Como con mis mejores amigas del colegio. He aprovechado que
tenía esta tarde una presentación de un libro para que esa comida que tenemos
sea este jueves. Aprovechamos también que mi marido tiene trabajo en Madrid y,
de paso, quedamos con A. a cenar, los hijos son hijos siempre, aunque no lo
sean.
Hace un sol espléndido y comemos fuera. Me llevan luego en
coche por Serrano con tanta gente elegante, tantos escaparates y esos
edificios imponentes. Oigo misa en Gran Vía –más, más edificios imponentes- y
voy andando con calma y mucho tiempo Fuencarral arriba, otro tipo de público. Madrid
es esto. Y más, desde luego.
Una se adapta rápido a vivir alejada y (supuestamente, ja,
ilusa) sin ruido. Pero sé que hay
algo que no es nada bueno en ese sentirse extraña(da) y ajena.
Es jueves y se expone el Santísimo en muchas iglesias. Me
decía mi madre que una de las cosas que más le emocionaban de París era la
basílica del Sagrado Corazón en Montmartre. Ahora me pasa en Madrid lo que a
ella.
Ante algunas opciones políticas me encuentro como aquel “había
entusiasmo, pero no indescriptible”. No es escepticismo, ni, espero, ser un
cenizo, pero creo que todo es más hondo y que llevará y lleva mucho, muchísimo
tiempo. Es una labor de orfebres y no (sólo) de líderes o partidos, me parece. Y a mí me
preocupa mucho y lo primero la fe de los que me rodean, la mía para empezar.
Tengo que hacer la reseña de "La restauración del la cultura cristiana" de Senior. Tres veces
llevo leído el libro. Y, en paralelo, he leído otros que puedan arrojar un poco
de luz. No me fío de mi propio entusiasmo o de deslumbramientos primeros. No los quito, son estupendos, pero dejo que pase un tiempo y los templo.
Si me miro por dentro sé que basculo entre la mundanidad y ese (querer) apartarse para protegerme, precisamente porque sé lo fácil que es acabar
comulgando con ruedas de molino. Lo hablaba con una amiga. El éxito o el
reconocimiento –el que sea, grande o pequeño- se cuela. Es tan agradable ser popular y gustar a la gente. Por eso creo que
entiendo algunas enmiendas que parecen a la totalidad, que son radicales, dicen,
pues bueno. Raíces, naturalmente.
Estupenda la presentación del libro de Scruton. Da gusto escuchar a hombres
sensatos y con sentido del humor. Creo que me va a gustar el libro. Sí, conservar
lo que merece ser conservado, desde luego. Pero no es podar sólo ni
fundamentalmente, es ir a la raíz primero, creo.
El miedo es lo más importante de
todo esto, creo. Lo deduzco de lo que me dices y por cómo lo haces, también
por propia experiencia. Es casi el meollo de la cuestión, de ésta y de otras que se
adhieren. Y hasta la inseguridad te diría, esa inseguridad interna y tan
humana de los 20 y de los 50, pero ese sería otro tema. La frustración
también, encontrarte de bruces que lo que te dijeron no se cumple o no lo hace
de la manera que esperabas. Espero escribirte también sobre ella, la frustración puede tener
mucho que ver con lo que está sucediendo. Con diversas dosis de miedo, inseguridad y
frustración vivimos mujeres y hombres, ambos
sexos. De cómo lo hagamos –los superemos o, simplemente, convivamos con ellos-, dependen
muchas cosas.
Como tú, y como tantas mujeres
hoy, he vivido sola. En Madrid y también en lugares que no conocía y
con los que tuve que hacerme, en mi caso occidentales siempre: de joven en Toronto,
Montreal, Londres, París, más adelante y más mayor en medio del campo en
Castletownbere en mi amada Irlanda, en mitad del campo también en El Boalo hace
9 años, cómo pasa el tiempo. Como dice G., a mí me
tiran los sitios donde te deberían dar con la casa un Winchester.
He estado en Nueva York viviendo
en un hotel –y no de los buenos- durante semanas, ahí fue con una colega, trabajando como ONG observadora en el
preparatorio de la IV Conferencia Internacional de la Mujer (la de Pekín, sí,
también estuve en Pekín en el 95, espero contarte lo que vi allí y lo que
aprendí sobre esto de las mujeres, en esto del feminismo creo que cuento con un poco de experiencia). Atrancábamos la puerta por la noche y durante el día nos
reíamos, así era.
Sola he cruzado Francia,
Inglaterra y España, por supuesto. De vacaciones, explorando, por trabajo, a
veces con una perra y muy puntualmente con alguna amiga o prima. Pero he pasado
sola mucho, mucho tiempo. Todo esto te lo cuento porque no creo ser una mujer timorata, lo cual no implica que no haya sentido miedo,
como tú y como cualquiera, pero creo que con la realidad se puede convivir con el miedo, vencerlo a
veces y evitarlo las más de las veces (con prudencia, de esto irá la carta tercera). De
realidades pretendo hablarte en estas cartas si me dejas. Ser realista es
fundamental en todo esto.
Ese miedo que tú dices tener cuando vuelces a las 4 de la mañana en Madrid y ves una sombra masculina es normal. Pero
creo que el miedo no puede ni debe
derivar en el relato delirante que se traza a continuación de un modo realmente
sorprendente, ese todos los hombres son unos violadores potenciales, o unos
abusadores, y, también, de que esto es
universal y vivido del mismo modo en todo el mundo y por todas las mujeres. Con
ese relato no puedo estar de acuerdo y es más, me parece muy dañino y que nos
lleva, os lleva, a lugares que no son nada atractivos.
El miedo sirve no sólo como instrumento que nos mueve a la defensa (un modo de prudencia), sino también puede servir –y ha servido en la historia- para construir esos otros relatos que llevan
al enfrentamiento, a reacciones irracionales, a cosas muy feas, para manipular
a la gente, hombres y mujeres, como creo que ahora está sucediendo.
El miedo nos lleva a otro tema
estrella: el MAL. Qué cosa, eh, el mal, uf, qué feo, si todo el mundo es bueno
–menos los hombres y Trump especialmente-, si todos en la cuna somos
encantadores, si el mundo podría ser como canta el Imagine, o el We are the world,
etc. Pues sí, el mal existe y no es
cuestión del capitalismo, ni del heteropatriarcado, ni de todas esas bobadas,
por favor. El mal existe porque hay personas que hacen daño a otras y a sí
mismas a veces. Va en nuestra naturaleza.
Grábatelo a fuego, N., por favor,
y no seas ingenua. Tú lo sabes ya, por
eso sientes miedo, pero luego, sobre ese hasta saludable síntoma del miedo que te alerta ante la posibilidad de un mal, se os presenta un diagnóstico delirante, así como son delirantes las “soluciones” que os
venden, hay un cortocircuito importante que voy a intentar desmontar.
Ahí está el problema, no en el
miedo puntual –que manda una señal a tu cerebro para que estés atenta-, sino en pretender borrar el mal, en actuar como si el mal no existiera o, por
el contrario, en considerar que es mal todo lo que te rodea, son dos líneas
contradictorias del relato que hoy conviven en el imaginario de algunas mujeres
(y hombres, por cierto).
Parte del
relato feminista radical os enseña a tener miedo de modo omnipresente,
obsesivo,otra parte –aliada con el
flower power que nos venden-, os deja
absolutamente inermes, sin el más mínimo sentido común y otros sentidos que hoy
parecen inexistentes, no nos dejan que apelemos a ellos, que os los recordemos.
El mal existe aunque tuvieras un
policía en cada esquina, aunque toda la población estuviera educadísima en la
igualdad de sexos y fuera “feminista”. El
mal forma parte de la vida. Y, por cierto, no sólo está fuera, está también
dentro de uno. Males, por supuesto,
diferentes y que llevan a cosas diferentes. El mal existe y existirá siempre. De
eso van los cuentos, gran parte de los cuentos, los infantiles. Es una pena que
no se cuenten o que se cambie su original crudeza o que se cuenten, uf, de otra
manera.
También es cierto que
determinados males –esos que te hacen a ti o a mí como mujer sentir un concreto miedo- son mil veces más posibles en determinados barrios, ciudades y
países que en otros, solo hace falta abrir los ojos y ver las estadísticas (lo
malo es que en algunos países no hay ni estadísticas, esos son los peores). Pero
aquí y allá, siempre habrá personas que quieran hacer daño a otras. Es parte de la
vida, del mundo, y para vivir hay que tenerlo en cuenta y actuar en
consecuencia y, sobre todo, en función
del grado del mal, de su frecuencia, de las posibilidades de que suceda, en fin, no de
manera irracional o psicótica como hoy en día cierto feminismo enseña o, por
otro lado, como si no existiera.
Uno de los problemas del discurso
feminista radical es que no gradúa, no modula, no aplica la más mínima lógica,
es totalmente ajeno a la racionalidad. La razón va de eso también, N., de
graduar y modular en función de los hechos.
Porque el mal exista, y porque algunos
hombres hagan cosas terribles, no hay que vivir ni con psicosis ni creer que
todo hombre –así en genérico- es un violador en potencia y que si puede te hará
daño, ese daño o cualquier otro (maltrato, etc., de esto te hablaré en otra
carta). Tampoco hay que vivir como si el mal no existiera o pretender un mundo
feliz e ir en plan Alicia en el país de las maravillas. En corto: desconfía del
tipo que no conoces y te sigue los pasos a la 1 am, pero por Dios bendito, no
pienses que todo hombre es un violador en potencia y no achaques por simple
justicia con los hombres que te rodean por goleada (tu padre, tus tíos, tus
primos, etc.) al género masculino la violencia.
Hay mal y se lo hacen a la
abuelita que abre la puerta pensando que es el cartero y se llevan su joyero, a algunas mujeres
a las que pueden violar o abusar de ellas, y, también, a hombres a los que
atracan, al pobre anciano ese que ha querido defenderse. Hay mal y padre y
madre adoptivos asesinan a su hija que vino de China. Hay mal y la novia de un
hombre mata al hijo de éste. Creo que no hace falta ponerte más ejemplos. No es
patrimonio de nadie el mal.
Las mujeres físicamente somos
más débiles que los hombres (vale, sí, están las levantadoras de peso,
karatekas y lo que quieras), pero somos más vulnerables físicamente en líneas
generales. Es un hecho. Estamos más inermes ante un ataque de ese tipo. Esto
también se aprendía antes y no nos suponía ningún problema contar con esa
realidad, es decir, no cortocircuitábamos y nos lanzábamos contra el sexo
contrario llamándoles así, en genérico, cerdos, ni, por otro lado, actuábamos como
si no existiera (se llama prudencia y ya te digo que será la carta tercera).
Ni por cultura, ni por educación,
ni por entorno ni por nada, la posibilidad de ser violada o abusada es igual en
todas las partes del mundo. Ni, por supuesto, la ley es la misma, ni la sanción
social, ni tampoco las consecuencias. No lo es de ninguna manera. La patraña
feminista radical esto no lo tiene en cuenta, os escamotea que no es lo mismo
Kabul, Cali o Madrid, os vende un mundo aterrador e igual para todas las mujeres
en todo el mundo cuando simplemente no es cierto. O, a la vez, es curioso esto,
puede hasta promocionar que el mundo es un precioso lugar de abrazo universal y
luego nos llevamos las manos a la cabeza.
Echa un vistazo al vídeo que te
pongo abajo, es revelador. Es lo que están respirando hoy los niños occidentales mayormente, si luego eso cambia quizás sea por otras
razones –ya iremos con ellas-, pero no porque no se eduque –en mi época ya lo
hacían- en que a las mujeres no se les toca. Es tan natural el horror de estos niños, que es que no hacen falta más palabras para saber que hoy en Occidente en
líneas generales y con excepciones -que también te hablaré de ellas- vivimos en entornos
donde hay un rechazo social general y personal muy fuerte hacia la violencia contra las mujeres, creo que el más
fuerte de cualquier época.
Me he tomado un tiempo para
contestar a tu comentario sobre lo que dije en una red social. Hacía mucho tiempo que no escribía sobre “este
tema” (la mujer, las mujeres, uf, me da repeluco, como vergüenza hasta hablar
así “las mujeres”, “los hombres”, en fin). A
menudo creo que no tengo nadamás que
decir o escribir sobre éste y otros temas (sobre los que he escrito bastante aquí y fuera, sí,
lo hice, hasta que llegué a un punto de saturación). También es que estos
últimos años me he centrado más en el hacer –diversos haceres- y eso me ocupa la
mayoría del tiempo. Las palabras, dichas
o escritas –fundamentalmente mías, aclaro, aunque algunas otras también-, me
sobran casi siempre, no te cuento las arengas. Prefiero hacer y el silencio,
pero es que, además, a mí me lleva bastante tiempo escribir y, francamente, no lo tengo.
Si ahora venzo esa resistencia es
porque sé, a la vista no sólo de lo sucedido el jueves pasado, sino de esa
deriva radical –en este y otros temas-, que es importante hacerlo. Porque los
hechos solo, al parecer, no pueden hacer frente a lo que llaman el “relato” dominante.
Porque la evidencia, la que te rodea a ti y a mí por goleada – pese a la incapacidad para reconocerla y apreciarla en todo el valor y el peso que en nuestras vidas tiene-
no parece poder hacer frente al retrato apocalíptico,
al drama, a señalar culpables en genérico, a pensar en términos de lucha de
sexos (y clases) que es lo que difunde ese feminismo de revancha (aquí el manifiesto).
Las mentiras arraigan y, porque
son simples, lo hacen mucho más rápido que la verdad, que suele ser más
compleja y tener habitualmente muchas caras. Una verdad a la que podemos acceder parcialmente siempre, muy parcialmente. Del poso de verdad, de la parte de
verdad, atractiva y brillante que, seguro, puede haber en algunas demandas o
quejas, se alimentan mentiras espantosas que crecen y crecen y que acaban por
volver loca a la gente, hombres o
mujeres, como creo que está sucediendo.
Escribo esto por ti, por mí misma
–es bueno vencer la pereza y cambiar de opinión-, quizás también
por otras personas, no lo sé. Quizás ayude o sirva de algo, nunca sabes quién
puede leer algo ni las amistades que puedes encontrarte o el diálogo que puede
establecerse, incluso el odio que despiertas si cantas fuera del coro como en este tema sucede.
Estas cartas no son para convencerte de
nada, sino para que sepas algo que quizás, sólo quizás, no sepas, para
que conozcas otra perspectiva,la
mía, diferente a la que mayoritariamente te rodea fuera de la familia o, por lo menos, y eso es
seguro, a la que más se expresa públicamente, la que más audiencia y cobertura mediática genera o más eslóganes
produce. Como verás, no puedo escribir en eslóganes, siempre creo que hay un
matiz que añadir, lo que también podría llamarse como “dar la chapa” (esto lo dice G.).
Espero que puedas leer con calma,
como yo he leído tu comentario y lo he pensado estos pasados días. Sólo te pido
que pienses en ello, nada más. Lo hago desde el cariño. Y con humor, espero.
Hoy me veía escribiendo y pensando sobre la prudencia y me moría de risa. Si mi
padre levantara la cabeza, me miraría con sorna y diría ¿Tú, Aurora, prudente?
Entonces yo le enseñaría algunos hábitos y modos de hoy y tendría él que
concluir que, con todo, he sido una
mujer prudentísima casi siempre por simple comparación con lo que hoy vemos (no
en ti, ¿eh?, en general).
Voy a hacer referencias a mi
vida. Espero no ser como el abuelo cebolleta, pero sé que lo seré. Te pido
perdón de antemano. También si voy a ser bruta, más bien cruda, con lo que pueda decir
a veces. Sólo voy a contarte algunas cosas que creo que no se dicen, que se
obvian y que no halagan precisamente. Ni a las mujeres ni a los hombres.
Desconfía siempre de quien te halaga, N. También silo hacen en plan colectivo.Por eso
simplemente apesta ese feminismo de loa eterna a las mujeres y condena a los
hombres, sólo eso tendría que hacer dudar, me parece. Repugna a la inteligencia ese baboso halago.
Creo que es importante que sepas que, lo que digo, sin hablar en representación de ninguna mujer más –soy
yo, y como te dije ya a mí no me representa nadie ni yo escribo en
representación de nadie-, viene avalado por cierta experiencia como mujer, como
persona, vamos a llamarlo así, creo que lo soy y lo era, “independiente”, con
una biografía no diré que alternativa, pero desde luego no tradicional al uso, que
se ha casado “tarde” (a los 50, uf, suena no sé si alternativo o carca), que ha
vivido y está viviendo una vida que considero buena sin que esto implique sin dificultades. Muy
pocas, N., en comparación con otras mujeres entre las que ni yo ni tú, desde luego, nos encontramos. Al final muy parecidas a las tuyas posiblemente. La diferencia puede ser el modo
en que ayer y hoy reaccionamos, me parece.
Porque en ti, N, me veo reflejada en algo, quizás
tú puedas verte también en mí, en algo de lo que cuento. Quizás esto te sirva,
ojalá lo haga. Dame solo un poco de tiempo, por favor, ten paciencia.
Vamos por el primer punto que me
parece el más importante de lo que me contestas sobre la "realidad paralela", eso
que escribí sorprendida y preocupada –y cabreada, ahora no lo estoy y espero
que lo notes- hace unos días diciendo que no en mi nombre, que el manifiesto de
movilización por el 8 de marzo era una locura y que solo leerlo ya daba idea
del delirio colectivo, etc. Sigo pensando lo mismo, pero lo
diría de manera diferente y, seguramente, mejor.
Me refiero a ese miedo que
compartes con otras mujeres al volver por la noche a casa. Ese pasar de acera
si ves una sombra porque son las 4 de la mañana, como me dices que te pasa y pasa a tantas. Y
todo eso que, tras esa constatación del miedo, hilas –hilan- a continuación, un
panorama desolador y terrorífico para las mujeres de este país que se llama
España.
Pasadas dos semanas de la gran nevada de Reyes, salí de nuevo a dar una vuelta por la mancha de dehesa que tenemos detrás de la urbanización. Al construir nuestras casas, dejaron en pie esas encinas que debieron de pertenecer en su día a esa finca tan bien cuidada, Zurra, que ahora queda al otro lado de la carretera y rodea el camino hasta Vicolozano.
Ya había visto el desastre de tanta nieve en nuestro jardín con el endrino, los evónimos y el membrillero. No con el árbol del paraíso, que resistió el peso de la nieve, así como aguantaron bien el manzano, el cerezo y el ciruelo (de ciruelas "cojón de fraile", hay que ver qué nombres se gastan en Castilla).
Mira que parece fuerte una encina y que lleva tiempo que crezca, pero tanta nieve en las ramas, tan sólidas que parecían, hizo que se rompieran. Estaba todo ese campo como si hubiera pasado Atila, una pena. Tantos años en pie para acabar vencidas por una nevada.
Al llegar a casa, me acerqué donde crece la hierbabuena y no creía ese milagrito de la naturaleza. Soportó la pobre en esa parte del jardín un metro de nieve de peso y seguía ahí, verde y pequeña.
No he podido ver todavía en esta segunda nevada qué ha pasado con ella, sigue cubierta.
En la foto un herrerillo tan contento en la nieve.
Supongo que se puede escribir ficción y, sin perder calidad, ajustar cuentas.
La literatura es quizás un modo (otro) de ajustar cuentas de una forma más o menos evidente, más elegante o, incluso, hasta más zafia que dejar ko a tu enemigo en una pelea.
Hay ajustes de cuentas conyugales (o ex-conyugales) que se vierten en la literatura y no por eso una novela deja de ser buena. El mismo que describía a una mujer pequeña y pesada, con ese eterno reproche ante su marido que no era como ella quería -como podemos ser, creo, todas las mujeres-, es capaz de escribir su panegírico en libro tras esa muerte que nos limpia de nuestros defectos y torpezas. Y es la misma mujer, la insoportable y la perfecta, no es otra diferente.
Hay otros ajustes: con el mundo editorial -esto parece hoy bastante frecuente, hay escritores cuyo principal tema es la escritura y ellos-, con aquel compañero de colegio, de universidad y hasta de seminario, según he leído recientemente. También con tu familia o con aquel jefe. Y, por supuesto, con la iglesia católica, con la educación que recibiste, con aquel maestro, etc. Escritores mañosos, que entretienen mucho, están muy prendidos de esos ajustes de cuentas como mar de fondo. Es un tic que a veces obvias para seguir disfrutando de ellos o que aceptas.
Me pongo a recordar libros que me han gustado mucho y varios contienen lo que quizás son pequeños o grandes ajustes de cuentas. Y me siguen gustando.
Sin embargo, no soporto cuando el ajuste secuestra a la novela, se hace con ella. El límite no debe de ser fácil. No sé si es cuestión de ser buen escritor -a veces- o de otra cosa. Porque no creo que en algunas ocasiones sea por falta de recursos o de capacidad. Quizás es un tema de dentro, de no empeñarse en una venganza y seguir erre que erre.
Cada día hay una sorpresa. Es una de las ventajas de vivir un poco apartado, de tener el campo cerca. Sales a dar un paseo con la perra y no hay día en que no veas algo nuevo.
Tiene mala fama Ávila, fama de frío. Y es cierto, lo hace, pero hay mucha luz. Y yo cada día necesito más luz y menos gente. Quizás eso es hacerse vieja. Estoy en el lugar perfecto.
Esa luz de Castilla es aún más bonita en invierno. El otro día en Carnota tuvimos una manta de agua constante para desanimar a cualquiera. Y yo erre que erre, qué gusto que llueva.
Una acaba como su perra, que sólo despertarse ya está contenta. Y ahora nos toca de nuevo frío y nieve. Pues bendita sea la nieve.
Soy optimista por naturaleza, por la naturaleza, y tengo una casa caliente que me espera. No se puede pedir más. No necesito más de esto que tengo.
Nunca he pensado que las buenas formas en la mesa sean lo más importante de la educación.
Supongo que, como muchos de mi generación, nos espanta la estricta observancia de lo que pudieran ser formas "externas" mientras se desatiende lo que consideramos "el fondo". Es un tic de los que nacimos en los años 60, lo sé. Pensamos que se puede ser un tipo que sabe utilizar la pala de pescado y no sorber la sopa y, a la vez, un perfecto imbécil de los que miran por encima al prójimo.
Sí. Hace décadas podría pecarse en este sentido. Bueno, y ahora. Es una tentación que se puede tener y que, desgraciadamente, a veces se alimenta. Algunos anglos, ciertas clases sociales, etc., eran expertos en esto. La buena educación así entendida podría ser un código de reconocimiento, algo como de élites no al alcance de cualquiera.
Sin embargo, la vida te va a enseñando que las formas, si son auténticas, son precisamente un modo de respeto al prójimo y a uno mismo -esto casi lo primero- y que, desde luego, facilitan la convivencia.
Como ocurre con otros ámbitos, hoy en día podemos quedarnos prendidos de lo externo de lo supuestamente externo, valga la redundancia, y no dar con el fondo de la forma, lo realmente importante. Hoy esto nos encanta. Echamos de menos algo pero nos quedamos en sus aledaños. Ocurre en otros ámbitos, y la buena educación -en esto de la mesa- puede ser otra carcasa más, un rey desnudo por mucho que se vista de seda.
Recuerdo a mi padre recogiéndome en la calle Lista al salir yo del trabajo. Él venía del antiguo INI en la plaza del Marques de Salamanca. Eran mediados de los 80. Un banco americano, mi primer sueldo, quería comer conmigo, subió a la planta aquella. Estaba muy contento de su hija con su primer empleo.
Era un día normal en el banco. Se oía a un jefe gritar a alguien por algo que había hecho, una bronca, bastante habitual, en directo. Mi padre no daba crédito. Bajamos en el ascensor con dos compañeros hablando en un lenguaje que hoy nos parecería normal, pero que hizo respingar a mi padre (los tacos antes no se decían ni cuando te pillabas la mano en la puerta).
Hablé con mi padre de algo que no recuerdo, terminamos de comer y salimos. Y cuando mi padre se despedía camino a su trabajo y yo al mío, dejó caer como quien no quiere la cosa "Hija, me da mucha pena que en un banco con gente tan bien vestida y que tantos medios ha tenido y tiene se hable y se coma tan malamente".
1. Puedo hacer pocas cosas, y las que puedo hacer sirven de poco.
2. Aún así, hago poco. O hago lo que no tengo que hacer. Y lo hago a menudo mal o manifiestamente mejorable, como las fincas.
3. Lo anterior importa, en todo caso, también poco.
4. Dios me ama.
5. Dios ama a los que amo más que lo que yo puedo amarles. Él se encarga de ellos. También de mí aunque no me deje.
Hace unos tres años pensé que podría tener problemas de oído de tanto como me molestaba el ruido. Fui a hacerme unas pruebas y el resultado fue que oía perfectamente "como si tuviera Vd. mis años", me dijo la encargada de Gaes, una veinteañera muy simpática.
Me molesta cada vez más el ruido y el ruido hoy está en todas partes. Y eso que vivo en Ávila.
Desde aquel día en Gaes estoy leyendo sobre el silencio. Pero no me vale leer sólo, necesito practicarlo. Sería un buen propósito para este año, más espacios de silencio y también, y en todo, un tono más bajo.
Hablo demasiado alto. No son los otros los que lo hacen, es mi propia voz interior la que me molesta, un runruneo inaudible para otros pero constante. Pienso demasiado en alto. Creo que debería pensar en voz más baja. Y, probablemente, menos. Quizás no es pensar lo que hago.