Largo paréntesis en este cuaderno motivado por trabajo, lecturas y estudio, además de otros temas. Había decidido volver después de las Navidades, pero hoy creo que es el día por si acaso los mayas aciertan. Y, sobre todo, porque tengo un enfado del veinte.
Lean esto, por favor. Es una conferencia de Jesús Fernández Villaverde que me mandó un familiar sobre la crisis y cómo salir de ella. Se lee bastante rápido.
¿Lo han leído? Estupendo, ¿no? Claro y fácil: un economista al que se le entiende con un diagnóstico sereno y apartidista. Y que nos da soluciones que nos cuestan, no recetillas ni bobadas. Tiene cabeza y es independiente. Por eso no busca cabezas de turco ni esa autocomplacencia tan española a veces... aunque señale las cosas buenas que tenemos. Que las tenemos, por supuesto.
Y ahora vean esto.
Increíble, ¿verdad? Me he echado a llorar de la rabia al verlo. Porque va a arrasar estas Navidades, lo presiento.
Me encanta Campofrío, Fofito y muchos de los humoristas... ¿pero es de recibo esto? ¿Alguien se cree que lo que nos hace falta es que nos animen como si fuéramos adolescentes deprimidos? ¿Ese es el nivel intelectual y de verdad que podemos soportar los españoles aún con una crisis como la que tenemos?
Tiene razón Jesús Fernández Villaverde en el punto 7 de la lista de problemas que él enumera. Y estoy pensando que es el más importante, como él mismo dice:
“Un alto segmento de la población no ha interiorizado lo grave de nuestra situación y seguimos sin tener un gran consenso nacional acerca del profundo conjunto de reformas que necesitamos para solucionar los problemas de España”.
Cabeza frente a soma, por muy bien intencionado que esté el último, por supuesto.
Porque muchos quieren seguir con el soma, el que sea, quieren que les mientan. O que les digan que la culpa es de.... Merkel, Zapatero, Rajoy, el capital, los mercados ... el que sea. Lo que sea. Mientras que no seanuestra.
Lo dicho: este país no tiene remedio mientras conferencias como la de Jesús no arrasen… y anuncios como el de Campofrío satisfagan a la gente. Somos lelos.
Creo que parte de la deriva de este país tiene que ver con que nos sobran teorías y sentimientos y nos faltan ideas y realidades.
Los manifestantes de las Cortes, por llamarles algo, creo que tienen muchos sentimientos, pero me parece que ninguna idea, o lo que yo tengo por tal. La pataleta, por muy justificada que esté, que lo está, si deriva en “vamos a tomar las calles”… ¿a qué lleva? A nada. Es infantil de cabo a rabo.
¿Hay propuestas razonables, ideas que las avalen? No he leído ni una. Y las que he oído -trabajo cerca- eran del tipo “Froilan, se bueno, apunta pa'tu abuelo…”. Es todo un esperpento, una astracanada, en el mejor de los casos con personas de buena voluntad que están muy hartas. Pero sin una idea detrás más allá del "estamos muy enfadados". Como el 15 M: otra deriva del descontento que ha dado en nada. Nada más que una algarada, porque no hay ideas reales, solo sentimientos.
Igual que los nacionalistas de Cataluña. “Nos sentimos…”, dicen. Pero no hay detrás una realidad que lo avale. Todas las cifras económicas demuestran que no tienen razón. Y las históricas más antiguas y más recientes también. Las recientes, además, por goleada. Pero es el uso denodado de un “sentimiento” que esgrimen -y han alimentado en una constante y subvencionada labor de ingeniería cultural- como si éste, el sentimiento, fuera la base de … ¿qué? Sin pies ni cabeza. La queja y el victimismo revisitados, les encanta. Como los niños, vamos. En eso se basan, no en nada ni objetivo ni real. Pero funciona, como funcionan los reality shows: hacen ambos la misma utilización artera de lo sentimental, habitualmente más falso que Judas, todo tramoya y espectáculo.
Vivimos la infantilización que da como resultado que el debate público en España, el que sería propio de los ciudadanos, haya sido tomado no por argumentos, propuestas, ideas en definitiva, política en el mejor sentido de la palabra, sino por una amalgama de gritos, eslóganes, tópicos, por sentimientos que arrojamos, que a menudo nos arrojamos. Y nuestra experiencia más cercana nos dice que cuando se arrojan sentimientos los españoles acabamos arrojándonos cosas más pesadas.
Con sentimientos no se hace la democracia. Se hace con razones, con propuestas, con ideas, hechas por personas adultas, no por niñatos.
No hay ideas. Y no las hay porque tampoco hay realidades. Mejor dicho, no hay ideas porque solo las que son de verdad ideas soportan la realidad, trabajan en ella.
Pero hace ya mucho tiempo que en este país se ha renunciado a la realidad. A lo que es algo y alguien, las personas, para empezar. Seguro que un filósofo lo explicaría mejor. Yo sólo sé que desde hace muchos años nos rodean muchas teorías por todas partes. Y que se han adueñado, ellas también, con los sentimientos, del debate, de la vida ciudadana.
Una idea funciona cuando aplicada a la realidad la resiste. Y funciona con otras ideas generalmente. Es conveniente que haya varias ideas equilibrándose las unas con las otras, jugando, en contraste.
Una teoría, en cambio, no resiste la realidad y, habitualmente, la pretende secuestrar. Pero la realidad es más tozuda y la desmonta o la rebasa. Aunque a veces la teoría, y esto es lo que hoy pasa, sigue erre que erre, empeñada en enmendarle la plana a lo que es, a la realidad.
Se dice que, cuando la gente no tiene hijos, suele tener una muy bien elaborada teoría sobre cómo educarlos. Y cuando los tiene deja de tener una teoría y pasa a educarlos. Con ideas y con suerte. Con paciencia.
Hoy hay teorías bajo la apariencia de ideas que puestas a trabajar en la realidad se estampan. Y nosotros erre que erre. Seguimos con esas teorías. Que quizás son pocas, pero arraigadas.
En enseñanza ya es paradigmático las teorías que hay … mientras que, en muchos casos, los que se curran la realidad, los profesores a pie de aula, se desgañitan diciendo lo que funciona y lo que no… y nada. No se les hace ni pajolero caso. Hoy son los teóricos los que sientan cátedra en casi todo.
Otro ejemplo que se me ocurre. Puede ser el caso de que votemos a un partido que ya no tiene ideas. Quizás hace mucho que dejo de tenerlas: no le interesaba esa batalla, la consideraban secundaria. Ya sólo tiene teorías en el mejor de los casos. Pero "teóricamente", tiene guasa, es… el partido que he votado siempre o casi siempre, el que defiende unas ideas,pensamos. ¿Pero de qué ideas estamos hablando? Muchos votamos por teorías, no por ideas, tal es el arraigo de lo teórico y nuestra resistencia a la realidad más palmaria que nos demuestra una y otra vez que no hay ideas ni interés en que las haya. Hasta que digamos basta y vayamos a buscar las ideas, no las teorías, a quien las tiene.
Lo dicho. No hay ideas. No hay realidades. Hay sentimientos y teorías.
Hoy en España los 2 grandes partidos mayoritarios y nacionales –y no digamos los nacionalistas vascos o catalanes o IU o la izquierda extraparlamentaria- hace mucho tiempo que están en las teorías unos, y en los sentimientos otros. Y algunos en ambos. Hasta que la realidad nos estalle a todos en la cara.
Me ha dado por comprar directamente al productor cuando puedo. Vivir en Ávila tiene muchas ventajas. Compro en Bramán (un nombre nada apropiado), en La Losa segoviana, la carne de vaca. Pretendo hacerme con la fruta y verdura del Tietar que hay en el mercado del Chico los viernes. Y he descubierto el queso de Cantagrullas, en Ramiro, Valladolid, ya he hecho 2 viajes.
Vi que en Fontiveros había una granja de pollos que parecía maja, "El corral de San Juan".
Mi primera experiencia con un pollo de corral fue inolvidable. Mi tía Tere, que en paz descanse, nos trajo hace muchos años, de Cantalapiedra o La Seca, ya no recuerdo, un pollo. Vivía yo con mi madre. Invitamos a mis tíos Gavilanes a comer. Nos las prometíamos todos muy felices. Pero nada. No pudimos hincarle el diente, ni el tenedor, ni el cuchillo. El pollo había hecho los 400 metros lisos, vallas, relevos, aerobic y lanzamiento de jabalina, un atleta. Nos tuvimos que arreglar con el otro, un pollo "industrial", que repartimos entre... ¿8 comensales? Ahí quedó la cosa. Bueno, no, un verano Elisa mató delante mío en Carnota una gallina que nos regaló. Nunca olvidaré la sangre. La cocinamos y salió mejor, pero todavía no estaba como creo que tiene que estar un ave.
Yo no me rindo tan fácil. Tampoco olvido. Sin rencores, pero me la guardaba para más adelante. Creo, además, que un pollo o un animal criado, como pasa con las vacas de Bramán, en un sistema no intensivo resultan mejor y más sabrosos, aunque a veces haya que buscar otro modo de cocinarlos, encontrar el punto exacto. Comprar lo que comes sin intermediarios me da más alegría si cabe. Me gusta el campo y hasta la matanza, que me recuerda que, para que yo coma, alguien tiene que matar antes, no se pone solo en el plato. Una forma más de confirmar que la vida mancha.
¡Qué bonita la granja que vi en las fotos! ¡Qué bien que las gallinas y los pollos tengan su espacio! Y ahí que me fui hace 2 semanas.
M estaba pachucha con una gastroenteritis, y tengo que trabajarme el no acabar resultando ser una madrastra, que es lo que soy. Mira que me gusta poco el nombre de marras, es que suena mal con solo pronunciarla. Así que pretendía también hacerle un buen caldo que recordara antes de irse a Londres. En fin, eso, al amor por la cocina o como se haga.
Llegué a Fontiveros ya tarde. El dueño del corral, Bernardo, salía del bar. Vamos a un patio. Me saca el animal… Y aquello ya no era un pollo. Era todo un señor gallo grandísimo, más de 4 kilos, ¡y un año! El servicio militar hecho, vamos. Pero nada, ya no iba a decirle que no. Por lo visto, para que sean más pequeños, de 6 meses o 7, hay que avisarle con tiempo para que te los mate.
Llamé a mi amiga Begoña, cuyo marido me ha prometido una gallina en pepitoria sin que hasta el momento, ejem, se haya materializado. Le conté mi hazaña. Se puso Agustín al teléfono para darme instrucciones de cómo cocinarlo. Luego llamé a Miriam para contarle lo mismo y a más gente. Me gusta sentirme apoyada.
Olimpia en la parte de atrás del coche me miraba como solo sabe mirarme mi perra, con cara de ¿pero qué haces? Llegamos a casa. El gallo seguía siendo enorme, no había disminuido nada con el viaje. Me daba una pereza enorme cocinarlo, porque además estaba entero, de una pieza, sin limpiar, con su cabeza, sus patas, todo. Eso sí, muerto y desplumado. Podría haber sido peor, como los pavos que regalaban a mi abuelo, que había que matarlos (se emborrachaban antes). Lo guardé hasta poder enfrentarme a él, sentimientos encontrados, que dicen. Me daba entre pena de verle ahí, tan cadáver, pereza por el trabajo y, a la vez, le tenía ganas.
Al cabo de 1 día me llené de ánimo y lo saqué a la nevera que se descongelara poco a poco. Había que limpiarlo y despiezarlo bien, en trozos lo más chicos posibles. Cogí el cuchillo más grande de casa. Y en esas entró M en la cocina, la pobre.
Ver a tu madrastra cuchillo en mano luchando y jurando en arameo porque no puede con un gallo (que ya está muerto, pero que es muy grande y tiene la piel como cuero) supongo que es una experiencia inolvidable. Quizás comparable a la imagen de una madrastra de cualquier cuento de hadas.
Pero pude con él y cociné el gallo.
Seguía mala M y tomó su caldo varios días.
Destetamos a su gata, Arya, con un poquito de gallo que le gustó muchísimo.
Hice croquetas y caldo en abundancia. Comimos nosotros 4 un día, congelé el resto. Queda gallo todavía para otros 4.
Fontiveros es donde nació San Juan de la Cruz. A él me encomendé porque la mística y la cocina no están tan lejanas. Volveré de nuevo.
Está muy rico el gallo en pepitoria hecho en olla expres, frito antes, bien rebozadito en harina, y la pepitoria a la vieja usanza, con la yema de huevo y las hebras de azafrán, las almendras machacadas y su vino blanco o montilla, lo que haya.
Me está gustando lo de vivir en Ávila.
M nos ha dejado a Arya. Joaquín, el veterinario no pudo vacunarla porque era muy chica.
La gata me mira raro cuando le doy la comida de los gatos. Creo que ella prefiere gallo de Fontiveros en pepitoria como su abuelastra lo hace. Al fin y al cabo es posible que yo no sea tan mala. Aunque cuando crezca la gata quizás solo me falte ya la escoba y el gorro negro y alargado.
Mercedes y Rafa, los habitantes del Palomar y libreros en Urueña (El rincón escrito), me recomendaron hace tiempo "Flush" de Virginia Woolf. Me hice con la novela de segunda mano a través de Iberlibros, un ejemplar para mí y otro para Joaquín, el veterinario de Olimpia y Arya. Hay libros que parecen hechos para personas concretas, y éste es uno de ellos.
"Flush" cuenta la vida del perro spaniel del mismo nombre que vivió con Elizabethe Barret, escritora y luego casada con el poeta Robert Browning. Flush nace en el campo y es regalado a la poeta cuando era Miss, no Mrs., estaba enferma y apenas salía de su cuarto, donde se pasaba todo el tiempo escribiendo. Así que el primer cambio de vida de Flush es habituarse a vivir entre cuatro paredes, con sombras, bustos de escritores griegos, y un ama muy lánguida y que no come apenas. A pesar de semejante encierro Flush acaba adorando a su dueña.
Afortunadamente, a los pocos años entra en escena un caballero que hace que la escritora se anime y empiece a salir de su cuarto, aunque al perro no le acaba de hacer ninguna gracia aquel sujeto y llegue a morderle. Tras resolver el secuestro de Flush, el poeta se acaba casando con Elizabeth en secreto, todo muy romántico.
Huye la pareja a Italia donde Flush descubre como todo inglés que se precie que el sol y el caos apetecen mucho más que las brumas y el orden londinense. Elizabeth da a luz a un niño, otro competidor al que Flush acaba queriendo porque él es otro modo de ser ella. Vuelven a Londres de visita, y vuelta a Florencia. El final es el de siempre.
Lo mejor de Flush no es lo que pasa, sino lo que el perro siente, el modo en que está escrita esta biografía perruna. Porque es la vida desde el olor, desde lo más físico que tenemos, a través de las sensaciones y ese afecto y unión singular que un perro establece con quien es su dueño. Y en medio de todo ello, un humor fino y un tanto escéptico. Y esa melancolía que da mirar a los ojos a tu perro sabiendo que conoce muchos de tus recovecos y está destinado, como tú, a la vida y a la muerte, por eso sentimos una mezcla de alegría y tristeza.
Primer día de otoño oficial y realmente. Hace mucha falta que llueva.
Este verano que ayer terminó ha sido intenso. La vida familiar pide tiempo. Y el trabajo, cuando lo hay, no espera. Y esas son las razones de mi ausencia.
Tengo una larga lista de pendientes: libros que leer, recetas que hacer y trabajos que terminar y cuadrar en la agenda. También personas que quiero conocer mejor y otras muchas que no quiero perder a pesar de no tenerlas ya tan cerca.
Sigo soñando con la casa. Mi madre soñó con aquel bajo de Antonio Arias durante años. Yo, instalada en el insomnio de nuevo, voy y vengo como en un viaje astral a Padre Damián 29, tercero derecha. El espacio permanece, los muebles, los objetos, y el olor y los colores fresas y verdes. Son visitas nocturnas en las que me paseo y vivo allí como siempre. Luego le pido a Gonzalo entre sueños que me abrace fuerte. Al día siguiente me levanto sin tristeza.
No he salido este verano apenas. Sólo he ido y vuelto muchas veces a visitar lo que sigue siendo nuestro para siempre.
Es lo primero que te dicen cuando das clases, que la hora no
es tal, que son 45 minutos lo que tiene que durar como mucho. Y la advertencia que a veces
te hacen: “Que sepas que los alumnos desconectan a los 15 o 20 … ”.
Entras en la clase con miedo, con la sensación de que hay que acabar pronto,
“Dai, dai, que hay prisa”, como la vieja del anuncio de la Asturiana.
Se nota en todo. En las homilías de los domingos no
aguantamos, nos revolvemos en el banco, “qué pesado es este cura, qué pelma”… En las conferencias casi todo el mundo
consulta el móvil, no estamos atentos. Y, por supuesto, en la televisión, donde
cualquier debate al final no resiste a un tertuliano que utilice más de 59
segundos en decir lo que piensa.
Digo yo que algunas ideas u opiniones no pueden ser expresadas
de modo tan breve. Al final es el eslogan lo que vende y no el matiz, que exige
siempre tomarse un tiempo. El matiz en lo que sea es lo que tantas veces hace la
diferencia y dota a un argumento, a una opinión, de riqueza, de verdad en
definitiva, me parece. Y para el matiz no se puede hablar como una metralleta,
hace falta hablar despacio. Y que escuchemos, claro.
También es cierto que el arte de hablar en público parece
que no es lo nuestro. No hay más que comparar un simple discurso de un presidente
de una empresa del Ibex 35 con una del índice selectivo británico o un
directivo de una gran compañía estadounidense. Los españoles somos serios
hablando, no serios, graves y aburridos hasta la muerte. No hacemos un guiño al
público, soltamos nuestro rollo habitualmente y hala, que aguanten. Pero esto
es cuestión de otro tema. Hoy esto va de escuchar y no de hablar, que tampoco
sabemos.
Es lo primero que le dice Dios a su pueblo: “Escucha, Israel”. Se repite varias veces en el Antiguo Testamento. Se ve que al ser humano le cuesta, que hacemos oídos sordos
o vamos a nuestra bola en cuanto podemos. Es la queja eterna de algunas mujeres “Tú nunca escuchas...”. Los hombres no se quejan, pero lo acusan. Lo notas en una reunión de trabajo, o compartiendo mesa y mantel, simplemente no nos escuchamos. ¿Cómo vamos a escuchar nadie si estamos todo el día con el ruido de fuera y el
de dentro constante?
Hay tantas voces, tanto entretenimiento, tanto ruido en
definitiva, que escuchar a quienes tenemos cerca, o a quienes tenemos muy lejos
y pueden decirnos algo que valga la pena, nos cuesta. Porque hablan en voz baja
a veces. Unos por estar muy cerca, los otros porque el pasado sobre el que
estamos sentados nos suele hablar en susurros en comparación con el presente que
suele ser más vociferante.
La impaciencia, el monólogo interior de contarnos todo el
rato por dentro o de contar a los demás un yo eterno que se da vueltas y más vueltas, porque quizás se siente, precisamente, que nadie le escucha, puede
explicar el círculo vicioso de monólogos que se suceden. Facebook, twitter, lo
que sea, son a menudo monólogos entrecortados.
Y caes en la cuenta que es otra señal de los bárbaros de
ayer y de siempre.
Entumecidos por la sonoridad hueca de la verbosidad, por la
rapidez o brillantez del argumento, o por la voz más alta, no por la verdad, aturdidos por el simple martilleo de tanto
ruido, es difícil no ya escuchar sino oír simplemente.
Ha muerto Nora Ephron. Quizás muchos no sepan quién era, pero
sí conozcan su trabajo. Los guionistas son a menudo los menos populares
del mundo cinematográfico. Aunque no hay actores ni
director, por muy buenos que sean, que salven un mal guión. O eso dicen, ¿no?
Ephron fue una buena guionista y, además, productora y directora,
pero fundamentalmente lo primero. Escribía con gracia, con encanto y
sello personal. “Cuando Harry encontró a
Sally”, “Tienes un email” y “Algo para recordar” están para demostrarlo, como
también “Silkwood”, ahí un drama, y otros
títulos, algunos menores en comparación con los anteriores. También los grandes
tienen sus irregularidades. Su última pelícua, que remontó el desastre de “Embrujada", “Julie & Julia”, trataba sobre cocineras y cocina, una película amable y muy entretenida.
Creo que no es desdoro decir que Nora tocó sobre todo un palo maravillosamente bien,
el de la comedia romántica. Y lo hizco antes de que fueran esos churros hechos por
encargo y todos iguales que hoy nos sirve Hollywood, habitualmente un espanto: ya sabes qué va a pasar, los personajes son romos y previsibles, un auténtico aburrimiento plano. No me extraña que los
chicos no vayan al cine a ver semejantes bodrios.
Como Nancy Meyers, otra maestra del ramo, Nora Ephron afilaba bien su lápiz, se lo curraba, sabía que no hay nada peor que pasarse
con el azúcar. Ni con el azúcar ni con nada, no hace falta. Y al final demostraba
que no hay mejor romántico que un cínico que se trabaja.
Tenía además un don que hoy se echa mucho de menos cuando las mujeres escribimos: no ir de eterna
víctima al escribir, no pasar factura al género masculino en bloque, mostrar a través de sus personajes algo de la guerra
de sexos donde ambos no salimos muy bien parados y no pasa nada. Las chicas
listas no piensan que son las únicas listas de la clase o las más listas...
Nora Ephron tenía en definitiva capacidad para el matiz, tenía mirada, por
eso era tan buena escribiendo guiones.
Hizo en definitiva, y aún siendo injusta, cierto chick lit
cinematográfico de altura con la inteligencia de una auténtica newyorquina y bastante más glamour que iconos posteriores de
la ciudad como Sarah Jessica Parker, otro espanto.
Nora no. Nora era ese tipo de mujer muy brillante, inteligente
y terriblemente rápida. Como lo eran sus diálogos, otra habilidad que dominaba y que nos ha
dejado escenas memorables que han pasado a la cultura popular.
¿Un palo solo? ¿Pocos registros? Es posible, pero ¡qué bien
tocaba ese palo!
A veces no hace falta más, con hacer algo muy bien ya basta.
Quisimos mucho a Nora porque nos hizo reír haciendo algo que
hacía muy bien y que no es nada fácil.
Descanse en paz, Nora Ephron.
PS: El vídeo es en un homenaje a Meryl Streep. Tiene muchísima gracia.
Es inevitable casi. Está en las ciudades, pero también en los
pueblos. En los restaurantes, porque nadie se ha ocupado de insonorizarlos. En los bares, con la televisión siempre encendida, hay
que subir el tono de voz con el resultado de que acabemos a gritos todos. En la
calle, donde al ruido de los coches se suma la horterada de llevar a todo trapo
la música con las ventanillas bajadas. Porque además hay música –es un decir- en
todas partes, habitualmente demasiado alta, otro incordio.
Somos un pueblo ruidoso, de personas que no hemos sido
educadas para hablar y, menos , para hacerlo
en un tono de voz razonable, sino para imponernos al otro a menudo interrumpiendo
y al final a grito pelado. Es otra señal de los bárbaros que dice mucho de nosotros, de
nuestra idea de lo público y de lo privado.
En verano se hace más insoportable. Porque con el buen tiempo quieras o no tienes que tragarte el ruido
salvo que tengas aire acondicionado y puedas cerrar las ventanas. Porque además
hacemos ruido a todas horas, sea mañana o noche. Hay muchas
personas que literalmente no pueden vivir donde tienen su casa porque nadie
respeta las ordenanzas municipales. Habitualmente tenemos que celebrar algo o
protestar por algo con ruido, con mucho ruido, si no es como si no celebrásemos
o no protestásemos.
No quiero pensar que todo tiempo pasado fue mejor, pero no
recuerdo tanto ruido en mi infancia. Había menos ruido,
o éste no era tan constante. Y había horas sagradas, como la de la siesta, que
se respetaban. Y lugares donde te
chistaban si hablabas, y no solo cuando lo hacías en voz alta: en la iglesia, en la clase, cuando asistías a un sitio importante .... Hoy todo esto es agua pasada, la gente habla y lo hace además en voz muy alta. Pero ahora, además,
los adelantos tecnológicos, incluso
aunque no impongas su ruido a los demás, suponen un run run interior a veces
constante: con ipod o radios conectadas somos como zombies en mitad de la calle. Hay
quien no está en silencio ni cuando duerme.
Tener un teléfono móvil es otro ruido al fin y al cabo si está permanentemente funcionando. Y lo es más si
tienes en él el correo electrónico, incluso aunque esté insonorizado. Es un
ruido interior que no permite la concentración, que te hace consultar cada poco
y no estar donde estás o con quien estás. Creo que sé de lo que hablo, es
una adicción que cuesta quitársela.
El ruido es un distintivo claro del bárbaro. El exterior parece evidente, pero el interior creo que es aún más salvaje. Es el mejor modo de
impedir que podamos mirar y escuchar lo que pasa, de insensibilizarnos.
El trayecto en tren Madrid – Ávila tiene unas cuantas paradas. Antes y después de cada estación, se ven algunas tapias. Suelen estar llenas de pintadas. No hay casi valla que se salve, especialmente
si acaban de pintarla de blanco. Pero también inundan las pintadas los muretes
de ladrillo o los de cemento, y se extienden a veces hasta el mobiliario urbano y a los vagones de trenes operativos o ya abandonados.
Creo que no hay pueblo que no ofrezca ese estampado abigarrado y habitualmente sucio dando la bienvenida al visitante.
Nunca he entendido ese afán. De hecho, me enfada.
Me recuerdan algunas pintadas a esas puertas de cuartos de baño de bares o
estaciones de servicio de mala muerte donde alguien, mientras se desahogaba, tuvo que dejar su impronta, palabras o trazos, quizás como parte del esfuerzo fisiológico, otra variante. Te imaginas en ese hueco, habitualmente incómodo, a quien escribió esa vulgaridad, o esa simple bobada, dejando su impronta, su marca. Y posiblemente orgulloso de su hazaña.
Andando el sábado de Villeguillos a Alcazarén, seguí dando
vueltas a las pintadas, una de las 12 señales de los bárbaros que le contaba el
otro día a Javier Santamarta en su muro de facebook.
El afán de llenar algo que está en blanco es ancestral, como
lo es la necesidad humana de poder expresarse o comunicar con alguien. De decir aquí estoy, soy, tengo que decir algo, una palabra, mi palabra. ¿Alguien me escucha? ¿Hay alguien ahí a quien le importo algo? Somos a menudo en
la medida en que somos para alguien.
Pero ni el silencio ni el blanco son un vacío que necesite ser llenado. Ambos nos hablan.
Hacer que la palabra sea alabanza del silencio no es fácil. Como tampoco lo es que una pintada sea alabanza del blanco.
Llevamos todos muy dentro la señal del bárbaro. Hay un tipo de soledad, dura e inhumana, que hace que éste
se levante armado con un spray o tecleando. Tras el garabato o la verborrea puede haber un yo que pregunta desesperado si hay alguien. Yo no creo estar a salvo.
Quedamos JM y yo para ir a la Feria del Libro en Madrid una mañana laborable. Pensamos que hará más fresco y estaremos más tranquilos. Pero hace ya calor y hay bastantes visitantes. Corren grupos de escolares con camisetas rojas buscando pegatinas o algo, andan parejas de amigos como nosotros, se ven padres y madres que empujan un carrito de bebé, también paseantes solitarios y algunos extranjeros. Creo que se nota mucho el paro. Al fin y al cabo, es un día de diario relativamente temprano.
Tenemos la intención de pararnos en las casetas de editoriales que nos interesan, no se puede abarcar todo. Pero hay en la Feria, como en los toros, un tendido donde pega más el sol para quienes andamos. Así que, al final, sin pretenderlo, acabamos deteniéndonos más en el que parece que hace más fresco.
Hablamos JM y yo de lectores que no pueden dejar un libro una vez empezado y de otros que, sin compasión, lo dejan tirado si les aburre; de quienes vuelven a un libro como si fuera un mantra, de los que no releen jamás; de quienes prestan libros, mientras hay quienes nos los dejan porque saben muy bien lo que a veces pasa; del modo de ordenarlos en la librería de casa, de llevar un registro sobre lo que tienes... En fin, de algunos hábitos de lectores, siempre tan variados.
Nos acercamos a Errata Naturae. Quien atiende es tan encantadora, que no hay más remedio que comprar algo. Atraen no sólo algunos títulos sino, además, las portadas de David Sánchez. Al final es Perros, gatos y lémures. Los escritores y sus animales. Hace ya tiempo que quiero hacerme con Flush, de Victoria Woolfe. Rafa y Merce de El rincón escrito en Urueña me lo recomendaron. Me parece que lo encontraré de segunda mano en Uniliber o Iberlibros o quizás en alguna de las bibliotecas de Ávila.
Pasamos por Gadir, pero no me llevo Corazón de roble de Roberto Escapa, creo que alguien de mi familia puede prestármelo. En El Zorro Rojo abrimos un par de libros con esas ilustraciones tan bonitas que tienen, pero no compramos. Me llama la atención al pasar por una editorial que no conozco, Kailas, Conversaciones en Silos, donde Jesús Fonseca entrevista a Victor Márquez Pailos, prior de la abadía benedictina. Lo hojeo, pregunto el precio y me lo llevo. También me quedo mirando La Cultura de la Cursilería en Antonio Machado. JM compra un libro de Marta Nusbaum.
JM me regala La civilización del espectáculo de Vargas Llosa publicado en Alfaguara. Yo a él Historia de una desconocida de Zweig, uno de esos libros con Jane Eyre, La Isla del Tesoro, La leyenda del Santo Bebedor y otros que son como de la familia en mi casa. Veo obras de Lajos Zilahy, no sabía que se hubiera vuelto a editar. Es otro de los clásicos de la juventud de la generación de mis padres, como lo fue Zweig muchísimo antes de que El Acantilado volviera a reeditarlo en España.
Una pequeña editorial segoviana, La uña rota, nos hizo pararnos por los títulos y por la calidad de edición. Me llevo algo pequeño, Visita al profesor Kant de James Boswell. Me hace reír el editor con sus libropinchos, una idea con gracia que llevan a cabo en Segovia en colaboración con bares.
No hay duda de que algunas editoriales -no sé si llamarlas pequeñas o independientes, no es fácil encontrar el adjetivo adecuado- son también como los libreros, los últimos románticos.
En MenosCuarto se nos van los ojos a ambos. Me decido aconsejada por la encargada por Siete novelas cortas de Carmen Laforet, solo he leído de ella Nada. JM se lleva Los ojos de los peces de Ruben Abella, hablamos de Neuman pero no compramos nada.
A los de Páginas de Espuma les han colocado tan al final -es por sorteo la situación de los expositores- que llegamos ya casi agotado el presupuesto y con bastante peso en las bolsas. Comenta quien nos atiende que no somos los únicos. Dudo entre Escribir ficción y Criticar ficción, ambos de Edith Wharton, al final me quedo con ambos.
Nos quedamos sin visitar o pararnos más tiempo en Periférica, Libros del Asteroide, El funambulista, Impedimenta, Veintisiete Letras (que publicó Estación de Lluvias de Javier Vásconez, de lo mejor que he leído hace tiempo) y un largo etcétera. El calor aprieta y la hora se nos echa encima.
Es el momento de tomar una caña a la sombra antes de volver al trabajo.
Tren va y tren viene, hora y media de viaje de ida y otro tanto de vuelta. Pero es primavera y no importa nada. Después de las amapolas y de que brotaran los árboles que G. y yo creíamos muertos, ahora es el blanco de la jara que salpica la sierra. Y algunas retamas, amarillas ellas, más puntuales. El cantueso o la lavanda, que brotó en el sur hace ya muchas semanas, rompió hace unos días. Todo pasa dos meses más tarde aquí, en Ávila, una primavera perezosa y rápida como una exhalación, ya comienzan a secarse algunos prados. Hace falta agua.
Leo y leo, aunque me dijo JMJ que no hay que leer mucho, sino leer bien. La bibliotecaria de la Jiménez Lozano me comenta que poca gente saca los libros del autor que da nombre a la biblioteca. Amablemente me escribe a mano la lista con las signaturas.
Leo "Los compañeros" y me estremezco: triunfo o lo que se dice que es triunfar, o sea, tener dinero, reconocimiento, éxito en plan yanqui, frente al pasar inadvertido o ser olvidado, tener una vida desgraciada, con dificultades económicas o sentimentales, ser, de nuevo como dicen los yanquis, "un fracasado", a loser. Y esa figura del cura que deja la sotana y acaba desquiciado, el horror por las barbaridades que vio, la complicidad por el miedo, siempre tan humano. Hay otro espanto: saberse uno capaz de la crueldad, ser víctima y a la vez poder ser verdugo, reconocerse verdugo de algún modo. O de la mezquindad, que el ego acabe sacado de madre. El escritor, ese "autor" que el mismo Lozano tanto teme ser, descrito al detalle, quizás se le vaya la mano con el personaje.
Al leer "Los cuadernos rojos" del mismo Lozano, sus diarios, o más bien notas, escritas del 73 al 83, se entiende por qué escribe esa novela, como algunos de sus cuentos, que también acabo y que están reunidos en "Los objetos olvidados". "El grano de maíz rojo", "El escopetazo", personajes como Obdulia, Rosalía, todo un mundo efectivamente olvidado. Es religioso en el sentido profundo de la palabra. Y castellano. La muerte no forma parte de los más vendidos o de los más prestados de esta temporada, no me extraña nada.
"Nada, nada, nada, nada...", la retahila de San Juan de la Cruz que Jimenez Lozano reproduce en "El mudejarillo", esas palabras en mitad del monte, el dibujo, su letra apretada.
Anécdota que cuenta en sus diarios: al inaugurarse el monumento, al parecer muy feo, en Fontiveros a San Juan, hubo un menú para las autoridades presentado como "Menú que los ricos comían en época de San Juan de la Cruz".
Para desengrasar, Cunqueiro y "Merlín y familia", prodigio de cuentos, uno dentro de otro, y otro dentro de otro. Es inagotable. Galicia en vena, Miranda, Velbis, un mundo fantástico de sirenas, encantamientos, objetos mágicos, doncellas, pedos del diablo. No recuerdo quién me lo recomendó. Tengo que parar de vez en cuando y buscar en el diccionario, estoy como con la Señorita Amelia cuando tenía 10 años, que nos animaba a señalar cada palabra que no entendíamos y luego a copiarla con su significado.
Leo La Razón ayer y me encuentro con la noticia de que Clarice, nigeriana, dio a luz en la cola del INEM en Madrid a un niño ayudada por una médico brasileña, Simone, que también estaba allí esperando.
No sólo es que mayo esté radiante de camino a Madrid por tren desde Ávila, que lo está. Quien tengo enfrente en el tren no puede ni leer, como a mí me pasa, las dos absortas pegadas a la ventana. Cuando el campo está así no hay ni Jimenez Lozano que valga. Pero es algo más que esta primavera de Castilla que, como llega, tarde y seguramente corta, no quieres que se te escape.
Simone Saurim, la médico brasileña con 5 idiomas que está en paro, y a la que entrevistan muy brevemente en el periódico, cuenta que ha recibido ofertas de la televisión, naturalmente para salir a contar qué pasó, qué hizo, quién es, etc... En fin, el circo mediático al que la tele nos tiene acostumbrados.
Pero ella se ha negado.
"Yo solo quiero trabajar, no quiero ser popular..."
Es más, añade sin darse importancia que "Clarice lo tiene peor. Los médicos, como todos sabemos, disponemos de una facilidad mayor..."
La mujer nigeriana a la que ayudó a traer el niño en plena cola del INEM es madre de 6 hijos. Y tampoco tiene trabajo. Está casada con un pintor también en paro.
Sale en el periódico la foto de Clarice en el hospital con su marido al lado y en los brazos de él el niño. El padre mira con ternura al pequeño al que han llamado Inem, tiene su gracia.
Sale también en otra foto Simone, 33 años, la médico psiquiatra, sentada tranquilamente con unos libros de fondo.
Hay motivos para la esperanza.Y no solo porque este campo con su verde primavera de Castilla te haga olvidar la prima de riesgo, el desastre de país, las facturas que no se pagan y las dificultades laborales ajenas o cercanas.
Hay motivos sobre todo porque hay personas como Simone que son dignas y admirables. Y no se venden por un plato de lentejas a pesar de tener dificultades.
Hay motivos también porque un niño llamado Inem es acogido por sus padres con una paz y una confianza que desprenden ambos que es realmente envidiable.
Estuve a punto de tirarlo al punto limpio, andábamos mi
hermano y yo tirando las cosas de la casa de mi madre. Vaciar la casa materna
es algo muy duro. Y además bastante laborioso, hay que dividir y separar: lo
tuyo, lo mío, lo suyo, lo de ellos, lo nuestro, lo que queremos dar, vender, tirar.
En el punto limpio te encuentras una curiosa taxonomía del mundo: muebles, metales,
plásticos, electrónicos, envases, dvds, radiografías. Hay categorías claras,
pero otras son complicadas. Está claro que es un plástico, aunque hay plásticos
duros y blandos. Pero ¿y un enser? ¿Qué rayos es un enser?
Es una cinta de metro, como tantas, amarilla, de costura,
150 centímetros enrollados como una serpiente. Iba a tirarla junto a 200 cosas
más: trapos, agujas, retales, ceniceros, cerámicas, cestos, macetas, apliques,
cacharros. ¿Qué es un cacharro? ¿Alguien sabe qué es un cacharro?
Es increíble lo mucho que tenemos y lo poco que sabemos de
las cosas que nos rodean. Cuando llega la hora de colocarlas en su sitio, de
clasificarlas, qué es la operación básica de todo hombre de conocimiento, de
todos los coleccionistas y naturalistas desde Noé hasta la fecha, nos asaltan
las dudas. Sólo sabemos que a los muertos se los entierra en los cementerios y
que las pilas van a un contenedor específico.
Mi madre murió hace casi dos años. Mirada azul, manos
temblorosas, cabeza erguida. Mujer de
altos vuelos y pocas palabras. Me alegro de haber tenido reflejos para salvar
su cinta de metro. L a recuerdo utilizándola con su dedal y las agujas,
haciendo algún jersey o metiendo algún pantalón para alguno de nosotros. Y su
máquina de coser, ¿dónde estará? Debió dársela a alguien en vida, no estaba en
la casa. No es fácil decidir si conservar o tirar las cosas, aunque lo más
común es perderlas, esta es la certeza más segura. Tampoco es fácil clasificarlas
ni medirlas. Asignarles su verdadero tamaño, proporcionarlas, cortarlas por donde
hay que hacerlo, plegarlas y coserlas, darles su caída exacta para que se
ajusten al cuerpo.
Quizás conservando el metro de mi madre pueda retener algo
de su antigua sabiduría, de su saber estar, de su saber medir y colocar la
palabra precisa en el momento justo, la sonrisa cómplice, la mirada generosa
sobre el cielo de esta mañana.
Pero ahora, Karen, estamos en esta casa del pueblo de mi abuelo, el primer Eladio, donde no paso ni tres días al año, no tengo tiempo. Son muchas las obligaciones, la responsabilidad y el trabajo. El ojo del amo engorda el ganado, que decía mi padre. Así que cuando hay bonanza, porque hay bonanza, y hay que aprovechar el viento. Y cuando vienen mal dadas, como ahora, tampoco puedo faltar... Todo es muy inestable en estos momentos, puede desaparecer en un instante, esfumarse para siempre. Y tengo que ser yo quien esté ahí presente, reuniones constantes, llamadas, viajes... no puedo bajar la guardia ni un momento.
Por eso, yo, cuando llego a esta casa, duermo siempre en este cuarto y con esta foto en la mesilla, ¿sabes?, la de mi abuelo con las mantas... Y lo hago en la cama que he colocado justo en este ángulo. He calculado que es el lugar donde dormiría el primer Eladio, entonces sin ventanas ni ventilación, sin colchón siquiera, en el suelo encima de una manta, el calor de los animales subiendo y él tiritando de frío arrebujado, al olor de las ovejas.
Entonces pienso en todo lo que ha logrado esta familia con solo tres Eladios, Karen, como quiero que tú hagas... Y vuelvo a ver aquel establo: el agua que no faltara en los abrevaderos, protegidas las ovejas en la noche, saliendo luego por el día con el primer Eladio para volver a recogerse, él agotado y ellas obedientes y también muy cansadas, amansadas por la fatiga de estar todo el día fuera. Dentro todas, ni una sola podía faltar al contarlas, le iba la vida en ello a mi abuelo...
También recuerdo a mi padre echando abajo furioso las piedras y el tejado de aquel primer establo. Había que hacerlo todo nuevo, instalar agua corriente, electricidad, calefacción y cuartos de baño. El segundo Eladio creía que acababa así con algo, y edificaba lo que yo luego modifiqué de nuevo, porque el gusto de mi padre no era el mío, como tampoco las circunstancias que cambian ¿sabes, Karen? Ya te está entrando sueño, te voy a dejar en la cama, aquí a mi lado, reina, así, dormidita... qué guapa eres...
Por último me veo a mi mismo, el tercer Eladio, joven todavía, porque no he cumplido los cincuenta, y casarme con una mujer a la que llevo dos décadas, y tener una hija que no llega a los cinco, parece que te quita años, una ilusión que me he hecho... Ya te digo que soy más tonto que mi padre, mucho más tonto con diferencia...
Me veo, Karen, y estoy en una ciudad fría, gris y ordenada, donde los negocios parece que están al salvo, otra ilusión que nos hacemos, ¿sabes?. Estoy sentado en un consejo de administración, el único español en la mesa, orgullo de mi padre si él pudiera tener consciencia, una pena que esté ya acabado... Y de mi abuelo si me viera. No de mi mujer ni de mi hijo mayor, que me echan silenciosamente en cara mi dedicación al trabajo. Quieren el resultado, pero no el esfuerzo, y viven su vida aparte, ajenos e indiferentes, they take all this for granted...
Por eso guardo esta foto en este cuarto de esta casa, al lado de mi cama, es lo primero que veo y lo último cuando me acuesto. Quizás por esa razón en las noches que paso aquí hay un sueño que me ronda, una pesadilla que no recuerdo casi, solo la angustia que me entra cuando despierto, todo sudado...
Escúchame, Karen, justo ahora no te me duermas, porque es un sueño muy raro. Estoy en el establo aquel que destruyó mi padre, sigue en pie, las cuatro tablas aquellas. Fuera hay unas ovejas diferentes a las que por aquí se daban... Son más lanudas o con la lana más ensortijada, más abundante o espesa, más limpias y blancas parecen... Inquietas balan al raso, llaman a mi abuelo hasta que el primer Eladio aparece, les abre la puerta y y con una vara les va metiendo una a una dentro. Allí esas ovejas se mezclan con las suyas, las de pelo ralo, las flacas y feas... Después no sé que ocurre, solo que me levanto angustiado con la imagen de esas ovejas de ojos un poco más grandes, con orejas ligeramente más lacias y una lana que parece mejor, más sedosa, más buena, pero tan temerosas como el resto, igual de cobardes, todas apelotonadas para que las cobijen en el establo donde hay comida, sueño y agua, con mucho miedo porque ya probaron la oscuridad y el frío del invierno y no hay lana que las proteja. Y sólo se sienten seguras como el resto del ganado: guardadas en un establo, en el establo de mi abuelo.
¿Te ríes?, ¿te hacen gracia las ches como las pronuncia tu padre? Chhhhh, chhhhhh, chimenea, chacina, chaparrón, chaqueta...
Qué pena, Karen, no entiendes nada de lo que te estoy diciendo... Tu madre siempre en inglés y yo ni te hablo casi. Una lástima, porque eres muy guapa, pero no ibas a tenerlo todo, y el español no lo comprendes.... Ojos en cambio te sobran, y piel blanca, ni rastro de la piel cetrina de los Rabanal, de esa no te queda. Por eso tengo que contarte esto..., ¿sabes?, por el establo, es por el establo aquel. Es importante que lo oigas, aunque no lo comprendas...
A los catorce años, diez más que tú apenas, por hambre y por el ejemplo de un vecino que se había marchado, el primer Eladio dejó establo, ganado y pueblo, llegó a la capital y se colocó en una fábrica. Tuvo un único hijo, que fue mi padre, el segundo Eladio. Este Eladio sí fue al colegio y pudo a duras penas hacer el bachillerato, pero no más, comenzó de albañil cuando tenía trece.
Nunca volvió al pueblo mi abuelo. Al morir él, mi padre, el segundo Eladio, el que es tu abuelo y al que no ves nunca, se hizo cargo de aquel establo. O, más bien, del lugar que había ocupado éste y de las cuatro piedras que tiró, porque lo echó abajo todo sin miramientos y con rabia. Compró luego los terrenos de al lado y construyó esta casa que luego yo he mandado reformar a mi gusto, con espacios más abiertos, aunque a tu madre le espanta. Dice que todo parece viejo y pobre, que esta casa es siniestra...
Mi padre, tu abuelo, el segundo Eladio, me mandó a la universidad. Quería que el tercer Eladio fuera alguien con estudios, además de con posibles... Porque el segundo Eladio, Karen, de albañil pasó a jefe de obra tras mucho trabajo. Y luego a contratista. Y después a empresario... Todo en apenas veinte años, hija. ¿Lo ves por qué tengo que contártelo? En cuatro lustros se hace una fortuna. En otros cuatro se agranda como yo he hecho. Y en muchos menos, en nada, puede acabarse, pasar de manos, el dinero no es para siempre... Y es bueno que vayas estando al tanto. Por eso te hablo, aunque no me entiendas, Karen.
No sólo me dio carrera el segundo Eladio, también me mandó fuera. Decía que el tercer Eladio debía hablar como hablaban los que mandaban en aquella época, hacer negocios en su lengua y como ellos. Mi padre lo vio claro, un hombre de intuición, inteligente. Aunque dicen que para listo tu abuelo materno, el americano. Pero no es listo, sino rico de varias generaciones y se ha acostumbrado a eso. Y tuvo oportunidades, como mi hijo. Como tú las tendrás si esto no se tuerce. Es malo a veces eso, muy malo tener tantas oportunidades, tanto siempre. Para listo, mi padre, que lo sacó todo con su esfuerzo. Los ricos que heredan no tienen necesidad de demostrar nada, y se acomodan a lo que tienen, lo dan por sentado, take it for granted, que dicen en América... Yo mismo soy mucho menos listo de lo que era mi padre. Y tú lo serás menos, como tu hermano, que es ya un tonto de remate y sin remedio, demasiadas facilidades siempre...
Mi padre, el segundo Eladio, conocía la esencia de las cosas, lo que importaba, aunque se equivocara en algunos detalles concretos, que era lo de menos. Era la lengua y el modo de hacer negocios, no la nacionalidad, que es una bobada... Sí, claro, yo estudie en América, pero las empresas ya no son de ellos, ¿sabes? Son de nadie, Karen: de los indios, de los chinos, de hombres y mujeres sin cara, no les conocemos... El dinero hablaba en inglés hace años, pero ya no es yanqui, pese a que tu abuelo, el Walters, se le lleven los demonios, se enrabie y no quiera... Esto lo aprenderás rápido, y hablarás chino como lo están haciendo muchos hijos de los ricos ingleses y americanos, con niñeras chinas, con chino en los mejores colegios. Lo tienen meridiano, saben lo que les espera y porque lo saben les están preparando... como yo haré contigo si tu madre me deja y no te echa a perder como a tu hermano, Dios no lo quiera.
Eladio Rabanal fue mi abuelo, ¿sabes?... Y ésta es su foto de pastor en el pueblo. Te la enseño, pero la vuelves a dejar en la mesilla, donde tiene que estar siempre.
Mírala bien, Karen. Es él, un hombre pasando frío en Castilla, como se pasaba antes, casi a pelo. Sin impermeable, sin botas, sin guantes, solo cubierto por una manta a rayas. Lo que había entonces, con lo que se abrigaban. Ni zamarra tenía, solo la manta aquella.
Eladio fue el nombre de mi padre, como yo también me llamo Eladio y como se llamó antes mi abuelo, el primer Eladio de los tres.
Cuando seas mayor te reiráspor el nombre, y te sonará muy raro, y te dará vergüenza,y creerás siempre que me llamo Eli, como me llama tu madre, que me dice Eli o darling. Y cuando quiere algo Elidarling, todo seguido, sin pausa apenas. "Elidarling, would you mind if I...." "Wouldn't be nice if you, Elidarling..." Todo siempre muy educado, pero exigiendo, como es ella...
Me bautizaron Eladio, que era difícil de decir y por eso lo cambié por Eli, que suena hasta americano. Pero soy Eladio Rabanal, como antes lo fue mi abuelo y como lo es mi padre. Y tú, tan rubia y tan delicada, eres una Rabanal completa, aunque no quieras, y luego Walters ya si quieres... Por eso te estoy contando esto, porque lo olvidarás rápido. Y yo te lo volveré a recordar, a contártelo una y otra vez, las que haga falta, las que quieras.
Bueno, venga, te dejo que la cojas, pero la vuelves a dejar donde está, aquí, en la mesilla, ¿ves?, venga, vale, déjala. Esa foto tiene que estar aquí siempre, esperándome. Buena chica, Karen, muy bien, así se hace, eres muy buena y obedeces a papá siempre, así da gusto, no como tu hermano.
Somos tres Eladios en la familia desde los años veinte, cuando nació mi abuelo, hasta los sesenta, que nací yo. Conmigo se acabó la saga. Con tres Eladios pensé que era suficiente, que no hacía falta que nadie más se llamara Eladio... Y casi mejor, tu hermano no se merece el nombre mío, ni el de mi padre ni el de mi abuelo. Claro que tú ni le conoces, ni yo, bien pensado. Tampoco yo conozco a tu hermano, es mi hijo y ni sé cómo es realmente.
No vuelvas a coger la foto, Karen, que la vas a romper, pesada, déjala. Te digo que no la cojas. ¡Que no la cojas te estoy diciendo! Venga, brazos, no llores, que van a pensar que ni cinco minutos puedo estar contigo, que me canso.
Mi abuelo, ¿sabes?, el primer Eladio, apenas aprendió las cuatro reglas, que se decía antes. De escribir poco, y de leer casi nada. A los nueve años le mandaron a guardar el ganado. “Ya puedes tener cuidado” le dijo su padre. Y lo tuvo, vaya si lo tuvo.
A ver, sigo... Muy bien, te seco las lágrimas. Ya está... ea, se ha pasado. A tu bisabuelo, al primer Eladio, le iba la vida que el amo estuviera contento para no ser más una carga para sus padres. Hijo que se iba a servir, hijo que no había que alimentar. Por eso había que ponerlos a trabajar rápido, para que comieran y dejaran paso a otros hermanos, para dejar libres a los padres de tenerlos a su cuidado. Sí hija, sí. No era entre algodones como se criaron. El primer Eladio dormía encima del establo, y no precisamente como el que tiene tu abuelo en América, ese establo donde tu madre se pasa la vida. Caballos, caballos, hay que ver qué entretenimiento de mujer rica que no tiene que hacer nada, solo quejarse, gastar y montar a caballo.
No me pongas esa cara tan rara, era la costumbre en algunos lugares, el modo de calentarse, ¿sabes? El calor de los animales subía hasta el piso de arriba. Piso por llamarle algo, unas tablas mal colocadas. No había chimeneas en los chozos de antes. Chimeneas, chozos, chamizos, chuzos.....ch, ch, ch... PS: La foto es de Ramón Massat. Sobre ella he escrito este cuento en 3 partes. No es de la época del primer Eladio, sino más tarde, pero bueno.
Está edificada sobre duro granito y hecha de él. Todo es piedra. Al sur tiene dos sierras. Al norte, tras la dehesa, un llano inmenso, campo y más campo donde abrasa en verano y hiela en invierno.
Misa de domingo en una de sus iglesias dedicada a la Santa. Aquí es simplemente la Santa, no hace falta dar más señas.
Una joven alta comulga con un niño de un mes en sus brazos que no sostiene todavía la cabeza y a ratos gorjea. Se enternece una forastera al verles y a la salida se acerca.
"Qué rico...".
Esboza un leve gesto de rozar su manita, una caricia de lejos.
La madre pega un respingo, se gira en seco y le dice cortante "No se toca."
Esta es Pétrea, la ciudad gris amurallada. Bendita sea siempre la intemperie de su campo siempre más calida que alguna de sus gentes.
JM Domínguez (Memoria métrica) me recomendó hace tiempo que leyera a Irène Némirovsky. El caso es que cogí "Suite francesa" que regalé a M. estas Navidades. La he devorado: impresionantes texto e historia de la propia autora mientras la escribía en la Francia ocupada. Ella acabó en un campo de exterminio. El manuscrito acompañó a sus hijas que quedaron también sin padre y fueron de orfanato en orfanato.
"Suite francesa" es un libro ya para mí imprescindible por calidad literaria y por lo que cuenta: la entrada en París de los alemanes mientras huyen los parisinos, y luego la ocupación a través de estampas y relatos que se entrelazan. Es la fuga, muchas fugas, intentando salvar lo que no puede salvarse o conservar lo que es totalmente secundario y, en cambio, a menudo inconscientes ante lo que es importante.
La guerra, vuelvo a darme cuenta de nuevo, está hecha de heroísmos puntuales y de muchas miserias y cobardías que Irène Nemirovsky cuenta magistralmente. Respiras el ambiente y los personajes, tocas el campo, las casas, los objetos, los animales, de lo bien que describe siempre. Y tiene mérito, porque el ritmo narrativo mantiene la tensión, la novela te atrapa.
Me gustaría pensar que todo ello es pasado. Pero lo más espeluznante del libro es que sabes que en situaciones de crisis, duras, no de guerra solo, de hambre o necesidades, o como la que estamos viviendo ahora en España, seguramente seríamos capaces de hacer las mismas barbaridades, de ser igualmente pequeños y miserables.
Me temo que es muy posible una suite española en estos momentos de debacle.
Soy optimista en el largo plazo porque creo que aquí estamos de paso. Pero en el corto me parece que se puede robar un coche a una pareja de enamorados y dejarles tirados a la intemperie, o que unos huérfanos acaben matando a quien les guía. Podemos estar pendientes de las más absolutas nimiedades, de nuestro pequeño confort, pegados a luchas intestinas o personales, mientras todo cambia, y no queremos aceptarlo, enfrentarnos a ello o luchar realmente. Ayer y hoy existen Gabriel Corte entre los intelectuales, hay familias como las que Némirovsky retrata, Michaud que no hicieron mal a nadie, Pericand viviendo del pasado, gente de pueblo desconfiada y mala, amor al dinero por encima de todo. Hay odios pequeños y grandes. Y hay políticos que no dan la talla. Nos falta grandeza, generosidad, magnanimidad, unidad de verdad, solidaridad que no sea una palabra.
Los cobardes y pequeños no fueron los franceses solo. Me parece que es cierta Europa la que la autora retrata, no únicamente Francia, esa civilización occidental que se mira demasiado el ombligo y a la que al final alguien tiene que sacarle las castañas del fuego. Entonces y ahora. Aunque quizás ya nadie nos las saque.
El libro de Irène Némirovsky es desolador, tal y como lo tenía concebido ni siquiera pudo acabarlo. Hizo sólo las 2 primeras partes.
Es complicado ser consciente y a la vez tener esperanza.
PS: Me cuentan del cartel que alguien ha colgado al abrir un gran centro comercial con la que está cayendo. "Yo confío en España". Quizás ese sea el giro que necesitamos, confianza en uno mismo, en los demás, y unidad.
Leo el último libro de ficción de un conocido sociólogo. Me apetece el tema y él me parece un hombre con fundamento, que diría Arquiñano. Y quiero leer a mis contemporáneos, no sólo a muertos. Encargo la novela a Gema de la librería Letras de Ávila. Cuenta cosas interesantes, desde luego. Muchas, quizás. Es posible que tantas pidieran más un ensayo que esta novela, que me parece muy forzada.
Aprendo algo importante: escribir una novela es dificilísimo, incluso para personas con experiencia, con muchas lecturas y costumbre de escribir, como es éste el caso.
Una novela se va de las manos fácilmente. Es mucho el tiempo y el trabajo que demanda, y no solo de técnica o mental, también de otra clase. Lo digo como lectora aficionada y en relación a lo que a mí me gusta en literatura, con lo que disfruto más. No soy ni filóloga ni crítica profesional.
Tengo la sensación de que la novela es un trabajo interior de titanes, desde el yo y contra el yo a la vez.
Un yo que permita escribir. Da igual la voz del narrador desde la que que se haga. Interior fuerte y rico, recursos, trabajo mental, técnica y diálogo con uno mismo -sí, no, fuera esto, mal esta trama, quítalo todo, así no hablaría, buscar un adjetivo en toda una tarde, etc.-.Es un yo esforzado por hacerlo mejor, una vez, y otra, y otra.
Y un yo que se quede fuera de combate, ko ahí mismo, en la mesa, acabado. No por agotamiento del trabajo, que también, sino porque lo que se cuenta no es el autor, es otra cosa, aunque le haya utilizado.
Como lectora de novelas no veo ese trabajo del yo esforzado y del otro yo que se ha forzado para difuminarse. Cuando están ambos son subterraneos, ocultos, no se notan. Sé que están detrás por el resultado: me gusta o no me gusta lo que estoy leyendo.
Mea culpa siempre. Lo ves y caes. Y no es solo un tema de principiante. Le pasa a gente muy avezada. Consuela un poquito.
Casi terminada la tarea decido darme un descanso. Necesito campo. Cojo el coche y nos vamos Olimpia y yo a la laguna del oso del pueblo con el mismo nombre en mitad de la Moraña.
Gredos y la Serrota me tiran, pero si miro al sur no hago más que ver cumbres borrascosas y estoy de cumbres borrascosas hasta el alma. No puedo más de lluvia, viento y frío.
El domingo vi 2 golondrinas que no entiendo cómo han llegado. Me acordé del cuento del Príncipe Feliz de Wilde y volvi a leerlo, tan triste, tan ... ¿Wilde?
Cojo la carretera más secundaria. Voy por Vega de Santamaría y luego Navares, un camino precioso y sin nadie. Llego al Oso, naturalmente me paso, no veo la señal.
-Perdone Vd. que le moleste... ¿La laguna?....
Un paisano mayor, aunque mayor ya soy yo, él es anciano, está en la parada del autobús esperando a nada. Me da conversación. Hablamos del frío, claro.
Hace una tarde preciosa pero con un viento que tira de espaldas. Dos mastines ladran a Olimpia hasta cansarse. Seguimos andando. Naturalmente sigue sin haber un alma.
Necesitamos que llueva más, hace falta más agua.
Vuela lo que creo que es una imperial, luego otra a mi izquierda. Me he dejado los prismáticos y es a ojo y gafa como reconozco algunos patos y otra rapaz gris, ¿lagunera? No sé, creo que sí. Hago un par de fotos con el móvil.
Volvemos sobre nuestros pasos. Intento tomarme algo en el pueblo, no encuentro el bar. Vuelvo por el otro lado. Llegamos a Ávila, muchos vencejos en las murallas. En Madrid según mi informante llegaron el 9 de abril. Pobres pájaros, qué frío están pasando.
Hago listas para todo y voy tachando o poniendo una cruz: hecho, hecho y hecho. Tengo mi vida llena de post-it amarillos, azules y rosas.
Bueno, esas son un tipo de listas a las que soy aficionada. Pero hay otras que también hago.
"Cosas que no voy a aguantar", quizás mejor decir que no aguanto.
"Cosas que no me importan", la lista es cada vez más larga.
La verdad es que no me hace falta escribir estas dos listas. Están muy adentro y se han ido haciendo solas. Pero las repaso mentalmente de vez en cuando.
Con los años creo que se puede ganar en cierta libertad. Parte de ella es no tener "obligaciones sociales", vamos a llamarlo así. No entiendo las comidas de trabajo, por ejemplo. Mucho menos las cenas. Si estoy comiendo o cenando no puedo trabajar a la vez. Y si son amigos entonces ya no es trabajo. Comer o cenar, compartir mesa, vino y mantel con alguien, para mí significa algo importante.
Con los años se gana en cierta soledad, eso también pasa. Y una independencia que ya no vendes ni por un plato de lentejas ni por nada (si en el banco hay algo, claro). Te vas aficionando y cada vez eres más rara.
Quizás no es sólo independencia, es también pereza o simple y llano aguante.
Con los años, ay, hay cada vez más personas y cosas que no soportas. Muy mal, es poquísimo cristiano.
Es posible que el mundo a veces esté bien hecho: da la energía, el tiempo y las cualidades necesarias a quienes deben estar en determinados lugares. Y las quita a quienes van a dar más fruto en otros. Espero que sea eso y no manías de vieja.
En mi cocina y en nuestra casa, en silencio, soy feliz cocinando, leyendo, escribiendo y trabajando. Por este orden. Así son las cosas.
Ensayos unidos en un lienzo blanco, conjunto de muestras de lo que unas manos con aguja e hilo hacen: vainica a un lado, punto de cruz en el centro, bordados y hasta ojales.
Dechado lo llaman.
Y puede ser ejemplar o simplemente un esforzado muestrario, sampler. Tienen su encanto un nudito mal disimulado –debía estar detrás y no delante-, la S que quedó francamente inclinada o aquella costura demasiado tirante.
A veces se acaba por enmarcar esa tela tan trabajada. Y se cuelga en algún rincón de la casa.
El mundo de los afectos es un dechado en su variedad y por sus fallos. Sudan las manos, hay puntos que no salen.
(Las fotos -y los trabajos, ahí sí que ejemplares- son de The fanatical Seamstress, un hallazgo.)
Es uno de los términos que explica María Ángeles Sastre en el cultural "La sombra del ciprés" del Norte de Castilla este sábado. La leo como también escucho a Sagrario Fernández Prieto en Esradio. La primera con "Uso y normas del castellano" y la segunda con sus "Palabras al aire" enseñan cómo hablar y escribir mejor, los errores que cometemos, qué opciones -que hay muchas- para expresar algo en un buen castellano. Para una laista, entre otros muchos defectos gramaticales que tengo, es bueno escucharlas.
Duración e intensidad de la lluvia son dos de los factores para tanto término y expresión como utilizamos. La lluvia amorosa, que yo no conocía, es un chirimiri o sirimiri, constante y suave, como un calabobos, que también la llaman. Frente al chaparrón, a ese caen chuzos de punta, al está jarreando, it's raining dogs and cats, que dicen los británicos, la lluvia amorosa, también mojina en otros lares, humedece el campo. Deja tiempo para que penetre el agua, no como esas lluvias torrenciales que tanto se dan en algunos lugares de España.
Ayer nos cayó un breve granizo con furia. Salía con la perra e intentamos cobijarnos bajo una encina muy grande. Corrimos luego, nos calamos hasta los huesos. Eran además pequeñas agujas, cuchillitos de agua que se clavaban. Llegamos a casa y tuve que cambiarme y secarme el pelo. Cuando fui a la cocina lucía ya el sol. Luego llovió otro rato. Todo muy de abril. Y así estuvimos la tarde. Eché esa siesta que no lo es metida en la cama leyendo. Me quedé escuchando las ráfagas de aire y la lluvia golpeando mientras yo estaba en casa, a salvo. Entró Gonzalo en el cuarto.
-¿Qué haces?
-Oyendo la lluvia y pensando.
-¿Y en qué piensas?
-En tu amparo.
-Tú también me amparas...
-Vale.
Domingo de misericordia hoy, el siguiente domingo tras la pascua. Y abril hace lo que tiene que hacer. Que caiga más agua.
Terminé "Las gallinas del licenciado" de Jimenez Lozano que es muy recomendable. No quiero destriparla. Va de Cervantes, es ficción y está escrita en un castellano de la época. La trama se va abriendo con recovecos y encuentros que no son casuales, Esquivias, Sevilla, Valladolid y por supuesto Constantinopla y Lepanto. Tiene a ratos ironía, otras tristeza. Salen gallinas que hablan en griego, bizantinas y constantinopolitanas por más señas. Basilisa, tesoro bien preciado, dote del tío licenciado para su sobrina de hacienda menguada, discusiones de éste sobre Aristóteles y sus esencias y potencias. Todo con un vocabulario que te hace pararte para buscar en el diccionario. Me he sentido escolar de nuevo.
Es nosotros como fuimos alguna vez y no hemos dejado de serlo. Es literatura que pide un lector que no quiera algo fácil, un mundo que agonizó y otro en paralelo, el de la propia escritura de Lozano, que también se extingue por rara y perfecta y que trabaja con amor y conocimiento la palabra y lo que cuenta. Las prisas y el marketing, lo que gusta aparentemente, tienen mejor prensa.
Bajo y subo, y subo y bajo, aunque realmente estando Ávila tan alto cuando subo es realmente que subo después de haber atravesado Guadarrama y luego bajado algo pero menos.
La paramera esa de Ávila en nublado y apenas amaneciendo se da un aire a Escocia como Segovia viniendo por la autopista de los pinares desde Valladolid se da otro a película del farwest.
Marcho hoy a ver a Pilar a mitad de camino entre Urueña y Ávila. Voy dejando la dehesa del Pedrosillo a mi izquierda. Verde encina, verde el campo, cada gota de agua es oro, que llueva o que nieve. Más adelante la sorpresa de ese verde Castilla en primavera, el de las puertas de los corrales ahora está en los campos. La Moraña está preciosa camino de Ávila.
Al volver a casa veo toda la sierra nevada detrás de Ávila. El pasado miércoles no estaba así. Comemos, leo y de nuevo vuelvo al tajo laboral y de papeles. Olimpia duerme a mis pies, feliz ella.
La melancolía tiene que ver con el clima. En nublado y con frío cuesta un poco más ser alegre. Pienso en Doctor en Alaska donde es posible vivir bajo cero y tener guasa. En todo caso hago un hueco para leer entre memoria corporativa, cocina, orden, desorden y viajes. Leer, como cocinar, me cambia el ánimo.
El mejor escribano hace un borrón. Nunca pensé que algo de Zweig podía no gustarme, pues ya lo he encontrado. En el libro de cuentos "Sueños olvidados" de Alba hay uno que me ha parecido no malo, horroroso. Lo escribió con 19 años. Anima leerlo, la verdad. Caes en la cuenta de que se mejora a base de práctica, de muchos años, de acertar y equivocarse. Hasta los más grandes han metido la pata. En cambio el mismo volumen contiene "Mendel el de los libros" que ya leí hace un par de años en Acantilado y me encantó. Más recientemente he leído "Ardiente secreto", una novelita corta que publicó también El acantilado, una maravilla. Es el texto para la próxima sesión del club de lectura del que espero formar parte en Ávila.
Hago otro hueco entre contrato de arras y follones varios. Tengo muchas ganas de hincarle el diente a Jimenez Lozano y "Las gallinas del licenciado" viajaban conmigo sin que pudiera abrir una página con los Cuentos de Unamuno que Páginas de Espuma ha sacado recientemente.
Me pongo a leer a Jimenez Lozano y acabo descuidando los temas laborales, me engancho. Creo que lo acabaré esta noche, es entretenidísimo y tan bien escrito que da envidia. Me acuerdo de Retablo de Vida Antigua a quien le gustaría tanto, quizás ya lo conoce, de amigos y conocidos, Raquel, entre otros, con eso de las gallinas griegas disfrutaría un montón.
Más. Viajes. Llovió y nevó, el campo ha mejorado. Me animo con el verde del campo y viendo que en Ávila hay iniciativas tan interesantes como CuentaCuarenta, ya llegué tarde, pero lo importante es que siempre hay personas que tienen ganas de hacer cosas, que se mueven, que son interesantes.
Intento hacerme a la nueva ciudad. Visito un par de librerías, la de Senen en la plaza y otra en en el Paseo de San Roque a la que he vuelto varias veces. Gemma trabaja en el museo provincial, canta en un conjunto de rock y es librera por las tardes. Por la mañana es su hermana Belén quien está en "Letras", una librería activa donde las haya: talleres para niños, clubs de lectura, lecturas en voz alta y muchas, muchísimas ganas.
Utilizo el término "libreros" que incluye a las libreras, ellas, sin necesidad de tener que decir "os" y "as" a cada paso, así me lo enseñaron.
Rafa y Mercedes del Rincón Escrito en Urueña encabezarían esa lista de libreros con encanto, una guía posible y deseable. Quizás sean los libreros los últimos románticos.
Hago una lista rápida de las que conozco y frecuento en Madrid y Valladolid y otras más puntuales en ciudades que visito. ¿Y si me pusiera a escribir sobre ellas?
Se llevaron la biblioteca de nuestros padres y la casa quedó huérfana y desnuda, con huecos por todas partes. La guía debería tener una subsección de libreros de segunda mano. Jesús Ortiz de Mil Razones va dejando en su facebook notas sobre liberías visitadas interesantes. Hay bitácoras dedicadas solo a librerías de niños, las hay fantásticas.
Otra alegría más de la Pascua y en general de la vida son todas esas librerías y libreros con encanto, Definitivamente, ya sin dudas, son los últimos románticos.
En Ávila donde, como dicen, hay dos estaciones, el invierno y la estación de tren, hoy ha salido ese sol tan propio del domingo de Resurrección.
Mudanzas y cambios a los que adaptarse, cajas pendientes de abrir y colocar, desorden, dificultades y preocupaciones, asuntos que no acaban de cerrarse.
En misa el párroco de San Pedro Bautista predica sobre la alegría. "Hay pocas cofradías de la Resurrección, de la Pasión hay muchas. Debe de ser que los seres humanos conocemos bien el dolor, nos sentimos más identificados, y, en cambio, la resurrección nos queda más lejana."
La depresión es una enfermedad dura, incomprendida y a menudo mal enfocada, ni siquiera a veces se diagnostica o se trata. La desesperanza quizás sea otra. Se habla mucho de la depresión, menos de la desesperanza, es como si tuviéramos que vivir desesperanzados.
Pienso que hay falsos alegres como hay tristes falsos. Es decir, alegres que lo parecen y no lo son, y tristes aparentes, que por debajo son alegres. Son alegres callados, alegres discretos o menos vitales, "tranquilos alegres" podríamos llamarlos.Y luego hay penas mal cicatrizadas, acumuladas, que no se superan, personas despedazadas por un dolor que les partió de parte a parte.
A veces la pereza se mezcla con agotamiento: tristeza al canto. El dar vueltas, demasiado, hacia dentro o hacia fuera, acaba también produciendo desánimo. La excesiva soledad o el excesivo acompañamiento, el no poder refugiarse en la soledad de vez en cuando, o el tenerla a ésta por única compañera, el ruido interno o externo constante, dan tristeza. Y pueden ser melancolías esporádicas, pasan.
También existen personas con "alma rusa", que decía mi padre.
Debajo de lo transitorio, como es el estado de ánimo, que cambia, está el carácter. Aunque también éste cambia.
Una madre pidió una vez un solo don para la hija que esperaba, la alegría. Era lo que más le importaba.
Quizás la alegría se alimente de silencio y esperanza a partes iguales.
Al final el
esquema era el siguiente: la estética, como la moda y la cosmética, arrasan hoy
porque hay mujeres con mucho dinero. Suyo a veces, en otros casos de sus padres,
sus maridos o quienes sean. Y hay mujeres que se gastan lo que ganan o lo que tienen casi todo en
ellas, se lo ponen todo encima literalmente. ¿Y por qué se lo gastan así y tanto? A mí me gusta llegar al fondo de las cosas,
sea cual sea éste.
Primero, así se
lo expliqué a Juanjo, porque hoy hay mucha competencia. A los hombres
les gustan las faldas más que nada, no es novedad, es lo de siempre. Pero ahora es todo más abierto, y, encima, hay una mayor lucha entre las mujeres.
Antes, estaba la guapa
del lugar, la de tu ciudad o tu pueblo, y se acababa ahí: no había revistas, películas, televisión, casi ni espejos.
Como mucho las mujeres podían compararse con otras a menudo igualmente envejecidas o
machacadas como ellas por el trabajo, los embarazos o por el simple paso del
tiempo.
Claro que siempre
han existido mujeres guapas, pero menos. Antes se aceptaba más la decadencia,
la enfermedad, la fealdad y la pobreza, como todo lo malo que sucede a veces. Hoy
todo lo malo se acepta menos, hay más resistencia. Había entonces también menos medios para todo,
también para detener la vejez o acrecentar la belleza, eso también pasaba. Ahora hay más oferta de mujeres en todos los lados, y ésta, además, es permanente.
Y, tal y como se viste hoy, al aire siempre y todas, bien sé yo que no hay
diferencia, que no se nota por el vestir a veces quien se dedica a cada cosa,
quién es puta y quién princesa. El caso es que hasta en la sopa los hombres
tienen hoy a las mujeres, continuamente en sus narices, tendrían que estar
ciegos.
En definitiva, todas
esas “industrias”, -me encanta emplear esa palabra que Juanjo dice, ay qué ver
cómo suena-, son rentables por las razones que le expliqué y que tengo que
tener en cuenta para mi centro, para enfocar bien el negocio, tal y como me enseñó Rosa a hacerlo, pero ahora con la
estética.
La primera es la
evidente: las mujeres en principio quieren ponerse guapas para atraer a un
hombre o para retenerlo luego. Eso bien asentado en que las mujeres creen y les
hacen creer que necesitan a un sujeto a su lado, que sin él no son nadie o que son
menos... Juanjo se quedó sorprendido cuando le conté esto. Por eso, le dije, se gastan tanto
en estética, en moda, en fin, en todo ello... Es igual que hace mil años, solo ha
cambiado en apariencia y en medios, porque hoy el matrimonio o la pareja no
garantizan nada, el mercado sigue abierto y con mucha, muchísima oferta.
Sin embargo, lo
de la estética no funciona del todo o siempre en lo de
atraer o retener a quien sea. Para empezar, porque hoy hay una competencia que
se renueva rápidamente, y siempre habrá unas mejores tetas, una piel más firme
o unas piernas más largas, te pongas como te pongas, te arregles como te
arregles, te hagas lo que sea. Sé de
esto porque soy una usuaria de estética de las más fieles, y, con todo, también sé
que hay un punto en que ya no se puede. Conmigo, que pagan por estar,
habrá un momento en que ya ni quieran sin pagar por mucho que yo me cuide y
haga al respecto. Bien lo sé y por eso estoy haciendo este cambio de carrera...
Pero en esto la
mayoría de las mujeres no caen o no les interesa reconocerlo. Es como si les
divirtiera el juego, la competición, la carrera contrarreloj esa... Así que siguen pegadas al anterior punto o, en su caso,
caen ya en el tercero, que es el que nos dio la idea a Juanjo y a mí del
eslogan de “Mandy, Bienestar y Belleza”, poner la palabra “bienestar” y hacerlo
antes que la palabra “belleza”. Porque es más importante el sentirse bien que
lo que sea.