Me manda un amigo esto de Pablo Malo y me quedo rumiándolo. Me dice otro amigo al leerlo que la moral woke no es moral, sino moralina, que no confundamos.
Acabo un libro que he leído con cariño, no estamos para apedrearnos (yo, por lo menos, no).
Releo esto otro de Contreras Espuny, una de mis alegrías. Contreras cuenta con risas algo que ya me decía un amigo vallisoletano hace días. No hace falta ser escéptico ni cínico, pero sí moderarse en expectativas... y en desilusiones. Aquí Rocío Solís lo escribe más claro.
Que el nivel general ha bajado lo sabe cualquiera. Todo hoy se ha impregnado del lenguaje ese "al hilo de los tiempos", explícalo en 10 minutos como si de una charla TED se tratara, automotivación rala, recetas -recetitas- que provienen de ese modo de mirar yanqui, esos "haga amigos", "tenga éxito", "haga que le pasen cosas buenas", en fin, la lista es larga.
Es posible que ya las nuevas generaciones no entiendan nada si no se presenta así. Lo sé. Tengo un familiar al que le han regalado una tarjeta de adopción de un oso polar ártico tras dejar un trabajo. Así que así estamos.
La buena voluntad y los buenos sentimientos son importantes, pero con ambos a veces se han hecho las peores barbaridades. En otros casos, simples castillos de naipes. Y, sí, en otros, muchas cosas buenas.
Pero es que el We are the world, we are the children ha permeado en todos los ámbitos, y aún peor, el Imagine, ese espanto.
El mundo sigue adelante porque (mierda, me vuelve a salir esto, no es porque...) y hay muchas mujeres y hombres buenos que hacen cosas buenas todos los días, eso está claro. Creyentes y no creyentes, de todas clases. Y es verdad que hay que poner el foco en ello, ya bastante noche hay.
Creo, sin embargo, que a veces nos pueden sobrar ingenuidades y discursos del tipo "cambiar el mundo" (o sea, a mí, para empezar, me sobran los ODS, por poner un ejemplo, que me parecen un espanto por cursis y por cosas bastante más graves). Y más. Serpientes y palomas.
Me estoy acordando de alguien que quería ligar con chicas que no pretendieran cambiar el mundo y se iba al bar de la facultad de al lado donde estaban las menos concienciadas.
Lo terrible es que una puede ser un poco así también, cree que puede cambiar algo y se deprime cuando ve lo que considera una debacle, un tsunami. Grandielocuencia se llama. Pretenciosidad. Vanidad. Y, muy especialmente, ser boba. Por eso también vienen los bajones (hay de todo, pero también pasa).
Fue en los años 70 (que sí, que ya sé que la cosa viene de antes) cuando alguna gente sensata en España empezó a confiarlo demasiado al hacer, como los yanquis. Lo escribí en este relato corto. Nuestros abuelos eran más sabios.
Las herejías vuelven y se revisten. Nada nuevo pasa. Pero en fin, doctores y personas buenas y sabias ya hay.
El mundo sigue adelante por la Cruz que lo sostiene. Es un misterio muy grande.