Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Menos

Me niego a vivir con miedo. Hablo con un amigo, con varios. Estamos hartos de ese terror que se instala, con el que parece que hay que vivir. Pues yo no, me niego. No voy a vivir con mascarilla al aire libre. Y no voy a dejar de abrazar a quienes quiero. Ni a dejar de cantar en misa o en mi casa cuando estoy contenta, ¿la gente está mal de la cabeza o qué? Y lo más importante: no voy a estar pendiente, agobiada, con que si enfermo. Si enfermo, pues enfermo. Si me muero, pues me muero. Ya está. Espero no dar la lata y ya. 

***

Volvemos con la tabla del dos, como cada año. Empiezo cada año desde hace seis desde cero. Otra vez desde el principio. 

Y a eso vamos aquí también: una masa entretenida con la pantallita, con el soma de la estupidez, del sexo, de la última novedad. Siervos de la gleba, ignorantes a quienes se puede pisar porque están entretenidos. Y todo pasado por una mal entendida compasión en el mejor de los casos. Y no. Cuando quieres a alguien, le exiges. Le ayudas. Le enseñas. No dejas que sea un ignorante. Haces todo lo que puedes porque no lo sea. 

En todo caso, sé que un mes o tres no pueden nada contra lo que es todo un entorno. 

Lo he visto: se aparca a los niños, el maestro tiene cero autoridad, un sistema heredado de un comunismo donde todo el mundo va a su bola y es el sálvese quien pueda. 

Confío en Dios y en los milagros que hace continuamente. Uno podría ser mi paciencia. 

***

Leo sobre el silencio. Me está costando mucho este trabajo porque sé poco. 

Es una preocupación desde hace años, silencio exterior e interior. 

El interior es el que más me cuesta. Da vértigo: entras en tu habitación interior y hay monstruos, cosas que no te gustan nada. Y escuchas la voz de tu conciencia a la que tapas continuamente. 

Estamos sometidos a mucho ruido, no ya a palabras, que también. Son las imágenes a una velocidad de muerte, omnipresentes. Por eso me olvido de todo -de nombres, de fechas, de quién dijo qué y dónde, etc.-, por la saturación que tengo. Podría ser la edad también, no deja de ser un consuelo. 

Menos de todo. 

Desechar. 

Menos. 

No creo que haya hoy nada más importante que hacer silencio. Que levantar la mirada de la pantalla y mirar al prójimo, al próximo. Y dentro. Desde la fe o sin ella. 

Dudo que se pueda tener fe sin haber hecho silencio, sin hacerlo cada día. 

No se puede escuchar a otro, al Otro o a uno mismo si no se hace silencio. No se puede tener ni conciencia sin silencio. Que es lo que se pretende, personas sin conciencia de puro ruido, de cháchara, de borrachera, viviendo siempre hacia fuera. 



martes, 14 de diciembre de 2021

La mirada

 

"Mira, mamá" y "mira, papá" son frecuentes en la infancia. 

Esos días de verano intentando tirarte de cabeza, buceando, haciendo la voltereta o el pino en la piscina bajo el agua, reclamando la atención de tus padres para que te miraran. 

El otro día lo recordaba cuando alguien dijo que amar era admirar. Con una amiga, Lola, comentábamos que no estábamos nada de acuerdo. Pero nada. Que quizás pueda ser eso una deriva de la época narcisista en que nos encontramos. 

Creo que con que te miren basta. Es mucho que te miren. Es un mundo una mirada. 

Y ni miramos a veces, enfrascados con lo que estamos, con la puñetera pantalla, ay. Y las mascarillas, que no facilitan nada. En fin, un espanto. 

Qué bonito saberse mirada en una clase. Hoy (¿ayer?) escribía Enrique sobre esto en cierta manera. Es de agradecer que los profesores miren a cada alumno. Y hay que dar las gracias porque no es lo normal hoy. Y no, no creo que al alumno haya que contemplarle -dorarle la píldora, decirle siempre que qué majo-, que es la otra deriva boba de la cosa pedagógica en alza y convive, curiosamente, con ignorarle, hacerle parte de un colectivo impersonal.

Mirar es el principio de todo. Sin mirada no hay nada. La mirada es personal. 

Me dijo mi psicóloga (esto suena como si fuera yo Woody Allen) que puede ser que algunas personas nunca tengan bastante porque les faltó esa mirada de su madre o de su padre por lo que fuera. Y que por mucho que escuches, por tiempo que les dediques, no está en tu mano. Tienen que resolver ellos eso, colocarlo. Y que luego, claro, hay egos "afectados" por esta sociedad de la imagen y de la aprobación constante, pendientes de lograr el reconocimiento de los demás, podemos acabar siendo todos unos pelmazos. 

Es maravilloso llegar a casa y que te miren. 

Es un privilegio. 

Es todo un regalo. 

Y es impresionante ver cómo miran algunos, da mucha esperanza. 

Y, sobre todo, es reconfortante sentir que Dios nos mira. No es que a veces sea que "sólo Dios lo (nos) ve", que por supuesto, es que nos mira mientras nos tiramos al agua, incansables nosotros, incansable Él. 

"Mira, papá, mira lo que hago"... y Dios ahí, permanente, como la funeraria, mirándote. 



lunes, 29 de marzo de 2021

Sic transit gloria mindundi (18 marzo 2021)

Vivimos en una sociedad que necesita continuos chutes emocionales. Me acuerdo de aquel chiste, "Había entusiasmo, pero no indescriptible". Ojalá. Los mismos que pusieron la peana a una santa hace un par de años, ahora oh, ah, es que es espantosa, y vuelven a ponérsela a otra, a otro. Apago la radio. No quiero oír a nadie. Y la televisión igual. Ayer un tipo se paseaba diciendo que él no quería firmar una moción de censura, que le obligaron, pero que claro... que ahora votaría a la que ha censurado.

Víspera de San José. Por estos días ya se nota la primavera hasta en Ávila. Las yemas de los chopos engordan y se pongan rojas, granates, aunque faltan unas semanas para que abran. Y sí, dependiendo del calor y de las heladas, también se preparan los lirios morados en medio del descampado y que asocio tanto a Semana Santa, aquel jardín casi toscano de Boecillo con todos ellos brotados un 12 de abril.

Hablo con Carmen. El otro día con Ana. Le pido a Gonzalo que me abrace. Una de las cosas más duras de esta pandemia es lo de no tocarse, no ya el beso de cortesía al aire cuando nos saludamos, el abrazarte. Todos necesitamos ánimo, la voz sirve, pero mejor verse de verdad, sin una pantalla. Y el contacto físico, un simple abrazo.  

Pienso en los ancianos a los que no toca nadie, ahí solitos en una residencia, sentados, sin un abrazo desde hace un año. Mientras, leo sobre el método canguro y el piel con piel de los niños prematuros, en fin. 

miércoles, 17 de marzo de 2021

Sic transit gloria mindundi (17 de marzo 2021)

Me quedo pensando sobre el espanto de la gala de los premios del cine francés, los César, este año. Una mujer como de mi edad (iba a poner "mayor", pero no quiero ofender a nadie) desnuda ensangrentada con dos tampones como pendientes reivindica no sé qué. La imagen es tan desagradable, que no creo que lo que pudiera reivindicar sea ni escuchado ni entendido, repele. 

Hay algo muy perverso en lo feo, en el feísmo, y especialmente perverso cuando somos las mujeres las que lo protagonizamos. Lo peor es la corrupción de lo mejor, no recuerdo bien si es Santo Tomás de Aquino quien lo escribió. Creo que hay algo profundamente antinatural en que una mujer acepte (y mucho menos que quiera) ser mostrada así: espantosamente fea. 

Recuerdo el libro "Erótica y materna" de Migliarese, ese equilibrio para alimentar la parte del yo de una mujer que necesita sentirse querida, deseada, admirada, junto a esa otra parte de nuestro yo que nos pide alimentar a terceros, que algo contigo o en ti crezca, sea. 

Romy Schneider en la primera gala de los premios Cesar
Romy Schneider en la primera gala de los premios Cesar

Algo va muy mal para que nuestro eros quede invisible en esa mujer ensangrentada (o en otras variantes de feísmo tan frecuentes: freakismo, mujeres como muertas de delgadas, o al revés, gordas de espanto, etc.) o cuando el eros se resuelve en esa caricatura de mujeres mirándose eternamente embelesadas y narcisistas hasta el extremo. Algo se va por el sumidero por otro lado cuando nuestra maternidad -que no es sólo la biológica, desde luego- se tapa y se niega de la peor manera, se elimina si molesta. Ese horror de la mujer ensangrentada, muerta o embelesada consigo misma, profundamente pelma, y el aborto son distintas caras de la actual sepultura cultural de la feminidad, de las mujeres. 


Repaso las fotos de los César, de los premios Donatello y de los Oscar y veo que la quiebra estética aparece en los 70. Hasta entonces había como una contención o un algo de aspiración a la belleza, de celebración con y en ella. Y sí, también hasta los 70 no te metían un peñazo de discursos reivindicativos los actores o quien fuera, no te querían concienciar en galas, lo harían en su tiempo libre y no en su trabajo (leí hace tiempo a un actor que decía que todos esos eventos son trabajo y como trabajo había que tomárselos). 

Día de San Patricio hoy y me acuerdo de mis dos largos veranos irlandeses y de Sean, Claire, Ruth y de  mis sobrinos que compartieron conmigo esos días. Dios bendiga Irlanda y San Patricio nos libre a todos de las serpientes. 

Ayer y hoy dos días espléndidos aunque fríos en Ávila. Los herrerillos, los mirlos y un par de jilgueros, buenos pandilleros que son, muy activos, también el petirrojo que nos visita. 

martes, 16 de marzo de 2021

Sic transit gloria mindundi (I) 16 de marzo 2021

La idea del título me la dio Carlos, y antes, de refilón, para el contenido, Rafa, que creo que iba de choteo o con retranca. Unas líneas, nada, ni a dietario o diario llega. Una mirada sobre lo que sucede por dentro y  por fuera. 

"Sic transit gloria mundi" y de fondo una calavera o una naturaleza muerta (yo preferiría viva) con algo, Dios lo quiera, de humor. Si uno se mira por dentro sabe que no se puede fiar mucho de los vaivenes. Desde luego no de los internos, pero ni siquiera de los externos, que menuda temporadita llevamos. De ahí el Sic transit gloria mindundi, no llega a mundo, sino al sujeto.  A ver, que en dos generaciones de nosotros no quedará nada en esta tierra.

Vino ayer Ignacio y anduvimos por Campoazalvaro con la perra. Da gusto verle porque siempre está sereno. Hacía un sol espléndido y no había apenas gente.

Escribí un poco, le di vueltas a un par de temas. Leí otro poco. Luego me puse a cocinar una tarta de obleas experimentando con 3 rellenos. Las obleas esas de barquillero estoy segura que pueden dar de sí, tengo que dar en la tecla. Viendo el otro día a un cocinero que me encanta (porque es alegre y no se toma en serio), Gipsy Chef, me animé a probar. Colgué lo que hice en instagram con mis fracasos -si el relleno es húmedo, por poco que sea, se quedan chiclosas las obleas, ay- y lo que he aprendido. La cocina enseña con equivocaciones y aciertos. 

Hoy hablo con un conocido al que llamo de repente porque me digo que de hoy no pasa (o pasarán 4 años de nuevo). Jubilado ya, me cuenta que no quiere "ser viejo" si eso implica no tener proyectos y quejarse todo el tiempo. Siempre me acuerdo de Lutero y su hombre (¿corazón decía?) curvado sobre sí mismo, la gran tentación que puede aparecer como consuelo. Quedamos en hablar otro día viéndonos por zoom o algo. 

Muere el abuelo de mi futura nuera. Tenía un huerto maravilloso con esos tomates que saben y hasta azafrán, que me trajo un día Elena. Y un merendero del que me habla entusiasmado mi hijo Adrián, como se tiene en muchos pueblos en Valladolid, un lugar para tomar lechazo con la familia y los amigos, esa mesa celestial en lo terreno. 

miércoles, 10 de marzo de 2021

Escuchar

 Lo más difícil. No escuchamos. Te cuentas y te repites tu historia, tu propio relato. 

De ahí el "escucha, oh, Israel" que se repite tanto en la Biblia. 

sábado, 6 de marzo de 2021

Bares, qué lugares (Corazón de carne)

A mí me gustaría que otros disfrutaran lo que yo he disfrutado con estos diarios de Adolfo Torrecilla, "La suerte de conocerte, Diarios, 2018-2020), eso es lo primero. 

Había pensado titular esto como “La elegancia de Vallecas” o así –porque lo creo-. Pero pensé en algunos amigos y en la familia de Torrecilla y en su posible y seguro (fijo) cachondeo. Así que, al final, va lo de “bares, qué lugares” que canta Gabinete Caligari y tiene todo que ver con estos diarios. Y añado la coda esa de “corazón de carne”, que me parece que también le pega.

Pegar la hebra y la oreja

Por cierto, no hay cómo pegar la hebra o la oreja, saber mirar y escuchar –no sólo hablar uno-, para poder contar luego algo interesante. No hay como que los demás, lo que les pasa, te interese de verdad, y no por la “utilidad” que te proporcionen (ni literaria ni vitalmente hablando); que el centro de tu vida y escritura no seas tú o, en su caso, ese circulito de otros (pares) igual de pelmas que tú (cuchipandis de petardos les llamo, perdonen Vdes.).

Lo sé: “raro, muy raro”, que diría el difunto padre de Julio Iglesias. Eso de que “el yo” en plan pelma no sea el protagonista en un diario puede llegar a ser algo raro, pero sucede a veces, vamos allá con ello.

Las fotos de los 60

Le contaba el otro día a un conocido que colgó en twitter una foto preciosa en blanco y negro de su abuela paterna en los años 60, que hay algo en muchas fotos de antes (hasta los 80 o así) que atrae. Y es que las personas miran. O sea, no están mirándose ellas. Es algo casi generacional, diría. Pido a los que lean esto que hagan la prueba y miren las fotos de sus padres, de sus abuelos, esas fotos ya amarillas o manchadas que no se hicieron con el móvil. Verán la diferencia: miraban, no se miraban. No es la cosa esa del selfie de hoy poniendo morritos (de una u otra manera). Es otro modo de fotografiar (y fotografiarse) que nos dice algo de lo que fuimos (de lo que fueron nuestros padres, nuestros abuelos)… y de lo que somos actualmente (ay, madre).

La literatura de diarios o dietarios es interesante, quiero decir, el “género” así en general. Hay de todo y mucho bueno. He leído algo de Trapiello (por influencia de mi hermano Paco y algún amigo fan), algo de Plá, el clásico de Amiel y, también, bastante de Jiménez Lozano, lo que más, la verdad. Y una cosa pequeña y preciosa de Guadalupe Arbona, que me encantó muy especialmente. Luego, claro, varios blogs que tienen mucho de dietarios. 

Todo lo que menciono me ha gustado. Leo para pasarlo bien fundamentalmente, insisto en esto.

El selfie tan omnipresente y los petardos y fuegos artificiales diversos

También, lo reconozco, me he resistido a algunos por mucho que hablen maravillas de ellos terceros. Me fío de mi instinto lo primero. No quiero acabar odiando al que escribe y pensar (juzgar, es cierto) que es un petardo egocéntrico, esa especie que hoy prolifera, el “ir de algo”, el selfie insoportable en versión escritura y escritor (no hace ninguna falta Instagram para eso).

El postureo, el que sea, vende. Y quizás “hacerse un personaje” protege. Vamos a pensar que eso es lo que pasa, que hay que protegerse de algún modo. El tema es acabar devorado por esa figura, sepultado en ella.

A veces hago excepciones. Acabo de leer a Umbral en “Un ser de lejanías” y le comentaba a un amigo periodista la larga sombra umbraliana que pesa –demasiado desgraciadamente- en algunos. Es como un peaje que hay que pagar para entrar en el… ¿club de los pelmas? Y me gusta Umbral, eh. Pero, dicho en voz baja, y ahora que no nos oye nadie: puede llegar a ser un petardo auténtico. Fuegos artificiales estupendos, no hay duda, pero fuegos artificiales al fin y al cabo. Umbral es de esos a los que leer puntualmente y luego irse a ver pájaros, tomarse un Rueda o hablar con tu marido para no dejarse arrastrar por la tristeza que te provoca leerle. Están los tiempos como para cenizos y tristes. Dios nos libre de ese tipo de tristes siempre.

Nosotros, que nos queremos tanto

Que el mundo es una mierda y, sobre todo, que no me presta la atención debida, es uno de los grandes temas de algunos diarios, blogs, vidas, lo que sea. Como otro, muy al alza, es la variante de lo culto que soy, el éxito que –gracias a mis indudables cualidades- tengo, mi formidable y extraordinario gusto, y el árbitro de la elegancia en que me he convertido. Ese yo que planea y reina sobre la mediocridad presente o pasada que me rodea, ea, nos salvamos el club de los 5 o los 7 secretos al que pertenezco. Yo, que me quiero tanto, y que fulanita no me quiere o no me quiso a veces: detrás de algún pelma a veces está o estuvo simplemente eso, ay, hijo, que Z no te ha hecho el caso que tú quisieras. Qué humano todo, desde luego. Que sí, que lo entiendo.

Con todos mis respetos: son variantes del egocentrismo reinante tan peligroso en diarios y dietarios actualmente, el puto (perdón) yo de los, perdón, cojones. Hay que decirlo así para que se entienda. Lo siento, pero es que los señores nos llevan ventaja a las señoras en esto de dar el peñazo a base de diarios –entre otras cosas diversas-. Nosotras somos unas meras aficionadas, nuestro narcisismo iba o va por otros lares, aunque les podemos tomar la delantera rápido, soy plenamente consciente por lo que a mí respecta.

A ver, que me pierdo.

Wysiwyg o como un jamón ibérico

Estos diarios de Torrecilla no tienen nada que ver con esa larguísima (y muy pelma) introducción que acabo de hacer. Y precisamente por eso son tan interesantes. La he hecho por quien espere otros diarios “al uso” relativamente frecuentes. Aquellos que busquen “nombres conocidos”, yo te doy cremita para que luego tú me la des (te leo y me lees), puñaladas, autosatisfacción del cuchipandeo, etc., absteneos. Éste es un diario para otro tipo de gente que no aspira a estar en el candelero o se deja fascinar por fuegos.

Por eso son tan bonitos (sí, es la palabra, “bonitos”, ¿qué pasa?). Y tan… sin pretensiones. Me han recordado en cierta manera “Feria” de Iris Simón, precisamente por ser como un jamón ibérico ahí colgado, sin aditamentos, quítate capas de bienquedismo, tú ahí colgado al aire de la sierra. Como lo que explicaban los informáticos: lo que ves es lo que hay ("what you see is what you get", “wysiwyg”, y copio:  “se refiere generalmente a editores que trabajan en modo diseño, lo que permite a las personas trabajar con texto enriquecido -colocando estilos, imágenes, listas, etc.- sin tener que preocuparse por las etiquetas HTML”). Sin tener que preocuparse por etiquetas: subrayo esto 100 veces.

Adolfo Torrecilla trabaja en un sindicato. Ha sido profesor de Lengua y Literatura y realizado diversas tareas relacionadas con la crítica literaria y cultural en publicaciones y otros ámbitos. Había leído suyo “Dos gardenias para ti y otros relatos”, que me gustó y me hizo gracia. Tengo pendiente, porque me interesa el tema (y además lo he regalado, y, horror, yo no lo he leído aún) “100 años de literatura a la sombra del Gulag 1917-2017”.  

Los 3 palos del diario y el cuarto o así que se desprende

Adolfo en estos diarios toca varios palos. Voy a intentar “clasificarlos” y contar lo que veo.

Palo amigos/familia: por goleada el más abundante. Madre del amor hermoso, la cantidad de personas que conoce. Bueno, claro, haber sido profesor en un colegio ayuda. Y vivir en un barrio como Vallecas. Y salir a la calle –no que la calle sea un mero “escenario” para tu lucimiento, que se nota siempre a la legua-. O tener (ya) sesenta años. Entrañable y divertido (no hace falta pintar un cuadro que no es, una especie de “La casa e la pradera”, no). En fin, la literatura está en la calle, no hay duda. En los bares. En las comidas esas que no te da vergüenza, Torrecilla, ponerte morado. En los amigos. En el camarero. En tu madre. En tus hermanos y cuñados. En la memoria de tu padre. En los recuerdos, en las anécdotas familiares, en lo peculiar que puede ser Z o X. En esas pasiones inéditas o sorprendentes de gente que de repente lo sabe todo de, yo qué sé, ¿de delfines? ¿de historia de Vallecas? ¿de Portugal, los fados? Da igual, hay gente para todo.

Y luego esas historias: desde los domingueros a ese buscarse un pueblo (porque hay que tener un pueblo, por Dios, Peñaranda de Bracamonte, por ejemplo) o el concurso con la karcher, todo con notas más altas o más suaves, me ha encantado todo eso.

Como aficionada –como Torrecilla- a Joseph Mitchell y a su profesor gaviota ("El secreto de Joe Gould", hay una maravillosa película también)  para mí aquí está lo mejor de los diarios de Adolfo, en la gente, mil historias que se cruzan, la vida sencillamente, la historia oral de donde sea. 

Palo en sordina y con choteo: los peñazos literarios que, de tan malos, son buenísimos. Hay que ponerse en el lugar de Torrecilla leyendo unos truños considerables –es parte de su trabajo- y entender que dedique algunas páginas a explayarse (a veces te pasas, eh, aunque te entiendo). Variante de esto: canciones horteras, vídeos que yo no sabía ni que existieran. Bien, a veces pelín largo, pero bien. Tengo que reconocer que comparto su espanto ante la literatura de autoayuda, Paolo Coelho o Gala y otros que pone con siglas. Hay mucho cursi, desde luego. 

Ya en plan serio, tercer palo de referencias literarias o consideraciones sobre el mundo editorial, las librerías, etc. Breves pinceladas sobre libros que ha leído o está leyendo, muchos (por su reciente libro y lo que a él le interesa) relacionados con esa literatura del Gulag, también otros títulos recientes o clásicos que descubre o redescubre. Sin dar la vara, sin las 200 citas para que se vea lo que he leído (gracias, qué raro es hoy esto). Agradezco muchísimo en estos diarios a Torrecilla que no tenga que quedar bien con nadie o que, aún teniendo que quedar bien, pase 100 pueblos y sea libre. Sí, los que escriben pueden ser también unos auténticos peñazos y, como tú dices, o te dedicas a escribir o a venderte. 

Palo cuarto que se desprende: bienaventurados, esta es mi “etiqueta”, no la suya. ¿Quiénes son los “bienaventurados”? Cualquiera que no se da pisto y su vida tiene algo de drama, algo de tragedia, también de comedia, desde luego. Una huella que nadie ve o que sí ve, porque Torrecilla la ve y la cuenta, qué bueno. Palo que se cruza con el primero a veces.

Salida del metro, alguien que habla solo, chamarileros, un cura, un pobre de solemnidad, un loco, un excéntrico, una tipa que se desloma por poner algo encima de la mesa. Un matrimonio desgraciado y empezar de nuevo. La muerte en silencio, el adiós. La enfermedad. “Las hemos pasado putas, pero también lo hemos pasado muy bien”. Tantas personas “buenas” en el buen sentido de la palabra, que diría Machado. 

Vidas extraordinarias en su pequeñez, la huella de quien no tiene (ni pretende) eso que hoy llaman (mierda, llamamos) “éxito” en términos mundanos –que tanto nos impregna-, de alguien que hace algo por los demás, contar algo, enseñar al que no sabe, traer gente a comer a casa, ser eterno paño de lágrimas, escuchar siempre, unir, acoger, hacer chapuzas para que aquello funcione, etc.  Aquellos cuya vida no podría ser calificada ni siquiera como fracaso, a veces simplemente insignificante, discreta, un vuelo y ya. Esos gorriones del campo que no caen sin que su Padre Celestial lo sepa. De quienes será (y es) el Reino de los Cielos. Un Síndrome de Down capaz de mimetizarse en intelectual –no es difícil, francamente- en una presentación de un libro, se me caían las lágrimas con esto porque es que lo estoy viendo.

Ya he hablado esto mismo con otros: me parece que hace falta una mirada amable, de ¿afecto?, que no es cursi, que no es ñoña. Que es mirar para poder contar. Mirar como miran los humanos, queriendo hacer contacto visual. Y pensando que el que tienes delante tiene alma, no es alguien para que tú te luzcas, cabrón de escritor, que hace falta ser miserable a veces. Mirar con una sonrisa, mirar riéndote con ellos, no desde ese escepticismo o cinismo militantes que tanto predicamento tienen, tampoco desde el ser un lelo. Escritura de la luz y cierta guasa (del que se ríe de sí mismo para empezar) frente a quienes escriben para las sombras y el club de los muermos que se retroalimentan. Realismo de verdad, sucio y limpio, resplandeciente, frente a la impostura de que la vida es una mierda o esa otra impostura del “Imagine” o el “We are the world, we are the children”.

Pues eso son estos diarios, una mirada de afecto.

Nota sobre posible conflicto de intereses

Conozco a Adolfo (aunque no de cerca), y como hacen los ensayos de investigación farmacéutica (que son los que he visto de refilón) para aclarar “intereses comunes” o incompatibilidades, declaro que sí, que le tengo simpatía y afecto, entre otras razones (que son menos importantes), por dos temas fundamentales:

a) se parece a mi padre físicamente –los papitos o mofletes-, ese ir con un libro bajo el brazo, el sentido del humor, los amigos, el intentar (por lo menos) mirar a la gente con afecto y no desde la superioridad (moral, estética, etc.)

 b) se parece (también) a mi marido en lo de su aproximación a la vida desde el “no te líes” (mi marido es de Baracaldo y Adolfo es de Vallecas, dos modos de “estar en el mundo” que se parecen bastante, desde luego).

martes, 2 de marzo de 2021

Un largo adios

Una de las cosas más duras de esta pandemia es no poder despedirte de quienes quieres. De repente, mueren y tú no has estado allí, no te dejaron verles. 

He vivido hace ya muchos años dos muertes inesperadas por súbitas, las de mis padres. Y otras muertes que podemos decir esperadas, precedidas por la agonía, una despedida que tiene lugar mientras quien se va sufre lo suyo, aunque esté rodeado de cariño. 

Siempre es desolador despedirte y siempre es desolador no poder despedirte realmente. Pero quizás poder despedirte de modo consciente y con tiempo ayuda a colocar mejor a quien se fue.

A veces la vejez, esa vejez amplia y larga que tenemos en los países desarrollados, con su deterioro lento pero inexorable, es el modo que tenemos de ir diciendo adiós a esa persona del mismo modo que él mismo va diciendo adiós a ser escuchado, a ser tenido en cuenta, a ser alguien cuya opinión se valora, cuya experiencia cuenta. 

El mundo expulsa y a la vez el mundo no interesa. 

Decía Lutero que el hombre es un ser curvado sobre sí mismo. 

lunes, 1 de marzo de 2021

Jose Julio Perlado


Hace ya casi una eternidad (veinte años nada menos), estaba yo dando clases en una universidad privada y coincidí con José Julio Perlado. 

Creo no obstante que ya antes le había visto en alguna tertulia en casa de Pedro Antonio de Urbina, aquel maravilloso piso en pleno barrio de Salamanca donde literalmente (literariamente también) estábamos sobre los libros que se guardaban en un "falso piso" de madera. Con una especie de ventosas Pedro Antonio te abría el suelo y ahí estaban los libros, a nuestros pies. 

Qué buenos recuerdos de Pedro Antonio, tan bueno, tan correcto, tan culto, tan todo lo que era Pedro Antonio, aparte de abrir su piso a indocumentados como la que esto escribe, que ya era bastante. Una vez me dormí en una película de un director ruso, Tarkovski. 

Me lío, al grano. 

Allí estuvo en una tertulia José Julio cuando volví yo de la conferencia de Pekín del 95 de "la mujer", o sea, fijo que lo vi antes de coincidir en la universidad en 2001, el 96 sería o así, al hilo de alguna película con algún debate sobre el papel de "la mujer". En fin, vaya tiempos y a dónde hemos llegado. 

El caso es que, con esa seguridad que sólo tienen los tontos y que yo exhibo tantas veces (aunque la vejez y la depresión tienen la ventaja de que vas perdiendo esa seguridad y todo te hace temblar, hasta lo que has hecho 200 veces en tu vida), yo aseguraba que era fundamental lo de la conciliación de vida familiar y laboral como "el gran paso" que dar para que la presencia pública de la mujer tuviera menos trabas. 

Me miró José Julio tras sus gafas y muy correctamente me dijo: ¿de verdad tú crees que eso se "soluciona" con la conciliación?

En fin, ya digo que exhibo habitualmente mi ignorancia con gran seguridad. 

El caso es que luego, y sin quizás acordarme, volví a coincidir con José Julio en el Centro Villanueva. Correctísimo de nuevo, un señor. Yo daba Relaciones Públicas y él una asignatura seria o normal, digamos.  

Y luego más tarde, en un curso sobre escritura que él impartía en una librería justo frente a la casa de Pedro Antonio, y que creo que ya ha cerrado y que llevaba Rocío, una librera maravillosa. Como hace 12 años que no vivo en Madrid a lo mejor no ha cerrado. 

Nunca aproveché bien esas clases que me dio José Julio, que era un profesor estupendo y que nos hacía escribir sobre fotos que nos presentaba entre otros ejercicios que nos proponía. Y ahí que yo me atrancaba en una señora con un velo negro de la que no sabía decir (escribir) nada. Luego, cuando ya casi ni me acordaba, pasados algunos años me puse a escribir, empecé este blog, de nuevo con gran seguridad, insisto: la seguridad en mi caso no es muy buena amiga. 

José Julio Perlado es de esos profesores a la antigua usanza que sabe todo. Y desde luego sabe de literatura, de lecturas y de escritura un rato largo. Lo sabe todo porque ha leído todo lo importante con aprovechamiento. 

Mi siglo es de esos blogs imprescindibles. A mí cada noche me llega lo que publica y vale la pena suscribirse porque justo antes de dormirte puedes leer una brizna de algo interesante. Siempre. Sea algo sobre alguien, una cita de alguien, un cuadro o textos de novelas inéditas o de relatos suyos que José Julio nos ofrece a los interesados. 

José Julio es como un contador de historias de esos con barbas muy largas, como chino, como oriental, o como aquella tata mía que nos contaba unas historias impresionantes, se te mete en casa y de un cuento saca otro, y de ese otro, otro. 

Así engarza José Julio las historias. Es un mago. Es un contador de historias. Me encanta. Literalmente. Literariamente. 

No está en redes José Julio, por eso dedica tiempo a lo importante que en su caso es escribir para que otros leamos. Y nos animemos también a leer y a mirar. Y a hablar menos. O a tener menos seguridades. 

Es uno de los grandes, uno de nuestros maestros, mío desde luego. 

domingo, 28 de febrero de 2021

El tucán

Ilustración comparativa de algunos ranfástidos de Colombia.
Fuente Internet Archive Book Images, No restrictions, via Wikimedia Commons


Llevo días pensando sobre los tucanes. Y leyendo. Es un ave fascinante, totalmente del paraíso en sentido religioso, pre-pecado original.

Me he imaginado el asombro de los españoles al ver por primera vez al ave con ese pico tan impresionante y esos colores. 

¿Qué pensarían? 

¿Quién fue el primer europeo que vio un tucán? 

Es verdad que en Europa y en España tenemos pájaros con colores fascinantes. Sin ir más lejos, el abejaruco es uno de ellos. Y está en mitad de descampados a veces. Yo los he visto en Boecillo, en unos cortados que había hacia la Vega. Y los oigo en Ávila, que no los veo. Es un ruido el que hacen tan característico, que una vez que los has oído no se te olvida. Hacia finales de agosto los oigo también aquí, asumo que se van a cruzar el Estrecho y algunos pasan por Ávila de alguna manera. 

Leo sobre el tucán y sobre Gonzalo Fernandez de Oviedo, apasionante. 

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La depresión es un pájaro negro. 

viernes, 26 de febrero de 2021

Recordar

Las grandes palabras son importantes, hay que utilizarlas a veces. Pero tampoco todo el tiempo, hay que tener cuidado. 

Me pregunta alguien, ¿es una reivindicación eso que queréis hacer?, ¿justicia? ¿el rescate de una generación, de esas que nadie habla? 

Hoy todo tiene que ser grande o sesgado. Mejor dicho, pretencioso y, por tanto, sesgado.

Y no, es algo más sencillo, más cercano. Recordar. Re-cordar. Que es pasar por el corazón de nuevo. 

Ese pasar por el corazón a mí me parece importante. 

Recordar de modo personal, sin máximas, sin etiquetas. Recordar a personas que conociste, que tuviste cerca, o que no conociste, que es complicado, porque pisas el suelo sagrado de alguien, de sus familiares para empezar. Hay que entrar descalzo.

Recordar de modo humilde siempre, sin grandes pretensiones, ni pequeñas siquiera. Respetando. Sin hacer banderas, sin hacer nada. 

Cuatro pinceladas y la admiración que queda. O las gracias. Unas sencillas gracias.

Recordar y gracias. Sin pretender nada, ni un retrato completo, ni una hagiografía -no hace falta-, nada. 

Sólo un recuerdo. Un pequeño recuerdo y ya. Con eso basta. 



jueves, 25 de febrero de 2021

Poco más

Cocino y rezo, le digo a un amigo. Y poco más. Nada más realmente. Trabajo y escribo como puedo. Y leo también como puedo. Lo que puedo. El cuerpo es el que es y el alma también es como se encuentra en este momento. Así que especialmente católica me encuentro: lo que se pueda buenamente. Ya está. 

Me alegran los bulbos del jardín. Están saliendo, a puntito. Y coincido con una prima, que ella está igual ya, oliendo y viendo la primavera. Y eso que vivimos en Castilla la Vieja. Y la fría. Pero no hay primavera más bonita que la de Castilla. Bueno, una de ellas. 

Me gusta el silencio. Y el verse las caras. Uno a uno, no en masa. Más de cuatro ya me cuesta. Pero sí, echo de menos a mis hijos. Y a mis hermanos. Y poder tomarte un vino en casa de alguien o invitar "de a pocos" en casa. 




lunes, 22 de febrero de 2021

Fuegos artificiales en la playa

Hace año y medio nos acogieron en San Sebastián a las niñas y a mí mi prima Asun y por extensión Gloria y Javier. Llegamos casi al final de la Semana Grande, pero pudimos asistir dos noches a los fuegos artificiales desde la playa de la Concha, la gran final o lo que fuera. 

He recordado esos fuegos tan bonitos, tan espectaculares, pin, pan, pun, cascada, y luego otra cascada, y cuando crees que ya se acaba, otra más, y otra, hasta llegar a la final, una flor tras otras, como dientes de león desde arriba, desde el puerto, ya no sabes desde dónde vienen. Y de repente la oscuridad de nuevo porque se acaban. Fin. 

Aquella ilusión en la cara todavía de Vikka y Zoryona andando de vuelta a casa. Y yo, una vez en la cama las niñas, intentando distinguir las estrellas desde el balcón. Esas que en Ávila tan bien veo. Cuanto más oscuridad hay, cuanto menos iluminación artificial, mejor se ve el cielo. Pero son tan bonitos los fuegos, tan espectaculares, son una gran belleza. 

También me ha venido a la cabeza el final de la "En busca del fuego", una película estupenda, brutal y cierta, un hombre y una mujer primitivos, vestidos de pieles, y el hijo que esperan -ella le ha enseñado a copular de frente- mirando la luna, el infinito ante ellos. También ella le enseñó a reírse. Lo que se dice una compañera. 

Todo esto lo he recordado al hilo de la lectura del diario "Un ser de lejanías" de Francisco Umbral que encargué al ver el documental que sobre el escritor han hecho y que está estupendamente (la vi en Filmin).

A veces algo resuena con fuerza, hay un eco que te mueve a leer a alguien. Y en este caso fue ese alejamiento de las cosas o del mundo, o al revés, el alejarse uno del mundo, esa sensación que de modo creciente se puede tener y no sabes qué fue primero: ¿el mundo dejó de interesarse en "tus cosas" o fuiste tú el que ya no te interesan "las cosas del mundo" o lo que sea? Creo que ocurre a medida que se cumplen años y que ves que el final se acerca. 

Leí de un tirón este fin de semana a Umbral, las últimas páginas ya el domingo por la tarde mientras escuchaba a Andrés Amorós y unas canciones francesas preciosas, y naturalmente tristísimas, en un podcast de esradio.  Cita el propio Amorós al inicio de su libro "Maestros y amigos", que tanto me está gustando, a Pascal y ese "Le moi est haïsable" y luego a Montaigne "Soy yo mismo la materia de mi libro". 

Doy la lata a dos hombres buenos y amables. A mí la amabilidad me interesa. Y me parece más costosa, que implica más trabajo y habilidad, más costuras y remates y silencios, la escuela de la (búsqueda de la) luz que la de los maravillosos fuegos artificiales que nos dejan con la boca abierta. 

martes, 9 de febrero de 2021

No hacer daño y ser libre

Hablo ayer con una amiga a la que no veo. Bueno, ya no "veo" a nadie, salvo a mi marido y a los que trabajan en Mercadona o en el mercado, ese es mi contacto "físico" con el mundo. 

Hablamos de libros y escritores. Le confieso mi reticencia a leer a algún autor al que le he puesto la proa. Y se la he puesto porque no soporto a quien identifico, posiblemente de modo injusto -lo que tan nerviosa me pone en alguien casi es seguro que lo tengo, por eso me da tanta rabia-, como cobarde o miserable. Es mucho mejor no saber nada. Se lee mejor. 

Caigo en la cuenta de que puedo ser también una cobarde. Primero en algo bonito y hasta agradable: antes de hacer daño a alguien -si me doy cuenta antes- me freno. Cuando la experiencia me demuestra que no acierto a decir lo que pienso sin que la otra persona se pueda doler, callo. 

Hablo con mi amiga de la crueldad. Nos espanta. Nos reímos. Somos bastante mejorables. Como las fincas esas: manifiestamente mejorables. 

Por afecto (y mi falta de habilidad, está claro) a veces no soy libre. Si sólo fuera por eso, estaría bien y sería hasta presentable. Quedarse en silencio por no hacer daño es hasta bonico (en no teniendo la obligación "moral" de tener que decir algo, que no es el caso). 

Pero desgraciadamente hay más y no es tan agradable. Empiezo (qué optimismo el mío en ese "empiezo") a ser sierva y no sólo del no hacer daño. 

No tengo nada que decir, realmente no tengo nada. 

No voy a añadir una coma a nada ni a nadie. Además porque no hay una coma que ponga ya bien en lo que escribo. Necesito un curso elemental de comas a mis 59 años. Se ha ofrecido un colega a enseñarme y voy a hacerle caso. Yo con mis comas, concentrada. 

Cuando me he sorprendido sin libertad, por algunas "buenas" razones -no hacer daño, no herir susceptibilidades-, o en algún caso por no hacer el feo a alguien, por algo que se me cuela ahí y que me espanta, he pensado que mejor un castillo interior y a mis comas, que falta me hace. 

Off. 

lunes, 8 de febrero de 2021

Tu mejor amigo es tu peor enemigo

Me regala Gonzalo los dos libros de la Marquesa de Parabere que son una mina. No sólo hay una sopa de tortuga y otras cosas casi de literatura fantástica, es que todo el libro parece sacado de la cocinas de Downton Abbey o las del Palacio de Oriente. Por cierto, no he hecho aún esa visita a las cocinas del Palacio.


La historia de la marquesa que no era marquesa es fascinante. Yo, que me sorprendo viendo una serie que no me importa nada sobre unos tipos de Wisconsin y que si el baile del instituto o unas bobadas matrimoniales que no llego a entender, me quedo pensando con pena en la cantidad de personajes interesantes que tenemos en España y sobre los que no contamos nada.

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Tu mejor amigo es tu peor enemigo. Me refiero a ese rasgo del carácter o a esa virtud trabajada que te refuerza, te hace llegar a alguna parte, ser mejor o buena en algo. Puede ser el orden, que bien entrenado es fantástico -envidiable-, pero también puede llegar a ser un amo que te esclavice. O la improvisación, capacidad de salir adelante sin planificación... algo estupendo, pero terrible si acabas descansando demasiado en ese talento, te acostumbras a posponer. Al escribir es igual, tu mejor amigo puede ser tu peor enemigo. 

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Tengo miedo a perder a Gonzalo, de que enferme. Me despierto sobresaltada con ese sueño. Intento, intentamos, hacer lo que está en nuestra mano, pero sabemos bien que vivimos en la incertidumbre por mucho cuidado que pongamos. 

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Me hace gracia cuando alguien descubre un libro que para mí es un clásico, o más que un clásico, un libro con el que he crecido. Mis lagunas lectoras son tan oceánicas que no sé de qué me extraño. Uno es los libros que sus padres tenían en casa, los que leían y les apasionaban y cuyo amor nos transmitieron.  Y había unos muy importantes y otros que lo eran menos. Y otros que no estaban. 

Fue Zweig mucho antes de que llegara El Acantilado (de que volviera, en cierta medida, a ponerlo de moda, a editarlo) y fue "El bosque animado" y muchos más. Mi tío Paco y mi padre hablando de libros, leyendo sin parar, y nosotros pasando por esa misma fiebre lectora en paralelo o a veces años después, en diferido. 

Podría escribir una lista con libros que mi padre me sugería que leyera y que no leí hasta muchos años después por una resistencia extraña. 

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Vengo dando vueltas al pastel ruso que para mí es una de las cosas más ricas que hay. Suave y ligero, no una plasta. El de Ascaso está muy bien hecho. Voy a intentarlo esta semana. 


lunes, 1 de febrero de 2021

La señora de la flor

Decía una prima mía que siempre que visita un casco histórico de alguna de nuestras muchas preciosas ciudades o pueblos hay colocado un geranio u otro tiesto en algún balcón. Y es verdad, España está llena de balcones con flores que alegran. 

Esa flor no la ha colocado el ayuntamiento, es señal de alguien que vive ahí y mantiene esa casa, ese piso, que aquello está vivo y no muerto y no es un sólo un "casco histórico" precisamente. 

A la señora de la flor no le paga nadie, lo hace porque quiere y, como diría una tía mía, para tener aquello curioso, decente. 

Ayer mismo puso una tuitera una foto de su mesa puesta para la comida, lo hace más veces. La felicité por ello, es bonito ver una mesa bien puesta, anima el alma y serena. Me contestó ella que era un modo de olvidarnos del caos. Qué razón tiene, hogar y civilización siempre. 

Escribe ayer Vidal en El norte de Castilla que el primer deber moral que tenemos es mantener la cordura en estos momentos. Y también estoy de acuerdo. Creo que intentar ser la señora de la flor es un modo de hacerlo. 



lunes, 25 de enero de 2021

Con lo que hay

Recibo el número de "Naves en llamas" sobre la Iglesia Católica que había visto de refilón, pero que se me olvidó encargarlo, me lo recordó F. Leo un poco, pero como me deprimo, me pongo a cocinar, que no me deprime nada, aunque a veces no me salga. La cocina, como los pájaros, es una fuente de alegría constante. 

He hecho un puchero canario que me recomendó Ana y para el que pido ayuda porque veo que hay muchas recetas diferentes (¿calabaza o batata? ¿calabacín? ¿judías verdes? ¿garbanzos o judías?, lo del maíz o piña que dicen en Canarias sí lo tengo claro). Pregunto a una del lugar: "se hace con lo que hay". Bendita cocina tradicional que tanto nos ha alimentado, lo que hay en el huerto, lo que hay en la casa. Vamos a necesitar mucho cocinar con lo que hay. Los problemas vienen cuando se quiere cocinar con lo que no hay. 

También hago unas alubias con puerro e hinojo. Es que veo una receta de crema bretona, que me parece riquísima, y decido que por qué no hacerla sin que sea puré, mantener el puerro y además poner hinojo, que para mí es gloria pura, me encanta su sabor en crudo o cocinado. Me salen  pelín claras, aunque las dejo reposando, así que las tengo que componer o trabar mejor con otro invento, anchoas en lata pasadas por la batidora con un poco de alubias y el caldo. Ya veremos cómo están. 

Hago por primera vez gallina en pepitoria -había hecho pollo, pero no a su madre o hermana- y me acuerdo de la abuela de la gallina de marras porque tardo 2 horas en cazuela de hierro y 7 en crockpot, me tengo que ir a dormir y no puedo estar esperando. Eso sí, luego está de escándalo.  

Escribí hace tiempo un cuento sobre niñas mimadas,  triunfadores que se empeñan en serlo (y lo logran, claro) y esa rara consciencia que algunas personas tienen, un sexto sentido para poder ver a pesar del entusiasmo (del enamoramiento, lo que tú querrías que fuera algo o alguien, es igual, como quieras llamarlo). 

También es verdad que ante lo mismo o los mismos unos ven zeta y otros ven alpha. Y que, cómo me explico un historiador cercano, vemos -o interpretamos- aquello que podemos ver o interpretar, aquello para lo que estamos preparados por experiencias pasadas, por nuestro imaginario, etc.: un marino español veía una sirena donde el del lugar veía un manatí, pongo por caso. El marino no había visto un manatí antes, pero sí le habían hablado de las sirenas, y es posible que viera alguna representación de una sirena, así que asignaba esa categoría a lo que tenía delante, para él era inimaginable un animal como un manatí y, en cambio, las sirenas formaban parte de su mundo, de lo "esperable". 

Estoy con Mary Eberstadt y con las novelas de Salisachs, prolífica como pocas, desde octubre la leo. Hay mucho que admirar de la Salisachs escritora, y no sólo es esa constancia escribiendo, esa dedicación y minuciosidad. 

Deberíamos escuchar más a los mayores. Cuelga un tuitero este vídeo de dos ancianos de un pueblo de Soria de hace años y veo una relación con el otro vídeo que me pasó ayer el líder querido, el documental sobre el libro de Richard Werner que pongo abajo. 

Sí, con lo que hay, no con lo que no hay y nos inventamos. 






miércoles, 20 de enero de 2021

Con admiración

 La constancia. La paciencia. El ser guapa (por favor, ¿por qué no? ya sé que no es mérito "propio", pero ser guapa es estupendo). El ser inteligente (igual que ser guapa: se viene con eso). El saber unir. El saber dar un mandoble a tiempo (también, faltaría menos). Saber hacer croquetas a la primera. Saber escribir una novela. Tener una casa bonita y bien puesta. Poner una mesa bien con 4 perras. Saber entretener a niños con 2 bobadas. Saber concentrarse en medio del caos. Saber de campo. Saber de historia. Conocer muy bien la historia de tu pueblo. Coser bien. Hacer punto bien. Estar en política cuando en tu casa estarías divinamente y tienes un trabajo que te gusta y te ganabas la vida genial antes, has perdido intimidad, tranquilidad, etc. Ser sujeto de toda crítica por ello y de la incomprensión de tantos "buenos" que te dan leccioncitas y levantan la naricita, llevarlo con paciencia o llevarlo, simplemente. 

Ser carlista. Ser coherente. Ser de izquierdas y ser honrado, creértelo, no ser un cara de la vida. Decir la verdad aunque te cueste amigos, trabajo, dinero, prestigio. Decir no 300 veces cuando a tu alrededor, incluso los que quieres, te dicen que cedas, que todo el mundo cede. Ser minucioso, perfeccionista, cuidar las costuras internas de algo aunque nadie lo vea. 

Ser alegre. Reírte de tu sombra. No tomarte jamás en serio o pocas veces. Estar para todos y siempre. Echar una mano sin que te lo pidan, no esperar a que te lo pidan, adelantarse. No querer ser protagonista ni lucirse. Dar cancha al otro, alegrarse de que él pudo lo que tú no pudiste quizás injustamente. No ir de víctima ni de incomprendido. Pedir ayuda para que el otro se sienta que cuenta y porque eres humilde y crees que los demás pueden aportarte siempre. Estar sujetando cimientos sin que nadie lo vea. Pasar muchos apuros económicos sin quejarse. Confiar en Dios cuando todo se desmorona y cuando todo va estupendamente. 

Me paso la vida admirando a gente. 



lunes, 18 de enero de 2021

La mesa celestial

En mi casa se bendecía la mesa, pero la bendición que se ha quedado en mi cabeza, y la que utilizo habitualmente, es la que me enseñaron en el colegio:

Bendice Señor estos alimentos que por tu bondad vamos a tomar

Amen

El rey de la gloria eterna nos haga partícipes de la mesa celestial

Amen

Durante años yo rezaba "la glorieta celestial" sin darme cuenta que era gloria y no glorieta. 

El caso es que doy vueltas a la mesa celestial, al banquete al que estamos llamados y nos espera. Las doy porque cocino todos los días y es algo que me centra, algo que empiezo y acabo. Es una alegría poder acabar algo. 

Las doy también porque creo que en este mundo hay en estos momentos mucho de todo y el ámbito de la cocina y la comida no iba a ser menos: hay blogs, recetas, programas de tele, gourmets, gourmands, cocinillas y cocineros, instagram. En todo hay hoy de todo y mucho siempre, un abigarramiento. 

En paralelo, tenemos bulimia, anorexia, gente que no tiene ni idea de comer y se atiborra de lo que sea y también gente que no tiene qué poner encima de la mesa. Convive lo que llaman food porn -esa etiqueta de fotos de comida, tela etiquetar así- con nuevas ortodoxias exigentes (veganos, vegetarianos, ketos, comida "real", en fin, 200 reglas). Ahora hasta han descubierto el ayuno, en fin. 

Todo vuelve o está, ¿pero cómo vuelve o está? Exasperación y desenfoque, me parece. Necesito orden, yo, que soy el caos permanente. 

Creo ver que detrás de todo esto está Dios y lo que somos, alma y cuerpo, y para lo que estamos hechos aquí y cuando muramos, esa mesa celestial a la que estamos llamados, la gloria eterna (que no glorieta). Resucitará nuestro cuerpo, el mismo cuerpo que alimento, el que me duele. 

Para empezar, hay un anhelo de ser saciados -somos hambre-,  de compartir también -nada hay como que venga a comer gente o ir a mesa puesta a casa de alguien, qué suerte-. 

Leo mucho de esto. Crecen los libros del estante que he dedicado al tema. 

Pienso un poco. 

Desde las hierbas amargas que nos recuerdan nuestra esclavitud en Egipto hasta el cordero sin mancha, la matanza por San Antón (precisamente hoy), Santo Tomás de Aquino -que era gordo según recuerdo por la novela de Louis de Whol, cómo me gusta que fuera un gordo tan gordo doctor de la Iglesia-, el ayuno o la abstinencia, la cocina de los monasterios, la de la lumbre en cualquier casa modesta, la manzana aquella, el "vosotros sois la sal de la tierra", el milagro de los panes y los peces. 

Tengo que leer más de la teología del cuerpo. Estoy dando vueltas, rumiando como una vaca. 

 






domingo, 17 de enero de 2021

Lectura furtiva de "Feria"

Todo el mundo es importante y cada uno es de su padre y de su madre, aparte de las diferencias de, por ejemplo, edad, educación, experiencia vital, gustos, manías, intereses, etc. Como creo en esto de verdad, me parece que es maravilloso que existan tonos diferentes al escribir. Porque más que lo que se cuenta, del argumento o argumentos -sea ficción y desde luego no ficción- el tono es la clave para llegar con lo que se cuenta. 

El tono lo es todo escribiendo. 

Bendito sea Dios por el mandoble de una o la amabilidad de otro. Todo es bueno. 

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Hago una lectura furtiva de Feria de Ana Iris Simón. Llamo lecturas furtivas -que tengo algunas- a aquellas en las que no es un libro comprado, sino que lo leo en la biblioteca a trozos (sin sacar el ejemplar, lo hacía hace tiempo porque me gusta estar en la biblioteca, voy, cojo un libro y leo allí). También esas otras en las que es un libro que regalo luego (y leo yo antes rápidamente) como éste. 

Lo siento, he comprado dos ejemplares y ninguno era para mí. No me daba el presupuesto, así que lectura furtiva de Feria (a toda mecha, tuve un día solo, pero también un viaje y aproveché el tiempo).

Me encanta el libro, me apasiona, es muy verdad, es auténtico. Y lo es -creo- porque no "pretende" nada, y menos embelesarse con qué bien escribo, cuánto sé de esto, o ir de víctima, o decir mira qué escena erótica estoy escribiendo, o hacer un ajuste de cuentas, cosas últimamente muy petardas (y comunes) de la literatura digamos que contemporánea o del momento. 

Ya, cierto. Con todo eso habrá veces que se llegan a escribir cosas buenas, pero yo creo que pocas, francamente. 

Ana Iris Simón ha escrito desde una sencillez que hoy diría que es rara para el panorama de pretenciosos y postureos que es la literatura (la literatura es un reflejo de lo que somos, o sea). 

Resuena lo que leo en mí, nacida en 1961, podría ser su madre. Y no es que resuene: me emociona. Me río también. Me río mucho. Y pienso en mi infancia totalmente diferente, pero tan igual en cierta manera. En mis padres. En mis abuelos. En mis hermanos. En las casas en las que hemos vivido y en los barrios donde estaban. También en los veranos. 

Parece que esto que escribo sobre Feria contradice el primer párrafo y ese "hay tonos diferentes para personas diferentes", etc. Pero no lo hace. Porque quizás la sencillez es el tono que llega siempre. A todos. O a muchos al menos. A una gran mayoría de personas. 

Así que, aunque no lo hice intencionadamente (compré el libro para regalos porque me lo recomendó EGM, pero no lo había leído yo antes, hay personas de las que me fío a muerte), esto supone un experimento "de rebote": un ejemplar va a un familiar de menos de 30 que trabaja en marketing digital -una moderna, vamos a llamarla así a la pobre, se va a reír cuando se lo cuente-  y el otro a la persona que viene a casa a limpiar, de mi edad, lleva trabajando desde los 12 años, la persona más buena que yo conozco, muy lectora, por cierto. Ya contaré qué les ha parecido. Estoy segura de que les va a entusiasmar a ambas. Que va a resonar también en ellas. Una ya me ha llamado emocionada (la otra tiene el regalo pendiente). 

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Me compro -porque una fuga de agua y 5 viajes a Valladolid y sus respectivos fontaneros, administrador, vecinos, geófonos, etc, lo merecen y no he tenido Reyes por no vernos, snif- el libro de Julia Child sobre cocina francesa y el de Nestor Lujan sobre gastronomía. 

A veces pienso que soy muy feliz. Pero tengo mucho trabajo pendiente, así que lo soy menos. 

Pereza y agobio se entremezclan. 





lunes, 4 de enero de 2021

El huevo de más

 Vuelvo a hacer algo que se me resiste, unos años me sale perfecto y luego, de nuevo, mal. Esta vez "además", despistada, pongo un huevo de más (que era para pintarlo, no para la masa), así que estoy venga a amasar a mano y no acaba aquello de quedar como debe, está demasiado húmedo, pringoso. Como me extraño, vuelvo a repasar la receta. Y caigo. Puedo tirar la masa o aprovecharla. Decido que no están los tiempos como para tirar nada. Y ahí me quedo mirando tras la puerta del horno a ver qué pasa. El roscón sale casi sin centro, pero de sabor está bueno. Esta es mi vida cocinera y no cocinera, un continuo hacer y volver a hacer y que las cosas salgan o no salgan.

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Luchar contra lo mismo que te hace alcanzar el "éxito" -sea lo que sea esto- o te hace buena o pasable en algo. Porque es lo mismo que, si no lo dominas, si te pasas, si te apoyas en ello demasiado, te acaba por pasar peaje. La rapidez que hace que en 10 minutos soluciones algo puede acabar siendo precipitación o un modo de posponer con pereza sabiendo que al final sacas el trabajo. Y escribiendo es igual. ¿Cuál es mi mejor virtud o mi talento? Pues eso mismo, si tiras de ello demasiado, puede acabar por esclavizarte. 

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Sólo dos propósitos en este año: poder dormir, recuperar el sueño, sin el cual no soy nada. Dormir bien, dormir sin adjetivos diría, dormir, es el punto de partida. El otro es estar de verdad donde estoy.  

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Curt Jurgens de Miguel Strogoff en una película de los 50. Unos uniformes preciosos, unas batallas donde, según Gonzalo, no luchan los extras como debieran, van como sin ganas. Pero ay ese movimiento de masas, tantos caballos, todo sin apoyo electrónico, de verdad. 

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Hago 3 kilos de granola para regalos, me paso toda una tarde. Cuando llegue la factura de la luz me voy a caer de espaldas. Hago costillas de cerdo en el crokpot, siempre hay que: a) Dejarlas marinadas tiempo antes; y  b)Dorarlas bien, tostarlas, antes de meterlas en el aparato.