarlo y volcarlo encima de un paño húmedo a toda velocidad, quitar el papel del otro lado también rápidamente y enrollarlo sobre paño para poder luego desenrollarlo y rellenarlo con lo que fuera (crema pastelera, nata, chocolate,etc.) Luego lo podías cubrir de nuevo como si fuera un tronco de árbol con crema de moka (mantequilla y café) o chocolate. Le hacías unas rayas con el tenedor, hacía muy bonito. También se le puede echar azucar glass sólo y quemarlo, está más bueno. Esto último lo digo hoy con gusto de adulto, y de igual manera es más a gusto de mayores emborracharlo un poco.
Así dicho no sé si parece fácil, lo que sé es que la receta se me resistía para mi desesperación de doce años, la risa de mis hermanos y la mirada lejana de mi madre. No lejana porque ella quisiera: no la dejaba ni entrar en la cocina. Era mi receta, y la tenía que sacar a pulso yo sola, si no, no valía.
Primer brazo. No salía, estaba demasiado seco, no se despegaba del papel o cuando lo hacía estaba ya duro imposible de enrollar ni con el paño húmedo. Segundo brazo. Lo mismo. Tercer brazo. Lo mismo. Cuarto brazo. Lo mismo Así hasta 6.
Caían los cadáveres en la basura, tantos paños húmedos como brazos muertos, la crema pastelera ya preparada se moría de risa en el cazo haciendo eco a mis hermanos.
Mi madre al cuarto brazo muerto entró y tímidamente me preguntó. "¿No quieres que te ayude?"
"¡¡¡No, no, no, dejadme sola!!!",
grité yo como en el anuncio aquel de Orión el matamoscas y el torero que anunciaba que la faena iba a ser suya, buena o mala, pero suya. "¡Dejazme zolo!"
En fin.
Lo aprendí a hacer. Al final se aprende todo o casi todo.
Di con el punto. Hoy lo tengo dominado, aunque soy más de salado que de dulce y hago menos postres.
Luego hubo más desastres y desdichas culinarias, con ellas sigo: ...a eso de los doce una tortilla sin huevos (increíble pero cierto, así no se juntaba la desgraciada -aclaro, estaba enamorada y con la cabeza en otra parte) ...durante toda mi vida bechameles que siempre pecan de claras (y luego haz croquetas que se te revientan todas, todas); ...y una, más reciente, de sopa de cocido que congelé -con fideos, error de principiante, el fideo NO se puede congelar-(y que Jose María, Raquel y Mario se tomaron sin rechistar).
Hay dos escuelas en cocina, bueno, hay muchas más, pero entre las 2 principales se encuentran:
-Los Clásicos: Los que cocinan con método, orden, concierto y medidas estrictas que siempre siguen. Suelen triunfar con seguridad aplastante, no cometen errores casi nunca, son fiables y sabes a qué atenerte si vas a su casa. Si ponen un catering, hay que contratarles.
-Los Ácratas: Los que cocinan sobre todo a ojo y les encanta hacer cosas nuevas aunque tengan a 10 a cenar, no pueden cocinar sin arriesgar, se mueren. Se meten en cocina ajena (incluidos restaurantes), preguntan pero no toman nota jamás (un lapiz y un papel ¿para qué?). Se atreven sin receta o la cambian función de lo que hay en la nevera. Como algunos toreros, pueden tener tardes memorables y salir a hombros y otras en las que sólo sus amigos y familia, que les quieren mucho, siguen siendo fans. Si pusieran un catering, NO hay que contratarles. Repito: NUNCA CONTRATARLES.
No hace falta decir a cuál pertenezco, pero tengo gran curiosidad en saber a cuál pertenecen los que por aquí pasen.
Tú, lector, ¿de qué escuela eres?
PD: La foto es de las manos de Raquel cocinando en Le Gargantua este verano. Quemando la creme brulée, señores, nada más y nada menos. Ella sí que sabe de cocina, un montón. Reúne lo mejor de los clásicos y de los ácratas. Dará que hablar seguro. Y encima me invitó a la matanza y tiene blog propio. Y si viene a comer a tu casa ¡nunca pone pegas! Una amiga, sí señor.
Tiempo extraño éste. Mi ama está con un ojo y un pie aquí y otro allá, bajamos a estar con su madre, no es momento de que esté sola.
La muerte de un anciano siempre produce inquietud a quien ve la suya más cerca. Eso que llevamos ganado o no, vaya Vd. a saber, los perros, inconscientes de nuestra edad y nuestro fin.
Los ancianos tienen un olor diferente, como los bebés tienen el suyo. Notas esa vida que se va o que llega. También tienen su propia temperatura. Menos calor en los cuerpos con la edad, se quedan fríos en seguida. En cambio, los bebés como Tana, cachorrita, desprenden un calor constante, llevan la calefacción incorporada.
Se levanta la anciana y va a desayunar. Vuelve luego a echarse en la cama. La miro como va y viene con su bata azul. Se oye el ruido del agua del baño. "Mamá, no te cierres mientras te bañas, por favor".
Ritmo lento, es un descanso estar en esta casa, mi ama lo tiene acelerado y puede agotar a cualquiera.
Me gusta esta casa, soy ya perra que inicia su vejez con casi nueve años, y la juventud de Tana o la velocidad de Aurora me marean a veces.
Me siento a los pies de la anciana. Sé que molesto, pero me gusta estar a su lado. Yo negra e imponente todavía, ella cada vez más pequeña, ojo azul, pelo blanco y encorvada.
Te comprendo bien, anciana, te sientes a veces sola y apartada. Vienen a verte, te llaman, están contigo, pero tú ya no estás en sus cosas, te pierdes en idas y venidas, te marea el trajín. Quieres ver a los niños y a la vez te cansan. Quieres sentirte útil y necesaria y ellos no lo saben hacer. Otras veces te agobias si tienes que hacer un recado o tienes algo pendiente.
Olvidas lo que te dijeron o dijiste. No recuerdas por dónde ibas en el libro que comienzas una y otra vez y vuelves a leer sobre lo leído. Te entretienen ya pocas cosas, tu mundo se va cerrando a lo de fuera, ya sólo tus hijos y poco más.
Te gustaría salir más pero luego te da pereza y dices que no. A los diez minutos de ver un museo te quieres ir. Tu noción del tiempo cambia, vienen a comer y dos horas antes ya les esperas. Se te hacen largas las películas, larga la tarde, larga la vida ya.
Me empieza a pasar lo mismo. Tana me rejuvenece y a la vez me agota, todavía la puedo dar un ladrido, te recomiendo que hagas lo mismo cuando te den la vara.
Mi independencia de perra, siempre relativa como animal doméstico, se hace mayor y sin embargo menor. Necesito estar sola y, a la vez, acompañada.
Nos entendemos bien, anciana. Llega lentamente la vejez a mi vida perra.
Se lleva a veces como se puede. Por lo visto, todos lo llevamos encima o por dentro de alguna manera.
Miras a tu alrededor y sabes que no debes quejarte. No es por fortaleza, ni por sentido de la justicia, simplemente con la que está cayendo, al mirar a otros con pesos seguramente mayores o más duros, te da mucha vergüenza emitir el más mínimo quejido.
A veces ese peso se hace insoportable. Te ahoga, lo sientes más presente y más pesado. Pueden ser unas horas, unos pocos días. Ahí está y ha crecido. Y tú no puedes con él. Lloras.
El sentir el peso que cae a plomo sobre tu espalda te hace pensar qué te sobra, qué te falta, qué haces o qué hiciste mal para tener ese peso cada vez mayor. No buscas un sentido, que ya te lo da el día a día, sino una explicación que nunca hay. La inestable seguridad que puedes tener se esfuma como por encanto. Se nubla el cielo, aparece una tristeza honda que se mete por dentro y pretende hacer nido.
Entonces te gustaría poder aceptar de verdad, en el corazón, ese duro peso.
No tener esperanza alguna de poder liberarte de él un poco, algún día.
Cerrar la puerta a la ilusión. Así descansarías de una vez por todas. Podrías tirar de tu peso, cargar con él, de una manera más cómoda, más fácil, si no pretendieras el lujo, si cedieras en tu no y en tu sí, en tantos síes como pronuncias.
Es el descanso en esa esperanza que luego revienta lo que te hace sentir el peso con más crudeza todavía.
Pero entonces siempre hay alguien que te recuerda de qué estás hecha. Se llaman amigas. Y no dejan ni que mueras ni que dudes jamás.
Volar entre las nubes o a ras del suelo. Puertas y ventanas abiertas, aire, sin miedo. Vista y olfato, sí, pero antes y siempre calor y corazón por delante. Por eso no hay callo ni dureza alguna, sino piel por la que respiras, te nutres, a la que eres fiel.
Vuelves a empezar otra vez con confianza. Con más alegría si cabe.
Podrás con ese duro peso, por lo menos esta noche. Sentirlo e ilusionarte es lo que te hace fuerte y a la vez lígera para poder cargar con él.
Son tus alas.
Si no te doliera y sin esperanza, ya te habría aplastado.
Y habrías muerto en vida hace tiempo, de algún modo.
Ocurre a veces.
La muerte viene y se instala cuando ni duele ni esperas, cuando no reconoces tus alas.
Un vídeo de una caca que se va por el desagüe del retrete. Pues vale.
Unas bicletas con alforjas llenas de barras de pan. Como muy francés, pero en casa como que no lo veo (Olimpia y Tana acabarían con el pan en un pis pas).
Un camión como un esqueleto de animal. Hace gracia, mi hermano está escribiendo sobre el metaterio, el rinoceronte, la piel y los huesos y pensé en su libro. Me gusta el desnudo. Pero me horroriza lo que se suele hacer, es feo. Y no porque sean feos los modelos, no es eso. Es todo como sucio, pasado. O peor, cursi, casposillo y horterilla en otros lares, en Arco simplemente feo.
Creo que la feria es fiel reflejo del todo vale, de que comulgamos con ruedas de molino, en arte y en lo que no es arte. Siglo XX cambalache que cantaba el tango.
Sólo me gustaba lo "antiguo" (Picasso, Millares, Mompó, etc.) y alguna otra cosa, un cuadro de pájaros negros sobre fondo blanco por su textura, algunas esculturas de las poquísimas que hay, unas de unos hombres como saliendo de la pared o metiéndose en ella, estupendas a mi entender.
Eso sí, pabellones oficiales en plan qué ricos somos -los de las Autonomías, ¡ay la de Andalucía! y alguna caja de ahorros ¡con la que está cayendo!- impresionantes, los más grandes de toda la feria. "La nueva clase de ricos" decía mi sobrino. Y yo pensaba: con nuestros impuestos, a costa de nuestras comisiones y algo más. En fin.
Estuvimos en la galería donde trabaja una amiga de Alberto, Marta, lista, guapa y que, sin darse importancia y con a penas 33 años, ha pasado por el Reina Sofía, la editorial Lunwerg y otros sitios muy interesantes, públicos y privados. Cuando sea mayor quiero ser como ella, la pena es que yo ya soy mayor y no voy a poder, que si no.
Al final creo que lo más atractivo de Arco para determinados señores son las azafatas que El País ha puesto en su stand. Y las de Marta Moriarty. Eran entre salón del automovil de Chicago y calendario de chicas con pretensiones. Comprendo que la conexión entre arte y piernas femeninas es más que evidente, pero el efecto era realmente sorprendente y ¡los visitantes acababan haciéndose fotos con las chicas! De risa.
Me chocó otra cosa. La gente del arte está demasiado delgada, tanto los galeristas como los visitantes. Es como si no comieran o, no sé, cosas peores. Son unas delgadeces enfermizas. Y en Arco, al verlos todos juntos, se nota más. Salvo excepciones. Es como si trabajar en arte o tener dinero luciera poco, no probaran bocado.
El próximo año acudo yo con una olla de cocido y un jamoncito ibérico de aperitivo y le pongo un nombre, en plan obra de arte. Seguro que se me llenaría el stand.
Tengo un sobrino, Alberto, que es pintor y restaurador. Es inteligente, es bueno, tiene sentido del humor (levemente negro, me encanta) y me ha visitado en vacaciones en Irlanda y Carnota. Siempre puedo contar con él. No le devolví el libro que me prestó, "San Francisco de Asís" de Chesterton, que no sé donde puse, y no me guarda rencor. Lo dicho, es francamente bueno Alberto.
El miércoles pasado me paseó por Arco. Iba coja porque literalmente se me tragó la tierra. Me caí por donde las vacas no pueden pasar, paso canadiense lo llaman. No soy una vaca, pero vivo en el campo y paseo por caminos donde anda el ganado. Se me metió el pie y la pierna derecha entre esas barras en el suelo con el foso debajo. Paso por ahí casi todos los días, pero tuve mala suerte el martes. No me rompí nada porque Dios no quiso. Me hundí hasta mitad del muslo, encajé en el hueco limpiamente, hasta donde me atasqué. Me costó salir, fue francamente interesante la experiencia. Con perra, sin móvil y casi en la oscuridad. Los paseos al atardecer son muy bucólicos, pero poco prácticos, no en vano estoy en las nubes.
En fin, coja allá que fui con Alberto a Arco. Yo quería hacerme pasar por una coleccionista excéntrica y espantosamente rica. La cojera ayudaba, daba como presencia, pero Alberto dijo que no se lo iban a creer. Me dio pena que pasara vergüenza, y no insistí. Pero me hubiera encantado. Me gusta hacer teatro, tengo cierta vena y, sobre todo, una considerable cara dura. Trabajar de consultora ayuda.
Es estupendo hacerse pasar por rico, no es tan difícil, de verdad. Porque hay ricos que van vestidos de ricos y hay otros muchos -los más ricos, lo tengo observado- que van como les pete. En Inglaterra los ricos son así, riqueza antigua a la que no le interesa aparentar, las modas e ir a la peluquería. Esos son los más ricos de todos, los que pasan desapercibidos y nadie les conoce.
Entras en una tienda de Serrano, Ortega y Gasset y aledaños de la milla de oro madrileña. Empiezas a probarte como si nada. Es para ver cómo te queda. Y siento reconocerlo, pero habitualmente te queda fenomenal. Porque algunas cosas caras sientan de muerte seas como seas. No quiero dar ideas, pero los bañadores y todo lo de La Perla, los jerseys de cachemire, algunos zapatos de cuya marca no quiero acordarme y varias cosas más lucen hasta en la peor anatomía.
No compro nada, no tengo ni dinero ni me interesa lo caro, pero vaya que si me lo pruebo. Luego dices que te tira la sisa, o que ya tienes otro traje de baño color petróleo, lo que sea, y te vas tan campante. Sólo hace falta algo de cara dura. Y es una justa venganza por lo mal que tratan a veces en tantas tiendas buenas: yo lo empecé a practicar a raíz de una mala experiencia no propia, una que presencié.
El caso es que en Arco había poco de interés, la verdad. Es mi opinión, la de una total lega en la materia.
He comprado en mi vida cinco cuadros, todos de pintores vivos, uno a Alberto y 4 en galerías, otros tantos grabados. Los tengo colgados en casa, me encantan. No entiendo mucho, pero si sé lo que me gusta y lo que no. Sé que necesito más formación, más exposición al arte contemporáneo, no sé nada. Sin embargo, tengo la sensación de que hay mucha tomadura de pelo. Es una impresión sólo, quizás sin fundamento.
Foto: foto aparacida en la edición digital de La Gaceta de los Negocios. Efe/Koti Rodrigo. Shetty es el autor de la obra. Qué, como para animar a cualquiera, ¿eh?. Hala, buen fin de semana.
Cuidar a quienes tenemos más cerca. Es muy fácil sentirse solidario con la tribu amazónica y más complicado con un adolescente pelmazo, una madre que te dice 200 veces lo mismo o un hermano con el que discutes.
Por eso me creo poco la solidaridad y hasta me fastidia la palabra en cuestión, más falsa que Judas a menudo. Prefiero el cuidado, siempre personal.
Este invierno que estoy pasando, casi con más días sin calefacción que con ella, me he dado cuenta de lo difícil que es hacer subir la temperatura de una habitación una vez que se ha bajado mucho.
A 6 grados, hasta que la pones a 19 para vivir, cuesta un montón. Se gasta más energía, más combustible, lleva más tiempo. Por eso es bueno no quitar la calefacción, dejar sólo una distancia corta a recorrer, a lo sumo 4 grados, de 17 a 21 por ejemplo, cuando no estés en casa.
Se puso muy enfermo un tío mío lejano, era un "liberalote" que decían en mi familia, descreído, anticlerical, vividor y tal. Al llevarle al hospital preguntó si ese hospital era laico o religioso. Con miedo se le dijo que, por supuesto, era laico, y para nuestra sorpresa nos contestó "Si no os importa, llevadme a uno donde haya monjitas, de esas que te cogen la mano y te dicen "pobrecito, qué malito está Vd"." Debían de ser de la misma orden de monjitas que cuidaron durante 14 años a Eluana Englaro.
La luz es estupenda. Es bueno que nos ilumine y veamos el contorno de las cosas, los colores, las sombras, su profundidad. Me encanta la luz, no puedo vivir sin ella. Pero una luz que sólo ilumina y no tiene calor te acaba echando para atrás. Miras lo bien que ilumina, miras lo que ilumina, y luego te vas al calorcito, al cuerpo que desprende calor, como los cachorritos.
El cuidado necesita del calor, es alegre, se alimenta de la amabilidad, esa que nos permite esbozar una sonrisa a pesar de cómo está el patio. Precisamente por cómo está.
No estoy hablando de la sonrisa zapateril o de idiota. Aunque algunas sonrisas de discapacitados de verdad darían para explicar el mundo, no solo para dar calor. Doy fe de ello.
Estoy hablando de la inteligencia práctica que hace que algunas personas tengan esa rara capacidad, el deseo también, de hacer un mundo más agradable a su alrededor, para quienes les rodean, también para ellos mismos a menudo.
No sabes cómo lo hacen, pero sucede. Son cuidadores, gente siempre de inteligencia práctica.
Sin cerrar los ojos a la realidad, precisamente por no cerrarlos, mantienen el calor, propio y ajeno, ambiental, no ceden en la alegría ni un ápice ni por resultar más listos, más brillantes o acertar más en lo que dicen. Les da igual, no es su prioridad, eso queda para otros.
Hay un tipo de inteligencias estupendas que nos explican los muchos y variados desastres que padecemos. Es cierto que para ver el mal no hace falta mucha inteligencia, solo abrir los ojos.
Pero para levantar el mapa de la maldad con mano segura hace falta ser inteligente, tener cierta técnica también. Hay inteligencias que trazan a veces un diagnóstico certero. Calibran a la perfección qué pasa y por qué. Dominan las palabras y encuentran el nombre exacto de las cosas.
Son inteligencias muy atrayentes, la verdad, y escuchándoles o leyendo lo que escriben se disfruta mucho, se piensa, se aprende. Aunque a veces te quedas triste, hecho polvo. No es que no tengan razón, es que no tienen toda la razón, creo.
Y lo que ocurre es que las personas no vivimos de diagnósticos, por muy acertados que sean, sino de cariño y buenos alimentos, que diría mi tía Charo.
Así que para convivir, para tenerla cerquita, la inteligencia práctica, la del cuidador que tan a menudo tiene esa alegría sandunguera que te hace levantarte -o quedarte en la cama si estás malito- con otra actitud. Sin despreciar para nada otras inteligencias, de quienes siempre podemos aprender leyendo o yendo a una conferencia suya. Luego en casa y con amigos, calorcito, por favor.
Que Dios nos ponga cuidadores cerca, en la familia, con los amigos, en el amor.
Hace años leí sobre la ética del cuidado. Me gustó mucho, y pensé, también, que era algo que las mujeres practicábamos desde tiempo inmemorial, aunque no es privativo nuestro y ojala estuviese más extendido.
Sé, no obstante, y de modo casi intuitivo, que la ética del cuidado de Virginia Held y Carol Gilligan hace algunas aguas en su fundamentación, no puede sustituir por si sola una ética de la justicia, creo. Sería tema de otra entrada, no de ésta. No me importa tanto la filosofía como la práctica del cuidado a nivel personal, también social. Creo que nos iría mejor si todos fuéramos más cuidadores, mujeres y hombres.
La palabra inglesa "care" sirve tanto para cuidar como para hacer referencia a si algo, alguien, te importa. Curiosa coincidencia. Do you care? Si te importa alguien, le cuidas, la cuidas, les cuidas.
Pienso que el cuidado tiene que ver, para empezar, con tener tiempo o, al menos, un ritmo interior pausado. "Para la ternura siempre hay tiempo" cantaban Ana Belén y Victor Manuel, pero el problema es que solemos tener poco, corremos mucho, mal podemos ver las necesidades ajenas y hasta las propias, menos cuidar. Con todo, la falta de tiempo de hoy algunas personas que son cuidadoras la suplen con un ritmo interior lento y eso compensa. Creo que a veces es casi más importante tu pausa interior a la hora de cuidar que el tiempo en si.
Contra lo que pueda parecer, esa ética del cuidado tiene difícil arraigo si la sustentamos sólo en los sentimientos, por buenos que sean. Especialmente en algo tan resbaloso como es la compasión. La compasión puede llevarnos a cuidar a alguien, pero también a eliminarle. Lo discutimos ya en entradas pasadas. O sea, una ética del cuidado o tiene detrás una idea de la persona o se queda cojita, porque la compasión es estupenda pero hoy es peligrosa, en muchos sentidos. Más que eliminar por compasión, que hoy se da, podemos llegar a hacer muy flacos favores a quien tanta pena nos da. La compasión tiene que estar sujeta por la cabeza.
¿A quién cuidar? Primero a nosotros mismos. Cuidar el cuerpo es importante, como el alma, los dos. Todo deja huella, no sólo en el alma, en tu cuerpo. O mejor dicho, las huellas del cuerpo se hacen también en el alma, y viceversa. Es imposible que no se resientan la una con el otro, no va el alma por un lado y el cuerpo por otro. Ni el corazón. Ni la cabeza. Creo que quien no sabe cuidarse bien -alma, cuerpo, corazón, cabeza- mal cuidará a otros.
Pienso que hay que ver nuestra propia fragilidad, aceptarla, sin sentimentalismo, pero con comprensión, para poder acoger luego a otros, cuidarles. Verse las heridas, reconocerlas como tales y vendarlas, pero no regodearse en ellas. Se acaba una por cerrarse a los demás y ellas tampoco curan.
Hay fríos internos que acaban congelándonos, alma, cuerpo y corazón, haciéndonos ciegos y un poco sordos también. Así es difícil cuidarse y mal puedes cuidar a otros, estás demasiado ocupada tiritando, metida en ti misma. Pero hay veces que no queremos salir del frío. Se está bien así, con frío y diciendo que el mundo es terrible. Esto hoy se lleva mucho. Por eso hay pocos cuidadores. Hay falta de calor interno, no sólo externo.
"Le has puesto un nombre de modelo estonia con medidas de infarto" me dice Nacho al contarle que tengo otra perra, cachorrita de boxer.
Me río con su correo donde confirma que él será fiel a Olimpia, que para eso fue su "cuidador" por unos días. Hay amores imposibles de olvidar, lo sé, y Oli deja huella. Es buena hasta decir basta.
El caso es que he pedido consejo de expertos porque las anteriores perras que he tenido venían ya educadas, eran de protectora y habían hecho el bachillerato. Esto de una cachorrita me ha pillado totalmente desentrenada. Parto desde cero, naturaleza totalmente bruta y ajena a la vida doméstica. Un lío, vamos.
Jesús Dorda me envío algunos buenos consejos. Rocío, mi particular "dog whisperer", y antigua vecina, me ayudará en unas semanas a enseñar a Tana a ir con correa y a mi paso. Todavía es muy pequeña y no la debo sacar a jardines o lugares públicos.
El pis cuesta muchísimo, sólo tiene 2 meses, así que aquí seguimos, inasequibles al desaliento. Es un decir, el aliento me falta a veces, la verdad.
El otro día, al filo de la medianoche, tras una nevada de espanto, un trabajo que no acabo de hilar y me tiene preocupada y a la sexta meada de Tana en casa, la volví a sacar al jardín y ponerla debajo del árbol del pis. O sea, en el que pretendo que haga sus necesidades. Todo centralizado, si es posible, en un árbol.
"Tana, pis, pis, haz pis aquí, aquí". La otra, naturalmente, sin entender nada. Tiritando ella y tiritando yo.
Yo estaba que ya no sabía qué hacer: cansada del tiempo, de la falta de sol, de una casa ideal pero donde todo se rompe, de la soledad y, sobre todo, de mi misma. Con ganas de irme a dormir y olvidarme de todo. Uno de esos momentos "ya lo pensaré mañana" que decía Escarlata O'Hara.
Y entonces, en mitad de la ventisca de nieve, porque seguía erre que erre nevando, se me ocurrió una idea, tengo que decirlo, brillantísima.
Es muy raro, pero a veces me pasa, especialmente en los momentos de desesperación, que es cuando pienso mejor.
Me bajé los pantalones, los leotardos de lana de esos que no llevaba desde que dejé el colegio (hace un frío que pela y aquí son imprescindibles), y, como si fuera yo perra y madre, la enseñé a mear bajo el arbol. Fue como algo atávico, no sé.
Afortunadamente eran las 12 de la noche, no había luz y tengo un jardín con tapia bien alta, porque la escena era de no creer. Lo que hay que hacer por la educación de una perra, joé.
Fue mano de santo, quizás casualidad. A los dos minutos me imitaba Tana moviendo el rabito como diciendo "ajá...". Me puse tan contenta que se debieron oír los gritos en Matalpino. Nos metimos en casa y nos fuimos a dormir las 3, sin pises hasta el día siguiente, felices.
Qué poco hace falta para que un día negro se vuelva estupendo: el pis de una perra. Creo que no pido mucho ¿no?
Y ahí seguimos estos días. Ahora parece que sin necesidad de que yo repita la conducta a imitar, a Dios gracias. La saco y espero y espero hasta que lo hace, luego galletas de recompensa para ella, para Olimpia y para mí también. Yo también me merezco una recompensa, preferiría un vino pero no me gusta beber sola.
Tana todavía se mea en casa, pero creo que va entendiendo algo. Y la hago tales fiestas cuando lo hace donde debe, que yo creo que se mea en el árbol de puro gusto.
Vamos a ver si el premio puede más que el castigo en forma de grito "no, no" y con un cucurucho de periódico en el morrito, pena me da pegarla, no puedo.
¿Qué es lo que imitaba a qué?
¿La naturaleza al arte?
¿El mono al hombre?
En fin, no se me ocurría otra música mejor que la del Libro de la Selva.
Voy a acabar como el Rey Louie, totalmente majareta.
Ser cuidador puede agotar. No es sólo el trabajo físico que conlleva ayudar alguien a ducharse o moverle en la cama, por ejemplo, es, sobre todo, el cansancio mental que puede implicar.
Algunos cuidadores no llegan a dormir bien, están en un duermevela pendientes de un anciano que se despierta continuamente o tiene que ir al cuarto de baño y solo se desorienta. Ellos pueden descansar luego durante el día, pero el cuidador a menudo no puede.
Ser cuidador implica a veces serlo 7 días de 7. En algunos casos no hay otros familiares que puedan echar una mano, no hay posibilidad tampoco de contratar una ayuda externa. Y otras sucede que el resto de la familia se desentiende un poco, o incluso mucho. Puede pasar.
Hay otros casos también. Cuidadores que no descansan ni se dejan ayudar, al menos unas horas o unos días, por un exceso de celo. Piensan que nadie como ellas cuidan de sus padres o de su hijo, no se fían de otros, o se sienten culpables si les dejan a cargo de otras personas, incluso de confianza.
Así algunas cuidadoras reconocen que estan agotadas y les encantaría descansar, evadirse por unas horas. Por otro, ellas mismas no se permiten hacerlo por exceso de responsabilidad. Y ocurre en alguna ocasión que la propia familia se aprovecha, a veces sin intención, de ese celo o culpa para no echar una mano y se forma un círculo vicioso. El cuidado de mayores o discapacitados puede tener muchas recompensas. A veces tus padres o la persona que cuidas te dan mucho cariño, te lo agradecen de algún modo, eso basta. O simplemente recibes la sonrisa de alguien que parece que no se da cuenta y sólo te sonríe a ti así. O ves cosas que sólo el amor y muchas horas de convivencia te permiten captar. También sabes que haces lo que tienes que hacer. Les quieres, y notar que haces su vida más cálida, mejor, es suficiente recompensa.
Sucede también que te ves reflejada en sus propias limitaciones de anciano o de discapacitado, te recuerdan tu humanidad, siempre necesitada de otros.
Creo que esa es la gran enseñanza de la ancianidad y la discapacidad: nos ponen delante de nuestra propia fragilidad, no sólo la suya. Y puedes hacerte más sensible, más consciente, mejor, si aprendes de esto, si lo incorporas a tu vida.
Lo más habitual en los cuidadores es una mezcla de sentimientos que te pueden hacer crecer y de otros que cuestan mucho y te pueden minar.
Hay ancianos acaparadores que todo les parece poco, otros que no se dejan cuidar, tienen mal carácter o la edad se lo empeora y lo pagan con el cuidador. Por eso hay que entrenar el carácter, para no acabar siendo un anciano difícil. Siempre me acuerdo de lo que le dijeron a San Pedro "algún día otro te ceñirá y te llevará donde no quieres ir..." Pues eso, admitir que nos van a ceñir, y, eso, con suerte. Y acostumbrarse a pedir ayuda, hasta cariño, y a depender de los demás sin absorberles o ser celoso es buen entrenamiento para la vejez. Nos pillará acostumbrados.
Sucede en alguna ocasión que, quienes visitan de vez en cuando al anciano, no llegan a entender el cansancio, el nerviosismo quizás, del cuidador. No se ponen en su lugar o, peor, juzgan qué debe hacerse o qué no, pero a la hora de apechugar ya no son tan protagonistas. Y pasa también que el anciano puede poner una cara de vinagre a quien le cuida todos los días y se deshace con el visitante. Esto sucede con cierta frecuencia y hay que estar al quite.
Por todo esto, una de los temas que se plantean las organizaciones que trabajan con ancianos o con discapacitados severos es ese "cuidar al cuidador". No en vano éstos pueden acabar literalmente rotos. Se pueden sentir además atrapados y culpables cuando desean huir de algún modo de la situación, liberarse. No deseas la muerte de nadie, pero querrías no sentirte con ese eterno peso encima. Porque a veces es como se siente uno, con una losa que no te deja vivir.
Por eso, aunque los cuidadores y las cuidadoras son ese sol de invierno, que no sólo dan calor sino que también iluminan con su ejemplo, lo tienen muchas veces muy difícil.
Y una llamada, una salida, un café, un "vete unos días, que me quedo yo", hasta un simple blog propio o ajeno (¿a que sí, Maripaz?) y muchas otras cosas son tan importantes.
"Be water, my friend" decía el anuncio con Bruce Lee.
Quizás no haya que ser como agua, que se adapta a cualquier forma.
Pero algo de su fluir nos puede enseñar.
A veces las cosas no fluyen. Quieres ser cálida, amable, tienes ganas de agradar. Pero no llegas a acertar. No estás oportuna, no atinas. Quizás haces daño sin querer. Tampoco refrescas ni provocas una sonrisa.
Es tiempo, como la marea, de retirarse de la orilla. Ahora hacia el mar de nuevo, atrás.
Se estaba bien bordeando esa playa, te atraía tanto. Bien que se lo has hecho saber, ola tras ola, día tras día.
Pero también estás a gusto mar adentro. Al fin y al cabo, eres sólo agua.
Has visto algo más de mundo, una playa grande con sus farallones. Forma parte de su belleza esa soledad de playa sombría, la profundidad melancólica de su fondo marino, abierta al mar y cerrada sobre si misma.
Supongo que cierta insistencia puede a veces ser una digna compañía de la voluntad, la fortaleza y la paciencia, todas ellas importantes para vivir o llamar a una puerta.
Pero, en otras ocasiones, algunas insistencias pueden ser empeño vano. O molestar, lo peor. Y eso, jamás: el undécimo, no molestar.
Creo que, como el agua, hay que sentir el terreno, reconocerlo. Quizás no es el lugar adecuado por el que entrar, pasar o pasearse. O no es el momento oportuno. O son otras aguas las que pueden bordearlo, más fuertes, más sólidas o más brillantes. Tanto da.
Como el agua, tendrás entonces que buscar el hueco, los cauces, por donde fluir de nuevo.
El agua encuentra un sitio siempre. Salta y corre hacia el mar por donde puede, no por donde quiere.
Pero fluye.
Llovió todo el día de ayer.
Lleva lloviendo días, ha nevado mucho también. Empapada está la tierra, ha calado el agua muy adentro. Fluyen ya con fuerza los arroyos en las faldas de La Maliciosa.
Oí cantar al agua esta tarde. Más que va a cantar esta primavera con el deshielo.
No he leído la ley de dependencia, no he tenido tiempo. Tengo la sensación de que en este ámbito poco se puede legislar. No es que no crea en los servicios sociales o en la necesidad de apoyo de la Administración, es que mi experiencia en este área me dice que la realidad es tan rica, variada y compleja que, incluso con buenas intenciones, el legislador, y luego el funcionario, a poco pueden llegar a veces, poco pueden afinar a menudo.
Hay muchas personas que llamamos "dependientes", cada vez más.
A aquellas que nacen con una determinada discapacidad severa o les es sobrevenida, se une hoy el número cada vez más creciente de ancianos. La esperanza de vida está en torno a los 83 en mujeres, 76 los hombres. Y es frecuente que los últimos años no sólo impliquen achaques, sino, en muchos casos, la imposibilidad de vivir solo, la necesidad de que te ayuden para las tareas más elementales, como vestirte o asearte, no digo ya cocinar, ir a la compra, etc.
Conozco bastantes mujeres que se dedican a tiempo completo o parcial a esto. Son lo que se llama "cuidadoras" habituales de sus padres ya muy mayores.
Mi amiga Marta, fiscal, volvió a Burgos a cuidar de su madre enferma. Se pudo permitir un traslado y, también, cierta ayuda en casa. El último año había noches en las que su madre no dormía y, en consecuencia, ella tampoco. Los últimos meses ni trabajó. Ha muerto su madre hace más de un mes y Marta se encuentra desubicada. Por lo visto es una sensación habitual entre quienes se dedicaron con tanta intensidad a alguien: de repente se encuentran con una gran sensación de vacío.
Maripaz también ha cuidado de su madre hasta el final. Fue una gozada oír su voz ayer, porque la voz humana es importante. Y porque decirle a alguien que sientes su pérdida pide hacerlo de viva voz, aunque sea por teléfono.
Hace años pude colaborar con Desarrollo y Asistencia, cuando estaba al frente José María Sáenz de Tejada, una de las personas que más admiro, siempre sin darse importancia, ayudando a los demás y con mucho sentido del humor, un señor. En DyA la mayoría de los voluntarios son personas mayores de 65 años que visitan a mayores de 75 en sus casas. Les acompañan, otras veces van con ellos al médico o a hacer algún recado, también están con ancianos que viven en residencias, con marginados. Desafortunadamente hoy en día ser anciano es estar en gran medida marginado. Como DyA hay otras muchas organizaciones.
Marta, Maripaz, los voluntarios de DyA son motivo de esperanza y de alegría, pienso yo.
Es como cuando sale el sol.
A veces, en medio de esta crisis, que no sólo es económica, ocurre cuando lees las noticias que no sabes quién es más malo o más tonto o las dos cosas (no hablemos ya de la televisión). Parece que hay pocos motivos para la esperanza o la alegría. Es entonces cuando hay que pensar en este tipo de personas. Y más: intentar verlas, hablar con ellas. Y el corazón se te esponja. Cuando el desánimo, por lo que sea, se abre paso, o surge la tentación de quedarse prendido en una visión de la vida pesimista y triste, que es hasta razonable, una se pone a pensar en estas personas y vuelves a tener fe.
Adjetivo que se aplica a la persona que regala algo propio, no comprado, habitualmente cuentos y retazos literarios, de modo generoso y por sorpresa, provocando el encanto, la emoción y el agradecimiento en los receptores de dicho regalo.
También se aplica al sujeto que ha recibido tal don literario, que se le escapa por los bolsillos sin poderlo evitar. En algún caso puede confundirse con manirroto literario (utilícese siempre de modo cariñoso).
Por ampliación, hoy se utiliza para aludir al acto de dar algo muy de uno sin darle o darse importancia alguna, hábito que a principios del siglo XXI comenzó a instaurarse y que provocó la muerte de las listas de bodas, bautizos, comuniones y la extinción de la tarjeta-regalo del Corte Inglés.
Una cuarta acepción alude a la magnanimidad del que comparte lo que ha recibido o tiene para disfrute y deleite de los demás.
El adjetivo admite la forma verbal.
Los ejemplos de utilización son muy variados:
1. Elena estaba ayer muy driver, nos acogió con jamón ibérico y puso toda la casa a nuestra disposición.
2. Nosotros driveamos mucho, nos parece mucho más elegante que comprar un regalo.
3. Mira mamá, me da igual que tú encuentres a Pablo demasiado driver, ya verás cómo nos las arreglamos y llegamos a fin de mes.
4. Charlize Terón driveó por la alfombra roja de Cannes (esto es, paseó su belleza así en plan generoso para deleíte y disfrute de propios y extraños)
-------------------------------------------------------------------------- Nota: Un ejemplo de sus regalos a modo de comentarios aquí.
Lo sé, ya lo publiqué en su día, pero hoy, en el cumpleaños de Driver-Diego y mientras él trabaja sin parar, no puedo menos que felicitarle así.
Y con una canción de la Pausini que tanto le gusta, por supuesto. Aunque un pelín cursi ya es, Diego ¿eh? Pero a tí se te permite esto y mucho más. Te entiendo, tan mona, italiana, dulce... en fin ;-)
No me lo esperaba. La vida era clara. Pero ha aparecido alguien. Y hay que saber quién es quién y dónde estamos cada uno.
Tana, cachorra de 2 meses, boxer. Brinca y no para un momento, salvo cuando duerme. Me sigue a todas partes. Sigue a mi ama a todas partes. Y no acaba de entender que aquí la antigüedad es un grado.
Mi ama está preocupadísima, quiere que nos llevemos bien.
Pero no es eso, Ama. Y Jesús Dorda te lo ha vuelto a recordar, gracias.
Porque me da igual su tamaño, que sea cachorrita. Si no asume su posición de sumisión ante la perra más mayor, cuando crezca podremos tener un problema, enfrentarnos de verdad. Por eso me porto así. Es mejor ahora, Ama.
La ignoro la mayoría de las veces. La ladro cuando se acerca demasiado. La saco los dientes si se acerca a mi comida o me sigue.
No tengo celos, no es envidia. Y ella tampoco me guardará rencor por un ladrido o un bufido. El mundo de los perros es más simple, Ama. Estará ella más cómoda también si sabe dónde está y su lugar, si no hay dudas desde el principio. No hay afectos y no nos hacemos daño, tal y como tu entiendes ambas palabras, afectos y daño.
No hay nada personal. Sólo perruno.
Tenemos que saber simplemente quién manda más, quién un poco menos y quién es el último. El jefe de la manada y luego todos los demás, que siguen una jerarquía. Come mi ama, como yo y luego comerá Tana. Llega mi ama y debe saludarme a mí primero, aunque Tana se haya meado.
Si la das atención primero a ella, Ama, no es que me duela, es que me sacas de mi posición. Me lo haces más complicado, y a ella también.
Es una cuestión de poder, Ama, cambia el chip.
Nota de Aurora: Agradezco mucho a Jesús Dorda sus consejos. Y a cualquiera sobre cómo demonios hago para que la perrita aprenda a hacer sus necesidades fuera. Siempre he tenido perros adultos. Tengo jardín y Olimpia siempre me pide salir, además de que andamos fuera todos los días. Pero con un cachorrito ¿cómo se hace? ¡Y a no morder cables, se va a electrocutar! La foto es de mi sobrina, Marta, con Tana en sus brazos y Oli detrás. Ayer chuletón y compañía. Gracias prima, Agustín, Carlota, Katia y Marta, por supuesto.