lunes, 27 de diciembre de 2010
Las grullas, pues (Gracias)
Noche cerrada, conduzco de Báguena a Madrid de vuelta. Fui a ver a mi amiga Olga y, de paso, a las grullas de Gallocanta. Me vuelvo con miel y jabón que me regalan sus padres y Yin, un libro de Antología de poetas de Aragón donde ella está incluida, otra de las alegrías de este año que acaba.
“Come, come”, insistía su madre. Qué gusto tener una madre que te dice que comas.
Vi a las almendras primero colgando en los árboles, ya desnudas de hojas las ramas, y luego recogidas, extendidas en el suelo, en el piso más alto de la casa. Y las cajas de las abejas, los bastidores de madera, los aparatos de acero inoxidable, todo impecable en los corrales. "Vd. está entretenido aquí, ¿eh?". "Sí, siempre hay algo que hacer" me respondió su padre.
Se estaba muy bien, calorcito alrededor de la mesa, sin poder acabar casi. Y Viggo Mortensen en la tele porque, más allá de los programadores de la Sexta, Dios es grande y sabe cómo alegrarme la vida, además de con un buen día en el campo, que ya es bastante.
Olimpia en el corral primero, luego la dejamos dentro. Le dieron de comer -hasta a escondidas, menudos son- cosas ricas de las que conmigo no cata, huesos de chuletas de cordero asado. Cómo no le va a gustar ir de viaje. La gata desapareció y mi perra a sus anchas poniendo cara de "pobre, mi ama no me alimenta, dadme algo… ustedes, vosotros, que soy una perra adoptada, que paso hambre… " Esta perra tiene más cara que espalda.
Un día espléndido de sol de invierno y frío, encinas desperdigadas, chopos de vez en cuando, cerros a manchones de verde seco, y la tierra de parda a muy roja, abierta en los sembrados, a la espera.
Me pasé no tres pueblos, sino veinticuatro. Tuve que volver hacia atrás. Lo hice en paralelo al ferrocarril, por la NII y junto al río Jalón. Fui por pueblos que no conocía, Somaén, Jubera y Lodares, ni un alma en la calle. Luego ya cogí bien la desviación, Alcolea del Pinar y después Molina de Aragón, más piedra y adobe donde a una le gustaría pararse. Llegué tardísimo a Gallocanta. Y les había hecho madrugar, en fin, una prueba muy importante de amistad, gracias.
Nos acercamos a ver a las grullas, pero poco rato, nos esperaban. Las vimos con los prismáticos. Ahí estaban, elegantes y largas, en esa laguna que es un espejo plateado donde andan con sus patas delgadas y meten el pico en el barro para alimentarse. Luego seguí a mis amigos por un camino de tierra casi, de Gallocanta a Báguena por Berrueco y Tornos. Más abajo quedaba Tornos de los Sisones, así que también debe de haber sisones por aquí, otro pájaro que creo que es familia de las avutardas.
Daba gloria sentir esas soledades, el agua corriendo o helada en los huecos, en las sombras, campo, campo y más campo. Al entrar en Báguena nos paramos en el antiguo lavadero y en el puente romano, luego A. me señala una casa con artesonado en el tejado, precioso. Qué frío se pasaba antes, a pelo casi lo sufrieron nuestro abuelos, un frío casi atávico. Hablamos por la tarde en el bar de la crisis y el paro. Quizás tengamos que volver a vivir como antaño en los pueblos si en las ciudades no hay trabajo. Pero ya no será igual, ahora hay muchas más comodidades, no todo es a fuerza y tira pa'lante.
Me vuelvo a Madrid a pesar de la noche cerrada con el corazón calentito, me lo han cuidado.
Así que gracias, pues, Olga y familia, muchísimas gracias.
Ya ves Aurora, este invierno haces más de naturalista que yo. Dos meses ya sin poder salir a campear. Lo más, lo más, un paseíto alrededor de casa.
ResponderEliminarObligaciones laborales y familiares. Menos mal que han coincidido con el frío.
Un abrazo.
Aurora, qué bonito recuerdo de un día tan agradable, a pesar de los diez bajo cero que hacía en Calamocha un rato antes de que llegases, ay, pero la luz era espléndida, es un contraste de sol y frío espectacular. A mí me encanta volver al pueblo en estas fechas y, si es con amigos, más. Mi madre vivió allí hasta los siete años; después, las dificultades de la posguerra hicieron que, como tantos, mis abuelos abandonaran el pueblo para buscar un futuro mejor en la ciudad. Pero nunca hemos dejado de ir y ahora mis padres, ya jubilados, pasan mucho tiempo allí, mi padre con sus abejas y sus cuatro almendros y mi madre haciendo jabones, conservas y cosas de esas que no sabemos hacer ni tú ni yo y que están tan ricas.
ResponderEliminarYa ves que la gente es como el clima, la tierra y las casas: algo crudos, sin mucho adorno pero con la solidez que resguarda del frío. Tu visita les dio vida a esos paisajes solitarios.
Gracias, pues;-)
Jesús, vergüenza me da la pérdida insistente de número de teléfono, ya está arreglado. Hablamos, muchísimas gracias. Felices Navidades mientras tanto.
ResponderEliminarOlga, lo pasé fenomenal, gracias, oye, y de crudos, nada, pues... Las guindas esas alcoholizadas de las que no he hablado también me gustaron. Un abrazo.
¡Qué maravilloso ave la grulla! me fascina. que lugar tan precioso debe de ser ese.
ResponderEliminarUn abrazo y Feliz Navidad!
Doy fe de que sí le das de comer a Olimpia (lo suyo no es una vida de perra). Sigue disfrutando de estas fiestas, Aurora. Me das envidia, pues no me puedo mover de Cádiz.
ResponderEliminarBesos.
Moderato, es precioso el sitio. También hay muchas grullas en Extremadura, pero yo no he bajado a verlas allí.
ResponderEliminarJM, pero no queda nada para febrero ;-), aquí estamos.