miércoles, 29 de diciembre de 2010
Cada amanecer es un milagro
Plenas Navidades, recuperar el sueño natural, volver a dormir sin nada, esto es, a soñar como antes soñaba, es para dar gracias. Veo amanecer hoy y se me saltan las lágrimas, y eso que no estoy en el campo. Solo diviso el sol detrás del jardín del Olivar del Castillejo. Con él unas pequeñas nubes blancas que desaparecen al poco rato. La ciudad está hoy menos ruidosa aunque en Madrid hay demasiado ruido siempre. Desayuno un café rápido porque viene luego C. y lo haremos con calma.
Día de los inocentes ayer, caí en una pequeña inocentada. Me hizo gracia. Quizás soy inocente en algún sentido, más bien ingenua todo el tiempo y especialmente a ratos. Quisiera tener la piel fina, sea la de niña o la de anciana. Necesito una piel más fina para vivir y escribir. Tendré que buscar la hidratante adecuada, rosa mosqueta, aceite de jojoba o argán, vitamina C, mejor de herbolario. El principio activo es lo que cuenta, su concentración, me lo dijo una farmaceútica hace años. Pagamos a veces cifras exorbitantes por cosmética cuyo principio activo está en más alto porcentaje en otra crema sin marca, desconocida, y mucho más barata.
Recuerdo los atardeceres en el Boalo, la Maliciosa azul y fría, esa oscuridad de la noche sin farolas. La echo de menos. También al silencio, a la soledad, todo eso acrecentado o quizás solo sin amortiguación, como es a veces en el campo, a pelo, sin nada, o con mucha menos parafernalia. Como el sueño natural que viene o no viene, es corto o largo y, como es, debería bastarme.
La luz artificial tiene muchas ventajas, nos vemos y podemos seguir trabajando. A la vez hay algo que es extraño, lo dice la palabra: artificial. Compré ayer bombillas de bajo consumo, son caras, pero más cara va a ser la subida de la luz. Tengo que ser pragmática. Sigo preparando clases. "High Maintenance" está ya colgado aquí para quien le interese leer el relato de 5 cócteles con tequila y 2 coñacs solos, a palo. Desde aquí agradezco al Ayuntamiento de Coslada, a Beatriz, de la biblioteca, muy especialmente, y a la Asociación la Bufanda, su amabilidad, su acogida y, por supuesto, el accésit.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Las grullas, pues (Gracias)
Noche cerrada, conduzco de Báguena a Madrid de vuelta. Fui a ver a mi amiga Olga y, de paso, a las grullas de Gallocanta. Me vuelvo con miel y jabón que me regalan sus padres y Yin, un libro de Antología de poetas de Aragón donde ella está incluida, otra de las alegrías de este año que acaba.
“Come, come”, insistía su madre. Qué gusto tener una madre que te dice que comas.
Vi a las almendras primero colgando en los árboles, ya desnudas de hojas las ramas, y luego recogidas, extendidas en el suelo, en el piso más alto de la casa. Y las cajas de las abejas, los bastidores de madera, los aparatos de acero inoxidable, todo impecable en los corrales. "Vd. está entretenido aquí, ¿eh?". "Sí, siempre hay algo que hacer" me respondió su padre.
Se estaba muy bien, calorcito alrededor de la mesa, sin poder acabar casi. Y Viggo Mortensen en la tele porque, más allá de los programadores de la Sexta, Dios es grande y sabe cómo alegrarme la vida, además de con un buen día en el campo, que ya es bastante.
Olimpia en el corral primero, luego la dejamos dentro. Le dieron de comer -hasta a escondidas, menudos son- cosas ricas de las que conmigo no cata, huesos de chuletas de cordero asado. Cómo no le va a gustar ir de viaje. La gata desapareció y mi perra a sus anchas poniendo cara de "pobre, mi ama no me alimenta, dadme algo… ustedes, vosotros, que soy una perra adoptada, que paso hambre… " Esta perra tiene más cara que espalda.
Un día espléndido de sol de invierno y frío, encinas desperdigadas, chopos de vez en cuando, cerros a manchones de verde seco, y la tierra de parda a muy roja, abierta en los sembrados, a la espera.
Me pasé no tres pueblos, sino veinticuatro. Tuve que volver hacia atrás. Lo hice en paralelo al ferrocarril, por la NII y junto al río Jalón. Fui por pueblos que no conocía, Somaén, Jubera y Lodares, ni un alma en la calle. Luego ya cogí bien la desviación, Alcolea del Pinar y después Molina de Aragón, más piedra y adobe donde a una le gustaría pararse. Llegué tardísimo a Gallocanta. Y les había hecho madrugar, en fin, una prueba muy importante de amistad, gracias.
Nos acercamos a ver a las grullas, pero poco rato, nos esperaban. Las vimos con los prismáticos. Ahí estaban, elegantes y largas, en esa laguna que es un espejo plateado donde andan con sus patas delgadas y meten el pico en el barro para alimentarse. Luego seguí a mis amigos por un camino de tierra casi, de Gallocanta a Báguena por Berrueco y Tornos. Más abajo quedaba Tornos de los Sisones, así que también debe de haber sisones por aquí, otro pájaro que creo que es familia de las avutardas.
Daba gloria sentir esas soledades, el agua corriendo o helada en los huecos, en las sombras, campo, campo y más campo. Al entrar en Báguena nos paramos en el antiguo lavadero y en el puente romano, luego A. me señala una casa con artesonado en el tejado, precioso. Qué frío se pasaba antes, a pelo casi lo sufrieron nuestro abuelos, un frío casi atávico. Hablamos por la tarde en el bar de la crisis y el paro. Quizás tengamos que volver a vivir como antaño en los pueblos si en las ciudades no hay trabajo. Pero ya no será igual, ahora hay muchas más comodidades, no todo es a fuerza y tira pa'lante.
Me vuelvo a Madrid a pesar de la noche cerrada con el corazón calentito, me lo han cuidado.
Así que gracias, pues, Olga y familia, muchísimas gracias.
sábado, 25 de diciembre de 2010
Sin pie del árbol, a pequeños pasos
El Belén tiene a San José con el brazo pegado. Debió de romperse al guardarlo en enero de este año y Josianne lo pegó sin decir nada. Al niño le hice una mantita de lana a punto de arroz para taparle. Ponemos el Nacimiento en la terraza y, aunque está cubierta, daba frío verle. Mucha vela, un farol y flores blancas, una tela adamascada amarilla preciosa, pero a mí me gustan esos belenes populares con ríos, peces, pastores, cabañas y hasta señores que cagan o una mujer con pavos. Lo tendré uno de estos años.
Por sorpresa, no sabía nada, me enteré por google que "Fernanda, las magnolias y el Rey Mago", la selección de 50 entradas de este blog publicada por Ediciones Siltolá, está en ebook en versión electrónica. Lo ha colgado la editorial, no ha sido un pirata. Por si interesa a alguien, aquí puede descargarse, está a un precio muy razonable.
Por mi parte, y con el beneplácito de Coslada, colgaré aquí o en una plataforma adecuada "High Maintenance", el relato corto que fue accesit del concurso del ayuntamiento. Será gratuito bajárselo, eso lo tengo claro: han editado el libro con todos los que fuimos premiados, pero no lo van a vender, sino a distribuirlo por bibliotecas y sitios similares. Así que, lo cuelgo en breve por si acaso alguien lo quiere leer.
"High Maintenance" trata sobre un mexicano que trabaja en las Vegas en un hotel y casino en el que va progresando. Cuenta el alto mantenimiento que llevan esos lugares, donde, si falla algo, hay que arreglarlo para que esté todo impecable, sin una mota, sin una mancha. Salen algunas mujeres de esas que son muy caras, que gastan mucho y necesitan que los hombres se gasten en ellas todo el rato -"high maintenance ladies" les llaman-. También va sobre el tiempo, el esfuerzo y la atención constante que lleva tener hijos, mujer o marido, una familia, vaya. David C. (Reyvindiko) y Reyes O. (Mirna) me inspiraron este relato y a ellos, y a sus hijos, aunque no sean mexicanos sino malagueños, está dedicado con admiración y cariño, son geniales.
En fin, "High Maintenance" es un cuento de 26 páginas en 5 cócteles con tequila (Mexican Mule, Margarita, Cosmpolitan, Bullshot, Tequila Sunrise) y, en medio, dos coñacs solos que el jefe del casino bebe a palo seco, sin mezclarse con nada ni con nadie.
Así que sin pie pero con pequeños pasos sigo en esto de escribir.
Estoy acabando "Abuelitas Malditas" estas Navidades. Lo tengo a huevo. Es cierto que ya no está mi madre, pero a los ancianos, como a los pobres, de alguna manera siempre los tendremos a nuestro lado. Así que es fácil escribir sobre viejos que querrían ser acratas.
Felices Navidades a todos.
viernes, 24 de diciembre de 2010
Villancico de la menopáusica
Llego al portal buscando más que nada el fresco. Jesús, ¡qué calor tengo!, ¿por qué me puse cuello vuelto?
Me río con los pastores. Lloro con San José. Y acabo discutiendo con los reyes en plena Nochebuena.
Le pregunto a María que si ella pasó por esto, (14 + 33, hago cuentas).
El niño Jesús mientras tanto se divierte con mis vaivenes.
Arriba y abajo. Aserrín, aserrán. Ea, ea, ea. Como si te meciera por dentro. Tú siempre en mi cuna. Y que todo lo demás se mueva.
martes, 21 de diciembre de 2010
A la luz de diciembre (esperando a Dios y al fontanero)
Me acuerdo de la pregunta en broma que le hacía a mi madre cuando salíamos. “Mamá, ¿qué prefieres, cultura o naturaleza?” Tocaba así museo o, cuando no estaba muy mayor, viaje o paseo. Respondía siempre, “Como la naturaleza nada…”. Pues eso. Ya la tienes toda y eternamente. Verás lo infinito y lo muy pequeño, el big bang y los corales, la selva en directo, todos los colores que no percibimos porque están en el fondo del mar o porque nuestro ojo humano no puede.
Llego a casa de mis amigos. Conozco a la madre de S. Lee el periódico de cabo a rabo como hacía mi abuelo. Noto que han pintado la casa, está acogedora con su chimenea y ese rosa claro, me siento en la mecedora de la abuela de J. A las siete y media me vuelvo. Siempre mejor que te echen de menos que de más. He hecho cocido por la mañana. Lo dejé en el tendedero. Está mejor de un día para otro, se liga y espesa. Además así se puede desgrasar algo. Quito la capa esa blanca con la espumadera.
El lunes trabajo fuera. Luego baño a Olimpia en casa. Acaba como la chica de Pantene, como Sara Carbonero, pero en perra, el pelo negro, brillante y precioso. Vienen M. y X. a comer. Luego de nuevo trabajo y a la tecla. Me duermo ya solo con medio Orfidal. A ver si para después de Navidades puedo hacerlo a pelo.
Me levanto hoy y sigo escribiendo. Es adviento. Yo espero a Dios estos días, pero también al fontanero que, naturalmente, no viene.
La luz es blanca y triste. Nada que ver con la del domingo. Llueve, más bien jarrea. Creo que voy a hacer pimientos rellenos para M J. “Por mí no te molestes”, me dijo. No es molestia. Cocinar me entretiene entre texto y texto, la preparación de clases y otros trabajos.
Estoy contenta.
Purcell y la Señora Kirkby con Vdes. Se lo pondré al fontanero en el caso de que venga. Y eso que solo he pedido un presupuesto. Ay.
domingo, 19 de diciembre de 2010
Por qué me gustan las Navidades (sin ánimo de molestar a nadie)
2. Porque aunque echo de menos a quienes me faltan, les siento más presentes estos días. Porque en la soledad estoy acompañada y protegida. Todo más en carne viva en Navidades y, por eso, más suave.
3. Porque en estas fechas a veces se ven mejor las necesidades ajenas. Porque hay gente generosa y silenciosa que hace mucho por los demás, a ellos muchas gracias.
4. Porque se puede celebrar sin consumir a destajo. Porque nadie me obliga a entrar en la vorágine.
5. Porque los niños están más en casa y, aunque pueden dar la vara, me hacen gracia. Según un amigo mío, esto nos pasa especialmente a los que no los tenemos y los vemos a cierta distancia, de visita (lo dice con la boca chica, una broma que hace).
6. Porque pongo el Nacimiento y el árbol, adorno la casa y está más agradable. Porque cocino un poco más rico –y bebo, eso también- y lo celebramos alrededor de una mesa familia y amigos (catorce este año). Los que vengan siempre caben.
7. Porque escribir la carta a los Reyes Magos es emocionante. Me hace ilusión esperar a que traigan lo que pedí, ¿quién sabe si este año?...
8. Porque tiene su aquel despedir un año con lo bueno y malo que tuvo. Y a la vez, cada 31 de diciembre recuerdo que tengo más cerca la vida que nunca pasa. Así que el tiempo corre a favor, nunca en contra. En el “mientras tanto”, la verdad, se intentará disfrutar al máximo y sufrir lo menos posible, aunque no siempre salga. Por todo eso, viva el año que acaba y el que empieza, ambos.
9. Porque siempre hago propósitos para el año nuevo y pido deseos. Porque los primeros no siempre los cumplo, la voluntad me falla, así que vuelvo a intentarlo o no, según me da el aire. Porque los segundos se cumplen unas veces sí y otras no, y está bien en los dos casos. Mis buenos propósitos y deseos creo que hacen reír al niño Jesús, a su madre, a San José y hasta a los Reyes Magos.
10. Porque no todo son matemáticas y nada es exacto, salvo lo que se celebra en Navidades, que es exactamente pequeño y por ello desmesurado.
Por todo eso me gustan las Navidades, sin ánimo de molestar a nadie.
PS: Así que, como canta Melody Gardot, "Have yourself a little merry Christmas", que tengáis unas pequeñas felices Navidades.
sábado, 18 de diciembre de 2010
Noche de chicas (SOS: Cándido necesita un fagot)
Cojo el metro y me encuentro de nuevo con Cándido, el que toca el fagot. Hablamos. Tiene plaza ya en una orquesta, la ha ganado, pero necesita un fagot, el que tiene está en un pésimo estado. ¿Alguien tendría uno para prestárselo? Le digo que voy a ponerlo en el blog y que a lo mejor alguien, por una de esas casualidades, tiene uno y puede dejárselo para que él toque. El teléfono de Cándido es 634082871 , por favor, si alguien conoce a alguien con un fagot le haría un favor enorme, si no, seguirá tocando en Cuzco con el suyo, que es viejo y un desastre. Y él se merece tocar en una orquesta con un fagot decente.
Sigamos.
Salgo del metro. SMS de A., están ya en un bar de la calla de la Palma. Entro, qué bien, vacío, es pronto. Todavía podemos hablar y escucharnos. A. es la creadora de la teoría de la "empatía global," lo cual para la vida sentimental es un desastre. Si todo el mundo te da pena y eres tan comprensiva, al final lo que hay es mucho cara dura. Nos reímos y queda A. en ser "estrella invitada", como en los telefilms americanos, en este blog con seudónimo, claro, a ver si luego en mitad de una reunión de trabajo la reconocen. N. ha dejado a la niña con su padre, van a cambiarse de casa. Solo pensar en una mudanza con niños me da urticaria. Me pongo las gafas para ver qué está leyendo el camarero, es “Un millón de muertos”. Hablamos de Chaves Nogales cuyo libro estoy acabando, “A sangre y fuego” es excelente. A. me recomienda a Cercas. N. lee muchísimo. ¿De dónde saca el tiempo con una niña tan chica? Seguimos hablando de libros y de aquel “¿Y tú todo esto te lo has leído” memorable, luego de los lenguajes distintos. N. explica que hay un hecho constatado: cuando una mujer habla el hombre que tiene a su lado puede sentirse desbordado por lo que ella dice, entender solo una pequeña parte, un 20% como mucho, sin mala voluntad, no porque no oiga o no escuche. Es así, no pasa nada, no hay que darle más importancia, son diferencias sexuales. Vuelve el camarero, pedimos de comer aquí, hay hambre. Sigue sin venir gente, qué gusto los sitios vacíos.
Continua la noche. Ka opinión de la crisis nos divide, pero no discutimos aunque políticamente estemos distantes. La incoherencia de nuestras vidas con lo que pensamos es pasmosa. Por ejemplo, la partidaria del libre mercado y conservadora es la que menos tiene y la que más insegura vive, la que más riesgos toma, y eso que debería ser la que teóricamente tiene más pasta o un puesto de mando. Si eres partidaria del capital, por lo menos que luzca algo, digo yo ¿no?. En fin, la vida es así. N. dice que deberíamos saber hacer algo con las manos, que estamos vendidos desde el momento en que abandonamos la agricultura, los oficios, que una crisis es más soportable si la gente sabe cultivar algo y alimentarse. A. dice que esto es temporal, un ciclo, además no parece nada dispuesta a dejar la ciudad y los zapatos de tacón. Al final creo que estoy más de acuerdo con N. y el anarquismo libertario verde y simpático, aunque realmente mi conclusión es que si es por autogestión lo primero que necesito es alguien fontanero, electricista y manitas en casa o que me enseñe, ya con eso me bastaba. El cultivo de hortalizas lo dejo para más adelante (las tomateras y los calabacines de Boecillo este verano fueron un desastre).
Vamos a tomar la penúltima a otra parte, ay, Dios mío, ya son las 11 … ¿Por qué ponen la música a tope? ¿Qué necesidad hay de que no podamos hablarnos? Comienzo a bostezar y deciden llevarme al metro. N., como es madre, me recomienda que no hable con extraños, que tenga cuidado con la tos, que me abrigue, y que me vaya a la cama en directo. Da gusto con las amigas, una se siente cuidada.
PS: lo del fagot a ver si se puede. A lo mejor alguien conoce a alguien que a su vez conoce a alguien, etc... Es Navidad , ¿no?, podría ser como un cuento hecho realidad, es verdad que lo necesita y que si no, no puede ocupar la plaza…
jueves, 16 de diciembre de 2010
Jugar a lo grande (Todo o nada)
Se coloca bien las gafas y gana otra vez. Así llevan toda la tarde, media vida casi.
“¿Un mus antes de irnos”? propone tía Amelia. Pasa otro rato largo.
Vuelve a ganar Mariana ahora de pareja con Eulalia Martínez de los Castillos Grandes, tía Lali. Pero Marianita hace tiempo que no se encuentra entre las cuatro paredes de la casa familiar. Vuela ligera, escapa más allá del pueblo, asciende por los pinares, atraviesa los trigales y cruza los mares.
Se imagina en una partida clandestina en Detroit. Hombres con tirantes que fuman y sudan a pesar del aire acondicionado, muchos dólares arrugados, bourbon a raudales, ella misma agradablemente borracha. No, tampoco es esto. No bastan el alcohol, el dinero o el riesgo de ser descubiertos por la policia. Ni siquiera es suficiente ser la novia de Tom Elías Gardner que la tiene como una reina. Los mejores y los peores hombres acaban siendo como tres tías solteronas y ancianas, previsibles y tiernos, dan ganas de abrazarles.
Otro escenario, venga, vamos a intentarlo.
Un casino en la Costa Azul, rien ne vas plus, todo al rojo o al 24, cada vez más fichas que el croupier arrastra hacia ella. Moño perfecto italiano, cartera plateada de mano, ropa interior de la Perla y Sean Connery para completar el cuadro, "por ti dejo yo al British Empire y al espionaje".
De nuevo sabe Mariana que nada importante se juega cuando se viste de largo y se tiene un Aston Martin bien aparcado . El portero le da las llaves y ella se marcha dándole las gracias. Todo sobra de nuevo: el pelo impecable, el bolso caro, el traje de firma, la seda acariciando su cuerpo y la mirada de 007. "¿Dónde está el juego?" sigue ella preguntándose.
Acaba la tarde de cartas y se van tía Amelia, tía Julia y tía Eulalia calle abajo. Cierra Mariana el portón, apaga la luz del farol del patio. Cantan en ese momento los pájaros. Sube las escaleras. Entra en la antigua habitación de sus padres. Busca la llave del cuarto cajón de la mesa del despacho. Lo abre. Allí está en el fondo, negra, vieja y preparada. Comprueba algo. Corre las cortinas y el jardín oscuro del otro lado se cuela. Coloca delante del balcón el sillón y se sienta con las piernas ligeramente separadas. Espera. Suenan las campanadas de la iglesia, nueve, luego el silencio.
Hay un solo espacio negro que por eso es blanco. El hueco de la vida tiene pocas posibilidades, cinco contra una exactamente, ruleta castellana. Ahora no es un maldito sucedáneo. Algunas viejas en la plaza se santiguan al oír el disparo."Bendito sea Dios, ¿qué ha pasado?"
Mariana Zayas Rodríguez de Almenara sigue adelante.
miércoles, 15 de diciembre de 2010
Tana adolescente (adiestramiento de perros... y dueños)
Necesito pienso para Olimpia, se me ha acabado y lo compro siempre a un amigo de A., que lo vende más barato. A. me dice que me lo baja él. Sin decirme que vendrá acompañado, se presenta en mi casa con Tana y Otto, otro nuevo perro que tiene, un bóxer también pero atigrado. Este tipo de sorpresas me encantan. Me pongo a saltar en plena calle de la alegría que me entra al ver a Tana, mi antigua perra, a la que no pude educar. Ella es ahora más feliz porque es una perra educada. La educación no solo hace felices a los demás, a quienes nos rodean, sino al propio sujeto educado, en este caso un animal, que vive mejor si está bien adiestrado. Pero ay, qué gracia me hace, ahora Tana no está mayor, sino adolescente y reta a mi amigo, su dueño, como si fuera una joven de quince años, “a ver hasta dónde me aguantas”. A. ni se inmuta, ni sube la voz, solo con la mirada y el gesto la domina. Pero el tira y afloja dura a veces un poquito más, o sea, todo adolescencia. La muy perra se me acerca a mí, me busca, me recuerda, sabe que soy la parte débil, y yo me derrito de afecto.
Olimpia mira la invasión y pide caricias, es la edad seguramente. Me dice A. que ni me mueva, que los tres perros tienen que arreglarse entre sí en el espacio doméstico. Les daremos atención cuando nos salga de un pie y a quien queramos. Los perros piden, pero nosotros somos los amos y no accedemos a lo que nos demandan, es un tema de principio. Ay, Dios mío, qué mal me sale esto. Lo que me pide el cuerpo es rascarle las orejas a Tana, hacerle caso a Otto para que no se sienta de menos y no dejar que Olimpia tenga celos. Pero por lo visto así les pongo nerviosos y el equilibrio natural que ellos tienen que generar bajo nuestro liderazgo (será el de A., el mío es inexistente) se interfiere. Es mejor pasar totalmente, a nuestra bola los humanos. Me cuesta, pero me freno. “No des cuando te pidan, mucho menos te adelantes o muestres tu entusiasmo, tú siempre menos…”. Curioso, coincide A. con expertos en otros ámbitos.
Hablamos de proyectos y trabajos. A. es un figura en lo que hace con los perros (y sus dueños), me pide que suba a verle dar clases y lo que Tana hace en ellas. La utiliza de “guía” con otros perros a los que está adiestrando. Los perros son animales de manada, así se crían y educan mejor. Tana, aunque sea adolescente y tenga arranques, tiene muy buena energía, es muy útil como apoyo en una clase de adiestramiento. A. tiene ahora 6 perros propios, creo, y 2 residentes, en internado mientras los adiestra. Es como Cesar Millán mi amigo, pero encima más guapo. Estoy convencida que todos sus proyectos en el área van a salir adelante porque A. se mueve despacio, con paso seguro, en calma y centrado. Vamos a colaborar si Dios quiere.
Cuando se van nos miramos Olimpia y yo. Hay 36 kilos de pienso en la despensa, durará más allá del verano. Me ensayo a ser dueña consciente y, aunque me ponga la pata encima para que le haga mimos, sigo escribiendo esto y no le presto atención. No sé cuánto durará ser una buena ama. Aprieto los dientes y me digo “menos, Aurora, siempre menos…” Los perros son una constante en mi vida, una buena compañía siempre.
martes, 14 de diciembre de 2010
Máster en Nubes
Las nubes se mueven, entran por el norte y avanzan. Sigo tumbada, las observo, blancas, grises a veces, amarillas, azuladas, rosas y naranjas al final de la tarde.
Huele a jara o a tomillo, a veces a mar, otras a tierra mojada. Estoy vestida y abrigada, o casi desnuda, recién salida del agua. No uso toalla, siempre me seco al aire.
Miro a los pájaros. Gaviotas que planean, herrerillos que saltan de una rama a otra, carboneros, colirrojos tizones en una valla, hortelanos, quizá en lo alto un milano con sus manchas blancas en cada ala y esa cola para que no le confundan con nadie o una pareja de buitres leonados. También correlimos que avanzan rápido a pequeños pasos, avefrías en invierno, verdes, blancas y azuladas de tan negras como son. Incluso una vez una garza a lo lejos, inmovil, gris, elegante. Yo siempre observando pájaros.
Pasa una mañana, pasa otra tarde, llega la noche. Sigo mirando al cielo, clavada en el suelo de arena, de hojas, húmedo o seco, más duro o más blando. Sale ahora una luna redonda y blanca que se esconde de vez en cuando entre las nubes. Tengo un sueño algo inquieto y largo. Me despierto de repente. Es un día claro, despejado, una mano me ayuda a levantarme. Es la de mi hermana o la de mi padre. Ahora la de mi madre.
"¿Has dormido bien?" "¿Te has graduado ya en ese Máster en Nubes?"
Contesto que no, que ni me presenté a los exámenes, que no estudié por pereza. Aunque no falte un solo día a clase y nunca dejé de contemplar a las nubes ni a los pájaros, entretenida siempre.
lunes, 13 de diciembre de 2010
A ver hoy qué se come en esta casa (Lucía)
Abierta la nevera, medio cuerpo metido en ella, Lucía busca en el cajón de verduras con pocas esperanzas. Tienta el fondo casi vacío, qué desastre. Coge lo que hay, lo palpa, media cebolla envuelta en un papel albal, dos pimientos a medio cortar y un tomate ya arrugado, pero no parece malo. “¿Con esto vamos a comer?” Recuerda también que había un tupper en alguna parte con restos de pollo. Los dedos lo buscan en el estante de en medio. La otra caja de plástico grande es la del puré del niño. Abre la tapa y mete la nariz olisqueando las dos pechugas fritas que quedaron. No han pasado más de 4 días en el frigo, se podrá comer, no huelen a agrio. Semana sin tiempo para comprar nada, lo harán el fin de semana. Les llevará la hermana de Mario, es más fácil.
Se apoya en la mesa, pone la tabla. “Venga, todo cortadito, a la sartén, de aquí saco yo un plato…”. Al ritmo de la música de la radio son guillotinados cebolla, tomate y pimientos. La mano izquierda de Lucía a un lado, sujetando lo que se corta pero a distancia. El cuchillo en la derecha, siempre muy afilado. "Hay más accidentes por cuchillos que no cortan bien que por los que cortan" le decía su madre cuando la enseñó a cocinar. "Y tú tienes que tener el doble de cuidado que los demás", agregaba. Luego abre el armario de abajo. Es ya un movimiento automático. Extiende el brazo hasta el fondo, lo estira, hace ruido, quiere una sartén mediana.
Suena el minutero mientras tanto. “La pasta debe de estar ya, voy a probarla.” Coge una cuchara del cajón, quiere atrapar a un macarrón. Se ayuda con la espumadera que tenía colgada en la pared, caza uno. Lo sopla varias veces, lo prueba. Está hecho, ligeramente duro, al dente. Bien, así le gusta a Mario. Aparta entonces la cazuela del fuego. Cuela en el fregadero los macarrones con cuidado de no quemarse, poco a poco. Es fácil que salpique el agua y que una se abrase. Vuelve a ponerse cara a la cocina. Comprueba con la mano de nuevo los interruptores de los hornillos de la vitro, vale, uno apagado y el otro encendido al dos. Espera un rato dando vueltas a la sartén, parece que ya está más blando al tacto de la cuchara de madera. Acerca una cucharada a la nariz y luego a la boca, un poco tiesecito mejor. Hace falta añadir sal, y, luego, en dados, el pollo, que se caliente un rato, ya estaba hecho de antes. A la derecha pone siempre los ingredientes, en fila, siempre a ese lado. Como le enseñaron, el orden en la cocina es básico, si no, no te acuerdas y estás todo el rato tocando, palpando, extendiendo las manos, dudando. Te haces un lío y tardas más. Y puede ser un desastre.
Lucía lava el cazo y la sartén, bien frotados con las lanas de aluminio, incluso la parte que no se ha manchado. Más vale pasarse que dejarse algo sucio. Sin ver no se sabe bien cómo los has dejado. “Este Mario podría ayudar algo, que digo yo que para eso somos dos en esta casa, “Mario, Mario, ¿la mesa está puesta? Anda, que comemos ya…”
Aparece Mario. Se cruzan en la cocina como dos barcos nocturnos que emiten señales. No se miran, no se rozan siquiera. Él saca platos, cubiertos y vasos para colocarlos en la mesa. El perro sigue en el cuarto de estar, tranquilo, tumbado, el arnés fuera. Dos bastones blancos y plegados descansan en la mesa de la entrada junto a un carrito de niño también cerrado.
Son las dos y cuarto. Justo el tiempo para comer y volver al trabajo. Luego a la guardería a recoger a Pablo. No hay luz apenas este 6 de diciembre. Pero ellos siempre con las luces apagadas hasta que traen al bebé, "sus ojos", como dicen los mexicanos en sentido de cariño, y en el real en este caso. Siempre muy abiertos los tiene el niño a sus dos años. Valen por suyos y los de sus padres.
domingo, 12 de diciembre de 2010
El club de los poetas vivos (Mercuriales, gracias)
Después de aquella cena siguieron invitándome. Así que, si tengo la menor ocasión (y/o el dinero), y gracias a la generosidad de mi amigo J. y de Toi, que me acogen en sus casas, me acerco cuando puedo. Lo paso estupendamente y aprendo. Gracias a la tertulia ya sé lo que es una lira, más allá de lo que tocaba el rey David, por ejemplo. También me río. Se leen textos propios o ajenos, se escucha –es curioso, la gente no se interrumpe-, se habla en serio y en broma, se discute (poco, salvo que salga el tema del velo, un poner). A veces al final, y muy esporádicamente, se cuenta algo verde que yo no suelo entender, me temo.
Son el club de los poetas, pero éstos están bien vivos, son alegres, una señal de vitalidad inequívoca, que con la que está cayendo, a mí me parece necesaria y la aprecio. He tenido así el gusto de ir conociéndoles un poco, 6 tertulias que he asistido, creo. Cada uno con su tono y estilo, los Mercuriales son personas interesantes, con algo que decir, que contar, en poesía, con un cuento, en su blog, hablando, con fotografías y hasta callando a veces. Creo que el silencio de algunos es otra forma de decir que tienen. Y siempre son unos auténticos caballeros. ¿Qué hago yo en esta tertulia? No tengo ni idea. Quizás soy como la mascota o la buena obra del mes que hacen, el siente un pobre a su mesa, como en la película Plácido, pero en moderno.
Ayer tuvimos los premios Mercuriales de Plata que se entregaban a García Barbeito y Morante de la Puebla. Esta vez las consortes de los Mercuriales estaban invitadas y yo muy contenta por la ocasión, tenía ganas de conocerlas y compartir la mercurialada argentea. Vamos, hombre, por Dios, menudas prendas, que decimos en Madrid. Y eso que faltaron algunas. Y algunos: Ridao, Javier, os echamos de menos; Arjona, todavía no te conozco y espero conocerte. Lo pasamos fenomenal, muy buen ambiente, hablaron Juan Antonio, José Manuel, Jurado y Barbeito, estupendo. La crónica completa la contará Juan Antonio y otros que lo hacen mejor y más corto que la que suscribe esto. La sala de la entrega y la biblioteca, preciosas. Y cupimos todos gracias a las gestiones de Amelia: lo que vales, reina.
Bueno, lo cierto es que solo quería agradecer públicamente a ese club de poetas vivos que son los Mercuriales la alegría cada vez que bajo a compartir tertulia con ellos.
Ya les dije, caballeros, que Madrid les espera a Vdes. y a sus mujeres. Fue un placer conoceros. Cuando quieran hacemos aquí la tertulia y, por supuesto, programa paralelo para las señoras, como en los congresos. Sus mujeres siempre primero.
sábado, 11 de diciembre de 2010
Flores en invierno
El clavel es muy español y quizás por eso está muy olvidado. Pero es muy bonito con esos pétalos tan arrebujados y peculiares, sus tallos finitos con nudos breves y hojas delgadas, ni son hojas casi. Yo compro clavel rojo reventón, de gitana, y me quedo con ganas de gladiolos, que es otra flor muy española y como de chica de Celia Gámez.
Las astromelias no existían en las floristerías españolas hace veinte años. Casi papel seda son sus pétalos, parece que van a aguantar nada. Pero qué va, son agradecidas, duran casi dos semanas si estás al tanto del agua. Y si les cortas el tallo. Como todas las flores, las astromelias se mantienen si les vas cortando un poquito, si sangran, viven más así. Esto me parece muy romántico. Las flores son como damas del siglo XIX, como amores imposibles o muy desgraciados, cuanto menos me quieres, cuanto más daño me haces, más te amo y no puedo dejarte aunque me queje, sigo en el vaso.
Luego están las rosas, las tradicionales, las perfectas, se venden cuando todavía son capullo y tienen mucho predicamento entre novios o maridos que no saben bien qué regalar. Les ves mirando y mirando en la floristería. No saben si atreverse con algo diferente. Al final van a lo seguro, a qué arriesgarse: 17 rosas rojas, 14 rosas blancas. Y tú sabes que hay algo que ha durado 17 años o 14 meses, qué suerte.
Hay más, mucho más, en la floristerías de mi barrio, porque el mundo de la flor se ha renovado y hoy encuentras como flores algo que no se consideraba antes, y otras que parecen recién creadas, de laboratorio, algunas como pequeñas coliflores coloreadas o bolas moradas que son, por lo visto, un tipo de cebollas. También girasoles y gerberas, como margaritonas al fin y al cabo, unos rurales, las otras de ciudad desarrollada. "Me quiere, no me quiere....", ponte a deshojar un girasol o una gerbera, puedes echar la tarde.
Y ya que estamos, no podemos olvidar el verde, las hojas. Un buen ramo de flores no es nada sin el acompañamiento de las hojas de camelia carnosas y brillantes, o de helecho, o esas otras largas y grandes, brillantes, no recuerdo como se llaman, pero son las hojas de las plantas que hay en los conventos de monjas de clausura. Y las que se llaman costilla de Adán o monstera, entre primitivas y sofisticadas, algo de modernista y selvático tienen. Y esas otras flores blancas pequeñitas, como confeti, que también hacen de fondo del ramo, lo construyen, le dan empaque.
Huy, esto ha salido muy largo. Otro día sigo con las flores. Hay tema para rato.
jueves, 9 de diciembre de 2010
Pero tú, ¿vas a venir?
Cojo el teléfono y llamo. Me salto al centro de atención al cliente, un horror, tan pesado como el de Movistar o Vodafone, “si es un problema técnico, pulse 1; si desea nuevos servicios, el 2; para cualquier otra petición, diga “3””. Conozco el truco, lo aprendí rápido para que no me pongan a la espera con una musiquilla celestial. Siempre en directo, faltaría más.
Tarda en contestar. No oye bien. Estará lejos, pienso. Luego tengo que hablarle más alto, dice que no modulo bien y hablo para el cuello de la camisa.
-“Mamá, que felicidades, que nos acordamos mucho de ti. J. te ha comprado una flor de Pascua y …”
-“Ya, ya, no sabes cómo me alegro de que me llames, la verdad…”
-“¡Pero si te llamo todos los días! Y mañana y tarde a veces, ¡cómo eres, mamá!... Es que se te olvida…”
-“Huy, pues será eso, que me olvido yo…” dice nada convencida, con mucho retintín. “Bueno, dime, ¿cómo vais vosotros?” No hay preocupación, solo saber.
-“Pues nada, seguimos adelante, qué vamos a hacer. Pero te echamos mucho de menos,¿eh?, muchísimo, mamá, muchísimo… ¿y tú?...”
-“Pues yo muy bien, francamente, muy entretenida estoy. Hoy vienen a merendar para celebrar mi santo tu tía Mari Carmen, tu tío Alberto, tus abuelos, mucha gente más… y por supuesto están tu padre y Luisa…”
Se hace silencio y de repente me suelta de sopetón “Y tú … ¿vendrás por aquí?”
Me quedo helada con la pregunta, ese tic de mi madre, su ¿vendrás?, ¿vendrás?, ¿vendrás? Lo cierto es que no tenía ninguna intención de ir. La echo en falta, un hueco negro que nadie puede llenar, pero me gusta estar aquí y no tenía pensado ir a merendar con ella aunque sea su santo hoy… Me quedo callada sin saber bien qué decir.
-“Bueno, que no te preocupes, ¿eh?, que acompañada estoy…. Y tú tendrás que hacer cosas, lo entiendo, ya vendrás otro día… “
Noto ese tono de mi madre, su leve reproche, mitad amor, mitad vejez, en sordina ya. Mejor cambio de tema.
-“¿Y qué les vas a dar? … No habrás hecho mucho,¿eh?, que luego siempre te sobra, mamá, y estás comiendo bizcocho, buñuelos y sandwichitos hasta el juicio final”. Realmente no he estado oportuna y lo sé, ni en un sentido ni en otro, se me ha escapado.
-“¿Me estás riñendo ya? Que no, que he hecho lo que creo que se van a comer... Y que te dejo, que no tengo tiempo y van a llegar…”
Mi madre nunca ha sabido hablar por teléfono. Es la edad y que es de Valladolid. El teléfono solo para dar recados, poco más. Me ha colgado sin poder decirle adios y que la quiero. La he llamado por su santo y casi reñimos otra vez, por Dios.
Coloco la flor de Pascua en el centro de la mesa. Este fin de semana voy a sacar lo de Navidad. Decoraré la casa de amarillo para variar. Y escribo a los Reyes. Y compro lo del 24, que somos 12 a cenar. Si lo dejo para el final estará todo carísimo.
Se lo tengo que contar todo a mi madre, a ver qué le parece lo del amarillo y el menú. Mañana vuelvo a telefonear… para seguramente discutir.Luego me dice que no llamo, lo que hay que oir. Seguimos igual.
PS: Sin mi madre no habría podido escribir "Abuelitas malditas", ver el incio aquí. Ella fue la inspiración, aunque no sea Inmaculada Torredelmar, sino alguien que, pudiendo mandarme a la porra, no me mandó. La novela, ya acabada, la colgaré entera en la red como regalo de Reyes o Navidad. Espero que guste.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Esperanza (el mantel)
“Maneja bien tus expectativas”, “no esperes demasiado”, “no esperes lo que no cabe esperar”. Vale, bien. Pero quiero seguir siendo una mujer con esperanza y escribir así. Está el horror oscuro y helador, la aspereza y dureza del mal fuera y dentro, en mi interior, la falta de amor, mordiscos, dentelladas, heridas abiertas que sangran y duelen. Y la soledad, siempre la soledad. Pero también hay más: caricias por sorpresa, una pisada delicada, alguien que mira y ve, un te quiero que es verdad. Todo acaba por ser una mezcla singular y, por eso, humana. Es humano esperar.
“Cuentos felices ”, me sugirió JC. Estoy en ello, serán “Cuentos casi felices” quizás. De la felicidad de un anuncio o el final feliz impostado, falso, hasta la amargura, el escepticismo y la enmienda a la totalidad vital, ¿más pose que realidad?, me parece que hay un espacio donde moverse que no es la ilusión o el entusiasmo, bengala que dura un suspiro, nada más.
La esperanza es un lugar que tiene manchas, migas y arrugas porque se usó, tal y como acabó el mantel de ayer después de cenar. Desde ese mantel que está como está, a ver si le puedo adecentar, se puede mirar y escuchar, poner de nuevo la mesa con cuidado, invitar otra vez a ver si alguien se quiere sentar. También escribir, ¿por qué no?
Sigo con Melody Gardot. Reconocer que uno se ha enamorado da esperanza también, aunque no se tenga. (Canta "Baby, I am a fool").
PS: Viene I. a tomar el aperitivo y me dice que la esperanza parece hoy poco literaria. Vaya por Dios.
domingo, 5 de diciembre de 2010
El chopo desnudo (amarillo, ¿dónde estás?)
El chopo está ya totalmente desnudo, pero nos ha dado un otoño precioso de verdes que se vuelven amarillos que cambian en su intensidad y permanecen todo lo que pueden y más, alegrándonos de la lluvia otoñal, en contraste con esas nubes grises y tristonas que a veces hay. Mirarle cada mañana te ponía de buen humor. Hasta la semana pasada mantuvo el chopo algunas hojas, aguantando como podía. Hace ya cinco días el viento acabó por dejar sus ramas largas y delgadas como venas hasta principios de abril, calculo yo.
Antes que el chopo, la hiedra que cae sobre el muro del garaje también nos dio sus mejores colores, de verde a rojo encendido, granate y un rojo amoratado al final. Ella trabajó desde septiembre a octubre. Entonces es cuando tomó el relevo el chopo, depende del calor, pero hiedra y chopo nos acompañan hasta que el frío acaba por entrar.
Los plataneros que se plantaron mucho más tarde, en los sesenta o así, cuando esto que era campo pasó a ser ciudad con el Estadio Bernabeú, son los últimos en dejar caer sus hojas, todavía están. Los barrenderos tienen mucho que hacer con ellos, sacan esas máquinas aspiradoras y no hay quien pare del ruido.
Yo sé que en febrero, si hay suerte, por la calle Juan Ramón Jimenez brotará una impresionante mimosa. En esa esquina, que al doblar sopla un viento que te echa para atrás porque da a norte, es un milagro invernal su amarillo descarado y juvenil. Antes, en enero, las primeras flores en abrir eran las camelias de la tienda Búcaro que, el año pasado, con la crisis, cerró y nos dejo sin esos arbustos de su entrada de hojas lustrosas y flores delicadas. Así que habrá que esperar a febrero a que haya algo amarillo por aquí. O no. Acabo de decidir que voy a decorar toda la casa esta Navidad en amarillos, con limones, membrillos o peras, todo lo que encuentre o me invente de ese color, el color del sol.
Hoy es el segundo domingo de Adviento y seguimos cada día con menos luz. Lluvia, como canta Melody Gardot, rubia por cierto.
PS: Sobre los amarillos de otoño Javier Barbadillo ya escribió aquí en su día. Gracias, Javier, te iba a pedir prestada una foto, no sé cuál me gusta más.
sábado, 4 de diciembre de 2010
Entre el caos y Ángel (heroica serenidad)
Me quedo en Madrid este puente. Necesito preparar clases, trabajar, escribir, y no estoy para gastos. Medito con J. tras el yoga, me da paz y también concentración. Quedo en unirme a J. y S. el domingo en su casa para algo parecido pero distinto. Además del individuo, la persona, y la acción, el trabajo, por simplificar la cuestión, creo en la oración y en la comunidad. Me parece que no hace falta pensar igual o creer en lo mismo para trabajar juntos y en su caso para rezar.
Ayer me llama mi hermano a las 8.30 pm desde México para ver qué pasa con lo de los controladores. Me duermo oyendo la radio, todo un país en jaque. Es lo que nos faltaba, un empujoncito más hacia el caos. Me despierto con las mismas malas noticias sumado al “tema” de Marruecos. Escuchar a Arias Salgado, ex embajador en Marruecos, entrevistado por Luis del Pino la semana pasada fue esclarecedor.
En éstas veo el vídeo de Ángel, un policía nacional que acudió en auxilio de uno que se cayó en el metro de Madrid. No estaba de servicio, por cierto. El vídeo es impresionante por la serenidad heroica o la heroica serenidad que demuestra. Creo que nuestro país necesita de las dos por igual. Y entre los que están teóricamente de servicio, más. Es un ejemplo Ángel y da esperanza y ánimo. A mí por lo menos me lo da.
martes, 30 de noviembre de 2010
Niebla y sol
A mediados de este otoño se instaló la niebla en San Juan, nuestro pueblo. Otros años esa blanca oscuridad baja mucho más tarde. Espera al menos que pase la Navidad. Se queda agazapada en el bosque cantando su canción de frío y humedad. Pero no ha sido así en esta ocasión. Sin hacer ruido, antes de la segunda luna de otoño, una madrugada se extendió desde la chopera y el pinar hasta las casas y las tierras de labor cercanas. Allí, lamiendo puertas y ventanas, de su abrazo solo se libró la torre de la iglesia, se acomodó pesadamente en calles y plazas, en cada patio. Los sanjuaneños estamos acostumbrados a ese tupido vaho invernal como algo propio del lugar, pero, ¿tan pronto? No era lo normal.
El suelo donde se asienta San Juan es duro y mínimo, una delgada línea de tierra que sostiene a quienes lo habitamos. Así, en verano el pueblo se hace todo él cielo, horizonte eterno y sofocante calor. Luego viene el otoño de pocas lluvias, con su suave luz y naranja, de melocotón. Es cuando mejor se está. Pero no este año en el que, sin saber por qué, se adelantaron las nieblas un mes, casi dos, y nos rodearon sin dejarnos ver ni el sol ni la luna, tampoco nuestro alrededor.
Ciegos hemos estado. Había que ir a tientas a la escuela, a comprar, para atender a los animales y a las tierras, porque la vida, aunque no la veas, no se detiene, haya niebla o no. Luego volvíamos a nuestras casas donde nos arrebujábamos en las mantas, al lado de la chimenea o de la estufa, las zapatillas puestas, no estábamos para más. Nos hicimos más lentos, apetecía quedarse en el interior, en silencio, sola y callada. Ni el alcalde ni las autoridades podían hacer nada. Solo cabía esperar.
Ayer la niebla abrió de repente. Tal y como vino, se fue. Se hizo un jirón de un lado, comenzó a romperse el denso algodón, y se fue disolviendo el vapor por capas. El sol pudo por fin entrar, besar el adobe y la piedra, el metal de las farolas, calentarnos cara, manos y corazón.
Hoy me encuentro en el mirador. Veo a mis paisanos que han salido a sus tareas y no tienen ya que ir palpando paredes y esquinas por miedo a tropezarse, a no llegar. Saludo a un par de niños que van a clases, a María, que abre la tienda, a algún jubilado más.
La niebla volverá, pero en San Juan estamos acostumbrados. Sólo que este año vino con anticipación y se quedó demasiadas semanas. Pero no pasó nada digno de mención.
lunes, 1 de noviembre de 2010
Esperando a nuestro Papá (o Mamá)
Vivo en una calle de Madrid donde hay cuatro colegios. Muchos días coincido a la entrada o salida del cole, un verdadero follón de autobuses y, especialmente, coches de papás y mamás. Hay también muchos niños que se suben al 150 con su cuidadora para volver a casa, adolescentes a su bola en manadas o en solitario absortos con su musiquita, lío general, diario y doble, que los vecinos nos tomamos con bastante filosofía y humor. Los niños dan mucha alegría al barrio.
Cuando bajo o subo mi calle a eso de las cinco de la tarde observo que en medio de ese follón monumental hay siempre varios niños o niñas esperando solos a su mamá, a su papá. Muchos de ellos, pequeñitos, están dentro del recinto escolar. Con fe inquebrantable saben que su mamá, su papá, aunque sean unos pelmazos, aparecerán de un momento a otro, vendrán a por ellos.
Como en la película "Los niños del Coro", aunque ahí era más triste. El pobre Pepinot salía a la verja del orfanato a ver si de una vez su papá venía a buscarle. Oye tú, pues que al final viene su papá, es su papá al fin y al cabo el maestro que se lo lleva. Y lloras a moco tendido.
Yo creo que cambiamos muy poco del niño o la niña que fuimos en el colegio. Veo a antiguas compañeras y la verdad creo que en lo básico somos las mismas, exactamente iguales. Por eso es tan difícil mantener una identidad forjada a posteriori tanto con los hermanos como con los amigos de infancia. Jolín, Fulanita, que ahora irás de super mega guay y darás conferencias mundiales sobre el agotamiento del petróleo, pero yo te he visto copiando. Es un decir, pero creo que ilustra.
Hay muchas películas que van de esto. "El chico" con Bruce Willis es una: uno no puede traicionar, engañar, a quién uno fue. Se puede ser aparentemente un triunfador pero en tu fondo queda el gordito que fuiste, el niño solo al que le caneaban y a quien tu vida actual le parece -esa sí, no la otra- una mierda. "No te has casado, no tienes hijos, no tienes perro: eres un fracasado" sentencia el niño que fue Bruce. "Claro que entiendo lo que haces para ganarte la vida: mientes a la gente". Y da igual que Bruce le diga que trabaja como asesor de imagen, el niño sabe de qué va su trabajo realmente. Los niños saben siempre de qué va la vida, de verdad.
Hay otra, que me encanta, porque retrata un tipo de perfil que se da con cierta frecuencia en nuestro competitivo mundo, "El Club del Emperador". Sí, a veces se puede necesitar ganar por goleada en la vida, y más que ganar: que los demás nos vean como ganadores, serlo públicamente y por aclamación popular. Y si hay que hacer trampas, se hacen, pero luego vamos de guay. Hay gente educada para ese tipo de éxito social donde las trampas son celosamente ocultadas. Pero en el fondo somos niños, todos. Hay algo muy infantil en las trampas.
Volviendo al tema de la entrada, que me voy por las ramas.
Esperando a nuestro papá, a mamá. Día duro en el cole. Es posible que estemos solos, que hayamos sufrido, como dicen ahora, acoso escolar. No es posible muchas veces: es seguro. También que la maestra haya sido dura con nosotros. Y que la comida fuera un asco. También que lo hayamos pasado medianamente bien o incluso muy bien. Hay días estupendos en el cole. Hay de todo.
La vida es como un colegio, pero de verdad, es el colegio de verdad, el otro es una imitación. No somos muy distintos a lo que fuimos de niños y el caneo varía, la soledad varía en matices, y la compañía también, pero en lo esencial es igual. Clases, cuatro cosas que hay que aprender -no son nunca muchas- y que a veces nos cuestan, no somos el centro de la atención, porque en nuestra casa podemos serlo pero en el cole somos demasiados para serlo. Siempre hay un caradura, un matón, una cursi, se pasa bien y se pasa mal. Pues eso.
"¿Llevabas mucho tiempo esperando?" "Eres una pelmaza, mamá, siempre haces igual..." La mamá pide mil disculpas, siempre se lían las mamás, más ahora que hay poco tiempo. Se enfurruña el niño. "Venga, que ya verás qué merienda te tengo preparada" Y se nos pasa.
Tenemos mucha suerte los que sabemos que nuestro Papá, nuestra Mamá, siempre vendrán a por nosotros tras ese día duro o menos duro de cole. Da mucho calorcito por dentro tener esa seguridad. Aunque algunos nos digan como a Pepinot que somos huérfanos: no es verdad. ¿Veis como aparece su Papá?
PS: Publicado en 2008, lo vuelvo a hacer hoy día de todos los Santos cuando la orfandad se siente mucho más profunda. Con paz y esperanza, pero orfandad al fin y al cabo.
viernes, 22 de octubre de 2010
Cocina, narración y magia
El viernes pasado tenía gente a cenar en casa y estaba con una pierna en alto. Problema menor, llamé a Gloria Mllán, a quien conocí este año en Ilustrarte. Gloria, además de ilustradora, es una mujer con magia. Hay que tenerla cerca por si acaso. El mes de septiembre en mi casa, una noche todavía de calor, nos sacó una botella de agua del bolso, el suyo es como el de Mary Popins. “¿Qué es esto?” nos preguntó. Contestamos “Pues una botella de agua, claro…” “No. Esto es un rey que tenía tres hijas, y las tres eran muy amadas…” Empezó un cuento. Puso tres pequeños botes en la mesa, seguía hablando, los llenó de agua y ésta cambió de color como por encanto –uno rosa, otro azul, otro naranja-. El truco ya lo sé porque nos lo contó, pero en el momento nos dejó embelesadas a mi amiga Teresa y a mí.
El caso es que, como decía, que me voy por las ramas, Gloria Millán acudió en mi ayuda. Anuló un viaje haciéndome un favor enorme. Me había contado que ella organizaba cenas a domicilio. En mi vida había contratado una, de igual manera que no compro jamás nada cocinado porque me gusta cocinar, lo que más de la casa. Pero esta vez no podía organizar cena para ocho, no debía estar de pie mucho rato. Le encargué la cena y apareció a las 8.30 de la tarde. Cuando la vi llegar cargada con solo dos pequeñas bolsas pensé que mis siete amigos y yo íbamos a pasar más hambre que un maestro de escuela, que se decía antes , o que el perro de un ciego, otra expresión antigua cuando la Once no se había inventado.
“Oye, Gloria, déjalo aquí todo, ya lo iré poniendo en el microondas, no quiero molestarte más…” Me miró amablemente y sonrió. El catering de Gloria Millán no es cosa de unas tortillas o una lasagna y luego darle calor, yo estaba muy equivocada. “Mira, no, es que esto es otra cosa, yo me quedo en la cocina y lo voy sacando …” La dejé. Pero, como no me fiaba, por si acaso hice canapés de mujol y un salmón marinado que había preparado yo unos días antes, no fuera a ser que no hubiera suficiente (se abre el salmón -1 kilo- como un libro, se quitan las telillas de dentro, se le ponen las hojas de eneldo fresco, y, encima, 8 cucharadas soperas de azúcar y 7 de sal con pimienta, todo eso bien mezclado, se cierra el salmón libresco o libro asalmonado, se envuelve en un paño, 24 horas de un lado y otras 24 del otro con peso en la nevera. Se lava luego bien y se corta en lonchas. Consejo para los aprensivos: congelar antes o después 72 horas por el anesaki).
Se vistió de negro Gloria como los camareros y cocineros de Nueva York (y uno que conozco de las Casas del Rey de Baeza, Jorge, que cocina de muerte en dicho lugar y en su casa. No es indirecta, solo una petición para cuando vaya…). Se quedó organizándolo todo mientras yo seguía escribiendo, la cena era a las 10. Me rondaba la idea de que nos íbamos a quedar con hambre. No ver un plato primero, un segundo y un postre claro me escamaba, pero como mis amigos son de confianza no me preocupé demasiado y continué dándole a la tecla hasta que llegaron.
“Pili y Mili son dos amigas que han estado en casa de Aurora, pero hoy salen de viaje y se han encontrado a dos mexicanos que se llaman ambos Nacho y se van de copas los cuatro antes de marcharse a ninguna parte, han ligado…” Así empezó la noche, seis platos servidos con primor, hechos con imaginación, una combinación de gustos, aromas, temperaturas y texturas diferentes, hinojo, albahaca, tabulé, quinoa, ¡ensalada de lentejas picantes!, impresionante, en raciones pequeñas todo, claro. No pudimos acabarlo, minimalista pero sustancioso.
Gloria, gracias. Haces honor a tu nombre. La cocina encima la dejaste impecable. Raquel, que es cocinera y trabaja en comunicación gastronómica, y cuya opinión vale más que la mía (que soy hambrona, y no gourmet), Ricardo y la otra Raquel, Susana y Alberto, José María y Miriam también se quedaron encantados. Vamos a repetir, pero, en cualquier caso, lo hago público: si alguien de Madrid quiere cocina “diferente” en casa (o para un evento de esos de empresa, no más de 12 comensales) con un cuento detrás, una historia que hile cada plato, Gloria Millán es la persona adecuada. Interesados pueden entrar en contacto con ella en g.nallim@hotmail.com.
PS: Con Mariana Betanzos sigo mañana o pasado cuando vuelva de dar clases de Antequera, ese lugar por donde me gusta a mí que salga el sol a veces, ea.
miércoles, 20 de octubre de 2010
A lo mejor es el tabaco, que es muy malo... (Las vidas de Mariana Betanzos, 2)
Bueno, por lo menos no estoy en casa de Juan, la reconocería, esta vez no he hecho la misma bobada de siempre. En fin, el caso es que debería saber dónde estoy, pero antes, antes… noto con urgencia las ganas esas horrorosas de hacer pis de cada mañana y salto de la cama. ¿Dónde estará el baño en esta casa? Supongo que será esa puerta de aquí enfrente… Ay, no, que esto es un armario. Tengo que ver más detenidamente este pijama de cuadros que llevo, Dios mío, yo que cuido tanto la ropa interior y la de irse a la cama, ¿qué ha podido pasar para ponerme este espanto? Ay, ay, ay, que no estoy yo para mirarme ni nada, que me hago pis en este mismo instante, que me lo hago en un pijama que no es mío,… ay, menos mal, es esta puerta, huy, llego a tiempo, llego, el retrete rápido, rápido, ya, ya, ya… Ya. Ay, qué gusto. Qué gusto da hacer pis cuando se tienen ganas, hasta me relajo.
Hay pocos placeres comparables a éste. Bueno, sí, dos. O tres. O cuatro. Pongamos que doce, pero no más. Y hacer pis es, encima, diario y doble o triple, aunque … vaya, hombre, poco dura lo bueno, el rollo de papel se ha acabado, ¿qué tipo de casa es ésta que no ponen el repuesto, con la rabia que da?… En fin, me subo los pantalones del pijama de cuadros que parezco un leñador o un abuelo. Interesante el cuarto de baño, como un bazar, lleno de frasquitos, cremas y botecitos de todos los tamaños. Bueno, al menos sé ya que en esta casa hay una mujer con afición a la cosmética y que parece desordenada. Ni rastro de un hombre, un cepillo de dientes solo, vale. ¿Será la casa de una amiga, alguien que me haya acogido porque salimos, me puse mala y me trajeron aquí? No sé, esto es muy raro… Bebo pero no pierdo jamás ni el sentido ni la memoria y recuerdo siempre lo que pasa.
Hay un espejo en el cuarto de baño. Me da miedo mirarme en él, mucho miedo porque me noto rara. Mi cuerpo es el mío, mis manos, los pies, las piernas y otras partes que me las acabo de ver. Pero no me siento igual que siempre, es extraño. Tengo que mirarme la cara. No, no voy a mirármela. Venga, ánimo, Mariana, no vas a pasarte la mañana así sin saber cómo tienes la cara... Me asomo finalmente al espejo y me llevo un susto. Estoy realmente fatal, con unas ojeras más grandes que las habituales y avejentada. Es mi cara, pero no es mi cara de todas las mañanas, es notablemente peor: es la de alguien que debe de llevar una vida muy perra, muy mala, horrorosa. ¿Y el pijama éste tan feo? Ajj, ¡qué asco!... Ya sé por qué las sábanas me chocaban tanto hace unos minutos y por qué este pijama no me gusta nada: olían las sabanas y apesta este pijama a tabaco y yo lo dejé hace años, no puedo soportarlo.
Mierda, a ver si he vuelto a fumar en sueños y yo sin enterarme; y por eso tengo la piel distinta, pálida, y estoy feísima, cuando yo sé que soy fea por las mañanas, pero de las feas normales. Y el pelo y todo, que también lo tengo peor, y será seguro porque he vuelto a fumar y eso es muy malo para la salud y la belleza y salen más arrugas... Y ... ¿cómo es posible que haya vuelto a fumar yo, yo, yo, que me costó tanto dejarlo?, ¿cómo he podido caer otra vez? No tengo ni fuerza de voluntad ni nada... Para una cosa que logro, que hago…
Y a lo mejor porque he vuelto a fumar no me acuerdo de nada y he amanecido en otra casa, en otra cama... A lo mejor el tabaco es el culpable de todo esto, de que no sepa dónde estoy ni qué ha pasado.
A ver, Mariana, para un rato, que pareces el ministerio de sanidad, para. Luego volverás a la liga antitabaco o de los conversos insoportables, ahora toca averiguar de quién es esta casa y por qué has llegado a ella.
martes, 19 de octubre de 2010
Perdonen que no me levante (vuelta y brindis por tantas)
Gracias por los correos. No me pasa nada (a Mariana tampoco, la historia seguirá cuando pueda). A veces un descanso es bueno, especialmente para no torrar a los que leen. ¿Las razones reales?: preparación de clases, viajes diversos, un esguince (reposo relativo dijeron, y eso ¿cómo se hace?) junto a la dedicación que lleva limpiar lo ya escrito y las muchas horas echadas a esa otra escritura de primera hornada fuera del blog. Por cierto, gracias, JC., presentarse a certámenes literarios me parece que obliga a una disciplina adicional a la de la escritura diaria, anima por otro lado, creo que es un buen entrenamiento en muchos sentidos (en el no, en el remate de frentes abiertos, en el tener una fecha cerrada como plazo de corregir o acabar algo, etc.). Tengo más moral que el alcoyano.
Bueno, bien. Explicada mi ausencia estas semanas, vamos a lo que vamos. Hoy es el día del cáncer de mama. Ole, ole y ole las mujeres valientes y guapas... Me faltan dedos en las manos para contar amigas, familiares, colegas de trabajo que han pasado por esto, siempre admirables. El otro día sin ir más lejos conocí a Ana, fundadora de Voluntarios de Marbella, que vino a clase un sábado cuando el día anterior tuvo la sesión de quimio: pañuelo en la cabeza, coraje, sonrisa amplia, atendiendo como la primera y mandando callar al resto de los asistentes. Ana, ya te lo dije: conocer a mujeres como tú es lo mejor de mi trabajo, muchísimas gracias. También te lo repito, por si dudas aún: Madrid es una ciudad estupenda para visitarla, ir al teatro y ventilarse. Te espero de corazón, ya lo sabes.
En fin, la vida vale la pena pese a lo puñetera que puede ser, las quejas se dejan para los que no la aman. Mis amigas, amigos y yo vamos a brindar hoy por tantas mujeres que están pasando o han pasado por este tema y por los equipos médicos que ayudan a salir adelante. Yo quería correr la media maratón ese del cáncer de mama en unos meses. Era una meta tanto física ("meta-física", qué gracia) como de cabeza, mental y más, antes de cumplir los 50 años, pero ay, no calenté lo suficiente, y ni me di cuenta que me hacía daño (tampoco quise comprar unas zapatillas nuevas que son muy caras). Mi perra Olimpia en cambio se plantó en el 5 Jotas enfrente de casa como diciéndome que corriera conmigo otra, que a ella le gustan los paseos por el campo. De la pareja que formo con Olimpia (estable, somos una pareja estable) ella es con diferencia la parte racional y sensata.
Bueno, da igual. El caso es que aquí estamos ambas, de vuelta y, como Groucho Marx decía, perdonen Vdes. que no me levante y brinde desde el sillón con el pie en un escabel mientras escribo y preparo clases. He echado muchísimo menos el contacto diario con la bitácora recién cumplidos los 2 años de Máster en Nubes. Pero aquí vamos de nuevo, a ver cómo sale este año. (Se me acaba de quemar la menestra, cuando escribo me olvido de todo. Natalia, no sé qué te voy a dar de comer, soy un desastre).
martes, 28 de septiembre de 2010
Las vidas de Mariana Betanzos (1)
Abro los ojos y noto algo raro, como si no fuera mi cama. Es el móvil que tengo en la mesilla de al lado lo que me ha despertado. Una tal Yolanda llama. Qué poca consideración, son las 6.30 de la mañana. Me pregunto quién será. Claro que, si tengo su nombre registrado, debo de conocerla. No me da tiempo a reaccionar. La voz al otro lado me habla a una velocidad supersónica.
“Soy yo y te recuerdo que hoy te quedan exactamente cuatro semanas para entregarla, ya no hay posibilidad alguna de ampliar el plazo así que ni lo intentes. Te llamo como quedamos que haría cada día. Levántate y ponte a ello, venga. Otra cosa importante, ya que hoy vas a la tertulia de la radio: acuérdate de hablar de Ángela. Me lo han dicho en la editorial que a ver si puedes mencionarla, al fin y al cabo estáis en el mismo barco. Y antes de que me cuelgues, hoy cenamos con Fernando. Ni se te ocurra decirle cómo vas, no hace ninguna falta, miéntele como una bellaca. Ya tiene una úlcera y no hay que agrandársela. Adiós, guapa, suerte con el día, con la escritura y en la radio. Y a las 9.30 en Qüenco, no llegues tarde como siempre haces.”
Sin dejarme tiempo a contestar ha colgado. Me quedo noqueada. No sé quién es esa Yolanda. La única que conozco tiene cinco años y es hija de una amiga. ¿Y esa retahila que me ha soltado?... Nn mes ¿para entregar qué?, ¿más plazos todavía?, ¿qué he pospuesto ya que no me queda prorroga? Y Ángela ¿quién es? Y luego lo de la tertulia... ¿de la radio dijo? Y el tal Fernando, y cenar en el Qüenco. Mira, eso sí lo reconozco, el restaurante de Henri Dunant, se come de muerte...
Ay, Dios mío, una equivocación a estas horas de la mañana. Con lo que me cuesta a mí dormirme, que me despierten en plena madrugada tiene delito, justo cuando más a gusto estaba...
Pero siento algo extraño en el estómagoy a la vez terriblemente familiar. Es angustia, una ansiedad vieja y nueva a la vez a pesar de no saber de qué me ha hablado esa tal Yolanda, de no tener la más remota idea de quién puede ser y de saber que se ha equivocado seguro... Es como si… como si... La sábana no huele a lo que huelen las mías. Esto es ya muy raro y sigo sin reconocer ni mi almohada ni mi colchón. Enciendo la luz tras buscar el interruptor, está cambiado, lo han puesto en otro sitio. Mierda, no. Definitivamente ésta no es ni mi cama ni mi dormitorio ni mi casa. Pero tampoco es la de nadie que yo conozca. Y no estoy en un NH, ni en un viaje de trabajo ni de vacaciones que yo sepa.
Dios mío… ¿dónde demonios estoy?, ¿y qué he hecho que no reconozco esta cama ni este dormitorio?
No recuerdo absolutamente nada, estoy totalmente en blanco.
Tengo que levantarme inmediatamente para averiguarlo. Además, si luego voy a la radio, tengo que aprovechar la mañana… Pero ... ¿qué estoy diciendo de la radio?, ¿Y por qué me ronda ese come-come dentro diferente al habitual, al que estoy acostumbrada?
Esto no me gusta nada.
jueves, 23 de septiembre de 2010
Alegría de la insomne (No hay quien esconda ni la risa ni la lágrima)
Mañana viajo a Estepona a dar clases. Veré a unos amigos que quiero un rato largo. Eso sí que es un descanso. La semana que viene a Granada, después Marbella, Antequera, Oviedo, madrugones y 8 horas hablando, un espanto. No sé por qué doy clases, estudio o escribo. Es el momento de ir a la peluquería precisamente porque no tengo tiempo ni ganas de nada. A lo mejor me cortan la cabeza de un tijeretazo, hay que probar suerte.
Cojo el correo cuando bajo. En un sobre el libro de Miguel Baquero, lo dejo para más adelante. En otro el de Javier Sánchez Menéndez, “La vida alrededor”, y el de Juan Carlos Aragón de poemas, “La risa que me escondes”, ambos de Siltolá. Qué bien, así tengo algo que leer en la peluquería. Lleva su tiempo teñir y cortar y yo me aburro de verme la cara.
Comienzo a leer “La risa que me escondes” y me quedo prendada mientras el tinte coge rápido. Es el calor. A veces te dan un coñac porque el pelo toma el color antes si te sube calor a la cabeza, dicen. Pero esto es mejor, dónde va a parar. Se me saltan las lágrimas y eso que no me quedaban. Los poemas de Aragón se clavan como arpones, limpios y directos, ritmo y alma. Hay que ver cómo escribe el condenado. Amor, amasijo de huesos, hombre, ni las noches pueden, claro. Es elegante hasta en el mandoble gaditano. Y encima iba a irse un siglo. Pues que no se vaya. Me río por la suegra mientras todavía lloro. Esto no se hace. Yo creo que Dios cree en las palabras aún cuando ellas no crean en Él. Vaya mono y vaya partidario socialista. Desde un “Amada mía” que me recuerda algo a Sabina hasta “La breve jerarquía de tu boca,” debe de ser por “La balada insomne” que siento tan cercana, Juan sin miedo, vírgenes irreverentes, temblores varios, es igual, estoy impresionada página tras página. Como me pasa cuando escucho a Jorge Drexler, no hay ni una canción que no me guste suya como no hay un poema en este libro que no me diga algo. No sé nada de poesía ni de nada, ésta es la verdad sin disfraces. Solo ocurre que con este poemario el tinte me ha agarrado antes, rojo cobre, y que ahora me dejaré el pelo más largo.
Llamo a una amiga para compartir mi entusiasmo, no puedo entusiasmarme en solitario. Luego a quien corresponde para felicitarle por lo que le toca. Y le toca, un abrazo fuerte de paso. Detrás de alguna escritura, de sablazos y fogonazos, mensajes que parecen cifrados, algunos con mala baba, os ajunto pero luego no, parece que estoy enfadado con algo o con alguien, hay un tema constante: un “quiéreme” en una botella, al mar, lanzado a ver si de una vez, sí, no, venga, vamos que nos vamos. Todo lo demás está ahí, claro, pero es secundario. Al ver el conjunto caes en la cuenta y se te caen los palos del sombrajo. Es enternecedor en una palabra. Que le quieran, por Dios, que le quieran, ¿cómo no deseárselo?
Alegría de la insomne, flaca, triste y agotada. Ahora quiero leer a Juan Carlos Aragón. Mira tú qué bien que cojo el Ave de las 10.35 para Málaga. Y no me voy a llevar el ordenador, que le den al portátil. Solo “La risa que me escondes” para empaparme. Y el Orfidal, lo he comprado. Se puede leer y dormir, una cosa primero y la otra despuésk o al revés más bien, a mí me gustan las mañanas de lectura, la mente clara.
Mañana cumple dos años esta bitácora. Acabo de hacer dos semanas de pausa, el descanso más largo que me he tomado en este cuaderno.
La vida se abre entre jirones, la escritura se hace mientras escampa. Gracias en general y en concreto a muchas personas. No habría espacio para todas, muchas gracias. Leer(os) aquí y fuera es un placer muy grande.
miércoles, 8 de septiembre de 2010
A mano y al aire libre (Expuesta)
Comenté hace meses a José Julio Perlado que yo escribía casi siempre en ordenador. Él me contó que lo hacía a mano primero. Le dije que yo llevaba en el bolso un cuaderno para tomar notas, pero que luego escribir un texto era algo muy ligado a la tecla, a Word, quizás por deformación profesional. Decidí cambiar y explorar este verano: si mi maestro lo hacía así, ¿por qué no probarlo yo? Mi hermano Juan y otros amigos me contaron que el ritmo se hace diferente, el roce del lápiz, por ejemplo, en el papel implica otro modo de contar a veces.
Sin borrón y cuenta nueva, porque sigo con el ordenador, experimenté. Escribí de todos los modos posibles. En servilletas que guardé. En un cuaderno rojo, en otro verde, en uno naranja y otro azul (uno de cada he gastado casi), con espiral y sin ella, de cuadritos y de líneas, de páginas totalmente blancas, de los nuevos, de los ya usados y viejísimos de mi padre de los años 60. También en las páginas de atrás sin utilizar de documentos, en las pruebas de mi libro, en informes serios de mi trabajo. Hice un reciclaje intenso dando una doble vida, triple a veces. Mezclé previsiones financieras y listas de cosas que hacer con la escritura nueva y la antigua ya impresa. Lápiz, bolígrafo, pluma, hasta un lápiz de ojos que tengo bien afilado, el de labios sólo sirve para palabras cortas y concretas. Esperanza, caligrafista en Urueña, me enseñó otro mundo nuevo para mí, muy lento. La o en dos trazos es la base de muchas otras letras. A veces sólo hay que hacer o, o, o, o, o, una mañana. No pasa nada. La o sale tras varias horas y te puedes poner con otra letra.
No tengo manías ni obsesiones con los objetos, no me agarro a ellos, y aunque el pilot es mi preferido, me da igual que sea un bic o una pluma buena, como me es indiferente un cuaderno de niño o uno de esos preciosos forrados de papel de aguas veneciano por dentro. Ahora he descubierto que cuanto más escribo a mano donde sea, más me divierto. El ordenador además no me deja hacerlo al aire libre, el sol se refleja. Y es estupendo estar tirada en la hierba, sentada en un escalón, a la orilla de un río o en plena naturaleza y escribir, escribir, escribir.
Solo quiero escribir a veces, es una necesidad. El resto, lo que sea, puede esperar, y de hecho espera.
Antes sólo cogía papel para apuntes o para poemas, a pesar de que me han dicho que no escriba poemas, que no son buenos. Hasta los márgenes de una guía de carreteras fueron un día el soporte en una gasolinera, no tenía nada a mano, paré el coche para escribir, se me iba la idea. Pero en estos momentos estoy pensando escribir sin necesidad alguna -me sobra papel- unos cuentos a mano en los post it que voy metiendo en las páginas de esa guía, relatos hiperbreves. ¿Podré hacerlo? “Guía de carreteras”, cada cuento un número con el mapa correspondiente…
Estoy guardando cuadernos, papeles sueltos, las fotocopias recicladas por la parte trasera, servilletas, post it, y, cuando pueda, lo voy a clasificar por proyectos y temas, o los colocaré en un armario desastre que tengo.
Me enfrento casi a diario al ordenador, que es una máquina limitada, fría y estupenda, pero no la panacea. Es muy peligrosa para mí si la uso en exceso en primera escritura, no cuando estoy corrigiendo. El ordenador me parece mejor a veces para pasar a limpio y corregir luego o para el blog, que es una escritura que hago casi inmediata, sin pensar siquiera, con algunas excepciones puntuales. La entrada diaria que he mantenido meses no podía ser de otro modo: rápida, fulminante y de un tirón, ea.
La bitácora es importante, me gusta y me divierte, pero se va convirtiendo en una parte más pequeña de lo que voy escribiendo, un instrumento de un tipo de escritura expuesta en cierto sentido, de pruebas iniciales que a menudo escondo luego y que sigo por mi cuenta, de relación con personas, de muchas alegrías. Pero hay otra carne en el asador que se está haciendo fuera a un fuego más lento, más trabajoso y solitario, expuesta a un sol más fuerte o al frío, o al viento. Expuesta de otra manera.
martes, 7 de septiembre de 2010
Graduada a los 70. Vida Perra XIII
Un verano extraño, diferente. Murió la madre de mi ama y dejó un hueco. Incluso yo, que soy una perra, lo noto. Ya no está la anciana a la que me quedaba mirando horas, su olor se va desvaneciendo. Huelo en cambio mucha tristeza y la acompaño por eso de que ningún animal se despierta con pena y, como los niños pequeños, damos alegría por naturaleza. Mi ama lo veía venir tras la escapada del año pasado al cementerio que hizo ficción luego, aunque fuera cierta realidad originalmente.
Pero en fin, señores, yo tengo que darles una noticia buena en mitad de todo esto. He cogido hoy el mando del blog para que lo sepan: ¡he cazado un conejo!. A mis años, 9 y medio, aproximadamente 70 en los humanos, yo, Olimpia, además de "cazar" huesos de jamón que me encuentro (a veces patas enteras, no me pregunten cómo lo hago), robar panes al entrar en patios o casas o rebuscar en basuras diversas, he podido con un animal vivo. Estoy contenta y para mi ama es como si me hubiera graduado, sacado el bachillerato de perros. Me mira con orgullo de madre, como esas que a cualquier tontería que sus hijos hacen ya sacan pecho.
Fue en Urueña, me dejaron suelta en la Ermita de la Anunciada y me volví loca, desaparecí inmediatamente y atrapé a un tipo pequeño que no se dio suficiente prisa para meterse en la madriguera. “Estaría muerto de antes…” dijo mi ama, que es escéptica sólo en temas puntuales como el de mis dotes de cazadora (ahora ya es una creyente casi completa). Miriam dijo que el animal tenía los ojos abiertos y que incluso estaba vivo todavía. “A ver, que lo vea yo, quizás tiene la peste…” dijo una lugareña dudando también. Ni peste ni muerto de antes (de vez en cuando traigo feliz conejos, topos o pájaros tiesos como la mojama), nada de eso: yo, Olimpia, he podido con un animal vivo y lo he matado sin problema. Lo enterré inmediatamente como hice con un pan de pueblo que había robado horas antes en Urueña. Todo lo escondo en la tierra por si vienen malas y luego a ver qué hacemos si no me alimentan. Al menos así tengo, si no un amor en cada puerto, un mendrugo o algo que llevarme a la boca cuando vuelva.
Lo dicho. Verano triste con un final donde mi ama sonríe a pesar de la pena que tiene y del enfado del momento, porque luego me hice la longuis y no volvía perdida entre la maleza. Quería cazar más, qué caramba, soy una perra. Me silbaba y llamaba desesperada porque anochecía, pero yo a mi bola como siempre. Miriam, paciente, esperaba y hablaba con una carrasqueña (gentilicio de los de Urueña). Al final aparecí sin nada. Lástima, me hubiera gustado traer otra presa para obtener ya el doctorado de las perras cazadoras. A cambio me llevé una buena reprimenda que quería disimular el orgullo de mi dueña por tener una perra que caza, no solo que duerme, come, caga, hace compañía, pide caricias a propios y extraños y es toda alegrías cuando ella vuelve o alguien, sea quien sea, llega.
Vida definitivamente perra en un verano de ausencia, triste y lento, muy acompañadas por Josianne, tan buena, por familia, amigas y amigos presentes y al telefóno, y donde al final cazo cuando ya nadie lo espera.
Mi ama ha estado escribiendo sobre su madre, la infancia, es su forma de hacer el duelo, de recordarla y tenerla presente. Porque ¿saben?, ella espera a su madre a la salida del colegio, y a su padre, claro, y a su hermana Luisa. Pero tampoco quiere que se den prisa, ¿eh? Le gustan muchísimo las clases que tiene, las niñas y los niños, el recreo, las profesoras, los libros, etc.
El Padre Eterno que no se acelere ni con ella ni conmigo, por favor, que no se acelere. La vida tiene momentos muy hermosos y nosotras lo agradecemos, a Él y a ellos siempre.
PS: La foto es del jardín de Boecillo sin ella, la ha hecho Silvia González Parra.
lunes, 30 de agosto de 2010
La señora de los geranios
Estos días pasados he visitado pueblos, castillos y monasterios de los alrededores. De todo ello he tomado notas en mi cuaderno. Cuando pueda lo sacaré aquí o en "Un vaso de buen vino", una bitácora alojada en El Norte de Castilla donde me van a echar por vaga, hace meses que no la alimento.
Pero bueno, yo en este momento lo que quería contar es lo que más me ha gustado con diferencia de todas estas visitas. Y es lo siguiente.
Llegas a un pueblo, pongamos Cuellar o Coca, Tudela o hasta Quintanilla u Olivares, éstas dos al amparo de esa parte del Duero donde el buen vino de Ribera se hace. Pues bien, antes que en castillos o bodegas impresionantes, o incluso el Monasterio de Santa María de Valbuena, reparo en algo pequeño, hermoso y constante: los geranios que muchas mujeres cuelgan de balcones, con los que adornan terrazas y ventanas. Son rojos, rosa claro, rosa puñeta, naranja butanero o lila casi, algunos amoratados o granates, menos hay de los blancos, pero todos revientan de flores, son cuidados y alimentados por unas manos femeninas que riegan.
La restauración y mantenimiento del patrimonio castellano y leonés lleva mucho dinero. Aquí hay una colegiata cuando menos te lo esperas, a menudo iglesias en cada pequeño pueblo para caerte de espaldas. Tenemos tanto que casi no podemos con ello, es una cuestión de recursos. Pero junto a arquitectos que saben, restauradores que hacen bien su trabajo, oficios y artesanos (carpinteros, canteros, vidrieros, etc.), empresas y sector público que apoyan sin descanso… a mí me parece que hay alguien que hace algo fundamental que es poner geranios en una maceta, en una jardinera, adornando los balcones, las casas, sin que nadie les diga nada, solo porque ellas quieren.
Sin ellas, sin esas mujeres y sus geranios, ni las iglesias, ni los monasterios, ni lo castillos o las plazas o los cercanos conventos lucirían iguales, sería todo de cartón piedra. Hay un factor fundamental ("agente" diría la burocracía siempre tan cursi) que ha pasado desapercibido en esto del mantenimiento y es la Señora Julia, la tía Marta, la del Zacarías o la Puri, que ponen tiestos, pequeños o grandes, con geranios de todos tipos y alegran lo que vemos.
Tú sabes así que por aquí vive gente, que esto no está muerto o es para enseñar a los turistas solamente. Esas piedras o aquellas, en mejor o peor estado, parecen más humanas y nos recuerdan nuestro pasado y lo que somos si un geranio está cerca. Tras él siempre hay una mujer que hace que algo crezca. Es presente, pero es pasado, porque así se hace la historia: con piedras, esplendor y miseria, con arte, batallas, etc, y, de fondo, el cuidado que mantiene y alimenta la vida pequeña que es la al final nos sustenta.
Vienen los de la Junta, la Diputación dice que esto o que aquello, el Ayuntamiento añade o niega, discuten los expertos… Todo muy bien, pero la señora del geranio es la que tiene no la última palabra ni tampoco la primera, pero desde luego sí el acento en todo esto.
Yo se lo agradezco.