"O sea, muy mal el día de Nochebuena, no lo
pude hacer peor". Lo reconozco, a qué darle más vueltas. Yo cuando meto la
pata, la meto hasta el final. La chica sigue concentrada escribiendo, mientras
continúo contando el modo en que empezó todo aquel día 24 de diciembre de
hace un año.
Me la estoy imaginando ya vestida con la toga exponiendo
mi caso en plan Los Angeles Law. No
sé por qué tengo en la cabeza toda esta situación, como si fuera la serie aquella
de televisión de los 80. Yo, por imaginar y montarme historias, que no quede.
En fin, al grano, que me pierdo una vez más…
“Mauro no estuvo oportuno con su
comentario, desde luego que no. Pero es que ni se dio cuenta, como les pasa a
muchos habituados a hacer siempre su santa voluntad, llueva o truene, y mi ex
era y es un caso más… No cayó que él mismo me había hecho algo parecido años
atrás, sin previo aviso y con tres hijos además. Pero mala idea no había en lo
que dijo esa Nochebuena. Tampoco la tuvo cuando me abandonó. Yo sé que él no
era consciente de todo el dolor que me causaba, no…”.
Me quedo pensando.
No sé a qué viene todo esto que estoy diciendo
en voz alta, si es en mi defensa o en la de mi ex. Vuelvo a hablar.
“Mira, yo sé perfectamente que estuve cien veces
peor que Mauro en la Nochebuena del año pasado, bien que lo sé. Saqué
esa lengua viperina, que si me la muerdo me enveneno, y me despaché a gusto. Me
quedé, con perdón, como el mismo Dios, que esa noche nacía precisamente, hecho
hombre, pero nacía. O sea, un verdadero horror de cena que di a los
míos. Al infierno que me iré, lo veo venir. Y es lo malo, que soy
consciente de la situación, la puñetera consciencia o conciencia que tanta lata
me da... En cambio, mi ex es un inconsciente total, así que se irá al cielo sin
más …”
“Nuria, deja tus disquisiciones y cuéntame qué
pasó luego, los hechos, que para eso estoy…” me interrumpe la chica. Tiene
razón. Me ha venido a ayudar, a defender, ¿no?, tendré que contarle cómo paso…
“Vale, bien. Mira, el caso es que quise recoger
velas al día siguiente. Esto del remordimiento fulminante también me suele
ocurrir. Así que la mañana del 25 llamé
y pedí perdón. Primero a Mauro, luego a mi suegra y a mis hijos. Estaba arrepentida del
daño que les pude hacer, no por quedar yo mal, que me suele traer al
pairo. Era de verdad haberles podido herir al decir lo que dije, porque lo hice,
lo reconozco, con toda la intención. Y, encima, en la supuesta noche de
paz, con Dios ahí, con el Niño Jesús, la Virgen María, San José, los pastores,
las ovejas y toda la corte celestial, no pude encontrar mejor ocasión. O sea, muy
mal.
Tras colgar el teléfono me fui a comer a casa de
mi hermano el día de Navidad un poco más tranquila, mejor. Me volví a mi
apartamento andando, un día precioso en Madrid tuvimos aquel 25 de diciembre
de 2011, tuve tiempo de pensar y recapacitar.
Y por la tarde fui a la Misa de Navidad y recé,
ay, el "Yo, pecador". Y entonces me sentí todavía peor, aún más. No
sé cómo dicen que la oración ayuda, porque yo, en cuanto rezo, me suelo
encontrar mucho peor...”.
La chica sigue tomando notas sin parar. Lo de
la misa y el “Yo, pecador” quizá le
suene como un atavismo singular. Pero yo no puedo pararme a explicar ni la
oración que rezo cada domingo ni qué es un pecado o nos eternizaríamos. Hay
cosas que o se aprenden en casa o luego son muy largas de explicar. Aunque
realmente tengo la sensación de que ella tiene todo el tiempo del mundo, no
parece apresurada como la mayoría de las mujeres estamos hoy. Qué raro, alguien
sin prisa, y en estas fechas, por Navidad, más ¿no? … Bueno, tengo que seguir.
“Me encontraba mal hacía tiempo, ¿sabes?, esa era la
cuestión. Yo no estaba nada bien. Y con la prejubilación que me habían dado,
tenía mucho tiempo para pensar, para esperar, demasiado. Me sobraba, y ese era
el tema. No hay nada peor que tener tiempo para pensar.
Había que acelerar las cosas, más rápido todo y
ya. Mujeres como yo, a los cincuenta y pocos, no podemos tener tanto tiempo
libre y, a la vez, una fecha de caducidad encima, una especie de espada de
Damocles en constante amenaza. Es peor para todo, para todos también, para una
misma para empezar.
Así que decidí que tenía que buscarme una
actividad a tiempo completo en la cual volcar mi energía, mi ilusión y mi
cabeza, las tres a la vez. Si no, todo iba a acabar muy mal.
Bueno, mal iba a acabar, porque todo acaba mal,
pero al menos...
Se me vino entonces a la cabeza de
repente aquella frase lapidaria de mi madre, que en paz descanse, “Ya que te lleva el diablo, que te lleve en
coche”, una asociación de ideas raras de las que suelo tener. Ahí
estaba. Eso era. No hacía falta pensar más...”.
Justo en este momento la chica deja su cuaderno
de lado, se levanta y me abraza con fuerza… ¿Qué hace dándome un abrazo una
completa desconocida? Se lo agradezco mucho, pero, ¿a qué viene el abrazo, así,
de repente?...
Quizá le parece esa mención al demonio algo de
loca, de persona que no está bien. En fin, la chica se vuelve a sentar. Me
quedo mirándola de nuevo. He sentido algo familiar en su modo de abrazar. Me ha
dejado una sensación que me recuerda a mi infancia… ¿Quién me abrazaba así
cuando yo era pequeña, quién? No lo había vuelto a sentir hasta hoy…”.
“Sigue, Nuria, venga, no pasa nada…“ me dice con
tranquilidad, “continúa contándome…”.
“Bueno, es solo una manera de hablar, ya sabes,
el refrán… Y eso pensé en cierto modo… que ya que se me iba a llevar el diablo,
que me llevara en coche, y haciendo el
bien a la humanidad. ¡Eso era!, ¡Lo tenía ya! Lo de ayudar siempre me ha
gustado un montón, pero encima... ¡quitando de en medio a un par de
idiotas y malísimos de verdad de la faz de la tierra! Y,
sobre todo, muy importante: para no hacer daño a quienes más quiero, que son mi
ex y mis hijos. Tenía que hacer algo para evitar herir a los que quería
más, para protegerles de mí misma, para protegerles,
¿lo entiendes? “
La chica asiente, me da la razón sin mirarme
siquiera, yo sigo embalada ya.
“Quiero a mi ex, es tonto, pero no malo. Creo
que ya te he contado lo que pienso de él ¿no? Le querré hasta la muerte,
para siempre, hasta el final, como le prometí hace ya muchos años. Y a mis
hijos les adoro. No podía ponerme otra vez en el brete de hacerles daño, aún
indirectamente…”.
Me paro de nuevo. Necesito respirar, explicar
bien cómo se me ocurrió lo de ponerme a matar.
“Tuve claro así una primera aproximación de a quiénes yo podía liquidar como una actividad a la que podía dedicarme:
a, muy malos;
b, muy tontos;
y c, última condición fundamental, que yo no los conociera absolutamente de nada.
“¿Y por qué esa tercera condición?” te
preguntarás… Es raro, ¿sabes?, pero cuando conozco a alguien, me acabo
encariñando con ella o con él, y así no encuentro ni malos malísimos ni tontos
muy tontos. Sólo veo a tontos sin muchas vueltas en su caso, o a
malas que son unas meras aficionadas, a las que se acaba incluso por
apreciar. Así que el conocimiento de alguien seguro que me disuadía de matar.
Conclusión: para evitar hacer daño a mis seres
queridos, por eso de que tenía mucho tiempo libre, y a la vez no lo tenía, y de
que el diablo, lo estaba viendo, me iba ya a llevar, y para hacer de paso un buen favor además a la
humanidad, iba a dedicarme a asesinar a muy malos, no amateurs en eso
de la maldad; muy tontos, no uno sencillito, alguien
con peso en su estupidez; y, luego, lo
más importante, ¡nada de contacto personal!,
en rojo y con mayúsculas y exclamaciones: totalmente
prohibido.”
La chica ha dejado de escribir y me mira de hito
en hito, el cuaderno abierto con el cierre colgando de un lado. Ni en todos los
años de facultad, de estudios, se ha podido imaginar semejante cuadro.
Realmente entiendo que le parezca chocante. Porque mientras se lo cuento, a mí misma
me suena todo rarísimo, esa es la verdad. Y, a la vez, con una coherencia que
le quiero demostrar.
“Bebe si quieres”, le digo. “Lo vas a necesitar.
Esto no ha hecho más que empezar”.
Se sirve un vaso de agua y lo coloca en lo alto
luego.
Qué cosa más rara, el líquido parece suspendido
en el vacío.
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Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero.
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