Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Perdonen las molestias, estamos trabajando


Todo es mejorable siempre. En la forma, en el fondo, en la estrategia, en los mensajes, en el tono o tonos. No todo ni siempre tiene que ser en el mismo tono, desde luego. Todas las personas pueden  equivocarse o hacerlo mejor, no tengo duda al respecto.

Pero a veces, dan ganas de poner el cartelito ese que ponen los obreros:

 “Perdonen las molestias, estamos trabajando”

Los obreros. Insisto: los obreros. Esos que hacen respingar a algunos, a algunas,  porque no tienen las formas que debieran. Hacen ruido, levantan polvo y son una auténtica contrariedad que quiebra nuestra paz urbana o doméstica. Y silban a las chicas, eso también, por supuesto.

Yo entiendo que a todo el mundo, a mí la primera, se nos pueden ocurrir a toro pasado o hasta previo mil ideas y sugerencias constructivas de lo que debería y no debería hacerse o haberse hecho. Bueno, algunas más constructivas y otras menos. Aunque vistos los cojones, con perdón, macho. 

Pero quizás uno debiera empezar por lo que uno, una, ha hecho o, sobre todo, no ha hecho. No los demás, uno. No sólo lo que podría haber hecho mejor, que desde luego,  sino simplemente lo que no ha hecho. O lo que no ha dicho. O lo que debiera haber dicho de otra manera para poder convencer en buena lid. O lo que no ha escuchado o no ha querido escuchar. Mea culpa mil veces.

Todos podemos ser fans no sólo de terceros –horror, fuera hooligans o fans, una peste-, sino de nuestro propio criterio. O tener una camarilla de modo que sólo escuchas a los que te rodean. Con todo eso de acuerdo. Sucede y, con humildad y algo de tiempo, puede tener remedio.

Pero es que, a tenor de algunos comentarios y tuits recientes sobre Vox y otros temas, echo de menos esa cosa ejemplarizante que es ver a alguien arriesgar algo: su fortuna, su trabajo, su tiempo, su reputación, etc. Y con eso que tiene –lo que sea- presentarse a la batalla cultural que está en el fondo y es la que importa realmente. La batalla política (mucho más la electoral) es secundaria, aunque por supuesto necesaria. 

Y con ese presentarse a la batalla... perder una vez y otra. Perder. Perder. Perder un cliente, un puesto de trabajo, un ascenso, una promoción, que alguien te contrate, etc. Perder algo, hasta dinero o simplemente tiempo. También amigos o ser recibido en algunos ambientes.

Lamentablemente, no ha habido en España muchos “intelectuales” –vamos a llamarles “selectos” o “puros”, que también el nombre les cuadra perfectamente-  que, o acudan a esa batalla cultural –a alguna batalla, francamente-, o la presten en las últimas cuatro décadas. Con algunas heridas importantes, señal de que se estuvo allí, batallando a pecho descubierto, no cómodamente sesteando. 

O pérdidas o heridas, no sé si me explico.

A los que las tienen, unas y otras, mi admiración y respeto, señal de que han batallado. Pero no encuentro que sean muchos. Y no son los que dan lecciones precisamente, que han sobrevivido estupendamente, como corchos flotando siempre. 

Miro a las universidades, todas, públicas y desde luego a las privadas, y no parece que la labor que vienen haciendo muchos que enseñan sea tan excelsa. Digo a los efectos de lo que hoy tenemos: esos chicos tan bien formados, con tantos master y con tantos idiomas. Si no, no estaría el país como está. Pero por goleada está como está. ¿Es posible que no hayamos hecho lo que tendríamos que haber hecho? ¿Es posible que hayamos preferido la reputación, la fama, el ranking o lo que sea a caer mal, no tener "éxito"?

Ya. La gente es libre, desde luego. Y con lo que enseñan padres, profesores o maestros, uno hace lo que quiere. Pero no me atrevería yo a dar muchas lecciones en estos momentos a esos obreros (que tan torpes parecen ser, oh, cielos) ante la cobardía institucional, personal y durante tanto tiempo, estructural podríamos llamarla, de quienes supuestamente están ayudando a pensar “críticamente” a las nuevas generaciones. Ja. 

Perdonen Vdes. De muchos de Vdes., no todos, naturalmente, ni media lección. Y si la dan, pierdan algo. O dejen que les hieran.

Claro. Sería estupendo tener a Esolen y otros (que, por cierto, pierden puestos estupendos en universidades estupendas por, oh, atreverse a algo que aquí no se atreve ni el tato: no estar de acuerdo y decirlo. Y que te echen. O irte tú: irte). Pero no es el caso. Lo siento. Ninguno es Esolen. Y ninguno es Hadjadj tampoco.  

Hay poquito riesgo, poquita valentía intelectual, en la universidad en España. Y hay pocas batallas dignas de mención, salvo las de los departamentos, que son peleas, no batallas. Sí, así estamos: se han sustituido batallas por peleas barriobajeras (sobre esto volveré próximamente, porque no es sólo en la universidad, lamentablemente, y tiene algo que ver con el tema).

Perdonen pues, como decía, esas molestias que les pueda causar todo esto: el ruido, los andamios, etc.

No era la intención de los obreros molestar la plácida quietud de algunos departamentos. Sigan como los jubilados mirando por el agujerito de la valla y diciendo qué no debe hacerse o cómo debe hacerse mientras ellos cargan y se manchan, naturalmente. Si muchos de Vdes. hubieran hecho su trabajo, ahora no habría obreros haciéndolo tan mal, que es, créanme, como buenamente saben y pueden, con el temple que tienen (y sí, es algo muy necesario y no siempre se tiene). 

Disculpen una vez más por las molestias, lo lamentamos.