Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

jueves, 20 de febrero de 2020

LO REAL VS L’OREAL Y EL PACTO NARRATIVO EN EL MUNDO VIRTUAL (y II)

(Viene de aquí)

Las personas somos seres reales, no virtuales

La realidad no es un like, un dm, un grupo de whatsup (trescientos buenos días, cuatrocientos mensajes). No son solamente palabras, mejor o peor dichas, más o menos afortunadas. Tampoco son fotos con filtro o sin él. Eso son "retazos" de realidad, rastros, pequeños espejuelos, y, a veces, pueden ser malinterpretados, magnificados, ser tramposos, oscuros, engañosos, llámalo zeta.

La realidad es mirarse a la cara, a los ojos. Es saber cómo respira el otro. Cómo come el otro. Cómo trata a un camarero o a su madre, a un niño o a un perro. Es también no comunicarse verbalmente. Sé que esto tiene pésima prensa actualmente, pero, con perdón, no hace falta comunicarse todo el rato ni con las amigas, ni con el marido -menos- ni con nadie. Moriríamos si nos “comunicásemos” todo el tiempo. La cosa va mal si hay que hablar o decir todo el rato (ese es otro problema, mea culpa, del uso abusivo de las redes).

La realidad, con todos mis respetos por los gustos de cada cual, me parece a mí que no es “calentarse” durante meses, hasta años (póngase calentarse en el sentido que Vd. quiera, emocional o como sea, a veces mezclados) creándose una imagen del otro (de uno mismo para empezar, ese cuento que te cuentas de quién eres) sujeta con alfileres y luego llevarse las manos a la cabeza. Tampoco es creerse que alguien es un amigo porque compartes un grupo de wasap en el que todos nos saludamos cada mañana o salimos cada seis meses.

No son las redes, son las personas

Al igual que las mujeres reales tienen curvas, las personas reales se arriesgan a conocerse si hay posibilidades, interés y no una ensoñación o un dar(se) vueltas, un marear la perdiz. Sí, claro, hay amistades maravillosas por carta, ahí están 84 de Charing Cross o las cartas de Sender y Laforet. Pero es que esas correspondencias no tienen nada que ver ni en contenido ni en tono con el ambiente virtual, intenso, abigarrado, rápido y sin ese tempo que exigen las relaciones. Toda relación exige tiempo y tempo, su tempo.

El caso es que, con todo, no seré yo quien no crea precisamente en las bondades de la técnica, de las técnicas, si se ponen al servicio de lo humano. Son las personas y cómo usamos las técnicas y para qué lo que importa. El cuchillo no es ni bueno ni malo: puedo matar con él a mi hermano o utilizarlo para ir deshuesando un pollo para rellenarlo.  

La soledad es muy perra

La soledad es muy perra.  Esta es una de las verdades más universales a los 12, a los 20, a los 50 y a los 80. Alguien me lo recordó no hace tanto: no sólo está la soledad del anciano, hay muchas soledades escondidas y abiertas. Sí, claro, quedarte un ratito tranquila –y sola- en casa cuando tienes 3 churumbeles –o peor, adolescentes-  es un sueño comprensible y deseable. Pero creo que todos podemos entender que aquel “no es bueno que el hombre esté solo” del Génesis no tiene sólo una referencia básica a lo mucho, muchísimo, que nos necesitamos hombres y mujeres, y en concreto a una mujer o a un hombre específicamente, sino a que ningún hombre, como decía Merton, es una isla. Las personas no somos islas afortunadamente.

En el mundo virtual se puede dar una apariencia fantástica de compañía, de grupo compartido o de encuentros personales, de coincidencia de intereses, afinidades, etc. Muchos entornos virtuales son un patio en el que siempre hay una silla de enea con alguien sentado a la puerta. Y es agradable, naturalmente. Creo que lo virtual puede ayudar en las relaciones sociales siempre que acaben siendo eso, relaciones, no un mundo paralelo. Y, si es un mundo paralelo, ser consciente de sus bordes, de dónde acaba y dónde empieza.

Yonkis emocionales

Lo virtual facilita enormemente esa necesidad de chutes emocionales que parece caracterizar a veces la vida sentimental, la vida, de los hombres y mujeres de este siglo XXI.  Se puede vivir de  chutes, ser yonkis  de las emociones, lo somos a veces. El ámbito virtual es perfecto para chutarse continuamente: enamoramiento, autoestima, sentido de grupo, pertenencia, etc.

Necesito el subidón de un enamoramiento, que es más bien ese “infatuation” de los ingleses. Pero es que también, tras ello, puedo hasta necesitar casi de igual manera ese otro chute de "desgracia", de bajón, de sentirme incomprendido, solo, que los demás no han estado a la altura de mis sentimientos, que se equivoca él o ella porque yo sí amo y actúo correctamente. Llegamos a identificar querer a alguien con esta droga dura del estar abajo o arriba continuamente.

El narcisismo además encuentra un apoyo estupendo en las redes: lucirse, ser el centro, necesitar la aprobación, "el casito", que te digan que qué rica o que qué mona los del sexo opuesto -de esto hay bastante-, tener un público, una audiencia.  Se pueden generar fácilmente monstruos de gente normalísima, personas que se escaman si alguien deja de decirles algo, si no obtienen respuesta inmediatamente o la respuesta que ellas quieren. Se juega con fuego sin saberlo. Luego se llora. Y vuelta a la montaña rusa, chute y chute. 

Hace falta bastante dominio de sí mismo en las redes. Y nos dominamos poco porque vivimos en una sociedad donde el autodominio no es lo que se lleva, sino la supuesta espontaneidad, la respuesta rápida, el postureo. 

El tercer nombre de los gatos

No sé si habéis visto Cats o habéis leído a T.S. Eliot, que es quien escribió "El libro de los gatos sensatos de la vieja zarigüeya" en el que se basa el musical.

Los gatos tienen tres nombres, y el suyo, el verdadero, no te lo dirán, no pueden transmitirlo siquiera, es un gran secreto. 

Sólo Dios sabe cómo nos llamamos cada uno realmente. Para aproximarnos algo hace falta saber que pisamos siempre suelo sagrado y, a la vez, no andarse siempre o esconderse por las ramas digitales. 

EL NOMBRE DE LOS GATOS

Ponerle nombre a un gato, no te asombres,
es cosa complicada y no banal.
Seguro que piensas que estoy muy mal,
pero es que un gato ha de tener tres nombres.

De ponerle el primer nombre se encarga
la familia. Serán nombres de gente
común: Pedro, Gabriel, Ana, Vicente.
Ya veis, la lista puede ser muy larga.

Claro que algunos prefieren la opción
de emplear nombres más rebuscados
en los eufónicos tiempos pasados:
Electra, Godofredo, Napoleón.

Pero los gatos, que son muy soberbios,
han de emplear apodos contundentes
que les ayuden a ir entre las gentes
con paso firme y sin perder los nervios.

Son nombres que no podrás pronunciar
sin trabucarte: Munkustrap, Walstato,
Bombabulina, Explorer. Cada gato
ostenta así un nombre particular.

Queda otro nombre, pero no hay accesos.
Sólo el gato conoce el tercer nombre
y nunca lo dirá a ningún hombre
por mucho que lo mimen con mil besos.

Así que, cuando a un gato ensimismado
contemples, es seguro que, coqueto,
en su mente repite el gran secreto,
como un mantra sagrado
impronunciable
pronunciable
pronuncimpronunciable
inescrutable, hondo, singular,
su Nombre de verdad.


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