Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 22 de octubre de 2024

Heridas y parques


Intervengo en algo (con algo) que me importa, pero lo hago mal, 25 minutos se quedan en 15, cosas que ocurren con la gestión del tiempo en congresos. Pero no pasa nada, la verdad es que cada vez creo más en que "la intención es lo que cuenta"... o en aquel "el que hace lo que puede no está obligado a más". 

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Todo el mundo tiene una herida. O varias. Más visibles o menos. Ser humano es llevar una herida, la del pecado original primero. Incluso los que no creen en el pecado original creen en él finalmente, sólo hace falta mirar alrededor y mirarse uno por dentro. Luego están las cruces, invisibles también a veces. Y los mandobles que se pueden dar con ellas a quien se acerca, ese pobre incauto que pasaba por ahí justo en ese momento. Mea culpa. Caes en la cuenta cuando lo ves en otro, qué curioso esto, hasta entonces en la inopia, como un carnero.

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Cuando escucho a Jacques Philippe me entra una gran alegría. Son seis conferencias sobre la Presencia de Dios, conmovedoras las seis. La quinta sobre la Presencia de Dios en uno mismo reconforta. Existen los bárbaros del sótano, las miserias, a veces secretas, pero también dentro de uno está el amor de Dios presente y su misericordia. Y en el prójimo (la sexta conferencia) igual. 

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Sabes que tienes un buen amigo o una buena amiga cuando no son incómodos los silencios y no "tienes" tú que hablar y el otro tampoco. Andar por el campo sin tener que hablar pensando cada uno en sus cosas es estupendo. 

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En mi época lo llamábamos redil, como si fuéramos una oveja. Tenía a veces barrotes o una red y un espacio suficiente para que durmieras tú o varios (bebés) la siesta sin peligro de caídas. Te ponían los juguetes dentro y a veces compartías el espacio con un primo o un hermano. Estabas allí con tus cosas sin necesidad de atención permanente. 

Me refiero al corralito o parque, que fue como se llamó (creo) ya a finales de los 60 y los 70. Permitía que un niño que gatea o empieza a andar no se hiciera daño, también que padre y madre y el resto de la familia no tuvieran que estar mirando todo el tiempo al niño pequeño.  Hoy, según veo, no existe "el redil", o yo por lo menos no lo veo. El niño tiene que estar suelto y todos pendientes. No sé cómo hemos salido adelante sin problemas los búmers estos que somos. 



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