Lo sentía en el primer minuto del año. En ese instante de abrazos, petardos y fuegos artificiales, notaba el alfilerazo tras el champán y la esperanza. También en las bodas, entre Tobías, San Pablo, las bienaventuranzas, el cóctel y el baile. Pero ahí el pellizco escocía como en la infancia nos escuecen las rodillas al caernos de la bici y despellejarnos. Sorbiéndose las lágrimas, como si no pasara nada, el hueco se le hacía cada vez más profundo, más grande.
No se llamaba como decía ni tampoco tenía esos años. Hora y media al teléfono y luego toda una tarde hablando. Solidez, calma y amparo. Un hombre bueno no se encuentra en cualquier parte. “Sana, sana, culito de rana…” Alcohol en la herida soplando porque abrasa.“Ya pasó, ya pasó, ¿ves como todo se pasa?…”
Desapareció aquella punzada y se afiló la navajita de la distancia. Ya no podía vivir sin él a su lado. Le faltaba el aire.
PS: Título original del cuento de Gonzalo Pérez, gracias, guapo.
3 comentarios:
Punzante en su densa brevedad.
Un abrazo.
Este también duele.
Me gusta cómo has encogido los post, ahondando.
Un beso.
Hola, Lolo, los he encogido pero están más anchos, creo. Un abrazo fuerte.
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