Vuelvo a la lectura en la residencia, somos siete hoy, muchos menos. Seguimos con otra de las estancias de “El bosque animado” que tanto nos entretiene. Después –sin acabar, pendiente para el próximo martes- el cuento de "Manín" de Clarín, un vago muy simpático que te da pena. Y luego el inicio de “Mendel, el de los libros” de Zweig. La descripción del café de Gluck hace que nos metamos en el ambiente. Es curioso cómo recuerda el narrador la figura del viejo judío y ese modo de leer moviéndose de adelante hacia atrás, el balanceo suave que va unido al estudio y memorización de los textos sagrados y que Mendel luego mantiene cuando lee. Recuerdo que en las escuelas de antes en España se cantaban las tablas de multiplicar o el soniquete al recitar algunos poemas. Es interesante cómo el ritmo, el tono, la música o el movimiento, tienen que ver con la memoria y el texto, con el aprendizaje o cómo nos aproximamos a la palabra o a un concepto.
Recordamos, más bien recuerdan ellos, los cafés de Madrid, ya pocos quedan, el Comercial, el Gijón, el Lyon, el de Levante, etc. Pregunto qué diferencia hay entre un café y una cafetería y Narciso contesta “El café es propiedad de los clientes, es un lugar suyo, en las cafeterías es diferente…” Nos reímos porque es verdad. Luego cuenta cómo antes se escribía en los cafés, era el lugar de trabajo de muchos escritores. Gonzalo habla de algunas tertulias literarias de Madrid, Narciso de cómo se acostumbraba antes a acompañar a casa y se andaba y se andaba hasta dejar en su domicilio a quien fuera, había otro sentido del tiempo y de la educación, comentamos.
Acabamos con Quevedo y un par de poemas suyos con muy mala idea. Qué cosa tan española es la mala leche.
9 comentarios:
Pues yo creo que precisamente mucha de la grandeza de Quevedo se basa en esa mala leche, hecha sublime, eso sí.
Dale un abrazo de mi parte a Narciso.
Aurora,
No puedo evitar ser una romántica. Y no sé si será por costumbre, o por superstición, pero yo tengo que escribir en cafés. Es cuando me vienen las palabras. Tal vez sea el ambiente, la historia o el olor a café, pero disfruto muchísimo yendo al Comercial. Y por supuesto escribir con pluma en un pequeño cuaderno.
Para mi es uno de los mayores placeres que existen.
Un beso,
Irene
Querida Aurora: que no me he perdido por estos mundos de Dios. Que sigo aquí epapandome de todo lo que escribes. Que sí, que el ínclito Quevedo está, con sus letras, dadonos la tabarra constantemente, y que gustazo.
(no se me olvida hablarte del tiempo en mi ciudad, Sevilla. Pero que quieres que te diga: la semana pasada tela de lluvia y hoy 28 grados de vellón. !que contentas están mi albahaca y mi yerbabuena!
Miguel, estoy de acuerdo en parte, es literariamente brillante, por supuesto, una gozada, pero me parece que el ingenio, el talento, y la bondad no están reñidos per se, o no son incompatibles, vamos.
Personalmente, además, me torra un poco la idea, a veces generalmente aceptada (especialmente en círculos literarios y hoy de medios, qué decir de los medios ...) de que hay que ser malvado, malón, dar mandobles a diestro y siniestro como prueba de lo que uno (o una) vale. No creo en el buenismo, que me espanta, pero desde luego tampoco en el ser malillo o hácerselo, me parece un truco de básica. Quevedo es grande sin duda alguna, pero la mala leche per se no acaba de gustarme. Habría además que distintiguir grados en la mala leche o el hacer sangre por hacer sangre, no sé. Vamos, que si alguien escribe bien y da en diana sin mala baba ya es la caraba ¿no? Ver lo malo es fácil, pero hace falta ingenio para contarlo bien, ¿hace falta todavía más ingenio para contarlo con buen estilo o, incluso, para ver las mil variedades de la bondad, lo bello, etc...? Tengo mis dudas...
Cebrián, me suena Vd., no sabe cómo, pero vamos, una barbaridad... De hecho, creo que hablé ayer con su señora, si es Vd, quien pienso que es, aunque puede que sea otro... (apellido italiano, qué curioso....)
Irene, la pluma o el bolígrafo pilot es fundamental. Y escribir con ruido de fondo un modo de concentrarse extraño pero real.
Naranjito, perdona, lo de contestar a distancia me lía, gracias por tu lectura y comentario... Oye, si hay feria... ¿llueve casi seguro o es una leyenda? La yerbabuena en el cocido...mmmmmmm, rico, rico...
¡Cuánto me ha gustado leer lo que dice don Narciso!. Coincide con lo que describe Antonio Díaz - Cañabate en "Historia de una tertulia", un libro espléndido que se publicó en Austral.
Es verdad, era otro tiempo y en modales y saber estar, y en muchas más cosas, los bien educados claro, nos daban, los de ayer, mil vueltas a cualquiera de nuestro tiempo.
Respecto a "El bosque animado", es precioso el final. Al menos eso recuerdo.
Saludos.
El café es a la cafetería lo que el restaurante a la hamburguesería (y disculpa el ripio).
Saludos.
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