Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

sábado, 27 de enero de 2024

"Cosas de mayores"


Esa era la respuesta que a veces mis padres nos daban cuando éramos niños y ellos, que estaban hablando, callaban en cuanto entrábamos en la habitación. 

Ante ese súbito silencio, nosotros les preguntábamos, naturalmente curiosos, "¿De qué hablabais?" Y no pasaba nada con su respuesta de marras. 

Aceptábamos que había "cosas de mayores" en las que nosotros, aún niños, no debíamos entrar de momento, ni escuchar siquiera. 

Temas de dinero, por ejemplo. 

Temas de dificultades. 

Temas de familia que no hacía falta que supiéramos a los 7 años. 

Temas relativos a la sexualidad, claro. 

Luego, poco a poco, íbamos entrando en las conversaciones a medida que cumplíamos años. Sin sentir que te "habían ocultado algo", sino que te habían protegido y que, sólo en la medida en que podías entender y asumir algunas cosas, podías primero escucharlas y luego, en su caso, "decir" algo al respecto. O guardar discreción. 

La discreción en la vida es importante. No se aprende a graduarla hasta que se madura. A veces nunca si no te han enseñado. Y así estamos. 

La intimidad familiar no es secretismo, es clave. La intimidad personal viene antes. 

El pudor también es fundamental,  ni se conoce hoy la palabra. El "de esto ahora y aquí (o con éstos) no se habla" es cuestión de supervivencia. La del alma y, posteriormente, también, la social, comunitaria, del entorno. Mal cuando se puede hablar de todo, por todos y en todas partes. Bueno, pues ahí estamos. 

Hoy aquel "son cosas de mayores" se barre de un plumazo como si los niños tuvieran que saber desde su más tierna infancia todo de todos. Y de todo. "Saber" sin saber, no sé si me explico, sin tener la madurez para que ese conocimiento (que es información, no conocimiento) se haga hueco en otro marco más grande precisamente de conocimiento real y experiencia vital. 

Proteger a la infancia no es sobreprotegerla o hablarles como si fueran bobitos. No es hipermaternidad o hiperpaternidad, pero tampoco el petardo afán pedagógico-wokismo- activismo, pura tontada. 

Proteger a los niños es contarles cuentos donde el horror está ya reflejado, pero contado de modo precisamente apropiado para los 4, 7 o 10 años. Se lleva haciendo siglos, no es de ayer. 

Es mantener la ilusión de los Reyes Magos hasta que se pueda (a mi entender). 

Y es no darles manualitos "didácticos" de tres al cuarto creados ad hoc antes de ayer ni historietas estúpidas de "diversidades" leídas por una Drag Queen o por quien fuera. 

Pero hoy hay miedo a que te llamen la atención -es palpable ese temor en muchos ámbitos, comprendes lo que pasa, la cancelación planea como una amenaza-. Lo hay a que te acusen de homófoba o transfoba -pongo por caso-. 

Y hasta se esgrime (oh, el progreso...) que hoy se es mejor que aquellos padres o abuelos o hasta esos contemporáneos -a los que se llama "cerriles" o anticuados, no vaya a ser que me confundan con ellos- que creen que "hay cosas de mayores" y que el velo temporal debe deslizarse con paz y calma a su tiempo y en un entorno concreto, no antes ni en cualquier parte. 

Por cierto: por supuesto que "antes" no todo era perfecto. Había errores e injusticias. Pero también en muchas familias y entornos lo que había era simple sentido común y caridad

Es caridad lo que se necesita, no manipular la verdad sobre el ser humano (en general y en particular, cada persona es un misterio siempre).

Y la verdad tiene velos y diversas caras.  "Tell all the truth, but tell it slant", decía Emily Dickinson. No creo que haga falta añadir nada más. 







2 comentarios:

M.A. dijo...

El cuento de Caperucita reunía la información adecuada para un niño.

Máster en nubes dijo...

Eso creo yo también.