Una línea de tierra, siempre delgada, y luego, como Ortiz
Echagüe reflejó en aquellas fotografías, como tantos pintores hicieron, el
cielo interminable, limpio o con nubes, pero inmenso.
Aquí todo es cielo. ¿Cómo no sentirse de paso
en la Moraña, en Tierra de Campos o en Urueña?
Avanza el verano. Estuvimos unos pocos días en Portugal, nuestros
vecinos más amables y los más educados –y esto último, pese a la antigua politesse francesa-. Visitar Portugal es entrar en otro tiempo más lento y hablar en voz baja.
Cada vez me gusta más vivir supuestamente lejos, las
ciudades pequeñas, los pueblos y el campo. Y estarme quieta. De paso,
pero quieta.
Qué delicia permanecer en el filo azul claro de
los cacharros del alfarero de Tiñosillos.
O en el pozo del claustro del Silencio del monasterio de Santo Tomás. O en Olimpia, ya tan anciana, durmiendo.
Ya digo que no quiero más trasiego. Pero nada, no hay manera. Tengo que moverme. Y encima en otra lengua. Qué pereza.
4 comentarios:
siento lo mismo que tú, cada vez quiero quedarme quiera en mi paisaje y no moverme de él. :D
Besazo
El inmenso paisaje castellano, al igual que el mar, me produce desasosiego.
Feliz verano
Dolega, gracias por tu comentario, y... ¿cuál es tu paisaje?
Anónimo, a mi marido le pasa como a ti, siente angustia. Lo bueno es que hay paisajes para todos los gustos, ¿no?
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