Por razones de trabajo me desplazo con cierta frecuencia por
España. Y me encanta ir en coche y tener tiempo para mirar el paisaje.
Castilla es una impresionante colegiata en mitad de ninguna
parte. Pero también Castilla y España son esos pequeños y constantes muretes de
piedra que nuestros antepasados levantaron.
Es una arquitectura mínima, hecha con piedras que están
desperdigadas por el campo y que se van recogiendo, se transportan y se juntan
sin argamasa, quizás con un poco de tierra, haciendo que encajen. Y que han
durado no años, siglos.
Los llaman muros secos y está llena de ellos nuestro país.
Yo, por lo menos, los he visto tanto en las dos Castillas como en Galicia y en
Levante. Y siempre me dejan pensando.
Pequeñas propiedades cercadas para que el ganado no se
escape, para marcar una finquita o un campo. No son grandes murallas, ni
siquiera podríamos hablar de muros, sino de muretes bajos. Se limpiaba el campo
de esas piedras, las aprovechaban y construían algo. Aprovechar lo que tenemos,
lo que hay, y construir, es siempre importante.
Son estos muretes secos el resultado de un trabajo pequeño y constante hecho por
quienes fueron buscando las piedras, una a una, y las fueron transportando y
encajando. Muchos meses haciendo esto, cuando otras labores dejaban tiempo,
piedra a piedra, un trabajo de hijos y padres. Un año, otro año y otro año. Así
está España llena de esos muros secos que nos cuentan algo.
España son sus grandes monumentos que nos dejan con la boca
abierta, trabajo anónimo de muchos, claro. Pero también nuestro país son esos
muretes de piedra seca que dan idea de tantas vidas entregadas para sacar
adelante a una familia y un pequeño campo.
Somos descendientes de quienes hicieron las catedrales y
también esos muros secos que pasan desapercibidos, pero que guardan algo
importante: una pequeña propiedad, una familia, un campo cuidado, arquitectura
pequeña de la vida diaria.
Luego me he enterado de que la Unesco ha reconocido a esa
técnica de construcción como Patrimonio de la Humanidad y que tienen un alto
valor ecológico en la prevención de corrimientos de tierras, inundaciones y
avalanchas.
Estupendo, pero eso ya lo sabían sin saberlo quienes los
levantaron.
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