Una línea de tierra, siempre delgada, y luego, como Ortiz
Echagüe reflejó en aquellas fotografías, como tantos pintores hicieron, el
cielo interminable, limpio o con nubes, pero inmenso.
Aquí todo es cielo. ¿Cómo no sentirse de paso
en la Moraña, en Tierra de Campos o en Urueña?
Avanza el verano. Estuvimos unos pocos días en Portugal, nuestros
vecinos más amables y los más educados –y esto último, pese a la antigua politesse francesa-. Visitar Portugal es entrar en otro tiempo más lento y hablar en voz baja.
Cada vez me gusta más vivir supuestamente lejos, las
ciudades pequeñas, los pueblos y el campo. Y estarme quieta. De paso,
pero quieta.
Qué delicia permanecer en el filo azul claro de
los cacharros del alfarero de Tiñosillos.
O en el pozo del claustro del Silencio del monasterio de Santo Tomás. O en Olimpia, ya tan anciana, durmiendo.
Ya digo que no quiero más trasiego. Pero nada, no hay manera. Tengo que moverme. Y encima en otra lengua. Qué pereza.
siento lo mismo que tú, cada vez quiero quedarme quiera en mi paisaje y no moverme de él. :D
ResponderEliminarBesazo
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEl inmenso paisaje castellano, al igual que el mar, me produce desasosiego.
ResponderEliminarFeliz verano
Dolega, gracias por tu comentario, y... ¿cuál es tu paisaje?
ResponderEliminarAnónimo, a mi marido le pasa como a ti, siente angustia. Lo bueno es que hay paisajes para todos los gustos, ¿no?