"Castilla, cerros y nubes", foto de Ortiz Echagüe (Museo de la Universidad de Navarra) |
Puede que, como escribía Eliot, abril sea el mes más cruel, pero la estación más cruel yo creo que es el verano.
El verano tiene muchas caras.
Una alegre y luminosa: las vacaciones, la playa, la montaña, el descanso. Tener tiempo, poder leer, la posibilidad de volver a ver amigos o familiares a quienes no vi casi en todo el año salvo en bodas, funerales o Navidades.
Otra definitivamente zafia, porque al calor nos mostramos con todas nuestras debilidades. Más discusiones, más gente, a veces un espanto. Más gritos, peor educación. El verano no es la estación de la elegancia salvo que te encierres en una casa con patio y una parra o versiones similares. Me lo dijo un compañero joven de Máster: mi ideal de verano es irme al pueblo de mi abuela en La Mancha y pasarme leyendo todo el mes con ella al lado.
Pero hay otro verano, esa cara cruel que empieza por verte más débil, más mayor, el declive del cuerpo y la cabeza (por decimosexta vez en el día ¿dónde habré puesto mis gafas?).
Al principio era con tus padres, a quienes veías en la piscina o en la playa cada verano. Pero luego eres tú misma. Y recuerdas la frase "algún día otro te ceñirá e irás donde no quieres ir".
Murió Ignacio el 30 de junio. Mis padres lo hicieron también en dos veranos, 1988 y 2010. Lo recordaba el otro día con un hermano mío. El calor, la llamada en la madrugada o el buscarte en mitad de un congreso, primos interrumpiendo sus vacaciones para acompañarte, la luz cegadora, el llanto inconsolable, la soledad, saber que esa delgada línea de tierra se hace aún más delgada y el cielo, como en las fotos de Ortiz Echagüe, más grande y más alto.
Ha muerto también el padre de una buena amiga y no me ha dicho nada para que no bajara al entierro.
"Rezamos los unos por los otros" es desde hace años mi despedida con muchos amigos cuando hablamos.
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Y con todo, hay muchas alegrías y hay esperanza.
Mi hijastro y su mujer esperan su primera hija, Julia, para agosto. Vienen unos amigos a comer y soy feliz. Nos invitan a Gonzalo y a mí a comer por decimocuarta vez Leti y Manel y sé que lo pasaremos bien. Una amiga se acercará desde Toledo con su hija y su marido a visitarnos. Otra amiga me cuenta que ha alquilado una casa en un pueblo cercano a Ávila.
F creo que ha encontrado trabajo.
P está haciendo el Camino de Santiago y pensando.
Y, A y su bebé salen adelante.
E está de viaje y quizás Dios llame a su puerta y cene con él y él con Dios.