(este cuento es un poco largo y forma parte de "Cuentos
del río, el puente y el arbolito" para niños... )
(esta es la historia que estaba
contando el chopo al puente y al río y que yo oí al despertarme de la
siesta aquella que me había echado y tomarme un segundo bocadillo porque tenía mucha hambre)
EL DÍA QUE PEDRO GARRO
VIO UN TUCÁN EN LA SELVA
Imaginemos el asombro, la sorpresa,
de aquel primer hombre blanco que vio un tucán en la selva, ese pájaro tan
bonito y tan extraño.
A mí me ronda la idea desde
hace tiempo que aunque fue Don Gonzalo Fernández de Oviedo[1] el
primero que escribe sobre los picudos[2], que así llamaron
al principio los españoles a los tucanes, posiblemente fuera un muchacho de los
que se enrolaron (enrolarse = “apuntarse”, se utiliza para expediciones y en en el ámbito militar) en las expediciones españolas al Nuevo Mundo
el que por primera vez viera a ese extraño pájaro.
Un muchacho procedente de un pueblo
perdido en Ávila, allá por la sierra de Gredos, por poner un lugar
cualquiera.
Y vamos a darle nombre y apellido,
Pedro Garro. Se llamará este muchacho así Pedro
Garro.
****
¿Queréis saber
más de él?: once años, moreno, con el pelo muy negro y los ojos muy grandes, parecidísimo
a su madre en todo eso, quien murió al dar a luz a una niña, María, la hermana
de Pedro, al cumplir él los seis años, volviéndose a casar su padre al poco
tiempo.
Estas cosas pasaban antes: morían
muchas mujeres al dar a luz y los hombres volvían a casarse si tenían hijos, porque solos no se apañaban.
Sería este buen chico hijo de
navarro y pastor como sus ancestros (antepasados), fuerte, pero delgado,
de esos Garro que se establecieron en la zona y trabajaron como cabreros[3] a
inicios del siglo XVI en Guisando, y que luego se extendieron por todo el
valle.
Pues bien, llegado el momento, y
ante los desaires (desdén, desprecio) de su madrastra, el muchacho habla con
su padre y éste, aún con dolor, pues sabe que hay batallas domésticas perdidas de antemano,
dándole su bendición y unos pocos dinerillos que guarda, lo despide tras hablar
con el cura del pueblo.
Y así, con unas
cartas de recomendación que el párroco le extiende, el niño llega a poder
embarcarse en la formidable expedición que comanda (lidera, manda) otro
Pedro, Don Pedro Arias Dávila, Padrarias[4], ya con setenta y tres años,
expedición que contó con cerca de veinticuatro barcos y más de mil hombres, que
parte de Sanlúcar el 14 de abril de 1514 y llega a Santa María de la Antigua,
en Panamá, el 30 de junio del mismo año.
Es la misma expedición donde
van Hernando de Soto, Diego de
Almagro, Sebastián de
Benalcázar,
el propio y ya citado Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernal Díaz
del Castillo[5], Gaspar de
Morales, Martín
Fernández de Enciso, Juan Vespucio y al
primer Obispo de la que llaman "Castilla del Oro", Fray Juan de
Quevedo,
predicador de su Majestad, el rey Fernando, pues la buena reina Isabel, nuestra
amada reina, ha muerto hace ya casi diez años. Que Dios tenga en su gloria a
nuestra reina (y que nosotros la veamos pronto beatificada).
***
Y me diréis…
… ¿No conocía qué era un tucán este
muchacho de pelo tan negro y tan delgado?
¿Y cómo lo llego a ver?
¿Y cómo fue el viaje en barco hasta
llegar a esa tierra?
¿Y por qué fue él, justo él, Pedro
Garro, y no fue otro hombre blanco, quien vio al tucán primero?
Son demasiadas preguntas para
empezar, así que iré a lo importante, que para mí son los pájaros y nuestro
muchacho, Pedro.
Dijimos que se llamaba el niño
Pedro, Pedro Garro.
***
Sólo os cuento que
este chico, como todos los pastores desde que el mundo es mundo, desde que la
tierra se ha inventado, son buenos observadores de la naturaleza y miran siempre
despacio.
Tienen mucho tiempo los pastores para mirar y pensar mientras miran, o para mirar mientras van pensando.
Y por eso aprenden tanto los
pastores, porque miran y tienen tiempo, que ambas cosas son necesarias.
Que es verdad que nuestro Pedro era
analfabeto (no sabía ni leer ni escribir, como tantos de la época), pero
en los largos días de verano, cuando el calor apretaba, él llevaba a las cabras
al lado de un arroyo para que bebieran y él bañarse.
Y allí, tantas horas muertas,
desnudo y tumbado en esas piedras grandes, Pedro veía al que hoy llamamos martín
pescador,
que es un pájaro entre azul y verde, y luego con mucho naranja, y que,
como su nombre indica, pesca.
Se queda quieto, muy quieto, el
martín posado en una rama. Y, de repente, como un rayo azulado entra en el
agua, y de allí saca un pez. Que a veces sólo llegas a notar una luz verdiazul
entrando y saliendo del agua si no estás tú atento mirando.
Y también
conocía bien Pedro a los abejarucos. Que os pongo
este ejemplo como otro pájaro de colorines que hay en España, ya que el tucán,
que es americano, tiene también colores vivos, y por eso viene a cuento que os
hable ahora de otro pájaro.
Y antes de ver a los
abejarucos Pedro los había oído cien veces cuando llegan en bandadas en mayo, o cuando se van en agosto, a finales del verano, para cruzar el Estrecho
de Gibraltar, camino de África.
Porque antes de poder divisarlos
los oyes: un silbo corto y constante, inconfundible, chillando.
https://www.youtube.com/watch?v=RTFufL5ZLYc&ab_channel=adalaves
Porque el abejaruco, que vive en
hoyos en los cortados, bien que anuncia que va o se vuelve. Y vuelan juntos
varios, no como el martín pescador, que es un pájaro independiente y solitario,
no. Los abejarucos siempre van en panda. Como los jilgueros. O como los rabilargos, todos juntos siempre andan.
Ay, Dios mío, ¡que me voy como los pájaros por las ramas!..., en fin, sigamos...
Y para no ser
condescendientes, ni tampoco ingenuos o hasta pavos, ya que de pájaros se
trata, os diré que aparte de mirarlos, y como han hecho los muchachos hasta
hace poco, al menos en mi pueblo, en España, nuestro buen Pedro bien que cazaba
los pájaros para comérselos unos, y otros como entretenimiento o ganancia. Porque
se pasaba hambre.
Los ponía luego en el suelo y los
iba contando, uno, dos, tres, cuatro, para ver con otros chicos quién era el
que más había atrapado. Con una honda lo hacía, aunque a veces con liga (que
es como un pegamento), si lo que quería era conservar el pájaro para que
cantara y no matarlo. Que así algunos los vendía y unos dineros se
embolsaba.
Bueno, a lo que vamos: que
nadie se crea que Pedro Garro era un ecologista, un conservacionista o un poeta
ni nada, porque no era el caso.
Era sólo un buen muchacho de su
tiempo.
Pues bien, hecha esta importante
precisión sobre la naturaleza y las circunstancias de Pedro Garro, sigamos.
***
Pedro se puso muy enfermo, como
tantos, en la travesía (viaje) aquella de dos meses y medio, y luego,
recién llegado a tierra, cayó otra vez malo, pero pudo hacer
conocimiento en aquel viaje de Don Gonzalo Fernández de Oviedo. Éste,
el ver al muchacho tan delgado, y, sobre todo, tan solo, decidió tomarle bajo
su amparo, de criadillo, vamos.
Porque Don Gonzalo Fernández de
Oviedo, que había vivido en Italia y conocido a gente muy principal (importante)
era bondadoso de natural. Y también pensó que aquel niño de once años, pastor y
de la sierra de Gredos, podría darle buen servicio en cuanto llegaran. Porque,
con todo, el muchacho parecía despierto y dispuesto con esos ojos tan negros y tan grandes.
Así que imaginémonos a nuestro Pedro
Garro junto a nuestro Don Gonzalo Fernández de Oviedo, niño uno, hombre el
otro bien barbado y ya muy viajado, cruzando una buena selva.
Pensadlo por un momento, por favor,
cerrad los ojos e imaginadlo.
***
Ríete tú de los bosques de Asturias,
tierra de los padres de Don Gonzalo. O de esos otros de las estribaciones (estribaciones
= bordes) de la sierra Gredos, de donde son los Garro.
No, señores, una buena selva en lo
que hoy llamamos Centroamérica, espesa y verde, húmeda, muy
oscura a veces, con árboles muy grandes, oliendo a podrido, con mil ojos
observando, ojos de animales... y ojos humanos.
Y allí que
estarían nuestro buen Pedro y Don Gonzalo abriéndose paso con algunos hombres
armados, unos jurando (diciendo palabras feas porque estaban cansados y
tenían miedo) a veces y otros, a veces, rezando.
A veces eran los mismos los que
juraban un rato y luego rezaban.
Pensad en el tucán en su nido en un
árbol, en su pico amarillo y grande, y en su lengua como una pluma que saca a
veces, en sus ojillos vigilando.
Pensad en nuestra Santísima Virgen,
que vela por los más pequeños y que a nadie desampara, españoles de todos los
tiempos, los indios de la selva aquella, el mismo Pedro, González de Oviedo, y
tú que estás leyendo, María no nos deja ni un rato.
Pensad en la ambición de algunos de
la época, también en sus hambres, tan diferentes... hambre de
algo que llevarse a la boca,
de aventuras,
de oro,
de gloria,
de honor,
o de almas...
Y en los indios, que estaban
también en esa selva, en sus pies descalzos, en sus adornos de plumas de
pájaros, en sus ojos muy negros tan parecidos a los ojos de Pedro Garro.
Y en los morriones (cascos) aquellos
de los soldados, aunque muchos otros de la expedición iban sin casco.
Y en esas enfermedades que
diezmaban (afectaban a muchos, diezmar es reducir una décima parte, se dice
en sentido no exacto) barcos y campamentos y que aún arrastraban algunos
como le pasaba a nuestro Pedro.
Y pensad,
también, en esa manía tan española de que todo quedara siempre registrado, y
gracias a la cual hoy los historiadores saben esto y aquello.
Porque Don Gonzalo, precisamente
Don Gonzalo, trabajó en llevar registro: ¡que todo se sepa por el puño y letra
de un escribidor que deja siempre constancia!
Y en esto,
Pedro, que aún no se había recuperado de unas fiebres extrañas, ensimismado (concentrado)
en sus pensamientos, recordando quizás a su madre -seguro que se acordaba-, a
su pueblo, a su padre, a María, su hermanilla, oye de repente como un silbido
diferente, raro, un trino que no ha oído nunca…
Fiu fiu….
https://www.youtube.com/watch?v=jTI-wYRu_i8&ab_channel=adalaves
Y entonces alza
la vista un momento, aunque no por mucho rato, porque tiene que estar atento al
suelo para no caerse, que en la selva no hay sendero y te caes.
Y lo ve allí en lo alto.
Ve a un pájaro pequeño como una
codorniz, porque no es más grande, como lo describirá luego Fernández
de Oviedo, y con un enorme
pico que
parece que le vence, más grande que el cuerpo es, con plumas negras, pero también
coloreadas.
Y Pedro se queda
por un minuto
asombrado ante
ese pájaro que ve por primera vez, preguntándose, aunque fuera iletrado, no
como Don Gonzalo, que era hombre de muchas letras y había conocido a gente muy
importante de España e Italia, preguntándose, digo, Pedro...
…cómo eran posibles ese pico,
esos
colores,
ese silbido…
…qué era ese animal que no se parecía
a ningún pájaro de los que él había visto antes...
Sin ser Aristóteles ni Plinio, ni
Linneo, ni Humboldt o Darwin (gente estudiada y que “sabe”), sin ser ni filósofo ni científico,
se queda en primer lugar sorprendido ante el tucán,
una maravilla
de la naturaleza, más de cuarenta especies diferentes, porque Dios nuestro
Señor se goza en la belleza de todos los pájaros, y en la del tucán, también porque
es pájaro, y a Dios le gustan muchísimo los pájaros y todos los animales (aunque
quienes más le gustan a Dios, a pesar de nuestros muchos pecados, son los hombres, que somos sus hijos, creados a su imagen y semejanza).
Y vosotros, que
estáis escuchando esta historia, creedme que fueron muchas las veces que
nuestro muchacho miró con asombro, y que no habría espacio aquí para contaros
todo lo que vio en América con esos ojos abiertos y grandes y negros, tan parecidos a
los de su madre y a los los indios, sus hermanos.
Y aunque su siguiente impulso,
como es el de los chicos cuando son chicos, no fuera quedarse
contemplando al tucán, así como muy quieto y callado (que es cosa que viene luego,
quizás con los años), y recordemos que, además, Pedro venía cazando a todo
pájaro que se le ponía por delante por hambre o por divertimento, nuestro
muchacho, que andaba al lado del buen Fernández de Oviedo, levanta el dedo
señalando y dice:
“Mire vuesa
merced, Don Gonzalo, que allí hay un pájaro bien diferente a los que llevamos
vistos, sí, allí arriba, donde la rama aquella, mire cómo saca ese pico grande desde
el nido y se defiende de los gatos[6]... si
quiere yo hago de atraparlo…”
Y así fue como
el primer hombre blanco y español que vio un tucán fue un chico de pueblo.
Analfabeto.
Pobre.
Huérfano de madre.
Enfermo y debilitado.
Asombrado.
Y a la vez, hambriento de muchas
hambres, ofreciéndose para atrapar al pájaro.
Como había hecho en Gredos con el
martín pescador, con los abejarucos y con otras muchas aves.
Y si queréis otro día os cuento más
sobre Pedro Garro.
*****
[1] Para
escribir este texto, y sobre Gonzalo Fernández de Oviedo, figura que merecería,
como tantas españolas, novelas, series, películas, he consultado las siguientes
fuentes.
· José
Pardo Tomás. Prólogo de José María López Piñero (2007): El tesoro natural
de América. Oviedo, Monardes, Hernández. Colonialismo y ciencia en el siglo
XVI. Ediciones Nivola.
· https://dbe.rah.es/biografias/9417/gonzalo-fernandez-de-oviedo-y-valdes
En cuanto a las obras del propio
Fernández Oviedo, en internet he encontrado digitalizada la obra “Historia
General y Natural de las Indias” y he podido consultar otras versiones (hubo
muy diversas ediciones) y, en concreto, ésta muy reciente del FCE a modo de
Bestiario de Indias: https://www.studocu.com/ca-es/document/universitat-de-barcelona/historia-de-bizancio/bestiario-de-indias-by-gonzalo-fernandez-de-oviedo-z-lib/17021605
[2] FERNÁNDEZ
DE OVIEDO Y VALDÉS, GONZALO (1478-1557) SUMARIO DE LA NATURAL HISTORIA DE LAS
INDIAS (Capítulo XLII- Picudos): “Una ave hay en Tierra-Firme, que los
cristianos llaman picudo, y tiene un pico muy grande, según la pequeñez del
cuerpo, el cual pico pesa mucho más que todo el cuerpo. Este pájaro no es mayor
que una codorniz o poco más, pero el bulto es muy mayor, porque tiene mucha más
pluma que carne. Su plumaje es muy lindo y de muchas colores, y el pico es tan
grande como un geme o más, revuelto para abajo, y al principio, a par de la
cabeza, tan ancho como tres dedos o casi; y la lengua que tiene es una pluma, y
da grandes silbos y hace agujeros con el pico en los árboles, por donde se
mete, y cría allí dentro; y cierto es ave muy extraña y para ver, porque es muy
diferente de todas cuantas aves yo he visto, así por la lengua, que, como es
dicho, es una pluma, como por su vista y desproporción del gran pico, a respeto
del cuerpo. Ninguna ave hay que cuando cría esté más segura y sin temor de los
gatos, así porque ellos no pueden entrar a tomarles los huevos a los hijos, por
la manera del nido, como porque en sintiendo que hay gatos se meten en su nido
y tienen el pico hacia fuera, y dan tales picadas, que el gato ha por bien de
no curar de ellos.”
Tomado de https://www.biblioteca-antologica.org/es/wp-content/uploads/2018/03/FERNANDEZ-DE-OVIEDO-Sumario-de-la-Natural-Historia-de-las-Indias.pdf. Pág. 48.
[3] Los
Garro efectivamente se establecieron en Gredos procedentes de Tafalla según
parece según esto https://tietarteve.com/i-encuentro-garro-gredos-17-junio-2018/, es cierto
que según dice ahí solo hay constancia registral a partir de 1525, así que he
cometido una pequeña imprecisión por quince años, aunque luego viendo otras
referencias bien pudo ser antes.
[4]La figura de
Pedro Arias Dávila, Pedrarias, del que nadie habla bien casi, es otra
interesantísima, he encontrado datos aquí https://pueblosoriginarios.com/biografias/pedrarias.html y
aquí https://dbe.rah.es/biografias/10209/pedro-arias-davila
[5] Al
parecer hay dudas de que Bernal del Castillo fuera en esta expedición, aunque
fuentes diversas lo nombran.
[6] Llamaban gatos a
un tipo de monos pequeños, gatos monillos de hecho los llamaban.