Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Del tsunami a la guerra (tenemos una épica, sin pasarnos de frenada, pero épica)


He pasado estos días por todas las fases del duelo sin habérseme muerto nadie todavía, a Dios gracias digo esto. Me las explicó Catalina Espino: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Y por muchas de ellas varias veces en el mismo día desde hace una semana al menos. Es lo que tiene ser ciclotímica o un perfecto animal de mi tiempo.
Virgen de los Navegantes. Alcázares de Sevilla. La foto está tomada del Blog El Señor del Biombo. 


Ya el domingo 15 de marzo, recién estrenada la alarma y el aislamiento, me mandaba Estrella Fernández Martos un vídeo suyo con un esbozo de lo que podría ayudarnos a sobrellevar esto del Covid19 y el confinamiento con algo de serenidad y cabeza: un tiempo que no puede estar en suspenso aunque lo esté. No para quienes no tenemos un sueldo del Estado, ni una pensión cada vez más lejos, ni tampoco trabajamos por cuenta ajena. Ni quizás para otros muchos, trabajen como sea, que sabemos que la vida no se detiene aunque la Eternidad nos espere. Tampoco tiene que darse prisa la Eternidad, eh, tenemos aún algo que hacer aquí (espero).  

¡Voy a aprovechar esto, voy a organizarme, venga! El domingo solo: 24 horas apenas.

Y es que como no estoy atenta en esta era de la distracción constante, tras el venga-vamos-organízate-piensa en el ahora … pero también, ay, ay, empieza a pensar ya en el luego- del domingo 15, el lunes 16 fue la bajona propia del autónomo que intuye lo que le espera.

La increíble bajona venía facilitada por las noticias de lo que muchos hospitales estaban viviendo, la tristeza de esas muertes de las que no sabemos nada –edad, nombre, etc.-, el desconsuelo de no poder ni despedirte ni enterrar a tus muertos siquiera. Los muertos por el Covid19 y sus familias son los grandes ausentes en todos los sentidos, se habla poco o nada de ellos.

Estar en contacto con otros autónomos por teléfono en algunos momentos no es recomendable. Salvo que uno esté de bajona y el otro se haya venido arriba, que sucede. Entonces uno ayuda al otro habitualmente. Ya dos autónomos –o individuos- que estén en el arriba-arriba del ratoncito mexicano Speedy González es estupendo, somos capaces de sacar lo que sea. Deberíamos ponernos un signo en las cuentas de twitter, fb y el teléfono para que lo supiéramos: hoy estoy de bajona y solo puedo hablar con gente que esté arriba; yo hoy arriba y tú arriba, genial, montamos un catering o lo que sea, etc.

No quiero ni imaginarme lo que es ser en estos momentos empresario con personas a tu cargo, con X nóminas a fin de mes. Que sí, que empleado tampoco, soy consciente, pero empresario me muero. Atentos, porque apuesto 10 contra 1 que van a ser muchas, muchísimas, empresas las que den aquí el do de pecho si no les ponen muchos palos en las ruedas. Creo en el ingenio humano, en personas concretas, en los equipos que forman (desde el Sr. Roig hasta el último reponedor o cajera), todas esas, tantas, que nos están sosteniendo (entre otras, Mercadona, mi amor por ti será eterno).

El caso es que tras (otra) noche de insomnio de esas que te despiertas a las 4 sobresaltada y una conversación por DM con un conocido y un “tranquilo, tranquila, nos ayudaremos mutuamente”, y como la fortuna ayuda a los audaces (espero) y soy orgullosa sponsor de Disidentia, leí este interesante artículo de Velarde que me puso las pilas la madrugada del martes día 17 a las 4.40 am de la mañana exactamente.


Al lío y ya. Esto, señores, es una guerra. Con una ventaja indudable sobre cualquier otra guerra: no hay que matar a ningún semejante afortunadamente, solo a un virus. No me digan que no tiene su trocito de épica. Y es que no sólo va a haber que matarlo, vamos a tener que sostener a la vez la vida en el mientras y en el luego, esos campos que han podido quedar desatendidos o en su caso arrasados, lo vamos a ir viendo.

Fue una ventaja leer a Velarde porque mi imagen de todo esto durante el lunes 16  era la de un tsunami que avanzaba imparable con sus dos movimientos: lo cubriré todo y me replegaré luego. Lo venía viendo clavados los pies, sin poder moverme, a cámara lenta.

El terror no sólo era la ola en sí, el parón y el confinamiento, sino a su retirada tras la cual no sólo van a estar los desaparecidos y los heridos, sino personas sin empleo, sin poder pagar alquileres, hipotecas, comercios al garete, empresas que no sé qué será de ellas. Entre las murallas de mi ciudad y fuera de ellas, nacional y globalmente, vi a mucha gente desolada y sin medios.  Sí, el drama me puede, eso también es cierto. Pero es que en esta ocasión sí es un drama.

Viví todo el martes 16 en esa ola de tsunami solo interrumpida por el Rosario de las 7 pm que rezamos algunos vía twitter, la Virgen del Carmen nos proteja. Me veía hundida, literalmente. E, increíble a pesar de mi fe y del potente imaginario católico que manejo (porque nací en los 60), de ese manto de la Virgen cubriendo a los navegantes y marineros pobrecicos, ahí todos juntos, flacos, gordos, guapos y feos, con sus redes, con sus aparejos: como buenamente podemos.

Perdí la paz, lo reconozco, la perdí completamente. Lloré de miedo, de tristeza, de incertidumbre, y no solo por mí, por mucha gente.

Atención, que lo que cambió mi ánimo a las 4.40 am del día 17 fue el artículo de Velarde y no la fe que se supone que tengo. Lo cual es para matarme, francamente. Aunque si lo piensas, la Virgen María ha podido servirse de quien Ella quiere. 

Y es que en ese momento vi que esto es una guerra y que vamos a ganarla. O vamos a prestar batalla al menos. O mejor dicho, vi que el enfoque que me puede servir para estos momentos es justo ese sin pasarnos de frenada, que por el momento comemos 3 veces. No hace falta dramatizar en exceso (que nos conocemos) y además no conviene.

Ser nieta de legionario y mujer tiene ventajas y ésta es una de ellas: planteada la batalla, visto esto como entre él, el virus, y nosotros, todos nosotros, no se trata de suspender la vida mientras la libramos –la intendencia, siempre la intendencia, soy señora, recuerden -,  sino de, con cabeza, enfrentarnos a esta guerra estableciendo prioridades, sabiendo la estrategia, los cuellos de botella y esos periodos intermedios que van a ser paz y guerra, guerra y paz, un raro continuo que Velarde tan bien lo ha escrito en Disidentia.

No será fácil desarrollarla, habrá generales, escuelas o planteamientos, pero hay gente inteligente y buena. También tengo fe en ellos. Sin saber mucho de esto, mi sensación es que no parece que esto se pueda “acabar” ni en quince días ni en dos meses. Tampoco creo que vaya a ser una etapa clara –guerra- y otra luego –posguerra con su paz- así cerradas y definidas de momento.

Candela Sande ya lo dice aquí, y casi me pisa el artículo, yo añadiría lo siguiente.

No voy a hablar de “ventajas” u “oportunidades” o de hacer de la necesidad virtud. Son simplemente otros modos de enfocar esto, de ver que una guerra contra un virus (y la posguerra consiguiente por el impacto económico que va a suponer todo esto) puede hacernos avanzar en tecnología y en ciencia.  Decía Chesterton que Dios nos pide que nos quietemos el sombrero pero no la cabeza al entrar en la Iglesia. Y con todo, lo más importante para mía, es la penúltima frase del siguiente párrafo.

Todo esto puede, debe, sacar lo mejor de nosotros, hacernos más humanos, más libres (menos siervos), más inteligentes (para libertad e inteligencia ver punto 2 siguiente).  Y si eres creyente, santificarnos. Hasta es seguro que tendremos algún héroe (lo estamos viendo).

No hay tiempo malo, simplemente éste es nuestro tiempo, año de Gracia 2020. 

Casi todos los que vivimos hoy no teníamos realmente una épica. Esto sí es épica, a lo mejor pequeña, pero épica. Nuestros hijos, los que ya son nuestros nietos, van a poder vivir con una épica real y no con los sucedáneos que se les estaban ofreciendo, esas que nos han llevado a una locura colectiva, a no ver ni lo importante ni lo urgente, ni las emergencias reales ni la realidad en definitiva con la biología -para empezar- en ella siempre por delante. 

1. No puedo ni quiero pensar lo que esto podría haber supuesto hace veinte o treinta años sin móviles, sin ordenadores, sin tecnología, sin tantos medios como los que hoy tenemos. Nuestra capacidad de supervivencia en todos los sentidos hubiera sido totalmente diferente. Ya, que sí, también esas mismas pantallas nos sirven para el descontrol emocional y la manipulación en todo esto, para huir del necesario silencio exterior e interior, del mirarnos por dentro. Pero hemos tenido, con todo, suerte. Llámalo Providencia si crees. Agradéceselo al capitalismo y a la libertad de empresa. Hasta es posible que hagas ambas cosas, se puede. Podemos “vernos”, hablar, ayudarnos aún a distancia, ver cómo otros lo están haciendo, cómo lo están afrontando, aprender mucho en definitiva. También podemos hasta demostrarnos que nos queremos cuando no podemos ni abrazarnos.

Sí, cierto, en un parte del mundo, soy muy consciente. Por eso no deberíamos a echarnos a llorar mucho tiempo, porque el mundo real también nos espera. No “nuestro mundo”, no, el mundo de verdad, con toda su pobreza y sus miserias, con todo su esplendor y su belleza.

2. Esto, y ahí sí “copio” a Candela Sande y a otros que lo han dicho mil veces mejor, puede ser un punto de reflexión (de inflexión) importante para muchos ciudadanos. Lo de ser un poco más libres y más inteligentes. 

De repente te encuentras con la puñetera vida, con la muerte, con problemas serios y no con (soy una señora y no puedo poner el sustantivo que querría en estos momentos) briznas de hierba seca mentales que estaban entreteniendo a generaciones enteras. Y abduciendo a otros que callamos por comodidad porque en Matrix  creemos que se vive divinamente

Se nos abre además ahora un territorio desconocido en el que tendremos que batallar como todavía no sabemos, que explorar con mapas nuevos. Es verdaderamente apasionante todo esto con toda la dureza que nos espera, habrá muchas lágrimas y muchas dificultades. 

Pero, con todo, yo voy a poner el simbolito de “autónomo” venido arriba en mi teléfono, en mis redes. Puedes hablar conmigo cuando quieras porque vamos a salir de esta, vamos a intentarlo con todas nuestras fuerzas. Apretemos los dientes y todoavante. 

El símbolo del cristiano, esa nun, ن,   que tantos llevan, esa cruz que Él lleva y con la que tantas familias e individuos están haciendo frente a esto –con muchas más preocupaciones que yo, con infinitamente muchas más incertidumbres y problemas- no me atrevo a ponerla todavía.