Cuando llegué a esta casa, fue lo primero que me gustó, la cocina con ese sol que entra a raudales. Durante meses, hasta que tuve preparado mi despacho, era estupendo. Hacía la comida mientras trabajaba en la mesa donde comemos. Luego ya tuve que trasladarme. Ahora, a pesar de que mi estudio tiene la misma orientación, la cocina sigue siendo mi habitación favorita y he vuelto a escribir y a leer en ella a ratos.
Cuando empezaron las primera heladas, coloqué dentro los geranios que había comprado a mediados de verano. Pero me preocupa que se hagan demasiado señoritos y se me puedan morir del susto cuando vuelvan al aire con el frío nocturno -menos de diez grados en pleno verano-, así que he empezado a entrenarles y les quito la calefacción cuando me voy a la cama. Al despertarme vuelvo a ponérsela y a darles coba, que si tu poquito de agua, que si esta hojita mala voy a quitártela... Es un ten con ten de zanahoria y palo lo que tengo yo con los geranios. Son una de mis alegrías diarias, verlos ahí en sus tiestos amarillos, poder cuidarlos.
Creo que soy una mujer muy afortunada teniendo una cocina con tanta luz y esos geranios. No creo que pueda haber un mejor despacho.