Vamos a Valladolid a ver a un amigo y se suman otros. No hay nada como lo presencial cuando buenamente se puede. Luego vamos a ver la película "Un hombre para la eternidad" porque viene Enrique García-Máiquez a comentarla y a todos nos interesa. La película es preciosa y siempre sacas algo nuevo de ella.
Enrique comenta al finalizar un tema que a mí me ronda desde hace tiempo. Y me alegra que lo haga, me confirma que alrededor de ello hay tela. Es sobre poder y autoridad; en la película se muestra que el rey tenía poder, pero "quería" la autoridad (moral) que Moro tenía. Él sabía que Tomás la tenía, y lo sabía el pueblo. Y pretendía que lo confirmara en sus desmanes. No pudo ser.
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En 1995 leí por primera vez la palabra "empowerment" en un documento de Naciones Unidas a raíz de la preparación de la Conferencia de la Mujer (la preparatoria en Nueva York). Hoy el uso del palabro "empoderamiento" está extendido (y es un espanto, por cierto). Es sintomático esto.
Pero lo que me interesa, como buena conservadora que soy (y me tengo), es precisamente la repugnancia que suelo sentir ante el poder, mejor dicho, el temor, a ese "poder del anillo" que -valga la redundancia- puede llevarse por delante a personas en principio bien intencionadas y buenas a poco que no tengan... ¿contrapesos?, ¿conciencia?, ¿una persona o personas al lado que les "pongan los pies en la tierra"? Es variado esto, pero lo tengo comprobado, y no sólo en la política, desde luego.
Y, al contrario, constato lo mucho que me interesa y "sigo" a la autoridad. Esto ya se lo comenté a un tipo estupendo con el que me río mucho y que me encanta, porque él es como ácrata, y yo no lo soy, y me gusta él precisamente por eso. Y porque escribe fenomenal y me alegra la vida (o sea, es Contreras Espuny).
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Me interesa la autoridad moral, intelectual, social. Y hoy la autoridad es como ¿fea?... ¿está ausente?
Hace falta autoridad en una familia, me parece. Yo recuerdo la mirada de mi madre que no necesitaba decirme las cosas dos veces habitualmente. Y recuerdo a mi padre que decía "Hasta que un hijo tuyo no te diga "no te quiero" porque no le has "dejado" hacer tal o cual... no sabrás lo que es ser padre". Lo he escrito en un cuento porque me impactó mucho aquello. Y creo que es verdad. Hay que perder el miedo a que "no nos quieran", creo.
Hace falta autoridad en un aula. Desde la más tierna infancia, y por justicia ante los que sí quieren aprender -y porque te pagan para eso, para que enseñes-, creo que no se puede permitir de ninguna manera quitar la autoridad al maestro, al profesor. Pensar que aquello es, como dice Luri, un parque de atracciones es un error, una completa faena para los alumnos lo primero.
Más adelante, en la universidad, entiendo que el marco es diferente y que el diálogo -si lo hubiera- es fundamental. Pero habitualmente estoy más interesada por lo que me puede contar un buen profesor, que es quien sabe de ese filósofo o lo que sea, que por la opinión de un tercero a mi nivel.
Entiendo que se pida diálogo y poder intervenir y, sobre todo, que un buen profesor sea capaz de dar una clase partiendo de las preguntas, como se hacía en la Edad Media... Pero creo que las preguntas buenas se hacen si sabes algo antes, si no, suelen ser estupideces que al profesor le sirven malamente. Y al resto de la clase igual. Eso sí, hacemos que hacemos. Mareamos la perdiz, o sea.
Y no cuento ya en otros ámbitos. Ya se lo dije a alguien un día: entiendo la dinámica de "opinar" y dejar que la gente se explaye (primer anuncio), pero es que a mí me interesa más lo que dice Santo Tomás o el Magisterio de la Iglesia que lo que tal o cual (yo incluida) opinamos sobre aquello. Dicho sea esto con todos los respetos. Creo que hace falta reconocer que no sabemos (nada o muy poco habitualmente) y que nos tienen que enseñar: es mi deber aprender y es, también, mi derecho. Y es el deber de la Iglesia. Pero hoy todo el mundo cree que sabe y que su opinión es más importante que el conocimiento de veinte siglos.
Creo en definitiva que hay una inflación de opinión y muy poco amor a la autoridad que da el conocimiento.
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Hay poder no sólo en política. Hay poder... doméstico. Y hay que tener cuidado con él también. Se puede ser una mandona o un mandón. Que no es tener autoridad, es abusar del poder. El anillo siempre tienta estés donde estés.
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Lo hemos comentado varias amigas, con A. hace tiempo. Ayer lo vi en X de nuevo. Sin duda alguna había y hay abusos -mujeres sometidas-, pero la autoridad que tenían y tienen algunas mujeres en las familias -y socialmente-, ese "que no se entere la abuela", aquel dar el jornal al llegar a casa desde padre hasta hijos a la "amatxu", ese "lo que diga tu madre", ha sido un formidable pilar y una contención para mucho mal comportamiento.
Cada uno se organiza hoy en su casa como cree que debe... y puede. Y sabe.
La influencia -real- en la vida de las personas, en la sociedad entera, no la marca el poder simplemente, la marca la autoridad moral, académica y social.
Nuestro gran problema es que hoy todo pretende ser poder, se mete el poder en todas partes, y quiere sustituir a la autoridad, es un fenómeno curioso este: se vacía la autoridad... para que entre el poder, el Poder.
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