Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 13 de marzo de 2018

Cartas a N. (I) Del halago al miedo


Querida N:

Me he tomado un tiempo para contestar a tu comentario sobre lo que dije en una red social.  Hacía mucho tiempo que no escribía sobre “este tema” (la mujer, las mujeres, uf, me da repeluco, como vergüenza hasta hablar así “las mujeres”, “los hombres”, en fin).  A menudo creo que no tengo nada  más que decir o escribir sobre éste y otros temas (sobre los que he escrito bastante aquí y fuera, sí, lo hice, hasta que llegué a un punto de saturación). También es que estos últimos años me he centrado más en el  hacer –diversos haceres- y eso me ocupa la mayoría del tiempo.  Las palabras, dichas o escritas –fundamentalmente mías, aclaro, aunque algunas otras también-, me sobran casi siempre, no te cuento las arengas. Prefiero hacer y el silencio, pero es que, además, a mí me lleva bastante tiempo escribir y, francamente,  no lo tengo.

Si ahora venzo esa resistencia es porque sé, a la vista no sólo de lo sucedido el jueves pasado, sino de esa deriva radical –en este y otros temas-, que es importante hacerlo. Porque los hechos solo, al parecer, no pueden hacer frente a lo que llaman el “relato” dominante. Porque la evidencia, la que te rodea a ti y a mí por goleada – pese a la incapacidad para reconocerla y apreciarla en todo el valor y el peso que en nuestras vidas tiene-  no parece poder hacer frente al retrato apocalíptico, al drama, a señalar culpables en genérico, a pensar en términos de lucha de sexos (y clases) que es lo que difunde ese feminismo de revancha (aquí el manifiesto).

Las mentiras arraigan y, porque son simples, lo hacen mucho más rápido que la verdad, que suele ser más compleja y tener habitualmente muchas caras. Una verdad a la que podemos acceder parcialmente siempre, muy parcialmente. Del poso de verdad, de la parte de verdad, atractiva y brillante que, seguro, puede haber en algunas demandas o quejas, se alimentan mentiras espantosas que crecen y crecen y que acaban por volver loca a la gente, hombres o  mujeres, como creo que está sucediendo. 

Escribo esto por ti, por mí misma –es bueno vencer la pereza y cambiar de opinión-,  quizás también por otras personas, no lo sé. Quizás ayude o sirva de algo, nunca sabes quién puede leer algo ni las amistades que puedes encontrarte o el diálogo que puede establecerse, incluso el odio que despiertas si cantas fuera del coro como en este tema sucede. 

Estas cartas no son para convencerte de nada, sino para que sepas algo que quizás, sólo quizás, no sepas, para que conozcas otra perspectiva, la mía, diferente a la que mayoritariamente te rodea fuera de la familia o, por lo menos, y eso es seguro, a la que más se expresa públicamente, la que más audiencia y cobertura mediática genera o más eslóganes produce. Como verás, no puedo escribir en eslóganes, siempre creo que hay un matiz que añadir, lo que también podría llamarse como “dar la chapa” (esto lo dice G.). 

Espero que puedas leer con calma, como yo he leído tu comentario y lo he pensado estos pasados días. Sólo te pido que pienses en ello, nada más. Lo hago desde el cariño. Y con humor, espero. Hoy me veía escribiendo y pensando sobre la prudencia y me moría de risa. Si mi padre levantara la cabeza, me miraría con sorna y diría ¿Tú, Aurora, prudente? Entonces yo le enseñaría algunos hábitos y modos de hoy y tendría él que concluir que, con todo,  he sido una mujer prudentísima casi siempre por simple comparación con lo que hoy vemos (no en ti, ¿eh?, en general).

Voy a hacer referencias a mi vida. Espero no ser como el abuelo cebolleta, pero sé que lo seré. Te pido perdón de antemano. También si voy a ser bruta, más bien cruda, con lo que pueda decir a veces. Sólo voy a contarte algunas cosas que creo que no se dicen, que se obvian y que no halagan precisamente. Ni a las mujeres ni a los hombres. 

Desconfía siempre de quien te halaga, N. También si  lo hacen en plan colectivo. Por eso simplemente apesta ese feminismo de loa eterna a las mujeres y condena a los hombres, sólo eso tendría que hacer dudar, me parece. Repugna a la inteligencia ese baboso halago. 

Creo que es importante que sepas que, lo que digo, sin hablar en representación de ninguna mujer más –soy yo, y como te dije ya a mí no me representa nadie ni yo escribo en representación de nadie-, viene avalado por cierta experiencia como mujer, como persona, vamos a llamarlo así, creo que lo soy y lo era, “independiente”, con una biografía  no diré que alternativa, pero desde luego  no tradicional al uso,  que se ha casado “tarde” (a los 50, uf, suena no sé si alternativo o carca), que ha vivido y está viviendo una vida que considero buena sin que esto implique sin dificultades. Muy pocas, N.,  en comparación con otras mujeres entre las que ni yo ni tú, desde luego, nos encontramos. Al final muy parecidas a las tuyas posiblemente. La diferencia puede ser el modo en que ayer y hoy reaccionamos, me parece. 

Porque en ti, N, me veo reflejada en algo, quizás tú puedas verte también en mí, en algo de lo que cuento. Quizás esto te sirva, ojalá lo haga. Dame solo un poco de tiempo, por favor, ten paciencia.

Vamos por el primer punto que me parece el más importante de lo que me contestas sobre la "realidad paralela", eso que escribí sorprendida y preocupada –y cabreada, ahora no lo estoy y espero que lo notes- hace unos días diciendo que no en mi nombre, que el manifiesto de movilización por el 8 de marzo era una locura y que solo leerlo ya daba idea del delirio colectivo, etc. Sigo pensando lo mismo, pero lo diría de manera diferente y, seguramente, mejor.

Me refiero a ese miedo que compartes con otras mujeres al volver por la noche a casa. Ese pasar de acera si ves una sombra porque son las 4 de la mañana, como me dices que te pasa y pasa a tantas. Y todo eso que, tras esa constatación del miedo, hilas –hilan- a continuación, un panorama desolador y terrorífico para las mujeres de este país que se llama España. 


No hay comentarios: