Iba contenta porque unos marcadores de alguien se habían quedado ahí, quietos, donde tienen que estar: parados y en su lugar. También porque alguna buena amiga está en buena racha y da mucha alegría que tenga una buena ola.
Iba con Olimpia por la calle dando también vueltas a lo que Perlado me acababa de comentar: ese mundo de colores debajo del mar, miles, distintos, que sólo Dios sabe y ve. Dios, Cousteau y cuatro más. Derroche, puro derroche, desde la Creación, venga a derrochar. La verdad, me encanta derrochar, soy rica de vocación, que no de bolsillo. Lo sé, tengo una cara que me la piso y no es lo mismo. Bien, vale, pero da igual. Si no te importa, Señor, mándame un novio contable. Me vendría genial, las entradas las tengo más controladas, pero de las salidas no quiero ni hablar, ¿en qué se me va el dinero?. En fin, Dios, tú sabrás, porque lo que es yo...
Iba también con la cabeza en las nubes, lo habitual, o también en las musarañas, es igual. Por especificar, a las 22.30 de ese martes pensaba en las manchas de las jirafas, en las plumas de un colibrí, en si los antepasados indios de Josianne cazaban con cerbatana, en el andar de mi perra y hasta en cómo mea. Mi perra mea como los machos, levanta la pierna izquierda trasera al orinar.
Diversidad, siempre diversidad. Gracias por los mil te quieros que podemos llegar a pronunciar, por los ojos distintos de todos los hijos de mis amigos, por los de mis sobrinos.
Dios, eres genial, la diversidad (bio o no bio) me encanta, no puedo dejar de mirar. Si la naturaleza es así, y nosotros todavía lo somos más, ¿cómo serás Tú?
Iba yo... ¿para qué lo vamos a negar?, francamente agobiada también: el segundo plazo del IRPF; la Visa que ha debido de llegar ya; una mudanza de 140 metros cuadrados que hay que meter en menos de la mitad; dejar el campo, el Boalo, a Tana, a Alejandro y algún que otro amigo.
Me está costando, ¿sabes?, y encima se han caído otros dos clientes. Pero en fin, Señor, los lirios, siempre tus lirios. O sea, Tú también sabrás. Ya te haces idea de que, a pesar de todo, el estado atmosférico es de sol casi permanente con puntuales tormentas veraniegas: vienen, pero en diez minutos se van. Algo natural es el optimismo que Tú das si quieres, Señor. Por eso sé que no es trabajo mío, me sale de dentro, nada más.
En fin, Dios, yo confío en mí, pero en Ti todavía muchísimo más. Y, si no te importa, también en mi madre, que sin comer no me tendrá.
Iba mucho más preocupada, pero muchísimo más, dónde va a parar.
De un tiempo a esta parte cada vez que levantas el auricular o coges el móvil escuchas “Me han echado”, “Nos van a echar”, también la palabra fatídica “ERE” o “En 3 meses vamos todos al paro”. Y otras malas noticias, a mi entender las de más agobiar: “Nos estamos separando”, “Me acabo de ir de casa”, “Es que no le aguanto más”.
Dios, te lo pido por favor, mira a ver qué puedes Tú hacer. Ya sé que no es tu negociado, o sí, pero en fin, se pasa fatal con ambas cosas, con la angustia económica y con la vital. Más con la vital, pienso yo. Mira a ver, no te pido nada más, el amor es siempre lo más importante, pero ya lirios y encima con frío y humedad creo yo que no puede ser.
Y más, mucho más. Algunas cabezas femeninas puede pensar en 70 cosas distintas y hasta llegar a rezar algo entre pedir y dar gracias, alabar y contemplar las moscas o la belleza y tal... sin olvidar el simple y llano cabreo o reconvención: "¡no estás haciendo lo que debías! ¡Dios, Tú no acabas de estar en lo que estás!". Hace falta tener un genio vivo o ser mujer, no sé bien, para reñir hasta al mismísimo Dios. Anda que...
Y de repente, coño, zas.
Dimos la vuelta a San Fernando Oli y yo y ahí estaban tus hijos. Para ser exacta, dos hijas tuyas y otro que tal.
Carmen Cubillo, viuda, unos sesenta y tantos años, de la parroquia a casa y vuelta a andar.
Cristina Álvarez Prieto, médico, de mi edad (o sea, joven)
Y Paco, el mendigo nuevo, ese que acaba de llegar.
“Pero y yo ¿cuándo puedo fumar?”
Ahí estaban tus abejas obreras, tus hijas, curando a Paco de una herida, una brecha grande, más bien dos, que se hizo al caer. Como anda bebido, esas tenemos. Al pobre hombre le habían dado además una paliza unos niñatos y las heridas de la caída se añadieron a las que ya tenía: dos aberturas sangrando encima de la ceja izquierda y debajo del ojo, medio rostro inflamado. Fatal, aquello verdaderamente tenía una pinta fatal.
Y no quería ir al hospital.
Y he ahí que tus hijas, tus obreras éstas que están sin sindicar, por eso no están liberadas, Señor, curando a Paco: manta, una almohada, café, caldo, betadine, gasas, una pomada más para que no se infectara, la biblia en verso (con perdón, se me ha escapado, Tú me entenderás).
“Pero y yo ¿cuándo puedo fumar?”
“Cuando terminemos, Paco, podrás. Mañana a las cinco te hacemos la otra cura, tranquilo que aquí estaremos. Y reza para que haya plaza en tal sitio o tal cual, que vamos a hacer los trámites. Y tú, Aurora, sujeta las gasas, y no dejes que tu perra se acerque más”.
Yo sabía que mis vecinas, mejor dicho, las de mi madre, eran así. Pero la gente te sorprende habitualmente para bien, que no para mal.
El mendigo olía mal, porque el pobre Paco se mea encima y no se lava; mi perra, en cuanto ve un mendigo allá que le va, le apasionan, pero no era plan de que le oliera la entrepierna al pobre Paco, bastante ha tenido ya. “Quieta Oli, que ya acabamos”
Llegué a casa y tras llorar a moco tendido me metí en la cama. Dormí como no lo hacía en seis semanas, que era de mal a peor.
Padre, contigo no necesito ni valeriana ni Orfidal. Fue verte ahí, en los tres, y no me hizo falta más. Como un tronco caí. En tus manos, a través de las de otros con suerte o sin ella, siempre estamos: luego ya las cosas vendrán o no vendrán.
PS:
"Pero y yo, ¿me vais a dejar fumar?"
Que alguien le de un cigarro a Paco, por Dios.
Verdaderamente, somos igual.