Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

domingo, 19 de abril de 2009

El Ángel de la Partida






Ven, querida, acurrúcate en el calor y a mi sombra y sentirás menos el dolor de la partida, la tensión y tristeza, y esa luz que ya se adivina cegadora y a la que temes.

Aquí en la penumbra de tu sueño, cada vez más cansada, yo velo por ti, también por tus seres queridos. Puedes dormir un rato más y abandonarte segura de que tu casa está bajo la señal de mi Señor.

Yo, su enviado, el Angel de la Partida, me he instalado ya y os guardo, me siento debajo de la mesa del comedor, estoy en el fregadero, entre los juguetes de tus hijos, tras la mampara de la ducha o en dormitorio. Todo tu hogar y los tuyos son ya mi territorio, os custodio a todos pero, en especial, a ti.

Refúgiate como otras madres han hecho en mí para pasar este duro tránsito, esa puerta que comienza a hacerse angosta, ahí dónde reside no sólo el temor ante lo desconocido sino la pena de ir dejando poco a poco a quienes has dado la vida, con quien la has compartido y tanto amas.

Yo sé bien que es eso lo que más te cuesta, no tanto el miedo a pasar la puerta sino el desgarro por la separación de quienes has traído al mundo, de quien te ayudó a hacerlo.

Descansa en mi hombro, llora sobre mí, no pasa nada, llora.

Siente conmigo que todo lo que te rodea está en manos de Dios y que El vela por todo, hasta en el dolor y las lágrimas. El te sostendrá y amará hasta el último aliento, yo soy solo un Enviado para recordártelo a ti y a los tuyos.

Yo, el Ángel de la Partida, estoy contigo y cumpliré mi misión como siempre hago.

Estoy en cada abrazo que te dan tus hijos, tus amigas, la gente que quieres, abrazos ya suavecitos quizás, estás agotada, mi ser sin peso se deja sentir en las manos de quienes te acariciarán y en las tuyas.

Pobres ángeles nosotros, no nos tocamos y sólo podemos colarnos, espíritus puros como somos, entre los dedos de los humanos, ahí en esa caricia que tu pides o das estoy yo, me muevo, incluso me instalo para que tu puedas respirar paz y serenidad, una dulce y triste alegría de ese calor que da sentirse querida mediante el tacto.

Pide que te acaricien, acaricia tú, en el tacto viajo y extiendo mi protección sobre quienes se tocan con amor, les inspiro para que te den justo ese calor que tú necesitas, esa palabra o ese silencio.

Estoy también en los besos, todos los ángeles nos deslizamos en muchos besos de amor, vivimos de la energía que desprenden, y a ella volvemos en cada beso de tus hijos, en los de tu marido.

Pídeselo sin vergüenza: besadme más, lo necesito.

Ellos sabrán hacerlo, pero a veces, qué te voy a decir, a algunos hombres y a algunos niños hay que recordarles que os besen.

Las mujeres, como los ángeles, percibís mejor las necesidades del espíritu, también las del cuerpo, y muchas no necesitáis ni que os pidan un beso para darlo, pero es eso, os parecéis más a nosotros en esto: con todo sois un intelecto que viaja más rápido en algunos recorridos, sólo en algunos.

Yo, El Angel de la Partida, resido también en las sonrisas, en esas que cuesta tanto esbozar ahora. Lo entiendo.

Pero me crezco en las risas que seguro tu hijo pequeño sigue teniendo, esas risas inconscientes, preciosas, del eterno instante en que viven los niños. En esa risa, en esa carcajada del hoy en que viven los niños, yo sé que soy más fuerte, que mi Señor es más poderosos, y puedo cobijarte a ti, mi niña, mucho mejor. Que tu hijo pequeño se ría más y yo podré hacer mucho mejor mi trabajo.

En la sonrisa de tu hija mayor y en la de tu hijo, preadolescente, también estoy. Cada vez que sonríen yo puedo darte más calor por dentro, mas serenidad, más paz, y así me resulta más fácil mi misión.

Y el más importante. Si tu marido te besa, te abraza, te acaricia y te sonríe, con esa cara de guasa que de vez en cuando pone, ten por seguro que mi misión como Angel de la Partida contigo y en tu casa tiene esa piedra angular que él tan bien conoce.

En cualquier caso Yo, el Angel de la Partida, me he instalado ya en tu hogar, he levantado mi tienda y cumpliré la misión que el Señor me ha encomendado, aunque toda ayuda es bienvenida.

Haré caso también a las dulces recomendaciones que mi Señora, la Virgen, me hizo antes de partir.

Ella es Madre ¿sabes?

Como tú tuvo 9 meses de embarazo, dio a luz, amamantó, cuidó, cambió pañales y vio crecer. Y como tú ama a su Hijo, como tú quieres a los tuyos: infinitamente.

Si toda madre sabe lo que es ser madre, mucho más ella.

Aunque no se fía del todo de mí, su enviado, asexuado como soy, hay cosas que sólo una mujer puede decir a otra.

En mi próxima carta te las haré saber: escribí todo para que no se me olvidara.

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