Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

sábado, 27 de diciembre de 2014

"Y ENTONCES ME DIO POR ASESINAR"-CUENTO DE NAVIDAD. Capítulo 5º: La suerte del principiante en lo de matar (27 de diciembre de 2012)

Prosigo ante la mirada de incredulidad de la que toma notas. Es curioso, cada vez dudo más de su edad. Me parece ahora menos joven, más madura. Y a ratos me recuerda a alguien... En fin, da igual, tengo que seguir explicándole cómo era Marian, mi primera víctima, y cómo la maté…Me vuelvo a encender por dentro recordando, hay algo que no puedo dominar.

"Marian Zapico tenía otro rasgo significativo a la hora de matarla: era rematadamente cursi, un dato para mí fundamental. Tras trabajar en televisión, se dedicó a la radio. Escribía, además,  en sus ratos libres unas novelas infumables a mitad de camino entre el aclamado género de autocomplacencia femenina y  lo pretendidamente histórico, con los oportunos toques de reivindicación política y social y un aderezo de pésimo erotismo, cómo no. O sea, un horror. Todo ello gozaba de cierto éxito popular. Ya se encargaba ella de que se hablara de sus libros en la radio y hasta en la televisión.  Pero lo realmente sorprendente con Marian, ¿sabes?, era la aceptación de algunos críticos y colegas escritores, por lo demás serios… ¿Les habría amenazado?, ¿la temían por su poder en los medios?, ¿les daba pena con su apariencia angelical?, ¿o era, simplemente, que la consideraban tan débil en su escritura, tan endeble como competidora, que por eso le prestaban atención? Increíble pero cierto: algunos críticos y compañeros la alababan en público sin asomo de sonrojo. Daba que pensar.

Otro dato que era vox populi: Marian ponía fotos de gatitos, perritos, hadas, mariposas, flores y angelitos por doquier, ¡una mujer hecha y derecha que había superado los 40 años! Y todo su equipo tenía que tragarse semejantes elementos decorativos en la redacción. Luego, además, mandaba por correo electrónico decenas de power points larguísimos y sentimentales con mensajes sobre lo mucho que las mujeres nos tenemos que querer y valorar, la eterna cantinela de “Y si somos las mejores, bueno ¿y qué?…”. Un rostro de cemento armado tenía, porque si rompías la cadena, y no se la mandabas a diez "mujeres de tu vida” o a doce "personas especiales”, te la cargabas.

Marian Zapico del Real había subido así a base de no tener peso propio, algo que parece ayudar un montón, y también, hay que reconocérselo, porque sabía halagar bien a quien había que adular. Algunos hombres con poder, incluso los más inteligentes, especialmente esos, tienen una vanidad totalmente elemental…“

Uf. Voy a callarme ya. Me he despachado bien. Y me he quedado muy  a gusto, la verdad. No podía soportar a Marian, todavía recordándola me pongo fatal, hice bien en matarla, hice fenomenal. Había que liquidarla ya.

Pero ahora hay un incómodo silencio, no sé que añadir más.  Y noto que hay demasiada luz en esta habitación. Y que me empieza a molestar. Es como si me metiera dentro de mí de tanta como hay. Qué calor. O frío. Ya ni sé qué siento ya.

Me quedo mirando a la chica que escribe sin parar. Cuando acaba esboza una sonrisita y me pregunta al final.

 “Esto… Nuria, a efectos del crimen es igual, pero… ¿tú crees que solo son los hombres los que tienen una vanidad elemental?”

Me parece que va con retintín. Así que me empieza a gustar más esta joven. A mí que me citen me va. Pero esta vez no voy a entrar como un miura, soy mayor que ella, y sé más del percal que hay.

“Pues claro, hija. Tú es que tienes poca experiencia todavía, acabas de empezar, pero muchos, si se les baila el agua, se les ríen las gracias, o se es complaciente,  aunque seas tonta de remate o mala a rabiar, literalmente se deshacen, no lo pueden soportar. Por eso Marian era una víctima que ni hecha a encargo para mí, que no puedo aguantar al tipo mosquita muerta, y, si es cursi, como suele pasar,  más…

Así que cuando me topé con ella a solas en el ascensor de la radio, tras visitar a una amiga la noche de 27 de diciembre, no pude menos… Dios me la estaba poniendo delante a los pocos días de decidir que mi primera víctima debía ser una mujer mala, tonta, total desconocida, y mosquita muerta además. Verde y con asas, parecía decirme la providencia…”.

“Hombre, Nuria, Dios, precisamente Dios, no sería….” La chica de las notas me interrumpe. Ahora tiene toda la razón y por eso no vamos a discutir, faltaría más.

“Vale, Dios no tendría nada que ver… Pero el caso es que ahí estábamos las dos, sin nadie más. No hubo premeditación. Yo no lo había preparado, era sólo la casualidad, el impulso y, a la vez, la extraña certeza de que todo encajaba y que tenía que ser…¡ya!  

¡Qué recuerdos de la primera vez que maté! Todo estreno en la vida tiene su encanto, ¿sabes? Vas a tientas, pero con muchas ganas. Y aunque a veces los resultados pueden no acompañar, el entusiasmo acaba supliendo. O la simple suerte del principiante, que también la hay hasta en asesinar… “

“Bueno, Nuria… Marian Zapico del Real desapareció a finales del pasado año, eso es verdad. Pero dicen que se fue con un cubano, un loco amor de madurez que se encontró. Al parecer, han montado un pequeño hotel en Costa Rica, lo contó la televisión y…“

De verdad, ¿qué puedo hacer yo con alguien que me va a defender y cuya fuente de información son los programas de corazón o las revistas? El guayabo cubano en cuestión debe de estar ya desparecido y con otra otoñal tostándose en alguna playa caribeña.  Marian está muerta desde hace un año, bien que lo sé yo. En fin, sigo explicándole.

“No voy a entrar a discutir aquí. Te digo lo que pasó aquella noche víspera de los Santos Inocentes del año pasado. Tú verás si te lo crees o no.

Marian me miró en el ascensor, donde nos encontramos por pura casualidad. Ella salía de la radio como salía yo.  Se quedó pensando un momento al entrar y luego se volvió y me dijo “Tu cara me suena, ¿sabes?”, quizá para romper ese incómodo silencio de cuando vas de un piso a otro, quizás porque se acordara de mí de cuando trabajé en la misma televisión que ella. Yo no quise ni mirarla. Si veo un atisbo de algo, la más mínima señal de humanidad en unos ojos, estoy perdida, me puedo encariñar. Y no, tenía que ser distante y fría para ser letal.

¿Cómo se puede asesinar a alguien sin haber planeado nada, así, de sopetón?, te preguntarás. Pues fue una cuestión de oportunidad, como otras veces en la vida que te ponen algo en bandeja.

En aquella ocasión, la oportunidad era no sólo encontrarme con ella, la víctima ideal, sino también el regalazo que me acababa de hacer mi amiga de la radio, que recibe siempre 200 cosas por Navidad, y sabía lo mucho que me gusta el champán de la Viuda, pero el de verdad… Digo la viuda francesa esa de la caja naranja, la Veuve Clicquot… Esta vez sin la caja, mejor, sólo la botella grandota, la Magnum, una auténtica premonición. Litro y medio de liquido mas el cristal, pesaba una barbaridad. Y ahí la llevaba yo…

“Pues Vd. a mí no, perdone…” le dije a Marian aposta ante su pregunta. Esto le iba a sentar como una patada, precisamente por ser famosa. La Zapico me miró como si fuera una selenita de la que no había que temer ni que le pidiese un autógrafo. Y salió con algo parecido al mosqueo del ascensor en la planta segunda del sótano, la del garaje. Yo detrás de ella, cargando con el botellón de champagne con su etiqueta naranja.

Ella se acercó a un pedazo de automóvil. Yo hice como si el mío fuera el que estaba al lado del suyo. Y cuando se dio la vuelta y se agachó algo para abrir la puerta de su coche, con la botella de uno de los mejores champanes que yo he probado jamás la golpeé con todas mis fuerzas en la cabeza.

Oí entonces los pitos de la hora, la radio del vigilante del parking estaba puesta a todo volumen. Era medianoche ya y el día 28, el de los Santos Inocentes,  acababa de comenzar. 


Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero. 
Y si lo quieres leer entero, aquí lo tienes

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