Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

domingo, 28 de febrero de 2021

El tucán

Ilustración comparativa de algunos ranfástidos de Colombia.
Fuente Internet Archive Book Images, No restrictions, via Wikimedia Commons


Llevo días pensando sobre los tucanes. Y leyendo. Es un ave fascinante, totalmente del paraíso en sentido religioso, pre-pecado original.

Me he imaginado el asombro de los españoles al ver por primera vez al ave con ese pico tan impresionante y esos colores. 

¿Qué pensarían? 

¿Quién fue el primer europeo que vio un tucán? 

Es verdad que en Europa y en España tenemos pájaros con colores fascinantes. Sin ir más lejos, el abejaruco es uno de ellos. Y está en mitad de descampados a veces. Yo los he visto en Boecillo, en unos cortados que había hacia la Vega. Y los oigo en Ávila, que no los veo. Es un ruido el que hacen tan característico, que una vez que los has oído no se te olvida. Hacia finales de agosto los oigo también aquí, asumo que se van a cruzar el Estrecho y algunos pasan por Ávila de alguna manera. 

Leo sobre el tucán y sobre Gonzalo Fernandez de Oviedo, apasionante. 

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La depresión es un pájaro negro. 

viernes, 26 de febrero de 2021

Recordar

Las grandes palabras son importantes, hay que utilizarlas a veces. Pero tampoco todo el tiempo, hay que tener cuidado. 

Me pregunta alguien, ¿es una reivindicación eso que queréis hacer?, ¿justicia? ¿el rescate de una generación, de esas que nadie habla? 

Hoy todo tiene que ser grande o sesgado. Mejor dicho, pretencioso y, por tanto, sesgado.

Y no, es algo más sencillo, más cercano. Recordar. Re-cordar. Que es pasar por el corazón de nuevo. 

Ese pasar por el corazón a mí me parece importante. 

Recordar de modo personal, sin máximas, sin etiquetas. Recordar a personas que conociste, que tuviste cerca, o que no conociste, que es complicado, porque pisas el suelo sagrado de alguien, de sus familiares para empezar. Hay que entrar descalzo.

Recordar de modo humilde siempre, sin grandes pretensiones, ni pequeñas siquiera. Respetando. Sin hacer banderas, sin hacer nada. 

Cuatro pinceladas y la admiración que queda. O las gracias. Unas sencillas gracias.

Recordar y gracias. Sin pretender nada, ni un retrato completo, ni una hagiografía -no hace falta-, nada. 

Sólo un recuerdo. Un pequeño recuerdo y ya. Con eso basta. 



jueves, 25 de febrero de 2021

Poco más

Cocino y rezo, le digo a un amigo. Y poco más. Nada más realmente. Trabajo y escribo como puedo. Y leo también como puedo. Lo que puedo. El cuerpo es el que es y el alma también es como se encuentra en este momento. Así que especialmente católica me encuentro: lo que se pueda buenamente. Ya está. 

Me alegran los bulbos del jardín. Están saliendo, a puntito. Y coincido con una prima, que ella está igual ya, oliendo y viendo la primavera. Y eso que vivimos en Castilla la Vieja. Y la fría. Pero no hay primavera más bonita que la de Castilla. Bueno, una de ellas. 

Me gusta el silencio. Y el verse las caras. Uno a uno, no en masa. Más de cuatro ya me cuesta. Pero sí, echo de menos a mis hijos. Y a mis hermanos. Y poder tomarte un vino en casa de alguien o invitar "de a pocos" en casa. 




lunes, 22 de febrero de 2021

Fuegos artificiales en la playa

Hace año y medio nos acogieron en San Sebastián a las niñas y a mí mi prima Asun y por extensión Gloria y Javier. Llegamos casi al final de la Semana Grande, pero pudimos asistir dos noches a los fuegos artificiales desde la playa de la Concha, la gran final o lo que fuera. 

He recordado esos fuegos tan bonitos, tan espectaculares, pin, pan, pun, cascada, y luego otra cascada, y cuando crees que ya se acaba, otra más, y otra, hasta llegar a la final, una flor tras otras, como dientes de león desde arriba, desde el puerto, ya no sabes desde dónde vienen. Y de repente la oscuridad de nuevo porque se acaban. Fin. 

Aquella ilusión en la cara todavía de Vikka y Zoryona andando de vuelta a casa. Y yo, una vez en la cama las niñas, intentando distinguir las estrellas desde el balcón. Esas que en Ávila tan bien veo. Cuanto más oscuridad hay, cuanto menos iluminación artificial, mejor se ve el cielo. Pero son tan bonitos los fuegos, tan espectaculares, son una gran belleza. 

También me ha venido a la cabeza el final de la "En busca del fuego", una película estupenda, brutal y cierta, un hombre y una mujer primitivos, vestidos de pieles, y el hijo que esperan -ella le ha enseñado a copular de frente- mirando la luna, el infinito ante ellos. También ella le enseñó a reírse. Lo que se dice una compañera. 

Todo esto lo he recordado al hilo de la lectura del diario "Un ser de lejanías" de Francisco Umbral que encargué al ver el documental que sobre el escritor han hecho y que está estupendamente (la vi en Filmin).

A veces algo resuena con fuerza, hay un eco que te mueve a leer a alguien. Y en este caso fue ese alejamiento de las cosas o del mundo, o al revés, el alejarse uno del mundo, esa sensación que de modo creciente se puede tener y no sabes qué fue primero: ¿el mundo dejó de interesarse en "tus cosas" o fuiste tú el que ya no te interesan "las cosas del mundo" o lo que sea? Creo que ocurre a medida que se cumplen años y que ves que el final se acerca. 

Leí de un tirón este fin de semana a Umbral, las últimas páginas ya el domingo por la tarde mientras escuchaba a Andrés Amorós y unas canciones francesas preciosas, y naturalmente tristísimas, en un podcast de esradio.  Cita el propio Amorós al inicio de su libro "Maestros y amigos", que tanto me está gustando, a Pascal y ese "Le moi est haïsable" y luego a Montaigne "Soy yo mismo la materia de mi libro". 

Doy la lata a dos hombres buenos y amables. A mí la amabilidad me interesa. Y me parece más costosa, que implica más trabajo y habilidad, más costuras y remates y silencios, la escuela de la (búsqueda de la) luz que la de los maravillosos fuegos artificiales que nos dejan con la boca abierta. 

martes, 9 de febrero de 2021

No hacer daño y ser libre

Hablo ayer con una amiga a la que no veo. Bueno, ya no "veo" a nadie, salvo a mi marido y a los que trabajan en Mercadona o en el mercado, ese es mi contacto "físico" con el mundo. 

Hablamos de libros y escritores. Le confieso mi reticencia a leer a algún autor al que le he puesto la proa. Y se la he puesto porque no soporto a quien identifico, posiblemente de modo injusto -lo que tan nerviosa me pone en alguien casi es seguro que lo tengo, por eso me da tanta rabia-, como cobarde o miserable. Es mucho mejor no saber nada. Se lee mejor. 

Caigo en la cuenta de que puedo ser también una cobarde. Primero en algo bonito y hasta agradable: antes de hacer daño a alguien -si me doy cuenta antes- me freno. Cuando la experiencia me demuestra que no acierto a decir lo que pienso sin que la otra persona se pueda doler, callo. 

Hablo con mi amiga de la crueldad. Nos espanta. Nos reímos. Somos bastante mejorables. Como las fincas esas: manifiestamente mejorables. 

Por afecto (y mi falta de habilidad, está claro) a veces no soy libre. Si sólo fuera por eso, estaría bien y sería hasta presentable. Quedarse en silencio por no hacer daño es hasta bonico (en no teniendo la obligación "moral" de tener que decir algo, que no es el caso). 

Pero desgraciadamente hay más y no es tan agradable. Empiezo (qué optimismo el mío en ese "empiezo") a ser sierva y no sólo del no hacer daño. 

No tengo nada que decir, realmente no tengo nada. 

No voy a añadir una coma a nada ni a nadie. Además porque no hay una coma que ponga ya bien en lo que escribo. Necesito un curso elemental de comas a mis 59 años. Se ha ofrecido un colega a enseñarme y voy a hacerle caso. Yo con mis comas, concentrada. 

Cuando me he sorprendido sin libertad, por algunas "buenas" razones -no hacer daño, no herir susceptibilidades-, o en algún caso por no hacer el feo a alguien, por algo que se me cuela ahí y que me espanta, he pensado que mejor un castillo interior y a mis comas, que falta me hace. 

Off. 

lunes, 8 de febrero de 2021

Tu mejor amigo es tu peor enemigo

Me regala Gonzalo los dos libros de la Marquesa de Parabere que son una mina. No sólo hay una sopa de tortuga y otras cosas casi de literatura fantástica, es que todo el libro parece sacado de la cocinas de Downton Abbey o las del Palacio de Oriente. Por cierto, no he hecho aún esa visita a las cocinas del Palacio.


La historia de la marquesa que no era marquesa es fascinante. Yo, que me sorprendo viendo una serie que no me importa nada sobre unos tipos de Wisconsin y que si el baile del instituto o unas bobadas matrimoniales que no llego a entender, me quedo pensando con pena en la cantidad de personajes interesantes que tenemos en España y sobre los que no contamos nada.

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Tu mejor amigo es tu peor enemigo. Me refiero a ese rasgo del carácter o a esa virtud trabajada que te refuerza, te hace llegar a alguna parte, ser mejor o buena en algo. Puede ser el orden, que bien entrenado es fantástico -envidiable-, pero también puede llegar a ser un amo que te esclavice. O la improvisación, capacidad de salir adelante sin planificación... algo estupendo, pero terrible si acabas descansando demasiado en ese talento, te acostumbras a posponer. Al escribir es igual, tu mejor amigo puede ser tu peor enemigo. 

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Tengo miedo a perder a Gonzalo, de que enferme. Me despierto sobresaltada con ese sueño. Intento, intentamos, hacer lo que está en nuestra mano, pero sabemos bien que vivimos en la incertidumbre por mucho cuidado que pongamos. 

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Me hace gracia cuando alguien descubre un libro que para mí es un clásico, o más que un clásico, un libro con el que he crecido. Mis lagunas lectoras son tan oceánicas que no sé de qué me extraño. Uno es los libros que sus padres tenían en casa, los que leían y les apasionaban y cuyo amor nos transmitieron.  Y había unos muy importantes y otros que lo eran menos. Y otros que no estaban. 

Fue Zweig mucho antes de que llegara El Acantilado (de que volviera, en cierta medida, a ponerlo de moda, a editarlo) y fue "El bosque animado" y muchos más. Mi tío Paco y mi padre hablando de libros, leyendo sin parar, y nosotros pasando por esa misma fiebre lectora en paralelo o a veces años después, en diferido. 

Podría escribir una lista con libros que mi padre me sugería que leyera y que no leí hasta muchos años después por una resistencia extraña. 

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Vengo dando vueltas al pastel ruso que para mí es una de las cosas más ricas que hay. Suave y ligero, no una plasta. El de Ascaso está muy bien hecho. Voy a intentarlo esta semana. 


lunes, 1 de febrero de 2021

La señora de la flor

Decía una prima mía que siempre que visita un casco histórico de alguna de nuestras muchas preciosas ciudades o pueblos hay colocado un geranio u otro tiesto en algún balcón. Y es verdad, España está llena de balcones con flores que alegran. 

Esa flor no la ha colocado el ayuntamiento, es señal de alguien que vive ahí y mantiene esa casa, ese piso, que aquello está vivo y no muerto y no es un sólo un "casco histórico" precisamente. 

A la señora de la flor no le paga nadie, lo hace porque quiere y, como diría una tía mía, para tener aquello curioso, decente. 

Ayer mismo puso una tuitera una foto de su mesa puesta para la comida, lo hace más veces. La felicité por ello, es bonito ver una mesa bien puesta, anima el alma y serena. Me contestó ella que era un modo de olvidarnos del caos. Qué razón tiene, hogar y civilización siempre. 

Escribe ayer Vidal en El norte de Castilla que el primer deber moral que tenemos es mantener la cordura en estos momentos. Y también estoy de acuerdo. Creo que intentar ser la señora de la flor es un modo de hacerlo.