Prosigo ante la mirada de incredulidad de la que
toma notas. Es curioso, cada vez dudo más de su edad. Me parece ahora menos
joven, más madura. Y a ratos me recuerda a alguien... En fin, da igual, tengo
que seguir explicándole cómo era Marian, mi primera víctima, y cómo la maté…Me
vuelvo a encender por dentro recordando, hay algo que no puedo dominar.
"Marian Zapico tenía otro rasgo
significativo a la hora de matarla: era rematadamente cursi, un dato para mí
fundamental. Tras trabajar en televisión, se dedicó a la radio. Escribía,
además, en sus ratos libres unas novelas
infumables a mitad de camino entre el aclamado género
de autocomplacencia femenina y lo pretendidamente histórico, con
los oportunos toques de reivindicación política y social y un aderezo
de pésimo erotismo, cómo no. O sea, un horror. Todo ello gozaba de cierto éxito
popular. Ya se encargaba ella de que se hablara de sus libros en la radio y
hasta en la televisión. Pero lo
realmente sorprendente con Marian, ¿sabes?, era la aceptación de algunos críticos
y colegas escritores, por lo demás serios… ¿Les habría amenazado?, ¿la temían
por su poder en los medios?, ¿les daba pena con su apariencia angelical?, ¿o
era, simplemente, que la consideraban tan débil en su escritura, tan
endeble como competidora, que por eso le prestaban atención? Increíble
pero cierto: algunos críticos y compañeros la alababan en público sin
asomo de sonrojo. Daba que pensar.
Otro dato que era vox populi: Marian ponía fotos
de gatitos, perritos, hadas, mariposas, flores y angelitos por doquier, ¡una mujer hecha y derecha que había superado los 40
años! Y todo su equipo tenía que tragarse semejantes elementos
decorativos en la redacción. Luego, además, mandaba por correo electrónico
decenas de power points
larguísimos y sentimentales con mensajes sobre lo mucho que las mujeres nos
tenemos que querer y valorar, la eterna cantinela de “Y si somos las mejores,
bueno ¿y qué?…”. Un rostro de cemento armado tenía, porque si rompías la
cadena, y no se la mandabas a diez
"mujeres de tu vida” o a doce "personas especiales”, te la cargabas.
Marian Zapico del Real había subido así a base
de no tener peso propio, algo que parece ayudar un montón, y también, hay que
reconocérselo, porque sabía halagar bien a quien había que adular. Algunos
hombres con poder, incluso los más inteligentes, especialmente esos, tienen una
vanidad totalmente elemental…“
Uf. Voy a callarme ya. Me he despachado bien. Y
me he quedado muy a gusto, la verdad. No
podía soportar a Marian, todavía recordándola me pongo fatal, hice bien en
matarla, hice fenomenal. Había que liquidarla ya.
Pero ahora hay un incómodo silencio, no sé que
añadir más. Y noto que hay demasiada luz
en esta habitación. Y que me empieza a molestar. Es como si me metiera dentro de
mí de tanta como hay. Qué calor. O frío. Ya ni sé qué siento ya.
Me quedo mirando a la chica que escribe sin
parar. Cuando acaba esboza una sonrisita y me pregunta al final.
“Esto…
Nuria, a efectos del crimen es igual, pero… ¿tú crees que solo son los hombres los
que tienen una vanidad elemental?”
Me parece que va con retintín. Así que me
empieza a gustar más esta joven. A mí que me citen me va. Pero esta vez no voy
a entrar como un miura, soy mayor que ella, y sé más del percal que hay.
“Pues claro, hija. Tú es que tienes poca
experiencia todavía, acabas de empezar, pero muchos, si se les baila el agua, se
les ríen las gracias, o se es complaciente, aunque seas tonta de remate o mala a rabiar, literalmente
se deshacen, no lo pueden soportar. Por eso Marian era una víctima que ni hecha
a encargo para mí, que no puedo aguantar al tipo mosquita muerta, y, si es cursi, como suele pasar, más…
Así que cuando me topé con ella a solas en el
ascensor de la radio, tras visitar a una amiga la noche de 27 de
diciembre, no pude menos… Dios me la estaba poniendo delante a los pocos días
de decidir que mi primera víctima
debía ser una mujer mala, tonta, total desconocida, y mosquita
muerta además. Verde y con asas,
parecía decirme la providencia…”.
“Hombre, Nuria, Dios, precisamente Dios, no
sería….” La chica de las notas me interrumpe. Ahora tiene toda la
razón y por eso no vamos a discutir, faltaría más.
“Vale, Dios no tendría nada que ver… Pero el
caso es que ahí estábamos las dos, sin nadie más. No hubo premeditación. Yo no
lo había preparado, era sólo la casualidad, el impulso y, a la vez, la extraña
certeza de que todo encajaba y que tenía que ser…¡ya!
¡Qué recuerdos de la primera vez que maté! Todo
estreno en la vida tiene su encanto, ¿sabes? Vas a tientas, pero con muchas
ganas. Y aunque a veces los resultados pueden no acompañar, el entusiasmo acaba
supliendo. O la simple suerte del principiante, que también la hay hasta en
asesinar… “
“Bueno, Nuria…
Marian Zapico del Real desapareció a finales del pasado año, eso es verdad.
Pero dicen que se fue con un cubano, un loco amor de madurez que se encontró.
Al parecer, han montado un pequeño hotel en Costa Rica, lo contó la televisión
y…“
De verdad, ¿qué puedo hacer yo con alguien que
me va a defender y cuya fuente de información son los programas de corazón o
las revistas? El guayabo cubano en cuestión debe de estar ya desparecido y con
otra otoñal tostándose en alguna playa caribeña. Marian está muerta desde hace un año, bien
que lo sé yo. En fin, sigo explicándole.
“No voy a
entrar a discutir aquí. Te digo lo que pasó aquella noche víspera de los Santos
Inocentes del año pasado. Tú verás si te lo crees o no.
Marian me miró en el ascensor, donde nos
encontramos por pura casualidad. Ella salía de la radio como salía yo. Se quedó pensando un momento al entrar y luego
se volvió y me dijo “Tu cara me suena, ¿sabes?”,
quizá para romper ese incómodo silencio de cuando vas de un piso a otro, quizás
porque se acordara de mí de cuando trabajé en la misma televisión que ella. Yo no
quise ni mirarla. Si veo un atisbo de algo, la más mínima señal de humanidad en
unos ojos, estoy perdida, me puedo encariñar. Y no, tenía que ser distante y
fría para ser letal.
¿Cómo se
puede asesinar a alguien sin haber planeado nada, así, de sopetón?, te
preguntarás. Pues fue una cuestión de oportunidad, como otras veces en la vida que
te ponen algo en bandeja.
En aquella ocasión, la oportunidad era no sólo
encontrarme con ella, la víctima ideal, sino también el regalazo que me acababa
de hacer mi amiga de la radio, que recibe siempre 200 cosas por Navidad, y
sabía lo mucho que me gusta el champán de la Viuda, pero el de verdad… Digo la viuda
francesa esa de la caja naranja, la Veuve Clicquot… Esta vez sin la caja, mejor,
sólo la botella grandota, la Magnum, una auténtica premonición. Litro y medio de
liquido mas el cristal, pesaba una barbaridad. Y ahí la llevaba yo…
“Pues Vd. a mí no, perdone…” le dije a Marian
aposta ante su pregunta. Esto le iba a sentar como una patada, precisamente por
ser famosa. La Zapico me miró como si fuera una selenita de la que no había que
temer ni que le pidiese un autógrafo. Y salió con algo parecido al mosqueo del
ascensor en la planta segunda del sótano, la del garaje. Yo detrás de ella,
cargando con el botellón de champagne con su etiqueta naranja.
Ella se acercó a un pedazo de automóvil. Yo hice
como si el mío fuera el que estaba al lado del suyo. Y cuando se dio la vuelta
y se agachó algo para abrir la puerta de su coche, con la botella de uno de los
mejores champanes que yo he probado jamás la golpeé con todas mis fuerzas en la
cabeza.
Oí entonces los pitos de la hora, la radio del
vigilante del parking estaba puesta a todo volumen. Era medianoche ya y el día
28, el de los Santos Inocentes, acababa
de comenzar.
Cuento de Navidad por entregas en este blog, cada día (salvo uno) un capítulo, hasta el 6 de enero.
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