Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

domingo, 27 de octubre de 2024

Poder y autoridad


Vamos a Valladolid a ver a un amigo y se suman otros. No hay nada como lo presencial cuando buenamente se puede. Luego vamos a ver la película "Un hombre para la eternidad" porque viene Enrique García-Máiquez a comentarla y a todos nos interesa. La película es preciosa y siempre sacas algo nuevo de ella. 

Enrique comenta al finalizar un tema que a mí me ronda desde hace tiempo. Y me alegra que lo haga, me confirma que alrededor de ello hay tela. Es sobre poder y autoridad; en la película se muestra que el rey tenía poder, pero "quería" la autoridad (moral) que Moro tenía. Él sabía que Tomás la tenía, y lo sabía el pueblo. Y pretendía que lo confirmara en sus desmanes. No pudo ser. 

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En 1995 leí por primera vez la palabra "empowerment" en un documento de Naciones Unidas a raíz de la preparación de la Conferencia de la Mujer (la preparatoria en Nueva York). Hoy el uso del palabro "empoderamiento" está extendido (y es un espanto, por cierto). Es sintomático esto. 

Pero lo que me interesa, como buena conservadora que soy (y me tengo), es precisamente la repugnancia que suelo sentir ante el poder, mejor dicho, el temor, a ese "poder del anillo" que -valga la redundancia- puede llevarse por delante a personas en principio bien intencionadas y buenas a poco que no tengan... ¿contrapesos?, ¿conciencia?, ¿una persona o personas al lado que les "pongan los pies en la tierra"? Es variado esto, pero lo tengo comprobado, y no sólo en la política, desde luego. 

Y, al contrario, constato lo mucho que me interesa y "sigo" a la autoridad. Esto ya se lo comenté a un tipo estupendo con el que me río mucho y que me encanta, porque él es como ácrata, y yo no lo soy, y me gusta él precisamente por eso. Y porque escribe fenomenal y me alegra la vida (o sea, es Contreras Espuny). 

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Me interesa la autoridad moral, intelectual, social. Y hoy la autoridad es como ¿fea?... ¿está ausente? 

Hace falta autoridad en una familia, me parece. Yo recuerdo la mirada de mi madre que no necesitaba decirme las cosas dos veces habitualmente. Y recuerdo a mi padre que decía "Hasta que un hijo tuyo no te diga "no te quiero" porque no le has "dejado" hacer tal o cual... no sabrás lo que es ser padre". Lo he escrito en un cuento porque me impactó mucho aquello. Y creo que es verdad. Hay que perder el miedo a que "no nos quieran", creo. 

Hace falta autoridad en un aula. Desde la más tierna infancia, y por justicia ante los que sí quieren aprender -y porque te pagan para eso, para que enseñes-, creo que no se puede permitir de ninguna manera quitar la autoridad al maestro, al profesor. Pensar que aquello es, como dice Luri, un parque de atracciones es un error, una completa faena para los alumnos lo primero. 

Más adelante, en la universidad, entiendo que el marco es diferente y que el diálogo -si lo hubiera- es fundamental. Pero habitualmente estoy más interesada por lo que me puede contar un buen profesor, que es quien sabe de ese filósofo o lo que sea, que por la opinión de un tercero a mi nivel. 

Entiendo que se pida diálogo y poder intervenir y, sobre todo, que un buen profesor sea capaz de dar una clase partiendo de las preguntas, como se hacía en la Edad Media... Pero creo que las preguntas buenas se hacen si sabes algo antes, si no, suelen ser estupideces que al profesor le sirven malamente. Y al resto de la clase igual. Eso sí, hacemos que hacemos. Mareamos la perdiz, o sea. 

Y no cuento ya en otros ámbitos. Ya se lo dije a alguien un día: entiendo la dinámica de "opinar" y dejar que la gente se explaye (primer anuncio), pero es que a mí me interesa más lo que dice Santo Tomás o el Magisterio de la Iglesia que lo que tal o cual (yo incluida) opinamos sobre aquello. Dicho sea esto con todos los respetos. Creo que hace falta reconocer que no sabemos (nada o muy poco habitualmente) y que nos tienen que enseñar: es mi deber aprender y es, también, mi derecho. Y es el deber de la Iglesia. Pero hoy todo el mundo cree que sabe y que su opinión es más importante que el conocimiento de veinte siglos. 

Creo en definitiva que hay una inflación de opinión y muy poco amor a la autoridad que da el conocimiento. 

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Hay poder no sólo en política. Hay poder... doméstico. Y hay que tener cuidado con él también. Se puede ser una mandona o un mandón. Que no es tener autoridad, es abusar del poder. El anillo siempre tienta estés donde estés. 

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Lo hemos comentado varias amigas, con A. hace tiempo. Ayer lo vi en X de nuevo. Sin duda alguna había y hay abusos -mujeres sometidas-, pero la autoridad que tenían y tienen algunas mujeres en las familias -y socialmente-, ese "que no se entere la abuela", aquel dar el jornal al llegar a casa desde padre hasta hijos a la "amatxu", ese "lo que diga tu madre", ha sido un formidable pilar y una contención para mucho mal comportamiento. 

Cada uno se organiza hoy en su casa como cree que debe... y puede. Y sabe. 

La influencia -real- en la vida de las personas, en la sociedad entera, no la marca el poder simplemente, la marca la autoridad moral, académica y social. 

Nuestro gran problema es que hoy todo pretende ser poder, se mete el poder en todas partes, y quiere  sustituir a la autoridad, es un fenómeno curioso este: se vacía la autoridad... para que entre el poder, el Poder. 



jueves, 24 de octubre de 2024

Difíciles. Difícil. Tejedores

Hace tiempo que quiero escribir sobre antipáticos ilustres y no ilustres. Tengo cierta, precisamente, simpatía por algunos cascarrabias, gente incómoda a veces. En tiempos de tanto buenismo lelo y siseñores a lo que sea, no vaya a ser que... (me echen, no me ajunten, no forme parte del grupito ese, no progrese, etc.), algunos antipáticos, gente "difícil", hasta desabrida a veces, digamos que son necesarios y el contrapunto que se debería tener cerca.  

Si uno es un, pongamos, partido político, empresa, universidad, claustro de profesores, etc., conviene tener gente que no siempre te da la razón y que te pone, digámoslo así, pegas. Quizás hay que escucharles y no pensar automáticamente "ya está aquí el pelma". A veces el pelma puede tener algo de razón, creo. 

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La susceptibilidad, por ejemplo, puede mostrarse como antipatía. Y puede llegar a ser comprensible si uno se mira por dentro. Todo el mundo tiene heridas, más visibles o menos. Y te pueden tocar justo ese tema con el que saltas. 

Me decía una persona muy observadora que casi todas las posiciones ideológicas o no ideológicas tienen una "raíz" vital, que todo es biografía. Estoy bastante de acuerdo. 

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Supongo que hay un término medio entre decir lo que se piensa cuando se piensa, a veces hay que  no saltar a la primera por lo que es puro sentimiento, reacción emocional, susceptibilidad precisamentey decirlo bien, sin dar mandobles al que pasaba por allí. Y escuchar también (y antes) a terceros a los que no les va nada en ese concreto tema. 

Ser independiente es bueno, ir por libre, no rendir pleitesía al dinero, al poder, a "estar en candelero" que sea. Pero la línea que separa esa valiosa, y hoy rarísima, independencia de juicio ser un Cyrano de un ego dañado y un erre que erre es pelín difusa a veces. Y no es tan fácil darse cuenta. 

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A mí me hace gracia lo de tender puentes cuando constatas que se tienden a todos menos... sí, a esos. Esos no. Esos, justo esos de ahí, no. 

Que el diablo es padre de la división está claro. Y hoy, en España, muy especialmente. Y no sólo donde se piensa. La labor que (se) ha hecho y (se) sigue haciendo es espantosa. Cuando leo u oigo un "contigo no, bicho" personal o colectivamente, ese zarpazo, paso de largo, no me interesa. 

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Lo comentábamos algunos amigos hace unos días. 

Necesitamos tejedores, personas que unan sin ser unos sinsorga ellos. No, no es el puñetero consenso. Es otra cosa que tiene que ver fundamentalmente con el carácter, con la virtud personal. Porque no son estrategias ni tácticas. Es tratar de unir de verdad porque uno libra primero su lucha personal dentro, y como la tiene continuamente, es precisamente capaz de trabajar por tejer: porque no está saldando cuentas ni heridas ni alimentando su ego. 

Cuántas luchas y divisiones son producto del ego fundamentalmente. 

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Este sábado veré de nuevo Un hombre para la eternidad. Estoy segura que la voy a disfrutar de nuevo. No sale en la película lo que sí se lee en la correspondencia de Tomás Moro y su hija Margaret. Creo que fue a través de ella como supe de las mortificaciones a las que se sometía el hoy santo y que sólo conocía su hija (por razones diversas)



martes, 22 de octubre de 2024

Heridas y parques


Intervengo en algo (con algo) que me importa, pero lo hago mal, 25 minutos se quedan en 15, cosas que ocurren con la gestión del tiempo en congresos. Pero no pasa nada, la verdad es que cada vez creo más en que "la intención es lo que cuenta"... o en aquel "el que hace lo que puede no está obligado a más". 

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Todo el mundo tiene una herida. O varias. Más visibles o menos. Ser humano es llevar una herida, la del pecado original primero. Incluso los que no creen en el pecado original creen en él finalmente, sólo hace falta mirar alrededor y mirarse uno por dentro. Luego están las cruces, invisibles también a veces. Y los mandobles que se pueden dar con ellas a quien se acerca, ese pobre incauto que pasaba por ahí justo en ese momento. Mea culpa. Caes en la cuenta cuando lo ves en otro, qué curioso esto, hasta entonces en la inopia, como un carnero.

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Cuando escucho a Jacques Philippe me entra una gran alegría. Son seis conferencias sobre la Presencia de Dios, conmovedoras las seis. La quinta sobre la Presencia de Dios en uno mismo reconforta. Existen los bárbaros del sótano, las miserias, a veces secretas, pero también dentro de uno está el amor de Dios presente y su misericordia. Y en el prójimo (la sexta conferencia) igual. 

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Sabes que tienes un buen amigo o una buena amiga cuando no son incómodos los silencios y no "tienes" tú que hablar y el otro tampoco. Andar por el campo sin tener que hablar pensando cada uno en sus cosas es estupendo. 

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En mi época lo llamábamos redil, como si fuéramos una oveja. Tenía a veces barrotes o una red y un espacio suficiente para que durmieras tú o varios (bebés) la siesta sin peligro de caídas. Te ponían los juguetes dentro y a veces compartías el espacio con un primo o un hermano. Estabas allí con tus cosas sin necesidad de atención permanente. 

Me refiero al corralito o parque, que fue como se llamó (creo) ya a finales de los 60 y los 70. Permitía que un niño que gatea o empieza a andar no se hiciera daño, también que padre y madre y el resto de la familia no tuvieran que estar mirando todo el tiempo al niño pequeño.  Hoy, según veo, no existe "el redil", o yo por lo menos no lo veo. El niño tiene que estar suelto y todos pendientes. No sé cómo hemos salido adelante sin problemas los búmers estos que somos. 



viernes, 11 de octubre de 2024

Cotillas


En mi juventud mis primas y yo en el verano veíamos juntas el Hola. Tumbadas en la piscina, años 70, lo bueno del Hola era compartirlo y reírnos.  En aquella época -hablo como si fuera el Cuaternario- a los hombres en cambio no les interesaba ni el Hola ni nada similar, les parecía una pérdida de tiempo propia de mujeres, aunque no nos daban la lata. Eso sí, no se sumaban. 

Los hombres, adultos y jóvenes, estaban en otras guerras. Algo ha pasado. 

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Trabajé en Telecinco entre 1996 y 1997, todo pecador tiene un futuro, eso vaya por delante como consuelo. El caso es que fue precisamente en esa cadena donde se dio un vuelco a lo que era por aquel entonces la "prensa del corazón" o "prensa rosa", con un programa que se llamaba "Qué me dices" (QMD) presentado por Belinda Washington y Chapis y producido por Globomedia. Ese programa marcó el giro de la cosa "rosa", se reían de todo pero en público, se trataba de desmitificar y poner a ras de tierra a todos aquellos "personajes públicos" que aparecían en tales medios. Ese programa, creo, fue el inicio de la debacle. 

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Hoy no leo el Hola ni en la peluquería. Ha dejado de interesarme fundamentalmente porque no "conozco" -en sentido general,  no personal-  a nadie. Como no veo la televisión en abierto, todos los supuestos "famosos" actuales me resultan desconocidos y absolutamente carentes de interés, incluyendo uno que se llama Rolando o así y que debe de ser futbolista. No, tampoco sé de fútbol, eso sí es una desgracia. 

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Esto lo he comentado con alguna amiga periodista de esas que saben de elegancia y les mandas una foto con "me voy a poner esto en la boda" y te dicen que sí o que no. Es bueno tener amigas o conocidas que te ayudan. La debacle de la prensa del corazón es un síntoma más, añadido, al declive del nivel moral de la sociedad española. Hemos pasado de admirar casas fantásticas, salones preciosos (yo siempre digo cuarto de estar porque salones tienen los nobles y eso, en mi casa hay cuarto de estar y me bato en duelo por el nombre), señoras elegantísimas y personas que tenían que contar algo interesante de lo que hacían -porque hacían algo- con una panda de indocumentados, horteras y chonis con ínfulas y, muy especialmente, unos petardos que no tienen nada que contar salvo si se han divorciado o quién es el último con quien se han liado. 

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La prensa del corazón era una prensa digamos que hasta razonable e inofensiva a cierto nivel hasta los 90 (no hablo del 10 minutos ni de Garbo). Pero hoy ya no hay prensa del corazón, es "prensa" del hígado y está ya en todas partes. Lo tienes en la tertulia mañanera donde -oh, cielos- un señor que parece culto o cultivado se regodea que da auténtico asco con el último salto de cama de alguien. Y por salud mental y espiritual apagas la radio si es que no la has apagado mucho antes. 

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Todo el mundo parece estar de acuerdo en que antes había mucha hipocresía, oh, ah, qué espanto la hipocresía de nuestros padres. Qué auténticos somos ahora, pensamos. Es posible, pero la censura social a mí me parece algo importante y tiene dos filos, y uno de ellos definitivamente no es tan malo. 

Cuando hay reprobación social de una infidelidad supone que el matrimonio tiene algún significado. Se puede no valorar a la persona en concreto, pero sí considerar al menos con pena que un matrimonio se rompa o se lo salten a la torera como algo terrible para los dos interesados y, desde luego, para los niños. Y entonces ya no se entra a hablar de infidelidades, sean las de al lado o las de nadie. 

Cuando deja de importar todo esto y nos hace a todos muchísima "gracia" el ir saltando de cama en cama y tachamos de retrógrados a los que no se suman al comentario general algo pasa. No sé, me parece. 

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¿Natalidad? 

No la habrá mientras no haya más matrimonios y más matrimonios estables y mientras no demos a la fidelidad el honor que se le debe. Y a la infidelidad la censura correspondiente. 

Y la mejor censura a veces es el silencio. Por quienes más sufren además. Un poquito de corazón de verdad, que parece que somos de piedra. 

Por la dureza de vuestro corazón... Estaba claro. 

Por una prensa rosa donde el corazón, de verdad, esté presente. 

El corazón, las entrañas, de quienes la hacen y quienes la leen en su caso. 

domingo, 6 de octubre de 2024

Meribá (agua / hijos de las piedras)



Querido Miguel:

Acabo de colgar a tu padre que me ha contado, vamos a llamarlo así, “lo tuyo”.

Ahora entiendo tu empeño en el zoom a tres bandas y tu disgusto por no ponernos de acuerdo los tres. He tenido que vencer las ganas de llamarte inmediatamente, pero como me embalo, prefiero decirte antes por escrito lo que pienso.

Me ha dicho tu padre que se enteró en casa de la abuela Pilar. Que a ella se le escapó un comentario sobre ti que a él le sonó raro, y que te llamó luego para ver qué pasaba. Ante su insistencia, se lo contaste. Ya me explicarás cómo tu abuela lo sabe antes que nosotros, estando, además, como una tapia, que ni oye por teléfono.

Lo primero de todo: siempre has sido un buen chico y, como tu hermano, no me has dado ningún problema serio. Me dirás que a buenas horas, mangas verdes, con las discusiones que hemos tenido. Pero yo supe desde el principio que, si alguien iba a pagar el pato con lo de tu padre, eras tú. Te pilló en la peor época, así que no te lo podía tomar en cuenta. Necesitabas chocar con alguien, y yo estaba ahí, justo enfrente, tu puching ball de entrenamiento.

Ni aquella primera (y única) bofetada que tuve que darte a los trece, ni perseguirte ese curso en la universidad, que renqueaste porque estabas con tu primera novieta, ni luego aquel susto en mitad de la carrera han sido cosas importantes. Ser madre es eso: estar ahí siempre. ¿Os caéis? Os ayudamos a levantaros. ¿Nos dais un portazo? Pues depende de cómo nos pille de edad… –la vuestra o la nuestra– o el momento, os podemos dar un bocinazo, un abrazo o echarnos a llorar. Yo esto lo sé bien porque no soy una madre perfecta.

Fíjate cómo es tu padre que, ante mi sorpresa por tu “novedad”, me dice que hice muy mal yo en llevaros a aquel colegio, que fui yo la que se empeñó contra viento y marea. En fin, parece que, encima, tengo que ser la que dé explicaciones en este momento.

Pues sí, hice lo que creía mejor teniendo en cuenta las circunstancias. Era un sitio con buenas familias, chicos de vuestro estilo y, lo más importante, exigente académicamente. Eso último lo esgrimí como argumento ante la resistencia inicial de vuestro padre. Y gané.

Y vaya si os encarrilaron a los dos: os ayudaron a prepararos para este mundo tan competitivo y donde cuesta tanto hacerse un hueco, bien lo ha reconocido vuestro padre luego. La parte “problemática”, la importancia de la religión en el colegio y eso, no pareció que os afectara especialmente. Sorteamos buenamente el tema, la mayoría de vuestros compañeros y las familias eran como nosotros, el tema de la religión les importaba un bledo y casi todos estabais allí fundamentalmente por el prestigio académico…

Por cierto, he tenido que recordar a tu padre lo que él mismo dijo, el muy cínico, al acceder que fuerais: “bueno, no hay como la dosis justa de religión en la adolescencia para inmunizarle a uno eficazmente para el resto de la vida”. Él ha sido un buen ejemplo. 

Miguel, hijo, perdóname, pero no lo entiendo. Y, sobre todo, no te entiendo. Estas cosas no se dan ni a tu edad ya ni con tu trayectoria ni con circunstancias como las que tú tienes.  

Es verdad que en la familia hubo ya hace tiempo algunos “afanes místicos”, por decirlo de alguna manera. No es sólo ese rosario va y viene de tu abuela Pilar, que es como los últimos mohicanos, la resistencia; por mi parte también los tuvimos, aunque no hablemos de ellos. Un primo de mi abuelo fue seminarista y murió con veintidós años en Barbastro durante la guerra. Mártir, dicen.  En fin, unos chicos jovencísimos, una España diferente y ya superada, barbaridades se hicieron en ambos lados, por supuesto. En aquellos tiempos era, perdóname el adjetivo, “normal” tener un cura en la familia. Y monjas. O hasta misioneros. Pero vamos, yo, en mi generación y de cerca, no conozco a nadie a cuyos hijos les haya dado por eso. Ni tampoco a sus hermanos, por cierto. Lo teníamos superado afortunadamente. O eso creíamos yo y tu padre, desde luego.

Ahora encajan algunas piezas de la visita que te hice en noviembre. Lo primero que pensé es que estabas silencioso para lo que tú eres. Luego me contaste lo del asilo. Que me pareció fenomenal, ayudar a los demás está bien siempre, sobre todo si te entretiene. Y en tu caso con más mérito, teniendo en cuenta tu trabajo y las responsabilidades que manejas. Cómo te enfadaste cuando te dije justo eso, que me contestaste “¿Por qué yo no, mamá?”  Y aquellos tochos, Santo Tomás –vaya peñazo, te comenté– en tu biblioteca. Y los evangelios en la mesilla con el crucifijo de tu abuela. 

Decirme que ibas a misa desde hacía meses me desconcertó totalmente. Y lo de acudir a rezar de noche a la iglesia, lo de la “adoración nocturna” esa, que pensé que era una broma y que te ibas de juerga, esa cosa de no dormir una noche, en fin, creía que era una broma o una chica al menos...  En cualquier caso no te dije nada entonces porque pensé que era una etapa más que necesitabas y que te había dado fuerte, ya se te pasaría, son fases que se superan habitualmente.  Y a mí no me interesaba en absoluto el tema.

Bueno, lo que quería decirte es que yo estoy que ni me encuentro con la situación en España, que tú viviendo fuera te lo estás perdiendo, un absoluto desastre, desesperante es todo esto. Vamos a la ruina, Miguel, y la oposición ni se aclara. Se me llevan los demonios continuamente, estoy furiosa. Yo lo que quiero es volver a mi vida de antes, a lo de siempre, tranquilidad, seguridad, orden y concierto, como hemos vivido siempre. No llego a entender cómo hemos llegado a esto.

Así que, si a mí me ha dado por esta rabia que tengo, que no puedo, que los odio con todas mis fuerzas, a ti se te ha podido activar el gen místico recesivo ese que debemos de tener. Mira, de verdad, ya no sé ni lo que te escribo, perdóname, estoy de los nervios.  

Que bien está que uno crea, tener fe, porque creer ayuda en la vida, la fe es, como todo el mundo sabe, un consuelo para los malos momentos. Y claro que yo creo en Dios, por supuesto. Pero se puede ser buena persona y no ser cristiano, ni católico, ni mucho menos sacerdote. ¿No puedes creer tú en Dios como tanta gente sin liarte la manta a la cabeza? El mismo Papa es quien lo dice el primero, que todos los caminos llevan a Dios igualmente. Así que no entiendo todo esto ahora, a tu edad, en tu situación, en fin, es un tirar por la borda todo que no entiendo. Solo toda tu vida, Miguel, y luego lo del sexo. Vamos, que me parece una locura total de los pies a la cabeza.

En fin, que quiero hablar contigo y que me cuentes.  

Tu madre, que te quiere

 


 (cuento presentado a un concurso de una bodega hace años, lo ganó Inma, cosa que me alegró enormemente) 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Cuidar la esperanza

Oigo el último Dalroy en el último insomnio. Es sobre la Iglesia en Alemania con el padre Rubio, aquí lo tenéis, episodio 3x05. Me quedo pensando. 

La tentación del desaliento, del derrotismo, puede ser fuerte. Por la situación propia o la "general", por ambas a veces. Y puede suceder cuando eres joven y también cuando no lo eres. 

Me acuerdo de un alumno que a sus 19 años me decía con  resignación "Es que soy vago, soy el vago de la familia, ya es muy difícil cambiar eso..." Verle ahora sacando una familia adelante es una alegría inmensa. Nada es un destino, menos a los 19, sambenitos qué malos son siempre  ni a los 80. 

Porque de mayor todos los defectos se acentúan y se solapan, se es consciente. Y ante el escenario, curioso, las ganas de quedarte con un librito te pueden (o de dedicarte a pasear por la dehesa). Y puede ser incluso peor, se puede sumar una valoración sumaria tanto sobre ti como sobre lo que te rodea, el "no así los impíos, no así" agorero.

Cuidar la esperanza propia y ajena es un deber. 

Como cuentan en el último Dalroy, primero se pierde la esperanza, luego la fe por derrotismo o acomodamiento, y nos puede pasar a cualquiera. 

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Cuidar la esperanza empieza por el silencio. Hacer silencio exterior e interior y darte cuenta de la misericordia de Dios... ¿cómo no esperar que esa misericordia te siga cubriendo?, ¿cómo no, en su caso, entender que igual que te ha cubierto a ti cubre a los que más quieres y te preocupan? O, más allá, cubre a tu país, a tu comunidad. Y, sin duda, a su Iglesia. 

El segundo paso para cuidar la esperanza es rodearse de personas con niños pequeños, como si fuera una prescripción del médico.

Toda vida nueva es una esperanza. Todo padre y madre hacen un voto de esperanza siempre. Es fundamental estar con padres con niños pequeños, aprendes mucho de su confianza en la Divina Providencia. En muchos casos viven aún más literalmente de ella que en otros, en todos de una u otra manera. Algunos no saben aún que es la Providencia lo que realmente les, nos, sostiene. Pero antes o después serán conscientes de esto, porque ese supuesto control que se cree tener en la vida sobre algo —mucho menos sobre los hijos desaparece pronto si tienes dos dedos de frente, no hace falta fe siquiera. 

En este sentido, también creo que es alimentar la esperanza estar con quienes acompañan en el dolor, en la decadencia, en los largos años de vejez. 

No hay mejor comunidad que la que se asienta en el valor que las personas mayores tienen, incluso aquellas que más deterioradas nos parecen y que nos sostienen con su oración: esa que hacen al desprenderse de su memoria, del "yo sé", "yo creo", un  final vital "en Ti vivimos, nos movemos y existimos" ya absolutamente pleno.  

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"No seas derrotista, es tan de clase media", le decía la Condesa Viuda de Grantham a su nieta, que pensaba que iba a quedarse de tía soltera... En fin. Pues eso. 

No estamos hechos para "vencer" en vida nada, realmente está todo hecho. La Condesa Viuda también consideraba que la vida es primero un problema, luego otro, y así todo el tiempo. 

Isobel, precisamente burguesa, quería sentirse útil, esa pretensión curiosamente tan de clase media con la que una puede identificarse con bastante facilidad. 

Ser católico es saber que uno es de una "utilidad" relativa siempre. La utilidad no es lo que importa, no va de utilidad esto. Y, con todo, como Isobel, hay que ponerse manos a la obra. Quizás sin esa actitud (digamos que de anglo bastante ingenua) de que podemos "arreglar" nada realmente. 

Me encanta Downton Abbey por muchas razones, la disfruté enormemente, soy fan acérrima. Pero hay algo en ella, algo que no puedo explicar, que elude, que esquiva, mi "marco mental" si es que lo tengo. Algo que echo de menos. A ver si puedo explicarlo en otra ocasión. 

Dios tenga en su gloria a Maggie Smith, que tan feliz me ha hecho con la serie y en tantas películas.