Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Sin



Sin esperanza no se puede vivir o se vive mal, pienso yo. Bueno, sí, hay gente que vive así, claro, y no sólo en la calle. Los hay que tienen casa, trabajo y familia, pero esperanza como que no tienen. Como diría Mario, el Cantinflas, el mundo a veces está hasta bien repartido, y esperanza a algunos les queda poco o nada. Tampoco quizás la quieren o necesitan ya tenerla, todo es posible: que los que tengan, precisamente porque tienen ya mucho, no les haga falta tener esperanza, les sobre ésta, que incluso la desprecien o hasta que se rían de ella y de nosotros, los pobres, que algunos la tenemos.

A menudo se cree que quienes estamos pidiendo, viviendo de lo que nos dan los demás, no tenemos esperanza porque nunca tuvimos nada, porque lo perdimos casi todo. Pero yo creo que puede ser al revés. Porque vivimos en la calle, y dependemos de la bondad ajena, tenemos algunos todavía esperanza.  Porque cada día es distinto al otro, y aunque sabemos que lo más seguro es que jamás tengamos una casa, que encontremos un trabajo o que alguien nos quiera sin pegarnos, nos queda siempre un hueco para esperar. Aunque no nos hacemos idea muy bien de qué ni cómo, pero es lo único que realmente tenemos.  No sólo son las monedas que hoy podamos conseguir y con las que comeremos, pagaremos una pensión o lo que sea. Es otra cosa distinta que no sé explicar y que algunos llevamos por dentro, muy metida en nuestra pobreza, entre las penas, en medio de la soledad, del frío o de la tristeza, dándonos calor unas veces más y otras menos, pero ahí está, aunque a veces no se vea.

Llueve en Madrid, acaba el verano y empieza el otoño, más frío y menos luz, pero ya nos arreglaremos de alguna manera como siempre hacemos Nati, la Pelas y yo. Por cierto, me falta contar lo de la Pelas, esa sí que es lista y vive bien.

Bajo el techo del atrio de San Fernando vinieron corriendo del parque las cuidadoras, que las llaman ahora, negras unas, otras muy blancas, casi todas extranjeras, que estaban con unos niños tan pequeños que no van ni al colegio ni a la guardería todavía, casi todos en sus carritos. También llegó la perra esa negra toda mojada con su dueña. Sin paraguas habían salido porque hacía bueno y el chaparrón las pilló en mitad de la calle. Las ayudamos a secarse entre risas, las pobres, caladas las dos hasta los huesos.

1 comentario:

Fcº Javier Barbadillo Salgado dijo...

La esperanza es algo que tiene que ver con esperar. Y las esperas frecuentemente se hacen largas. Esto no quiere decir que la esperanza se pueda alargar porque se retrase lo anhelado. Todo tiene un límite y el que espera...no se queda toda la vida en la acera.

Y ahora, Aurora, esperamos la siguiente preposición, el siguiente capítulo. La próxima esperanza.

Gracias y un abrazo.