Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 28 de septiembre de 2010

Las vidas de Mariana Betanzos (1)



Abro los ojos y noto algo raro, como si no fuera mi cama. Es el móvil que tengo en la mesilla de al lado lo que me ha despertado. Una tal Yolanda llama. Qué poca consideración, son las 6.30 de la mañana. Me pregunto quién será. Claro que, si tengo su nombre registrado, debo de conocerla. No me da tiempo a reaccionar. La voz al otro lado me habla a una velocidad supersónica.

“Soy yo y te recuerdo que hoy te quedan exactamente cuatro semanas para entregarla, ya no hay posibilidad alguna de ampliar el plazo así que ni lo intentes. Te llamo como quedamos que haría cada día. Levántate y ponte a ello, venga. Otra cosa importante, ya que hoy vas a la tertulia de la radio: acuérdate de hablar de Ángela. Me lo han dicho en la editorial que a ver si puedes mencionarla, al fin y al cabo estáis en el mismo barco. Y antes de que me cuelgues, hoy cenamos con Fernando. Ni se te ocurra decirle cómo vas, no hace ninguna falta, miéntele como una bellaca. Ya tiene una úlcera y no hay que agrandársela. Adiós, guapa, suerte con el día, con la escritura y en la radio. Y a las 9.30 en Qüenco, no llegues tarde como siempre haces.”

Sin dejarme tiempo a contestar ha colgado. Me quedo noqueada. No sé quién es esa Yolanda. La única que conozco tiene cinco años y es hija de una amiga. ¿Y esa retahila que me ha soltado?... Nn mes ¿para entregar qué?, ¿más plazos todavía?, ¿qué he pospuesto ya que no me queda prorroga? Y Ángela ¿quién es? Y luego lo de la tertulia... ¿de la radio dijo? Y el tal Fernando, y cenar en el Qüenco. Mira, eso sí lo reconozco, el restaurante de Henri Dunant, se come de muerte...

Ay, Dios mío, una equivocación a estas horas de la mañana. Con lo que me cuesta a mí dormirme, que me despierten en plena madrugada tiene delito, justo cuando más a gusto estaba...

Pero siento algo extraño en el estómagoy a la vez terriblemente familiar. Es angustia, una ansiedad vieja y nueva a la vez a pesar de no saber de qué me ha hablado esa tal Yolanda, de no tener la más remota idea de quién puede ser y de saber que se ha equivocado seguro... Es como si… como si... La sábana no huele a lo que huelen las mías. Esto es ya muy raro y sigo sin reconocer ni mi almohada ni mi colchón. Enciendo la luz tras buscar el interruptor, está cambiado, lo han puesto en otro sitio. Mierda, no. Definitivamente ésta no es ni mi cama ni mi dormitorio ni mi casa. Pero tampoco es la de nadie que yo conozca. Y no estoy en un NH, ni en un viaje de trabajo ni de vacaciones que yo sepa.

Dios mío… ¿dónde demonios estoy?, ¿y qué he hecho que no reconozco esta cama ni este dormitorio?

No recuerdo absolutamente nada, estoy totalmente en blanco.

Tengo que levantarme inmediatamente para averiguarlo. Además, si luego voy a la radio, tengo que aprovechar la mañana… Pero ... ¿qué estoy diciendo de la radio?, ¿Y por qué me ronda ese come-come dentro diferente al habitual, al que estoy acostumbrada?

Esto no me gusta nada.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Alegría de la insomne (No hay quien esconda ni la risa ni la lágrima)

Hago mudanza, la tercera en dos años, de mi apartamento ahora a casa de mi madre. Metemos lo que se puede en el trastero y el resto se coloca en el piso, hay espacio. Doy las gracias a la colonia brasileña, a Reto y a Josianne, salvadora de bahía. Sin ella –especialmente ella, otros y otras también, no lo olvido, gracias- yo no estaría en pie, habría entrado en barrena hace semanas. De hecho he entrado, estoy agotada. No cumplo plazos. No entrego lo que debo. Todo se me hace un mundo. Y el mundo no me gusta nada. Es raro, porque me gustaba bastante antes a pesar de tantos desastres. Se me olvidó comprar el Orfidal y no pegué ojo, pasé una noche en blanco. Además lumbago, dolor de riñones o de ovarios, o todo junto, me es igual la causa. Hago porque hay que hacer y estoy donde se me manda, pero no donde quisiera. Me gustaría dormir, no despertar hasta Navidades o más adelante incluso, en primavera, por mi cumpleaños. El resto es disfraz, me lo pongo y hago el canelo, por eso a veces van y me pagan. Y mira que me espanta el carnaval, cualquier tipo de carnaval, vaya esto por delante.

Mañana viajo a Estepona a dar clases. Veré a unos amigos que quiero un rato largo. Eso sí que es un descanso. La semana que viene a Granada, después Marbella, Antequera, Oviedo, madrugones y 8 horas hablando, un espanto. No sé por qué doy clases, estudio o escribo. Es el momento de ir a la peluquería precisamente porque no tengo tiempo ni ganas de nada. A lo mejor me cortan la cabeza de un tijeretazo, hay que probar suerte.

Cojo el correo cuando bajo. En un sobre el libro de Miguel Baquero, lo dejo para más adelante. En otro el de Javier Sánchez Menéndez, “La vida alrededor”, y el de Juan Carlos Aragón de poemas, “La risa que me escondes”, ambos de Siltolá. Qué bien, así tengo algo que leer en la peluquería. Lleva su tiempo teñir y cortar y yo me aburro de verme la cara.

Comienzo a leer “La risa que me escondes” y me quedo prendada mientras el tinte coge rápido. Es el calor. A veces te dan un coñac porque el pelo toma el color antes si te sube calor a la cabeza, dicen. Pero esto es mejor, dónde va a parar. Se me saltan las lágrimas y eso que no me quedaban. Los poemas de Aragón se clavan como arpones, limpios y directos, ritmo y alma. Hay que ver cómo escribe el condenado. Amor, amasijo de huesos, hombre, ni las noches pueden, claro. Es elegante hasta en el mandoble gaditano. Y encima iba a irse un siglo. Pues que no se vaya. Me río por la suegra mientras todavía lloro. Esto no se hace. Yo creo que Dios cree en las palabras aún cuando ellas no crean en Él. Vaya mono y vaya partidario socialista. Desde un “Amada mía” que me recuerda algo a Sabina hasta “La breve jerarquía de tu boca,” debe de ser por “La balada insomne” que siento tan cercana, Juan sin miedo, vírgenes irreverentes, temblores varios, es igual, estoy impresionada página tras página. Como me pasa cuando escucho a Jorge Drexler, no hay ni una canción que no me guste suya como no hay un poema en este libro que no me diga algo. No sé nada de poesía ni de nada, ésta es la verdad sin disfraces. Solo ocurre que con este poemario el tinte me ha agarrado antes, rojo cobre, y que ahora me dejaré el pelo más largo.

Llamo a una amiga para compartir mi entusiasmo, no puedo entusiasmarme en solitario. Luego a quien corresponde para felicitarle por lo que le toca. Y le toca, un abrazo fuerte de paso. Detrás de alguna escritura, de sablazos y fogonazos, mensajes que parecen cifrados, algunos con mala baba, os ajunto pero luego no, parece que estoy enfadado con algo o con alguien, hay un tema constante: un “quiéreme” en una botella, al mar, lanzado a ver si de una vez, sí, no, venga, vamos que nos vamos. Todo lo demás está ahí, claro, pero es secundario. Al ver el conjunto caes en la cuenta y se te caen los palos del sombrajo. Es enternecedor en una palabra. Que le quieran, por Dios, que le quieran, ¿cómo no deseárselo?

Alegría de la insomne, flaca, triste y agotada. Ahora quiero leer a Juan Carlos Aragón. Mira tú qué bien que cojo el Ave de las 10.35 para Málaga. Y no me voy a llevar el ordenador, que le den al portátil. Solo “La risa que me escondes” para empaparme. Y el Orfidal, lo he comprado. Se puede leer y dormir, una cosa primero y la otra despuésk o al revés más bien, a mí me gustan las mañanas de lectura, la mente clara.

Mañana cumple dos años esta bitácora. Acabo de hacer dos semanas de pausa, el descanso más largo que me he tomado en este cuaderno.

La vida se abre entre jirones, la escritura se hace mientras escampa. Gracias en general y en concreto a muchas personas. No habría espacio para todas, muchas gracias. Leer(os) aquí y fuera es un placer muy grande.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

A mano y al aire libre (Expuesta)



Comenté hace meses a José Julio Perlado que yo escribía casi siempre en ordenador. Él me contó que lo hacía a mano primero. Le dije que yo llevaba en el bolso un cuaderno para tomar notas, pero que luego escribir un texto era algo muy ligado a la tecla, a Word, quizás por deformación profesional. Decidí cambiar y explorar este verano: si mi maestro lo hacía así, ¿por qué no probarlo yo? Mi hermano Juan y otros amigos me contaron que el ritmo se hace diferente, el roce del lápiz, por ejemplo, en el papel implica otro modo de contar a veces.

Sin borrón y cuenta nueva, porque sigo con el ordenador, experimenté. Escribí de todos los modos posibles. En servilletas que guardé. En un cuaderno rojo, en otro verde, en uno naranja y otro azul (uno de cada he gastado casi), con espiral y sin ella, de cuadritos y de líneas, de páginas totalmente blancas, de los nuevos, de los ya usados y viejísimos de mi padre de los años 60. También en las páginas de atrás sin utilizar de documentos, en las pruebas de mi libro, en informes serios de mi trabajo. Hice un reciclaje intenso dando una doble vida, triple a veces. Mezclé previsiones financieras y listas de cosas que hacer con la escritura nueva y la antigua ya impresa. Lápiz, bolígrafo, pluma, hasta un lápiz de ojos que tengo bien afilado, el de labios sólo sirve para palabras cortas y concretas. Esperanza, caligrafista en Urueña, me enseñó otro mundo nuevo para mí, muy lento. La o en dos trazos es la base de muchas otras letras. A veces sólo hay que hacer o, o, o, o, o, una mañana. No pasa nada. La o sale tras varias horas y te puedes poner con otra letra.

No tengo manías ni obsesiones con los objetos, no me agarro a ellos, y aunque el pilot es mi preferido, me da igual que sea un bic o una pluma buena, como me es indiferente un cuaderno de niño o uno de esos preciosos forrados de papel de aguas veneciano por dentro. Ahora he descubierto que cuanto más escribo a mano donde sea, más me divierto. El ordenador además no me deja hacerlo al aire libre, el sol se refleja. Y es estupendo estar tirada en la hierba, sentada en un escalón, a la orilla de un río o en plena naturaleza y escribir, escribir, escribir.

Solo quiero escribir a veces, es una necesidad. El resto, lo que sea, puede esperar, y de hecho espera.

Antes sólo cogía papel para apuntes o para poemas, a pesar de que me han dicho que no escriba poemas, que no son buenos. Hasta los márgenes de una guía de carreteras fueron un día el soporte en una gasolinera, no tenía nada a mano, paré el coche para escribir, se me iba la idea. Pero en estos momentos estoy pensando escribir sin necesidad alguna -me sobra papel- unos cuentos a mano en los post it que voy metiendo en las páginas de esa guía, relatos hiperbreves. ¿Podré hacerlo? “Guía de carreteras”, cada cuento un número con el mapa correspondiente…

Estoy guardando cuadernos, papeles sueltos, las fotocopias recicladas por la parte trasera, servilletas, post it, y, cuando pueda, lo voy a clasificar por proyectos y temas, o los colocaré en un armario desastre que tengo.

Me enfrento casi a diario al ordenador, que es una máquina limitada, fría y estupenda, pero no la panacea. Es muy peligrosa para mí si la uso en exceso en primera escritura, no cuando estoy corrigiendo. El ordenador me parece mejor a veces para pasar a limpio y corregir luego o para el blog, que es una escritura que hago casi inmediata, sin pensar siquiera, con algunas excepciones puntuales. La entrada diaria que he mantenido meses no podía ser de otro modo: rápida, fulminante y de un tirón, ea.

La bitácora es importante, me gusta y me divierte, pero se va convirtiendo en una parte más pequeña de lo que voy escribiendo, un instrumento de un tipo de escritura expuesta en cierto sentido, de pruebas iniciales que a menudo escondo luego y que sigo por mi cuenta, de relación con personas, de muchas alegrías. Pero hay otra carne en el asador que se está haciendo fuera a un fuego más lento, más trabajoso y solitario, expuesta a un sol más fuerte o al frío, o al viento. Expuesta de otra manera.

martes, 7 de septiembre de 2010

Graduada a los 70. Vida Perra XIII


Un verano extraño, diferente. Murió la madre de mi ama y dejó un hueco. Incluso yo, que soy una perra, lo noto. Ya no está la anciana a la que me quedaba mirando horas, su olor se va desvaneciendo. Huelo en cambio mucha tristeza y la acompaño por eso de que ningún animal se despierta con pena y, como los niños pequeños, damos alegría por naturaleza. Mi ama lo veía venir tras la escapada del año pasado al cementerio que hizo ficción luego, aunque fuera cierta realidad originalmente.

Pero en fin, señores, yo tengo que darles una noticia buena en mitad de todo esto. He cogido hoy el mando del blog para que lo sepan: ¡he cazado un conejo!. A mis años, 9 y medio, aproximadamente 70 en los humanos, yo, Olimpia, además de "cazar" huesos de jamón que me encuentro (a veces patas enteras, no me pregunten cómo lo hago), robar panes al entrar en patios o casas o rebuscar en basuras diversas, he podido con un animal vivo. Estoy contenta y para mi ama es como si me hubiera graduado, sacado el bachillerato de perros. Me mira con orgullo de madre, como esas que a cualquier tontería que sus hijos hacen ya sacan pecho.

Fue en Urueña, me dejaron suelta en la Ermita de la Anunciada y me volví loca, desaparecí inmediatamente y atrapé a un tipo pequeño que no se dio suficiente prisa para meterse en la madriguera. “Estaría muerto de antes…” dijo mi ama, que es escéptica sólo en temas puntuales como el de mis dotes de cazadora (ahora ya es una creyente casi completa). Miriam dijo que el animal tenía los ojos abiertos y que incluso estaba vivo todavía. “A ver, que lo vea yo, quizás tiene la peste…” dijo una lugareña dudando también. Ni peste ni muerto de antes (de vez en cuando traigo feliz conejos, topos o pájaros tiesos como la mojama), nada de eso: yo, Olimpia, he podido con un animal vivo y lo he matado sin problema. Lo enterré inmediatamente como hice con un pan de pueblo que había robado horas antes en Urueña. Todo lo escondo en la tierra por si vienen malas y luego a ver qué hacemos si no me alimentan. Al menos así tengo, si no un amor en cada puerto, un mendrugo o algo que llevarme a la boca cuando vuelva.

Lo dicho. Verano triste con un final donde mi ama sonríe a pesar de la pena que tiene y del enfado del momento, porque luego me hice la longuis y no volvía perdida entre la maleza. Quería cazar más, qué caramba, soy una perra. Me silbaba y llamaba desesperada porque anochecía, pero yo a mi bola como siempre. Miriam, paciente, esperaba y hablaba con una carrasqueña (gentilicio de los de Urueña). Al final aparecí sin nada. Lástima, me hubiera gustado traer otra presa para obtener ya el doctorado de las perras cazadoras. A cambio me llevé una buena reprimenda que quería disimular el orgullo de mi dueña por tener una perra que caza, no solo que duerme, come, caga, hace compañía, pide caricias a propios y extraños y es toda alegrías cuando ella vuelve o alguien, sea quien sea, llega.

Vida definitivamente perra en un verano de ausencia, triste y lento, muy acompañadas por Josianne, tan buena, por familia, amigas y amigos presentes y al telefóno, y donde al final cazo cuando ya nadie lo espera.

Mi ama ha estado escribiendo sobre su madre, la infancia, es su forma de hacer el duelo, de recordarla y tenerla presente. Porque ¿saben?, ella espera a su madre a la salida del colegio, y a su padre, claro, y a su hermana Luisa. Pero tampoco quiere que se den prisa, ¿eh? Le gustan muchísimo las clases que tiene, las niñas y los niños, el recreo, las profesoras, los libros, etc.

El Padre Eterno que no se acelere ni con ella ni conmigo, por favor, que no se acelere. La vida tiene momentos muy hermosos y nosotras lo agradecemos, a Él y a ellos siempre.

PS: La foto es del jardín de Boecillo sin ella, la ha hecho Silvia González Parra.