En el jardín los chopos amarilleaban como si el otoño hubiera llegado dos meses antes.
Cogió unas hojas y las guardó en el billetero. Pero en el vivero no sabían nada sobre la enfermedad de los árboles. Solo que se iban secando y acababan muriendo agotados.
Tras los olmos que cayeron hacía más de treinta años, ahora eran los chopos, imponentes en altura muchos, sus raices extendidas buscando el agua.
A un lado de la carretera de Simancas iban quedando desnudos de hojas en pleno agosto, esqueletos, postes de telégrafo casi. Arboles que habían resistido todo -mala tierra, falta de agua, viento y heladas, calor en verano- morían rápidamente de una enfermedad extraña sin que nadie pudiera evitarlo.
Era incapaz de aceptar la muerte de los últimos gigantes, humildes chopos de Castilla con tan pocas necesidades.
6 comentarios:
Que es una pena que un chopo muera, que un arbol muera, pero siempre habrá una espeanza de vida, que también es un misterio.
Saludos Aurora.
Buenas, Tortuga,es misterioso lo que está pasando, gracias por leer. Un abrazo.
Ciertamente es muy triste Aurora.
Besos.
Vino el otro día por la librería un hombre que sabía mucho de agricultura, se dedicaba a ello, versión ecológica, muy interesante el hombre, se dedica a combatir plagas con medios naturales. Me contó que antes teníamos acuíferos en Castilla pero que están casi agotados, y que por eso se mueren, porque ya no hay agua subterránea y la falta de agua hace que sean más débiles a cualquier enfermedad, hongo, etc.
Leo con interés todas las entradas, Aurora, aunque no haga comentarios.
Un cordial saludo
José Luis, gracias. Yo también entro en tu blog y te sigo, cada foto cuenta una historia, es como un relato o un cuento. Me gustan mucho. Te das cuenta de la fuerza de una foto....
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