Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

martes, 26 de diciembre de 2023

Mucho trato

Andamos M, su hija, mi perra y yo hasta Brieva. Son casi 9 km de camino entre dehesas. A veces empezamos Anita y yo por abajo, al lado de casa, en el cementerio. Toco la tapia y subimos a encontrarnos con M.

Vamos por un camino de "servidumbre de paso" en una finca bien cuidada, da gusto verla. Acabamos hora y media o tres cuartos después, depende de la velocidad y lo que nos cansemos, en la cárcel de Brieva donde nos recoge Gonzalo. 

Vemos ganado, conejos, casa abandonadas, la vía férrea, abejarucos en verano, los rabilargos en todo tiempo, los milanos, un par de águilas. 

Es un paseo estupendo con hitos clave: muerte, compañía, conversación, campo, cárcel. 

No estamos hechos para estar sentados. Mi cuerpo me pide andar. "Poca cama, poco plato y mucha suela del zapato". 

O la otra versión, de la que soy más partidaria aún, "Mucho trato, poco plato y mucha suela del zapato". 

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Comunidad. 

Repaso mi vida estos meses de otoño y cómo he intentado "rellenar" (malamente) esa pérdida de haber acabado el Máster en Humanidades en la Francisco de Vitoria en septiembre. Echo mucho de menos a mis compañeros y a los profesores. 

Sigo estudiando; ahora "Escritura creativa" en la Unir, y en la Ulia "Siglo de Oro" y, en breve, "Pensamiento e Ideologías Políticas", los dos últimos se basan en lecturas concretas, luego haces un trabajo si quieres. Lo paso bien, aprendo, también me desespero a veces por razones que no vienen a cuento, pero no es la comunidad que tuve estos dos años pasados en el Máster. 

Soy independiente. Creo que no pertenezco a ningún grupo según mi concepto de "grupo", que es más -lo sé- el de grupete o camarilla. Tengo una especie de resistencia al "grupo" que me viene de familia, creo. 

En cambio, sí me gusta la comunidad, es diferente. Y los amigos, de a pocos preferentemente. Y la familia. 

Tengo comunidad en la parroquia como catequista y con otras actividades diversas. 

La comunidad es importante, la familia también, pero sin comunidad nos deshacemos. 

Y gracias a la Providencia -y a personas que creen que puedo hacerlo- me han encargado una traducción sobre algo que me interesa. 





domingo, 10 de diciembre de 2023

Las beatas

 


Hoy a raíz de un tuit de Javier Rihuete volví a recordar un tema en el que llevo pensando hace tiempo. Se trata de las "beatas" y esa especie de condescendencia hacia ellas que a veces incluso puede notarse en gente creyente.

Las Jornadas Mundiales de la Juventud son una cosa muy buena. Este verano fue una alegría, por ejemplo, ver que la capilla de Adoración de Ávila (Las Nieves) se llenaba con jóvenes australianos o neozelandeses de camino (y vuelta) a la JMJ. Bien está todo esto, por supuesto que la fe en los jóvenes me importa, cómo no va a importarme.

Sin embargo, personalmente creo que si hay algo escalofriante en estos tiempos es la falta de fe en quienes nos acercamos, por razones puramente biológicas, más a la muerte. 

Por eso a mí las beatas, las viejecitas (los viejecitos también, pero hay menos, se mueren antes) en las iglesias me encantan. Y las necesito. Espero acabar en beata musitando avemarías y padrenuestros y suspirando mucho. Es mi aspiración. ¿Tú que quieres ser? Beata mayormente. Esto es todo un entrenamiento para acabar en beata y morirme luego.

Que los jóvenes se distraigan tiene, hasta cierto punto, su explicación, no lo justifico, pero el despiste es habitual cuando tienes pocos años. Dios es misericordioso y nos espera a los veinte o a los ochenta. Pero ver a los mayores pendientes de Telecinco o Antena 3 o preocupados por el cuerpo creyendo que sólo la salud es lo importante da mucha pena, la verdad. 

Lo normal es que a medida que cumples años pienses más en la muerte, que tu piedad se acreciente, que pidas más perdones a Dios y al resto, prepararse. 

Menos naricitas levantadas y deditos señalando a las beatas, menos creer que son los jóvenes los que tienen que volver a la Iglesia. Lo realmente preocupante es cuando los ancianos están a por uvas, síntoma absoluto de nuestra decadencia. Pasa como en los funerales: sintomáticos de cómo estamos. 

 

jueves, 7 de diciembre de 2023

Lucas quiere un perro

 



Desde que Lucas recuerda su mayor ilusión ha sido tener un perro. “Un perro” pide en su cumpleaños. “Un perro” escribe ahora y lo dibuja al lado en la misma carta para que así Sus Majestades puedan hacerse una mejor idea o por si no entienden bien el español, porque ellos vienen de Oriente donde se hablan lenguas muy raras.

La madre de Lucas le vuelve a dar esa larguísima explicación de que a los perros hay que cuidarlos. Que mean y cagan. Que Lucas es aún pequeño. Que no quiere ella acabar ocupándose. Y que lo más seguro es que los Reyes Magos tengan en cuenta todas estas “consideraciones” -una palabra muy rara- y crean que es mejor esperar unos años a traerle un perro.

El padre de Lucas escucha callado. Y como ve que Lucas se queda triste, le guiña un ojo y le propone algo. 

-Se me ocurre que tengas un perro invisible, imaginario, que tú te lo inventes. Así te puedes ir entrenando en lo que supone cuidarle y demuestras a mamá que eres responsable...

A Lucas le parece fantástico. Dicho y hecho. “Voy a llamarle Chico” dice. Y decide que no será ni muy grande ni pequeño, más bien mediano. Y sin raza, un chucho de esos “que son los más agradecidos y simpáticos”, como opina su padre. Con el pelo marrón claro, las orejas puntiagudas y los dientes pequeños y afilados. De unos tres años, que ya sepa hacer sus necesidades fuera de casa.

Las primeras horas de Chico son geniales: Lucas le hace una camita con una manta vieja, le pone dos cuencos para agua y pienso y salen los dos a dar un paseo. Luego es más difícil. Hay que sacarle cada día varias veces y no un rato, media hora, y llevar las bolsitas esas y recoger siempre su caca. En casa su madre insiste en que el perro suelta mucho pelo. La Roomba tiene que funcionar todo el rato y a Chico le encanta la Roomba y la persigue ladrando como si fuera su enemiga, "a ver si la va a romper", dice su madre. 

Lucas enseña a Chico a jugar al pilla-pilla, al escondite y a rodar por el suelo como si fueras una croqueta. 

Hay momentos de mucha risa con Chico, hay momentos inolvidables.  

Así pasa un mes largo con las ventajas y los inconvenientes de tener un perro, con lo bueno y con lo malo.

Es la mañana de Reyes y Lucas se despierta de un lametazo. Hay un perro que no es Chico al lado de su cama. Y el primer pensamiento de Lucas es “¡Vaya lío que vamos a tener ahora con dos perros en casa, a ver qué dice mi madre!”

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(Nota: este un cuento "ejercicio" o práctica para el Máster en Escritura Creativa que estoy haciendo, asignatura de Literatura infantil y juvenil (gracia, Rocío Arana). He descubierto que a mí lo que "realmente" me gusta es escribir y escribir para niños en concreto. Bueno, también cocinar, la dehesa de detrás de casa, los pájaros, mi marido [no en este orden, Esperanza, claro...], mis amigos y que venga gente a comer a casa.)

Seguiré colgando cuentos y textos una vez me los hayan calificado. Tienen que ser, oh-ah, ·"inéditos" o no les valen, ay, mi madre... 

martes, 1 de agosto de 2023

Teresa, la amiga de Jesús


Me llama Rosy esta mañana y me cuenta que Teresa ha muerto. Así, de repente. Ayer por la tarde. Que no me lo dijo ayer para que durmiera. 

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Teresa y Rosy han sido mis compañeras de aperitivo de los miércoles. 

La idea fue de Teresa. 

Yo conocía a Teresa de misa, de la parroquia. Nos dábamos la paz muy sonrientes en misa de 7.30 o en la de los domingos. Nos mirábamos a distancia si estábamos lejos. Hablábamos al salir. Nos teníamos mutua simpatía, cariño, pero un cariño inicialmente "abulense", o sea, a distancia. Hasta que un día ella...

-"Aurora, he pensado que por qué no quedamos y nos tomamos algo..." 

La idea me pareció estupenda. No tengo muchas amigas en Ávila. Y quedamos que los miércoles a la 1 nos venía bien, sería nuestro encuentro semanal más allá de las misas y eso. Y sumamos a Rosy. 

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Teresa era "la amiga de Jesús". Este título le viene porque ella lo decía. Así me preguntaba mi marido por ella cuando yo volvía del aperitivo los miércoles. "¿Cómo va la amiga de Jesús?"

Teresa "se puso" ese nombre un día de discusión teológica. Porque las señoras, cuando nos reunimos a tomar al aperitivo, hablamos de lo que vamos a poner para comer ese día, de la oferta del Tífer, de nuestros maridos, de los hijos, de España y de teología como se tercie. Y se tercia. 


-"Yo, como soy amiga de Jesús, y estoy hablando con Él todo el tiempo..."

Línea directa tenía. Y la discusión teológica, que ya no me acuerdo de lo que era, se zanjó inmediatamente. 

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Teresa ha sido una gran escuchadora. 

Una estupenda confidente. 

Una mujer muy buena. 

Pendiente de los demás, ella no existía. 

La operaron este año y le dolía, pero ella no se quejaba. Sonreía siempre. La sonrisa de Teresa era permanente, de cariño, de verdad. 

Lo hemos pasado genial en nuestro aperitivo de los miércoles. Nos hemos reído incluso cuando queríamos llorar a veces, como ahora. 

La voy a echar mucho de menos. 

Teresa era la amiga de Jesús en vida y ahora ya plenamente. 

Que Dios la tenga en su gloria por todo el amor que ha repartido a diestro y siniestro. 


sábado, 8 de julio de 2023

La estación más cruel

"Castilla, cerros y nubes", foto de Ortiz Echagüe (Museo de la Universidad de Navarra) 

Puede que, como escribía Eliot, abril sea el mes más cruel, pero la estación más cruel yo creo que es el verano. 

El verano tiene muchas caras. 

Una alegre y luminosa: las vacaciones, la playa, la montaña, el descanso. Tener tiempo, poder leer, la posibilidad de volver a ver amigos o familiares a quienes no vi casi en todo el año salvo en bodas,  funerales o Navidades.

Otra definitivamente zafia, porque al calor nos mostramos con todas nuestras debilidades. Más discusiones, más gente, a veces un espanto. Más gritos, peor educación. El verano no es la estación de la elegancia salvo que te encierres en una casa con patio y una parra o versiones similares. Me lo dijo un compañero joven de Máster: mi ideal de verano es irme al pueblo de mi abuela en La Mancha y pasarme leyendo todo el mes con ella al lado. 

Pero hay otro verano, esa cara cruel que empieza por verte más débil, más mayor, el declive del cuerpo y la cabeza (por decimosexta vez en el día ¿dónde habré puesto mis gafas?). 

Al principio era con tus padres, a quienes veías en la piscina o en la playa cada verano. Pero luego eres tú misma. Y recuerdas la frase "algún día otro te ceñirá e irás donde no quieres ir".

Murió Ignacio el 30 de junio. Mis padres lo hicieron también en dos veranos, 1988 y 2010. Lo recordaba el otro día con un hermano mío. El calor, la llamada en la madrugada o el buscarte en mitad de un congreso, primos interrumpiendo sus vacaciones para acompañarte, la luz cegadora, el llanto inconsolable, la soledad, saber que esa delgada línea de tierra se hace aún más delgada y el cielo, como en las fotos de Ortiz Echagüe, más grande y más alto. 

Ha muerto también el padre de una buena amiga y no me ha dicho nada para que no bajara al entierro.

"Rezamos los unos por los otros" es desde hace años mi despedida con muchos amigos cuando hablamos. 

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Y con todo, hay muchas alegrías y hay esperanza. 

Mi hijastro y su mujer esperan su primera hija, Julia, para agosto. Vienen unos amigos a comer y soy feliz. Nos invitan a Gonzalo y a mí a comer por decimocuarta vez Leti y Manel y sé que lo pasaremos bien. Una amiga se acercará desde Toledo con su hija y su marido a visitarnos. Otra amiga me cuenta que ha alquilado una casa en un pueblo cercano a Ávila. 

F creo que ha encontrado trabajo. 

P está haciendo el Camino de Santiago y pensando. 

Y, A y su bebé salen adelante. 

E está de viaje y quizás Dios llame a su puerta y cene con él y él con Dios. 




jueves, 16 de marzo de 2023

Mejor con dos piernas

Me dan envidia mis compañeros de Máster, los jóvenes. Se lo dije a un profesor: van a aprender algo que a mí me hubiera venido muy bien a los treinta. 

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Dar una conferencia sin consultar un sólo papel, a mi entender, es digno de admiración. Es otra de las características, a menudo, de un buen profesor: ser capaz de "sostener" una clase con su sola palabra y que a los alumnos no les haga falta más. Sé de lo que hablo como alumna. 

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No somos conscientes de la gran carencia de formación que tenemos. No ya los de veintipocos o adolescentes, los mayores también.

Llevamos décadas de una deriva de la educación escolar y universitaria. Formalmente hemos sido escolarizados, pero carecemos de las herramientas más básicas, que son, entre otras, la de una formación filosófica adecuada. Sí, también en literatura. En general en Humanidades. 

Te das cuenta cuando lees Pedrito Andía u otras novelas de adolescentes "de antes". Un adolescente, sí, de colegio de jesuitas (si mal no recuerdo) antes de la guerra civil española era capaz de escribir una obra de teatro. El pastor  de Tir Na Hilan (Sean O´Sullivan) hablaba griego, aún lo recuerdo recitarme trozos de la Iliada y yo sin caer en qué era. 

Y aunque es cierto que mucha menos gente accedía a la educación, también lo es que el contexto facilitaba que sin escolarización formal se supieran cosas elementales como lo que es, es , y lo que no es, no es, el principio de identidad, la nada no es... Sentido común se llamaba. 

Precisamente porque eso ha desparecido hoy, hace falta empezar enseñando que en muchos ámbitos la opinión, interesante, no puede sustituir a lo que las cosas son. 

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Aceptar que no tenemos ni idea de lo más básico es clave. Querer entonces formarse. Querer aprender. Estudiar. Poner los medios. 

Esto, para la formación religiosa, me parece que es también clave. 

Pero claro, es "reconocer" que no sabes en algo en lo que hasta el tato opina. Y pasar por un proceso que ya no es el del "yo opino", "pienso", "creo", "me parece"..., sino dedico tiempo a saber qué es lo que es y quiénes, antes que yo, una mindundis, lo han explicado y su explicación, o sus argumentaciones. 

La Iglesia siempre ha creído en la razón. ¿De qué, si no, iba a fundar las primeras universidades?

Lo testimonial o experiencial, que es importante, no puede sostener por sí sola la fe. Precisamente porque el contexto hoy es el que es. Y porque la fe sobrenatural no implica no profundizar en lo razonable de algunas cosas. 

"Yo, que fui a colegio religioso..." como coartada del "enterado" en temas "religiosos".

... Perdone, ir a un colegio religioso o confesional hoy -y ya desde hace décadas-  no "garantiza" no ya que Vd. sepa algo de religión católica, es que no garantiza en absoluto que Vd. tenga idea de lo más básico filosóficamente hablando (que es clave para también para lo religioso). 

Y si en el mejor de los casos Vd. sí recibió ambas -una buena educación religiosa y una buena educación en humanidades- , es bastante posible que, tras dejar el colegio, Vd. (y su entorno incluso religioso, familiar, social, etc.) hayan obviado -minimizado, olvidado, no prestado ninguna atención- a cualquier formación en el área desde aquel entonces. 

Así que, en el mejor de los casos (el de de haber recibido una buena formación religiosa y en humanidades en su infancia y juventud), casi con total seguridad Vd. se habrá quedado en aquello... sin alimentarse de formación en serio en el área acorde a sus años... y al contexto actual, que no es ya contrario a la fe, es que es totalmente irracional, puritito sentimiento y ligereza.

Ya lo decía en "Dios no mola" (God is not nice) Ulrich Lehner hace años, bien que perseguí que se tradujera el libro (y luego se tradujo milagrosamente, cosas de la vida). 

Creo en lo testimonial y experiencial, en el ejemplo, en muchas otras cosas, pero creo que, sin formación en serio  (para empezar siendo conscientes de que la necesitamos... y la busquemos, la pidamos, es derecho y es deber de todo cristiano), honradamente nos quedamos en un entorno no infantil (que niños hay que ser siempre), sino infantiloide. 

Andar sobre las dos piernas creo que es mejor: razón y piedad/caridad/ etc. 

Pero es mi opinión, sí, claro: tras la experiencia del Máster y otras experiencias recientes sobre la impresionante ignorancia en la que nadamos. Y sobre el pedaleo. 







jueves, 9 de marzo de 2023

El mordisco y las "raras"

Mientras le daban los puntos Anita temblaba. 

Llevé a la perra al veterinario por la mañana, tenía que vacunarla. Con tan mala fortuna -mi perra es como Paco Martínez Soria, la ciudad no es para ella- que tuvimos que volver por la tarde. 

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Estaba hablando con uno de mis hermanos. Anita andaba tan contenta por el descampado. Es amigable mi perra y nunca se pelea con nadie. Dos perros, quizás dos perras, se le acercaron y pensé, desde lejos, que era una simple escaramuza territorial. A veces sólo hace falta unos gruñidos y los perros se mantienen a distancia unos de otros, no hay que intervenir, hay que dejarles. 

Llegamos a casa y yo tenía cita con las chicas de oro, ni me di cuenta del mordisco, salí pitando. Al volver a casa vi la dentellada, unos 3 cm de piel y pelo levantado y sangre. Tuve que esperar a que abriera Joaquín por la tarde. 

Los puntos, antibióticos, un collar de esos como de los Austrias, taparle la herida con una camiseta. Para decir verdad no parece muy afectada .

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Un día ayer para no oír nada. Hice mal en entrar a trapo, es perder el tiempo para nada. Pero no soporto la petardez del feminismo, el "yo también soy feminista", esa especie de marchamo hoy generalizado. Es una coartada, una declaración vacía, o peor, con un contenido de espanto. 

Hoy puedes ser feminista, ecologista, consumista, activista, materialista, el pack completo, un metoo de aceptar la agenda dominante sin poner en la más mínima duda el marco. El feminismo de las mechas balayage o de las californianas, todas las llevan, no hay quien no se tiña el pelo, no hay quien se atreva. 

Deberíamos dejar que se arreglaran entre ellas. O, como suele pasar, y la experiencia demuestra en tantos movimientos sociales, que se peguen entre ellas las dentelladas. Hay mucho trabajo para perder el tiempo con tanta plasta. Creo que hay estar en otro lado, no jugar con un tablero lleno de trampas. 

Pero no: hay tanto complejo, que se les sigue dando cancha. Quizás pensando que hay algo recuperable: ingenuidades. Pero sobre todo, y muy especialmente, hay caraduras. 

Sólo hace falta entrar en Linkedin -o ver la propaganda de todo el Ibex- para darse cuenta de que parte de "la carrera" es apuntarse "al morado".  Es como un epígrafe clave de los historiales profesionales para poder subir, progresar, para estar a la page.  Si te mueves fuera de ese marco, no existes, no sales. Automáticamente te descartas. Eres rara, no ya facha, que también: rara.

 Sic transit gloria mindundi.

No ser feminista es el nuevo punk. 


domingo, 26 de febrero de 2023

"El viento que atraviesa", de José Julio Perlado



Foto de Catalá Roca (Las señoritas de la Gran Vía) 
La empecé el viernes yendo de copiloto hacia Valladolid y la he acabado esta mañana. 

El viento que atraviesa era, creo, la única novela que me quedaba por leer de José Julio Perlado. La escribió entre 1964 y el 67, entre Madrid y Roma, ciudades ambas donde transcurre la narración. Sólo se encuentra en Iberlibro, hay que darse prisa. 

No tengo mucho tiempo para escribir esto, pero quiero compartir mi entusiasmo y mi agradecimiento porque es preciosa. 

¿Podríamos llamarla una novela de iniciación? De esas del paso de la juventud a través de diversas encrucijadas hacia esa otra edad (supuestamente) más asentada. 

Es una solidísima narración, muy agustiniana (y todos somos Agustín, hallamos tarde a la Belleza y estamos inquietos, a los 20 o a los 40) que tiene como protagonista a un chico de provincias que se va a estudiar a Madrid en los años 60.  

Estudiar, lo que se dice estudiar, no estudia mucho. En fin, como tantos. Gran  retrato de tipos diversos de esos años, entre el barrio de Salamanca y Gran Vía, de niños bien y bon vivants, también de algunas miserias de aquel tiempo, y ese run-run interno en el interior y que no se consigue acallar aunque se acalle.

Autor desconocido (Trip Advisor) 

Luego viene Roma,  viene Italia. Roma justo después del Concilio, con esos comunistas tan ¿elegantes?, la gauche divine a la italiana, tipos fascinantes, la macchina, la Cúpula de San Pedro al fondo, las catacumbas, en fin... 

Y ser joven. Y estar enamorado. O no estarlo. Y caer en la cuenta. O caer simplemente. Ser humano. Tener pliegues. Tener recovecos. No tener cabeza. O tenerla a ratos. Ser de una crueldad como sólo podemos serlo los hijos con los padres cuando somos jóvenes. En fin, la vida misma. 

Yo quisiera que esta novela la leyeran personas más jóvenes que yo, porque quizás en mí ha resonado por lo que sea, pero es posible que a alguien de veinti pocos años hoy le resulte Daniel, su protagonista, algo extraño. 

Me pasa como con Rosa Krüger o Pedrito Andia y otras, que son novelas que a mí me parecen apasionantes, pero que me pregunto si a una persona joven le llegan, le dicen tanto como a mí. Aunque creo más bien que sí, que es cuestión de sensibilidad y educación, o a veces ni de eso, resuenan , pero querría asegurarme. 

Salvando las distancias, creo que es una novela como otras de iniciación, que nos cuenta ese paso incierto de los veintialgo. Que quizás hoy se prolongue hasta los treinta. Pero cuenta ese paso, esos tropezones y esa Gracia. Un tema eterno, vamos, constante. 

En esta novela, y he caído en la cuenta, ya está ese Perlado de los mil colores ocultos del fondo del mar que sólo Dios conoce aunque no lo vea nadie y que él nos explicaba en clase de escritura. Está ya ese Perlado con quien tanto se disfruta en su blog Mi siglo, esa constancia del artesano. Y esa ristra de descripciones luego a borbotones, maravillosas, plásticas, que te envuelven , y tantas cosas que pasan. Porque siempre pasan muchas cosas en la ficción de Perlado. Y los mil velos de la realidad que se te abre, esa maravilla de un día, de una tarde, de cualquier momento o detalle. Es como si estuvieras tú en la montería o en las catacumbas y olieras y oyeras y vieras lo que ven los personajes. Y, sobre todo, los pliegues, recovecos, huequitos, luces, sombras, también colores, que es, que somos, cada alma humana.  Eso último, para mí, es casi lo más importante. Nuestro nombre de verdad sólo lo conoce Dios. Y esta novela va de eso también. 



jueves, 12 de enero de 2023

El cortavientos de Ignacio

Tengo un buen amigo. Lo somos desde hace casi treinta años. 

Hace unos veintialgo, vivía mi madre aún, me regaló un cortavientos que los Reyes le habían puesto. Por lo visto, él ya tenía uno y no le hacía falta. Es hombre de pocas cosas Ignacio. Debió de pensar que para mis paseos buscando pájaros me iba a venir bien su cortavientos. 

El cortavientos de Ignacio es verde por fuera, de tela impermeable, ligerísimo. 

Un cortavientos tiene que ser ligero, pesar poco. Se pasa mal en el campo si algo te pesa. Además, los plumas me acaban dando un calor insoportable cuando ando. Prefiero un buen polar y una camiseta debajo y encima, siempre, el cortavientos de Ignacio.

El caso es que el cortavientos me estaba, y me sigue estando, bastante grande. Pero no me importa nada.  Me recojo algo los puños, les doy la vuelta, y arreglado.  Y además así voy comodísima. Me gusta ir ancha, que me sobre la ropa. Así que llevo años con ese cortavientos que me viene a todas luces grande andando por el campo. 

Murió mi hermana. 

Murió mi madre. 

Hice diversas mudanzas en estas casi tres décadas. Muebles y libros. Trabajos. Me casé y me vine a vivir a Ávila. Alquilamos una casa en Carnota hace ya nueve años. 

Hizo también Ignacio varias mudanzas. Ligerísimas todas, como su cortavientos. 

Murió su madre. 

Se jubiló. 

Seguimos hablando y viéndonos. Somos amigos del alma. Una de nuestras grandes alegrías es tenerle a comer en casa. 

Con su cortavientos, que sigue impecable, he andado por Guadarrama, por Campoazálvaro, hasta la playa de Carrofeito o subido hasta Bico do Santo. Y con ese mismo cortavientos vi hace un par de años a una gineta subida en un árbol que se me quedó mirando de hito en hito, como diciéndome ¿y tú qué haces ahí, maja, con ese cortavientos que te sobra por todas partes? Los animales ven cosas que no vemos los humanos. 

El cortavientos de Ignacio y sus casi treinta años de ligereza y cálida compañía, cortando el viento en pleno campo.