Acabo “Casa de muñecas”, de
Patricia Esteban Erlés, sus relatos son siniestros e inquietantes. Empiezo otro de cuentos, “Paseando
con fantasmas”. Pero no es justo lo que ando buscando.
Quiero historias de fantasmas románticos, dije en Páginas de Espuma. Y me enseñaron lo que tenían, una antología del cuento gótico. No doy con ello. Y no sé cómo explicarlo. Les mencioné “Otra vuelta a la tuerca”, de Henry James, que a mi padre le gustaba tanto. Debería volver a leerla, aunque tampoco es ni el tono ni la aproximación, pero es interesante. Cómo contar lo que no se puede ni contar de tan terrible y malo. Para eso también existen los fantasmas.
Quiero historias de fantasmas románticos, dije en Páginas de Espuma. Y me enseñaron lo que tenían, una antología del cuento gótico. No doy con ello. Y no sé cómo explicarlo. Les mencioné “Otra vuelta a la tuerca”, de Henry James, que a mi padre le gustaba tanto. Debería volver a leerla, aunque tampoco es ni el tono ni la aproximación, pero es interesante. Cómo contar lo que no se puede ni contar de tan terrible y malo. Para eso también existen los fantasmas.
El género del que intento leer
algo es hoy raro. No se trata de vampiros o zombies, ni de cuentos góticos. Es “El fantasma y la Señora Muir”, aquella película
inolvidable de Mankiewicz. O “El fantasma de Canterville”, de Oscar Wilde, una historia que me encanta, fina y elegante, con sentido del humor. Tienen y conservan lo que busco en los fantasmas: misterio y alma. Y el juego de las dos realidades, lo natural y lo sobrenatural, en convivencia y rozándose. Así vivimos y escribimos. Todo sucede a veces en un mismo plano. No sabes dónde empieza qué ni tampoco dónde acaba.
Encuentro entre mis libros una
vieja edición de los años 80 de Planeta, “Relatos de fantasmas”, de mujeres escritoras,
alguna conocida, como Wharton, desconocidas la mayoría, otra recién rescatada en España como Stella Gibbons. Mencioné a Ediciones Funanmbulista a
Daphne du Maurier, autora de “Rebecca” y de “Los pájaros”, y de aquella otra
historia romántica y preciosa, “La posada de Jamaica”, que debería volver a
publicar alguien.
No es el terror o lo siniestro, es el espíritu
que permanece y que cuida en la distancia. Las casas son espacios sagrados. Baja la temperatura en la habitación.
Sientes la presencia de alguien, una sombra, ruidos suaves en el piso de
arriba y no es la gata. La luz se va con frecuencia cuando estás sola. Entonces abres un armario. Y pides permiso y también perdón por haberte instalado, el siempre difícil equilibrio entre dos realidades.
Los fantasmas son la memoria. Por
eso me interesan tanto.
2 comentarios:
Decía Edith Sitwell, creo, que con la luz eléctrica se esfumaron los fantasmas. Puede ser.
Sobre relatos de fantasmas, recuerdo especialmente los de Kipling. Había algunos recogidos en dos recopilaciones de relatos breves que yo leí a mediados de los ochenta: Arroyo Amigo y Una Guerra de sahibs, publicados en la edición de bolsillo de Bruguera.
Cabe preguntarse la razón de esa afición victoriana a los fantasmas.
Saludos y buena entrada de verano.
Hola, D. Retablo, estuve fuera de España, no pude ver comentarios. Tomo nota de lo de Kipling.
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