Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

lunes, 19 de diciembre de 2022

El hombre curvado sobre si mismo

Hace muchos años alguien me contó que fue Lutero quien había escrito que el hombre era un ser curvado sobre si mismo. Este verano leyendo a Luri vi otra vez la referencia, si mal no recuerdo. A mediados de noviembre en clase de Estética volvió a salir el tema, y el profesor Bueno, que se educó en los agustinos (además de más cosas), me dijo que la frase no era de Lutero, sino del mismísimo San Agustín. 

El caso es que lo de curvarse sobre uno mismo es un tema que me ha preocupado de siempre. Tenemos necesidad de mirar para dentro, de una vida interior (ascética y no ascética, con nosotros mismos, con nuestra conciencia, un largo etcétera, vida interior en sentido amplio del término). No se puede vivir sólo para fuera. 

"Entrad en vuestra habitación interior" les decimos a los niños en catequesis. Se lo decimos para enseñarles a rezar, pero sabemos que les servirá más allá de la oración.

A la vez, creo que hay un cierto peligro en ese volverse hacia dentro... no sé si por exceso (creo que no), sino más bien por desvío, deriva, llámalo zeta. Un desvío que puede causar ¿la enfermedad?, ¿la caída -original o la frecuente-? En fin. Nuevo largo etcétera. Los años casi seguramente. 

Vi hace unos años dos series que me gustaron, nihilistas ambas, pero decentes. Hay un nihilismo decente, creo. Bueno, vale, un poco de postureo también, pero ambas me parecieron bastante honradas. Me reí bastante con las dos y me hicieron pensar. 

"After life", británica, con Ricky Gervais, un viudo inconsolable que no quiere vivir sin su mujer (muy comprensible esto).  La otra es "El método Kominsky", esta con Michael Douglas y con mi adorado Alan Arkin que le roba a Douglas media serie y que hace un personaje genial ("spoiler": es un ser "fastidious", ver más adelante...) 

Las dos series van sobre la vejez. Quizás la primera más sobre la soledad en el envejecimiento. En ambas salen ese tipo de personas que ya han pasado los 50 (y muchos en la segunda) y que a veces ya no entienden el mundo en que viven, no les gusta. Es una mezcla de sentirse "fuera" y otra mezcla de cosas.

Algunas tienen que ver con esa tentación tan frecuente de pensar que casi todo el mundo es imbécil. Está mal esto, porque a veces el imbécil es uno. Pero el caso es que, no sé, un ejemplo, enciendes la tele o la radio o lees a h o b y dices "no cabe un tonto más". Pero caben. 

Chesterton dice que esto es comprensible porque todos hemos odiado a la humanidad cuando estamos enfermos o en un autobús lleno de gente, que el problema es cuando creemos que esto es un signo de "aristocracia" (él pone a Nietzche como ejemplo) y ahí si que no: entonces es un signo de los débiles de nervios. En fin, eso. Ser "fastidious" (petardo, que todo te moleste, quisquilloso, en fin, hay mucha variedad en esto) se permite, pero no que se crea uno que eso es porque uno es mejor que otros. 

El otro día vi una película que me encantó, "La belle époque", con Fanny Ardant y Daniel Auteuil. Salvo una cosa horrorosa sobre el aborto -da mucha pena- y unas "escenitas" que no hacían falta (estoy como mi madre, Dios la tenga en su gloria), la película creo que aborda ese demonio del medio día -esto es muy francés, como la peli- que, creo, es el más frecuente en algunas edades, pongamos a partir de los 50 y bastantes. 

Es el demonio del no entiendo el mundo, no me gusta y en consecuencia me hago un ovillo, ea. Aparte (o antes, oh, cielos), al mundo tampoco parece que yo le interese para nada -ni mi opinión, ni lo que pienso, ni lo que sé, ni nada-. Ajá, puede que esté ahí el tema o gran parte del tema en algunos casos. 

Re-cordar es volver a pasar por el corazón. 

Es algo que hay que hacer a menudo en el matrimonio, en la amistad, en la fe. En todo, creo. Para re-encantarnos (y re-crear/nos, los "mundos posibles" se hacen así) no en plan lelo, pero sí para no acabar siendo el inmenso petardo  (comprensible, pero petardo) que es Daniel Auteuil o Alan Arkin. Para pasarlo uno mejor. También para que con-vivir con nosotros sea más fácil; y porque la vejez tiene ese enorme peligro de curvarse sobre uno mismo no en exceso -nunca hay exceso de vida interior, creo-, sino malamente. Y no. No se puede vivir así. 

¿Que hay una parte de curva sobre uno mismo "causada" porque el mundo te aparta -y media humanidad es imbécil (incluyéndonos)- ? No voy a negarlo, es evidente y más en nuestro país donde a partir de los 40 y no digo los 60 estás fuera de todo lo "laboral", hayas hecho lo que hayas hecho. Es igual. Hay otros datos que añadir a esto, pero no hace falta. 

No se lo demos en bandeja. Ni al demonio ni al mundo. 

Volví a recordar a  René Girard esta mañana. El deseo mimético y la violencia que nos hace ya no fuera -que la hace-, sino por dentro.  En la vejez está también ese deseo mimético (como en el feminismo, como en tantas cosas). Pero esto da para otro post.

lunes, 24 de octubre de 2022

Del estilo remordimiento español al frío uniformizador

Mis primas por parte de madre y yo acuñamos el término "remordimiento español" para llamar así a aquellos muebles de nuestra abuela de rotunda y pesada madera, oscuros, difíciles de mover, a veces con curiosas formas talladas, incluso creo que recordar unos del comedor con patas con esculturas de senos femeninos. ¿Cómo podía tener nuestra abuela semejantes muebles? 

El caso es que desde los 50 hasta finales del siglo pasado la cosa del confort hogareño ha mejorado notablemente en España. Para todos afortunadamente. Pero mientras mejoraba, también permanecía un estilo que podemos llamar "burgués" de personalización y calor: butaquitas tapizadas con telas elegidas cuidadosamente, mueblecitos heredados o encontrados en algún chamarilero, regalos de boda incluso, compras a lo largo del tiempo. Así recuerdo la mesa de comedor de mis padres, que ahora tiene mi hermano Paco, la pequeña librería con puertas ahora en casa de Juan o la mesa de comedor de Boecillo que yo tengo. 

En este siglo todo es más uniforme, en mi opinión a menudo más frío y más feo. Me gustan el espacio y la luz, pero me espanta la frialdad que veo. Ni la acumulación ni la celda. Y eso que me gusta el Císter... para visitarlo, no para vivir en él. 

Entre ese oscuro estilo remordimiento español y esa cosa a veces tan heladora nórdica hay más posibilidades. Pero hay que dedicar tiempo. El ojo se educa. Como el corazón. No, no es sólo dinero ni principalmente. 

martes, 11 de octubre de 2022

Lo personal es político. Lo político es personal.

Lo personal es político. O, más bien, lo político es personal en muchos casos.

Lo hablé con X hace años. Detrás de muchas posiciones sobre temas "políticos" –así, en amplio-  hay biografía. Simple y llana biografía: anécdotas, sucedidos, dardos, heridas, encontronazos. Vida pasada. 

Yo, como Jiménez Losantos, no puedo con el comunismo. Él porque fue comunista. Y yo, qué cosas, confieso: más allá de temas de profundidad, que claro, “básicamente” es que tuve un novio comunista. Que era imbécil y me dejó plantada. Por eso intento no escribir sobre comunismo. Porque sé que no soy yo quien critico: es la Aurora casi adolescente y dolida por aquel daño.

Aún. Sí, aún. ¿Qué pasa? Soy una romántica.

Más.

Leo (podría ser escucho también) a alguien que me parece furibundo. Y, sobre todo, que me parece terriblemente injusto en lo que concluye.  No puedo con lo que creo injusto. No puedo con lo desmesurado. Y eso que me mola la cosa ignaciana o española de o todo o nada.

Hay que criticar. Es sano. La crítica bien hecha suele servir siempre. Pero también a los toros hay que torearlos. Y no todo el mundo puede. Ni, desde luego, sabe.

Cada uno valemos para una cosa: yo cocino maravillosamente, otro escribe que te mueres y otros son capaces de hacer algo con 267909 personas diferentes, de su padre y de su madre, dando la vara, con sus egos, con sus historias… en fin, "algo": llámalo departamento universitario, empresa, partido… no sé, "algo" que conlleve "algo" más que yo y el folio en blanco o que yo y las patatas, que nos lo guisamos y nos "lo" comemos solos. 

Cuando leo a quienes admiro caigo en la formidable labor de decantado que conlleva tanto la escritura de ficción como…  ¿el columnismo, el ensayo? Rellene como quiera. Da igual.

Escribir es una labor (creo, tengo poca experiencia) de mucho silencio (exterior e interior) y poco público inmediato. De medirse uno mucho. Y no por resultar “centrado”. Sino por ser “ajustado”, no digo ya "justo". Para que no te puedan las tripas. Bueno, sí, hay cosas escritas con las tripas que tienen mucha, muchísima, gracia. Pero en general, ay… ¡qué gran labor de ascesis es la del escritor! Sea ascesis religiosa o sea de otro tipo. Menudo trabajazo. La distancia a veces es necesaria.

Detrás de muchos mandobles (que nos pueden hasta chiflar, según gustos o espantos) hay un florete elegante esperando a ser descubierto por alguien que se dé tiempo. Más eficaz. Más noble. Más certero. Menos, quizás y también, biográfico.

Yo todavía estoy esperando a poder escribir sobre el comunismo –un decir, para esto está JLS, me río sola- sin aquel novio que me rondaba a los 20 años.  Rondaba, digo, ya me gustaría… llamarle novio o algo. Lo dicho. Al escribir el ajuste de cuentas vital en directo o en diferido –somos humanos- es fácil. Pero detrás hay algo más grande. Creo. Me parece. No sé, me puedo equivocar con esto. Va en gustos. Y va, desde luego, en patios. 

Y esto mismo es un ejemplo de un formidable cabreo momentáneo. Con distancia lo escribiría mejor y más ajustado. 

domingo, 25 de septiembre de 2022

Bien es bien

 -¿Cómo te parece el redondo?

Le pregunto a Gonzalo sobre la carne que estamos tomando

-Bien

Me contesta así mientras sigue comiendo. Me sienta, francamente, a cuerno quemado. Qué curioso esto.

Puede ser el tiempo o las ganas que pongo en cada comida que preparo. Pero puede ser también esa servidumbre que re-descubro de la mano de Sherry Turkle en su libro “El arte de la conversación” cuando cita la paradoja de la elección, la teoría de Barry Schwarzt. Vamos a ello.

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Barry Schwarzt (resumo mucho esto) explica que nos dividimos entre “maximizadores” (optimizadores dicen otros) y “satisfizadores” (lo han traducido así, ya lo siento). Los primeros buscan la mejor alternativa, la mejor posibilidad. Serían, sólo en cierto modo, perfeccionistas. Los segundos no se detienen tanto en buscar “lo mejor”, suelen estar contentos con lo que se les ofrece e intentan maximizarlo.

Turkle menciona esta teoría para explicar cómo hoy el mundo digital nos hace desarrollar la psicología del maximizador, dado el amplísimo mundo de posibilidades que se nos ofrece a través de las pantallas.

Y lo aplica, en concreto, al contexto del ligoteo o las relaciones amorosas y cómo determinadas aplicaciones, así como la exposición propia y ajena continua, han ampliado la (supuesta) posibilidad de “encontrar alguien mejor”, lo que lleva al mariposeo, a una permanente insatisfacción y a una (agotadora) adolescencia.

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Más allá de la referencia a dicho ámbito, no menor, caigo en la cuenta de que frecuentemente y en diversos campos llego a pensar que un simple “bien” no es suficiente.

Tal ha sido mi caso ante el bien por “mi” redondo, para el que yo esperaba… ¿pero qué narices esperaba?, ¿una vuelta al ruedo? En fin. Soy hija de mi tiempo.

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Una primera explicación es que en general la aprobación ajena nos sea muy importante hoy. Otra que un simple bien ajeno o hasta propio –sí, también y sobre todo propio– no nos baste.

Voy a dejar la primera cuestión de momento fuera. Y me centro en la segunda.

 Efectivamente, hoy un bien no nos parece “bien”. Y si no, atención a las expresiones siguientes

¿Es guapa? Está bien…

¿Cómo lo pasasteis? Bien…

¿Cómo te salió el examen? Bien…

¿Qué te pareció el libro? Bien…

Un bien nos suena a menudo a poco. Nos suena insuficiente.

Pedimos, damos… y, lo más importante, esperamos de nosotros mismos… más de un bien en eso que hacemos porque ese escueto bien hoy es, chocantemente, como hacer de menos.

Es, por un lado, la sociedad de la hipérbole, el agotador hype, como lo es, a la vez, de la simple ceguera: no vemos todo el bien que hay en un bien. No lo reconocemos.

Un buen hombre es ya bueno. Una casa que está bien ya es algo para estar contenta. Escribí esto y está bien, sencillamente. ¡Qué bien! ¿no?  Y al redondo, o este vino, hay que darle un simple, estupendo, escueto y ya expresivo… bien, ¿cuál es el problema?

Estoy esperando las clases de Ética de este año. Confío que la excelencia y la virtud sean compatibles con un bien

De momento, por intuición y también por experiencia, creo que parte de nuestros males modernos provienen de no ver el bien, todo el bien, en todos esos (muchos) bienes que consideramos hoy insuficientes. En el necesitar o echar de menos un “entusiasmo indescriptible”, que diría un humorista español, un “esto es la repera” en y ante todo lo que acometemos. Insisto: no en la mirada de los demás siquiera, en nuestro propio ojo o juicio.

Por no encontrarnos con un simple bien, tal es nuestro miedo, a veces no hacemos algo: algo que vamos a hacer sencillamente bien, sin más. O no lo acabamos. O saltamos de una actividad a otra. O de una persona a otra. Sucede.

Es una mesa bien puesta. Es un artículo que está bien. La boda estuvo bien. Ese vestido te queda bien, sencillamente. Están bien esos zapatos que llevas. Es un político que está bien. Esto que has dicho o hecho está bien. Nuestra amistad está bien. Mi matrimonio está bien.

Bien está bienBien es bien. Y no es conformarse. Es no estar ciego ni ser un petardo adolescente.

lunes, 19 de septiembre de 2022

El cuidado ("Más acá de los Romances")

No conozco personalmente a Antonio Castillo Algarra, pero me habló de él uno de mis hermanos y empecé a seguirle en redes sociales hace años. Descubrí así la Asociación para la Libertad y las Artes Baltasar Carlos, interesantísima en sus actividades y, con ella, varias iniciativas culturales que promueven, entre otras, el teatro. Con lo que a mí me gusta el teatro.

Me perdí por diversas razones “Oro y Plata de Ramón” y la representación de “Más acá de los romances” en Alcalá de Henares hace unos meses, así que me propuse que, sin falta, este pasado sábado 17 iba a asistir sí o sí a la representación de “Más acá de los romances” en el Real Coliseo de Carlos III en San Lorenzo del Escorial.

Disfrutamos todo. Lo pasamos en grande. Me emocioné escuchando algunos de los romances que yo aún pude oír cantar en mi infancia a mi abuela. Sí: en los 60 todavía se cantaban en algunas casas, en los pueblos desde luego. Luego, en mi adolescencia, se los oímos a Joaquín Díaz, que tanto nos gustaba.

Me reí también con la obra: qué falta (nos) hace el humor fino (y qué bien puesto está en este caso).

Pero, sobre todo, me quedé admirada. Y muy agradecida.  “Qué belleza”. No pude menos que mandarle ese mensaje a Antonio nada más acabar la obra.

“Más acá de los romances” es “un retablo biográfico musical”, que así dice en el folleto, escrito por Antonio Castillo Algarra e Ignacio Rodulfo Hazen. Es el relato –pero sí, efectivamente un retablo, qué bonitos los retablos, por Dios de una doble historia de amor, la de Ramón Menéndez Pidal y María Goyri y la de su afán, su trabajo, el de ambos, por recuperar el Romancero.

Está contado inicialmente desde un Ramón ya anciano y viudo que habla con su hija Jimena. A partir de ahí hacia atrás, ocho actores elegantísimos, medidos, versátiles, con y en gracia en el pleno sentido de la palabra, texto, canciones, baile, todo ensamblado, hecho con cuidado, nos cuentan y cantan algunos romances y la historia de Ramón y María.

Mi agradecimiento y admiración por lo que han hecho For the fun of it junto a la Baltasar Carlos con “Más acá de los romances” es precisamente por el cuidado, que es el amor que se pone en algo.

Cuidar es ya mucho. Cuidar realmente lo es todo. Cuidar es a veces lo único y más importante que vamos a hacer en nuestra vida. Cuidar a una persona, cuidar una casa, cuidar de lo que se trate. Para sostener lo que sea hace falta cuidarlo. Y en este caso, sin solemnidad, sin grandilocuencia, como lo que es nuestra historia, nuestro legado, sin pretender, “reivindicar” nada. Sólo re-cordar –que es volver a pasar por el corazón–.  Cuidar y re-cordar.


La historia, la literatura, no se merecen petardeos ideológicos, creo que tampoco intelectualidades. Madredelamorbendito, la cantidad de petardos que hay de todo tipo con todo lo que (hay que, podemos) hacer. Y nada, que nos enredamos. En fin.

Finura de oído, de vista y de corazón. Admiración, asombro, reírse (también) encontrándonos a nosotros mismos en el pasado. Porque somos hijos y nietos del Romancero, como lo somos, en otro grado, de la Iliada.

¿Qué me gustó más? Es muy difícil decirlo. Dos cosas muy sencillas, como “pequeñas”: la recreación de Ramón y María andando por Castilla, el baile “de los arbolitos” (que me recordó todo el encanto del teatro escolar, y esto no es un desdoro, es toda una alabanza) y ese juego hombre-mujer, esa especie de reloj de dos caras, con motivo del romance de la doncella guerrera. Escenográficamente (como ocurre también con el vestuario) no puede estar más eso… cuidado. En fin, una gozada.

Coda:

Cuando empecé el Máster de Humanidades en la Francisco de Vitoria el año pasado el profesor Salvador Antuñano nos habló en la primera clase de la importancia de “el legado”: conocerlo, valorarlo, transmitirlo y, en la medida de nuestras posibilidades, acrecentarlo. El legado cultural, el español, el hispano, el occidental, en fin, varios. 

Más adelante, otra profesora, Victoria Hernández Ruiz, emocionada –como sólo puede hablar un buen profesor, apasionadamente de lo que ama nos contó del Romancero.

En otra clase el profesor Clemente López González nos explicó la ruptura de la cultura entre “baja” y “alta” que se produjo con la Ilustración en España.

Me he acordado de todos ellos, de lo muchísimo que les gustaría esta obra, así que les he escrito: profesor, no deje de ver esto, no puede perdérselo, por favor, vaya.

Ahora hace falta que teatros, ayuntamientos, no sé, universidades, a quien corresponda, lo incluyan en sus programaciones, porque “Más acá de los Romances” es un tesorito sobre un tesoro nuestro grande.  Un tesorito cuidado. Es mucho, de verdad, es muchísimo. Es lo más importante: cuidar algo. 

domingo, 11 de septiembre de 2022

Pobreza de España

Hace años en mi familia (extensa) teníamos un dicho: no hay como ser la (o el) pobre "oficial", ese o esa al que los demás compadecen siempre por su situación. Situación que puede llegar a ser un comodín -una palanca-... para algo. 

Y sí. Hay personas que son las pobres "oficiales" por algo. 

Bueno, en mi opinión somos todos bastante pobres siempre en general y por tramos. Pequeños, a veces miserables, dignos de compasión todos y en todo caso. No hay nadie que no sea pobre. 

Pero hay grados de pobreza. Y, sobre todo, hay grados de pudor al publicitarla. Y desde luego al utilizarla

Porque más allá de la misericordia y amabilidad que todo ser humano merece (porque somos todos pobres de solemnidad en cualquier caso), resulta que hoy el victimismo arrasa. 

El ir de víctima, el hacer un puñetero chantaje en muchos caso, el servirse... de lo que sea -fundamentalmente de dar pena por algo- para lograr algo. Fundamentalmente que te hagan (algo de) caso. 

Entre estos pobres, cuyo título sólo es comparable a la grandeza de España (así lo decíamos en casa con cierta guasa, fulanito tiene nivel, es "pobreza de España"), la "mosquita muerta con pobreza de España declarada" es un singular espécimen que merece párrafo aparte. 


No hay como ir de pobre damisela... enferma, abandonada o abrumada por no sé qué terribles pesos que el resto de la humanidad no soporta ni ha soportado... para que te hagan caso. 

Las mosquitas muertas han ejercido una atracción atávica y tradicional sobre el sexo opuesto. Hay caballeros aún, pero también caballeros que no se paran a pensar un poco, vamos, un rato. 

Las revistas femeninas, también gran parte del feminismo militante de reciente hornada, viven en gran medida de esto: en vez de esa espantosa palabra de "empoderar" a alguien  -darle un meneo y una palmada en el hombro, se dice en mi barrio- y decirle que pa´lante y que tú puedes, guapa (y ayudar, por supuesto),... pretenden que otras vivan con el eterno ay... Y sobre todo: del eterno ay. 

El eterno ay de cómo me salió este maromo...

El eterno ay de yo, que tengo esta enfermedad que no tiene nadie...

El eterno ay de que como tengo 50 años ya no intereso a nadie (profesional, afectivamente, rellene Vd. lo que crea oportuno)...

Pasa. 

Hay que tener cuidado siempre. Temple se llama. Sentido del humor también. 

La queja femenina es más antigua que la Tana. El diablo sabe bien lo que hace y cómo y a quién se lo hace. Y las mujeres somos distintas a los hombres. Esto de la víctima y la queja es muy nuestro, lo sé porque soy señora. 

A los 30. A los 40. Solteras y casadas. Viudas. Con hijos crecidos. Con hijos infantes. 

Negaos a tener ese titulo de pobreza militante. Negaos. 

Niégate a dar pena.  Mejor dicho: niégate a utilizar esa pena, no seas... mala. 

Tranquilas, todos somos dignos de dar pena por temporadas o a ratos. Todos. Todas. Pero NUNCA debe utilizarse eso como arma. 

Los pobres, los pobres de solemnidad, tienen la dignidad para aceptar (y pedir) que te echen una mano... y, a la vez, para no hacer nunca palanca con ella.

Y a las mosquitas muertas se les espanta, no dejas que te chupen la sangre. Se lo podría decir a varios, pero espero el encuentro personal con un vino por delante. 

sábado, 10 de septiembre de 2022

Sentido de la medida

Tengo querencia por algunos caracteres desmesurados, el de algunos santos, como Ignacio de Loyola, o algunos artistas inmensos. Pero fuera de la falta de la medida que es la santidad o la creación a veces, la mesura a mí me parece en líneas generales algo conveniente.

Vivimos en un hype continuo. Asumo hay que seleccionar con tiento la exposición a medios y redes. Porque hoy todo se saca de madre, da igual lo que sea.

Cuando quiero ver las últimas noticias, leo el Apocalipsis, creo que decía Chesterton. Qué razón tenía. 

Murió Isabel II, una oración por ella. Vale, bien. Entiendo que es noticia. Pero es como si no existiera nada más. 

Ni los 3 días de luto y el papanatismo de tantos medios patrios (madre de Dios, lo que hemos tenido que ver de conductores y tertulianos estos días, cuantísimo indocumentado tenemos), ni tampoco, por otro lado,  tanto imbécil tuitero a machamartillo con la pérfida Albión. Pero qué atajo de mezquinos y pequeños hay, como en los cuartos de baño de las carreteras, parece que hay que dejar escrito tu garabatito en la puerta. 

Hoy hay que ser no ya afín, hay que ser partidario a muerte de quien sea. 

El hooliganismo arrasa y con las personas es letal, destruye siempre. Ayusistas, olonistas, me es igual. Me tomo bastante en serio el (por otro lado un espanto de canción) "No adoréis a nadie más que a Él". Falibles todos, todos imperfectos. 

Hoy no basta con decir "me ha gustado esto tuyo" o "esto que ha hecho Z está muy bien hecho", hay que entrar en una espiral de halagos, adhesiones inquebrantables y, en otros casos, bombos mutuos que dan a menudo vergüenza. 

Me vuelvo a mi traducción y a estudiar el examen que tengo en breve. Porque yo no estoy para nada a salvo de esa falta de mesura. Y me temo. O se es medido, por don del Altísimo o virtud personal, mi admiración siempre, o es mejor estar a distancia y en silencio. Pues eso. 

domingo, 4 de septiembre de 2022

Trabajos de amor y un cielo estrellado

Con algunas películas del cine francés me siento conmovida. Hay un modo de mirar a las personas, al campo, a los objetos, que me encanta. 

Acabo de ver Le facteur Cheval, traducida como El palacio ideal, de Nils Tavernier, el hijo de Bertrand Tavernier, una historia delicadamente contada. 

No tuve duda alguna de que el protagonista, el cartero Cheval, era un hombre al que le podría pasar "algo" cuando su personaje, ante la vista de Laetitia Casta, no cae de rodillas. Esto, que parece una broma, no lo es. Además de un papel precioso y de ser una estupenda actriz esta mujer es descacharrante de guapa. 

La muerte en la época -la historia comienza en el siglo XIX y acaba en 1924- formaba parte de nuestra vida: muertes infantiles a miles; muertes habituales de madres, tanto viudo siempre. También la separación de hijos de sus padres era  abundante a edades relativamente tempranas. Así que ese modo de no reaccionar ante la desgracia en los primeros cinco minutos en que se nos presenta a Cheval no da muchas pistas iniciales. 

Todo el tiempo esta película me ha recordado a nuestro Justo de Mejorada del Campo y su catedral. Pude hablar con él en dos ocasiones y la sensación que tuve fue parecida a la que he tenido al ver Le facteur Cheval. 

Hay trabajos de amor que nadie entiende, que son inexplicables, incomunicables, vidas dedicadas a algo fuera de lo normal o esperable. Sí, posiblemente ayude tener algún tipo de rasgo que te haga inmune a lo que los demás digan para poder volcarse 33 años en una tarea que es un sinsentido a los ojos humanos. 

Además de una buena historia real de base, hay un guion finísimo y unos actores medidos y sólidos. Ver a Jacques Gamblín como el cartero Cheval  ya mayor es impresionante, cómo clava lo que es anciano ensimismado. 

Hay también un cielo estrellado y un padre y una hija hablando mirando a la estrella más brillante, Sirio, ahí en lo alto. El mismo cielo con las luces abajo y un baile con que se cierra la película. 

El palacio, como me ocurre con la catedral de Justo, es lo de menos, Dios me perdone. Bueno, personalmente a mí me espantan ambos, palacio y catedral, pero es que da igual. No va de resultados, va de seres místicos, tocados, de personas que viven no al margen, sino elevados. 

El difícil equilibrio de los árboles

Árboles enormes, gigantes, no árboles del otro lado del Atlántico o de bosque siquiera, árboles de aquí, de ciudad, ahí plantados, que han crecido mucho, que ahora dan sombra y fresco. 


Cuando bajo a Madrid y paso por el Museo del Prado siempre me quedo admirada y agradecida por todos esos árboles que alguien plantó, impresionantes ahora, auténticos gigantes a los que se ató, con muy buen juicio, la baronesa Thyssen hace años. Mi hermano y yo estamos de acuerdo en que Tita hizo fenomenal: no se podía talar esos árboles. 

Me acuerdo de Ideafix, el perrito de Óbelix, llorando cuando se corta un árbol. Yo soy igual, quitar un árbol sólo si no hay otro remedio. 

Sombra, fresco, automáticamente varios grados menos, verde que da descanso. En mitad de Castilla andando busco árboles. Hay encinas enormes, hay chopos que resisten mil embates, castaños de indias plantados en Ávila que, como en los del paseo del Prado de Madrid, son hoy gigantescos, aunque a medida de Ávila, más chiquitos, más de provincia, pero fantásticos. 


Luego están esos otros árboles de jardín que alguien plantó y has visto crecer, poco más que un palito y cuatro hojas y tienes ahora una sombra benéfica bajo la que sentarte. No una sombra  en nuestro caso "impresionante", pero sí una sombra muy agradable. Pero son muchos años los que cuesta conseguir una sombra de un árbol. 

En esto hay dos bandos a veces irreconciliables. Los del árbol que dé sombra, y los del jardín con césped y poco árbol, que entre el sol y corra el aire. Lo tengo muy visto en nuestra urbanización y en mi familia. Yo quiero árboles, pero necesito luz, y a veces es un poco complicado ese equilibrio entre la luz y sombra de los árboles. 

Mi marido es de los que plantó en nuestro jardín árboles -manzano, cerezo, ciruelo, membrillero, madroño y dos árboles del paraíso- y arbustos como el endrino, que no llegan a ser propiamente árboles. La mayoría de nuestros vecinos tiene muchos menos árboles, algunos ni uno, otros alguna encina que no cortaron cuando urbanizaron. Sus jardines son extensiones de césped o grava, limpitos siempre, impecables. El nuestro en cambio se llena de hojas, cuesta más "limpiarlo" y corre el riesgo de ser en exceso sombrío, lo que agradecemos en verano, pero contra lo que lucho porque necesito que entre luz en la casa y en especial en la cocina, donde paso muchas horas. 

Cuando llega el invierno, en diciembre, y hay que podar, llamo a los chicos, es demasiado trabajo para Gonzalo. "Sólo el seto, Aurora, los árboles no" me pide, el pobre. Pero al final acordamos que poden todo, y el árbol del paraíso de delante de la cocina más, porque crece tanto con el sol del sur, que me quita la luz en verano. Este año tuvo Gonzalo que podarle otra vez en julio porque no veíamos, y eso que le habían dejado corito, desnudo casi. 


sábado, 3 de septiembre de 2022

Levantar la casa

Son curiosas las expresiones que utilizamos. Levantar la casa, por ejemplo. Puede querer decir edificarla, pero también vaciarla de un modo rotundo. 

Esa relación especial que establecemos con la casa donde vivimos muestra uno de los aspectos más dolorosos cuando tenemos que levantarla, vaciarla, y no para mudarse. 

Las mudanzas tienen mucho de ansiedad, pero a menudo también de esperanza: la vida, qué cosa, resulta ser trasladable en parte de su "estructura" a otro lugar. En cambio, levantar la casa tiene algo de extinción, de liquidación, de corte rotundo, una tristeza honda y a veces inconsolable. 

Así ocurre cuando vendes la casa de tus padres. A veces, con suerte, puede quedársela un familiar. Y aunque a menudo habrá que vaciarla y repartir los muebles en su caso, al menos sabes que ese espacio seguirá perteneciendo a alguien que lo amó, que lo ama. Y tú podrás volver a él de vez en cuando. Tienes así una sensación de continuidad, un ancla arquitectónica, que es al fin y al cabo un ancla vital. No hay ese hachazo de levantar la casa. 

Una amiga que estuvo este verano en nuestra casa estaba en el trance de reparto de muebles o de ponerlos en venta antes de que su hermano se estableciera en la casa de sus padres, ambos fallecidos. Hablamos de la suerte de que alguien de la familia pudiera vivir en ese espacio. También de los muebles, movibles, que uno quisiera, ay, ver preferiblemente desperdigados en la casa de alguien conocido antes de poner la foto en un portal de segunda mano o tener que emprender las gestiones con alguna casa de subastas si son de cierto rango. 

Hablo con otra amiga que tuvo que levantar su casa y repartir muebles en varios sitios, una suerte de diáspora, antes de venirse al otro lado del charco, a España. Van a ver un piso nuevo estos días. Y está lógicamente ilusionada por la posibilidad de poder amueblarla esta vez a su gusto. Ha vivido en un piso de alquiler amueblado. Iremos a Astudillo a buscar telas. Le cuento las maravillas de esa tienda en la plaza. 

Poner una casa, qué alegría, es justo lo contrario que levantar una casa. Deberíamos tener siempre una casa que poner, da igual que no sea la propia, tener a alguien cercano que nos cuente sus planes para el cuarto de estar o si va a cambiar o no esa estantería, poder imaginar con alguien cómo quedará esto o aquello, si conviene o no cambiar esa mesa de lugar. Nunca se acaba de poner una casa. 

Ese pasillo largo, largo, de la casa en la película La familia de Ettore Scola. Esos garabatos a lápiz en un marco de una puerta señalando las alturas de los niños. O ese pequeño hueco que sólo tú conoces y donde te quedabas sentado mirando a las musarañas. La tapicería de toile de jouy verde con dibujos pastoriles donde te apoyabas para que te pinchara el practicante. 

¿Mudanza? Un nuevo párrafo. 

¿Levantar una casa? Cierras capítulo, quizás libro, y tienes que colocarlo en un estante. Y a veces no le encuentras sitio. 

¿Poner una casa? Estado mental envidiable.








jueves, 25 de agosto de 2022

Serenidad y pánico

Vi en casa con unos amigos "13 vidas", la película sobre aquellos 12 niños y su entrenador atrapados en una cueva en Tailandia y cómo los sacaron. Dejo para otros la crítica cinematográfica y más técnica (sí, es larga la peli, soy consciente) .

Quien no quiere que le destripe la historia, que no siga leyendo, aunque lo que pasó ya se sabe: es como si te pones a ver un partido en diferido del que conoces el resultado... aunque no obvia la emoción de cada balonazo en este y otros casos.

Creo que hay varios documentales al respecto que veré, porque todo me parece impresionante por varios motivos.

El primero es el entrenador. Estoy fascinada con alguien que durante 8 días mantiene la calma no sólo él, es que hace que se mantenga la calma entre adolescentes en mitad de la oscuridad y en un cueva. Por lo visto había sido monje budista antes y les hacía meditar. Bueno, en cualquier caso me hizo pensar mucho en la capacidad de liderazgo y servicio, ¿términos hiperónimos, hipónimos?...

El segundo es el sentido de equipo de los muchachos: somos jugadores de fútbol, somos equipo, nos ayudamos los unos a los otros, nos apoyamos. Sin palabras. Edificante. 

El tercero es el de los "achicadores de agua" que trabajaban en paralelo, otra labor admirable y como imposible. Era como achicar el mar casi en mitad del monzón aquel. En fin, pues nada, ahí estaban, achicando agua para que no entrara más en la cueva. Parecen como menos que los buzos, pero no, los achicadores son clave. Los campesinos que dejan que inunden sus campos, joer. 

A todo esto, la oración, venga a rezar, a lo thai, que cada uno reza como sabe. La diosa tumbada. Me es igual. Los que no achican ni bucean están rezando mayormente. 

Ah, sí, la prensa alrededor, siempre hay prensa, pero... ¿qué hacen? Pues que ni transparencia ni nada, había  que ocultar a la prensa lo que pensaban hacer, porque lo que faltaba era gente molestando o cuestionando un plan de locura, que lo fue. Ya, el gobernador, los militares, los seal tailandeses, aquel llorando, hay más protagonistas. Sería largo. 

Los que parecen que son protagonistas, y lo son, pero no sólo ellos, los buzos, Colin Farrell y Viggo Mortensen, aquellos dos voluntarios, uno consultor informático, go figure, el otro bombero. Y aquel anestesista con un plan descabellado, totalmente descabellado, pero es que no había otra. Era eso o nada. Y los otros que vienen. 5 horas buceando sin ver nada, sin ver nada. Y la vuelta con "el paquete".

Jolín, que los sacan. Que es un puñetero milagro, 13 milagros. 


Y sí, el pánico. Con lo que me he sentido más identificada. Porque el pánico existe. Y pasa. Y no pasa nada. Una puede caer presa del pánico y hay compañeros que te ayudan. Hay que tener compañeros buceando. Hay que saber que el pánico es humano. Tan humano como el heroísmo. No es pavor, es pánico. 

Me ha parecido tan actual esa cueva, agua, mucho agua, oscuridad, miedo, personas heroicas, resistencia, muchos achicando, "planes" de locura que humanamente tienen casi cero posibilidades de salir, rezar esperando un milagro...  En fin, la vida. 

Me decía un hermano mío que con esos mimbres Clint Eastwood hubiera hecho una obra de arte, bueno, vale, no es el caso, pero la historia vale la pena y la película. Insisto: es la vida. 

miércoles, 20 de julio de 2022

De cómo el Hermano de la Salle Jesús Puente deja el cazamariposas apoyado en el quicio de la puerta

Delibes tituló Un mundo que agoniza[1] su discurso de entrada en la RAE en 1975. Yo, que veo con pena ese mundo rural en extinción, aunque aún tengo algo de esperanza, observo alrededor otros mundos que agonizan y por los que siento más pena si cabe. Y no sé cuál pueda ser el remedio.

De Urueña y la Santa Espina 

Conozco Urueña desde hace doce años, Villa del Libro[2] en las estribaciones de los montes Torozos, lindando con las tierras de Medina de Rioseco, Tierra de Campos, en la salida del kilómetro 211 de la A6. 

Vuelvo de vez en cuando a esa atalaya de Castilla desde la cual en los días claros se ven los Telenos. Intento ir por primavera, esos mares de amapolas y esos campos verdes que duran tan pocas semanas. No muy lejos está el monasterio de la Santa Espina, con su poblado de casas blancas del mismo nombre, producto de aquella colonización de los años 50, al lado del río Bajoz y su vega bien cultivada que en agosto da unos excelentes tomates, un remanso verde y bien arbolado.

La Santa Espina es monasterio originalmente cisterciense y desde los años 50 Escuela Agraria gracias a un ministro de Franco, Cabestany. Todo esto nos lo cuenta Jose María, un hermano de La Salle, porque en estas dos ocasiones he podido hacer lo que creo que hay que hacer cuando uno visita algo, que es que una persona te lo enseñe. Ni guías escritas, ni audios, ni nada… una persona que ama el sitio, que lo entienda y, a ser posible, que viva en él. 

Y es que aquí quiero hablar de José María y de Jesús Puente, Hermanos de La Salle y que han vivido en el monasterio y estado a cargo del internado de los chicos (y chicas hoy) que van a estudiar a la Escuela de Capacitación Agraria.


José María nos enseña el monasterio 

José María es un anciano encorvado, encorvadísimo, que nos recoge a la entrada del monasterio, de esa valla de piedra blanca, tan bonita, que rodea la finca. Lleva en sus manos un libro gastadísimo, el del profesor Javier Burrieza, que está agotado y no se encuentra ya en ninguna parte. 

Trata el libro sobre la historia del monasterio y de cómo fue hogar para huérfanos gracias a la marquesa de Valderas[3] en el siglo XIX  y los diferentes usos que se la ha dado, a inicios de la guerra civil fue campo de concentración y en él convivían los republicanos presos y los niños huérfanos. 

Antes, mucho antes, el 28 de septiembre de 1559, en este mismo monasterio se encontró Don Juan de Austria, Jeromín, con su hermano, Felipe II, y cuatro siglos antes de dicho encuentro fue Doña Sancha, hermana de Alfonso VII el Emperador, quien lo manda construir en el año 1147, llegando los monjes cistercienses, enviados por San Bernardo, ese mismo año. 

Luego el monasterio fue reformado y tiene añadidos del siglo XVII que se notan perfectamente, según nos explica José María, que nos lo va enseñando en sus diversas estancias, esos claustros tan amplios y remozados cuando hubo muchos monjes y dinero con el resultado de alzar uno… y cegar incluso las ventanas de la iglesia haciéndola más oscura. 


Jesús Puente y, antes que él, Pantaleón

Tras la visita a la iglesia, y como nos dijeron que sí queríamos ver la colección de mariposas e insectos, y soy muy bichera  (por eso sé que soy más aristotélica que platónica, más que las ideas, que estupendo,  observar la naturaleza me parece fascinante) esperamos a la entrada de la sala de los animalejos a que viniera el encargado, que es otro Hermano de la Salle y que se llama Jesús Puente, un nombre que no se nos puede olvidar porque era el de un presentador de la tele y así se presenta este Hermano, con gracia, también mayorcísimo, con esa mirada azul lechosa y desvaída que algunos ancianos tienen.

Abre la puerta de la sala de las mariposas y deja lo que vemos que es un retel o cazamariposas apoyado en el quicio de la puerta con mucho cuidado, porque ha estado cazando mariposas hasta hace un rato, y se pone a enseñarnos la colección maravillosa que hizo otro Hermano de la Salle, Pantaleón, ya fallecido. 

En ambas visitas que hacemos, con mi amigo y su mujer francesa, y con otros amigos luego, nos quedamos todos impresionados de la extensión y calidad de la colección, de las explicaciones de Jesús Puente… y con el mandado de que le busquemos unas cajas de 11 cm por 5 de alto, transparentes, para poner más mariposas, no ya en esas cajas grandes donde hay varias, sino en las individuales. 

Nos cuenta el mundo de los intercambios de mariposas, de cómo algunas están protegidas y no pueden ya cazarse, de cómo algunos estampados famosos son de mariposas (hago una averiguación con mi compañera de máster, Teresa Serrano, sobre un estampado que me pide Jesús Puente que qué diseñador lo ha utilizado, y claro, Teresa lo sabe y se lo digo a Jesús en nuestra segunda visita, y quedo estupendamente, gracias, Teresa).
 

Un mundo que agoniza

Estoy triste porque en la última visita me dice el dueño de la librería Alcaraván de Urueña que los Hermanos de La Salle se van el próximo 18 de junio del monasterio, ya son sólo tres y muy ancianos. 

¿Quién enseñará como ellos el monasterio, las mariposas? Y, sobre todo, ¿cómo va a vivir Jesús Puente en una ciudad como Valladolid, que es donde la mandan, sin poder ir a cazar mariposas? 

Las órdenes religiosas, muchas de ellas, son ese otro mundo que agoniza lleno de personas impresionantes, inteligentes, generosísimas, hoy ya pocos y ancianos. Gran parte de nuestra cultura, de lo que somos o fuimos, en sentido amplio, no se entiende sin ellos, guardianes, investigadores, cuidadores, un larguísimo etcétera. 

Y yo me pregunto qué podríamos hacer y cómo esa riqueza, todo ese legado, no ya el material, el humano, podrían conservarse.


(Texto adaptado originalmente incluido en "Gabinete de curiosidades", trabajo- memoria personalísima para la asignatura de Historia Cultural de Occidente del Máster de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria). 

[1] Recientemente reeditado por editorial Páramo

[2] Las Villas del Libro son iniciativas de dedicar algunos pueblos a los libros, en España está Urueña en Valladolid y ahora Urroz e Navarra. En Reino Unido tienen a Hay-on-Wye.

[3] La Marquesa de Valderas, luego también Condesa de la Santa Espina, Susana Montes y Bayón, es otro personaje muy interesante. https://dbe.rah.es/biografias/57455/susana-montes-y-bayon

miércoles, 29 de junio de 2022

El día que Pedro Garro vio un tucán en la selva

Imaginemos el asombro, la sorpresa, de aquel primer hombre blanco que vio un tucán en la selva. 

A mí me ronda la idea desde hace años de que, aunque fue Don Gonzalo Fernández de Oviedo[1] el primero que escribe sobre los picudos[2], que así los llamaron, posiblemente fuera un muchacho de los que se enrolaron en las expediciones españolas al Nuevo Mundo el que por primera vez viera a ese extraño pájaro. Un muchacho procedente de un pueblo perdido en Ávila, allá por la sierra de Gredos, por poner un lugar cualquiera. Y vamos a darle nombre y apellido, Pedro Garro. Se llamará Pedro Garro.

****

¿Queréis saber más de él?: once años, moreno, con el pelo muy negro y los ojos muy grandes, parecidísimo a su madre en todo eso, quien murió al dar a luz a una niña, María, la hermana de Pedro, al cumplir él los seis años, volviendo a casar su padre al poco tiempo. 

Sería este buen chico hijo de navarro y pastor como sus ancestros, fuerte, pero delgado, de esos Garro que se establecieron en la zona y trabajaron como cabreros[3] a inicios del siglo XVI en Guisando, y que luego se extendieron por todo el valle. 

Pues bien, llegado el momento, y ante los desaires de su madrastra, el muchacho habla con su padre y éste, aún con dolor, pues sabe que hay batallas domésticas perdidas, dándole su bendición y unos pocos dinerillos que guarda, lo despide tras hablar con el cura del pueblo.

Y así, con unas cartas de recomendación que el párroco le extiende, el niño llega a poder embarcarse en la formidable expedición que comanda otro Pedro, Don Pedro Arias Dávila, Padrarias[4], ya con setenta y tres  años, expedición que contó con cerca de veinticuatro barcos y más de mil hombres, que parte de Sanlúcar el 14 de abril de 1514 y llega a Santa María de la Antigua, en Panamá, el 30 de junio del mismo año.

Es la misma expedición donde van Hernando de Soto, Diego de Almagro, Sebastián de Benalcázar, el propio y ya citado Gonzalo Fernández de Oviedo, Bernal Díaz del Castillo[5], Gaspar de Morales, Martín Fernández de Enciso, Juan Vespucio y al primer Obispo de la que llaman "Castilla del Oro", Fray Juan de Quevedo, predicador de su Majestad, el rey Fernando, pues la buena reina Isabel, nuestra amada reina, ha muerto hace ya casi diez años. Que Dios la tenga en su gloria (y que nosotros la veamos beatificada).

***

Y me diréis…

… ¿No conocía qué era un tucán este muchacho de pelo tan negro y tan delgado? 

¿Y cómo lo llego a ver? 

¿Y cómo fue el viaje hasta llegar a esa tierra? 

¿Y por qué fue él, Pedro Garro, y no otro quien vio al tucán primero?

Son demasiadas preguntas para empezar, así que iré primero a lo importante, que para mí son los pájaros y nuestro muchacho, Pedro. 

Dijimos que se llamaba Pedro, Pedro Garro. 

***


Sólo os diré que este chico, como todos los pastores desde que el mundo es mundo, desde que la tierra se ha inventado, son buenos observadores de la naturaleza. Tienen mucho tiempo para mirar y pensar mientras miran, o para mirar mientras piensan. Y por eso aprenden tanto los pastores, porque miran y tienen tiempo. 

Que es verdad que nuestro Pedro era analfabeto, pero en los largos días de verano, cuando el calor aprieta, él llevaba a las cabras al lado de un arroyo para que bebieran y él bañarse. Y allí, tantas horas muertas, desnudo y tumbado en esas piedras grandes, Pedro veía al que hoy llamamos martín pescador, que es un pájaro entre azul y verde, y luego con mucho naranja, y que, como su nombre indica, pesca. Se queda quieto, muy quieto, posado en una rama. Y, de repente, como un rayo azulado entra en el agua, y de allí saca un pez. Que a veces sólo llegas a notar una luz verdiazul entrando y saliendo del agua si no estás atento mirando.

Y también conocía bien Pedro a los abejarucos. Que os pongo este ejemplo como otro pájaro de colorines, ya que el tucán tiene también colores vivos, y por eso viene a cuento. Y antes de verlos los había oído cien veces cuando llegan en bandadas en marzo, o cuando se van en agosto, a finales del verano para cruzar el Estrecho de Gibraltar, camino a África. Y antes de verlos los oyes antes, un silbo corto y constante, inconfundible, chillando siempre. Porque el abejaruco, que vive en hoyos en los cortados, bien que anuncia que va o se vuelve. Y vuelan juntos varios, no como el martín pescador, que es un pájaro independiente y solitario.

Y para no ser condescendientes, ni tampoco ingenuos o hasta pavos, ya que de pájaros se trata, os diré que aparte de mirarlos, y como han hecho los muchachos hasta hace poco, al menos en mi pueblo, en España, nuestro buen Pedro bien que cazaba los pájaros para comérselos unos y otros como entretenimiento o ganancia. 

Los ponía luego en el suelo y los iba contando, uno, dos, tres, cuatro, para ver con otros chicos quién era el que más había atrapado. Con un tirachinas lo hacía, aunque a veces con liga, que es como un pegamento, si lo que quería era conservar el pájaro para que cantara. Que así algunos los vendía y unos dineros se embolsaba. 

Bueno, a lo que vamos: que nadie se crea que Pedro Garro era un ecologista, un conservacionista o un poeta ni nada, porque no era el caso. Era sólo un buen muchacho de su tiempo. Pues bien, hecha esta importante precisión sobre la naturaleza y circunstancias de Pedro Garro, sigamos. 

***

Pedro se puso muy enfermo, como tantos, en la travesía aquella de dos meses y medio, y que luego, recién llegado a tierra, cayó otra vez malo, pero pudo hacer conocimiento  en aquel viaje de Don Gonzalo Fernández de Oviedo quien, el ver al muchacho tan delgado, y, sobre todo, tan solo, decidió tomarle bajo su amparo, de criadillo, vamos. 

Porque Don Gonzalo Fernández de Oviedo, que había vivido en Italia y conocido a gente muy principal toda ella, era bondadoso de natural. Y también pensó que aquel niño de once años, pastor y de la sierra de Gredos, podría darle buen servicio en cuanto llegaran. Porque, con todo, el muchacho parecía despierto y dispuesto.

Así que imaginémonos a nuestro Pedro Garro junto a nuestro Don Gonzalo Fernández de Oviedo, niño uno y hombre el otro bien barbado y ya muy viajado, cruzando una buena selva.

Pensadlo por un momento, por favor, cerrad los ojos e imaginadlo. 

***

Ríete tú de los bosques de Asturias, tierra de los padres de Don Gonzalo. O de esos otros de las estribaciones de Gredos, de donde los Garro. No, señores, una buena selva en lo que hoy llamamos Centroamérica, espesa y verde, húmeda, muy oscura a veces, con árboles muy grandes, oliendo a podrido, con mil ojos observando. 

Y allí que estarían nuestro buen Pedro y Don Gonzalo abriéndose paso con algunos hombres armados, unos jurando a veces y otros a veces rezando. A veces eran los mismos los que juraban un rato y luego rezaban. 

Pensad en el tucán en su nido en un árbol, en su pico amarillo y grande, y en su lengua como una pluma que saca a veces, en sus ojillos vigilando. 

Pensad en nuestra Santísima Virgen, que vela hasta por los más pequeños y que a nadie desampara, españoles de todos los tiempos. 

Pensad en la ambición de algunos, también en sus hambres, tan diferentes: algo que llevarse a la boca, aventuras, oro, gloria, honor, almas. 

Y en los indios, que estaban también en esa selva, en sus pies descalzos, en sus adornos de plumas de pájaros, en sus ojos muy negros. 

Y en los morriones aquellos de los soldados, aunque muchos otros de la expedición iban a descubierto. 

Y en esas enfermedades que diezmaban barcos y campamentos y que aún arrastraban algunos como le pasaba a nuestro Pedro.

Y pensad, también, en esa manía tan española de que todo quedara registrado, y gracias a la cual hoy los historiadores saben esto y aquello. Porque Don Gonzalo, precisamente Don Gonzalo, trabajó en llevar registro: que todo se sepa por el puño y letra de un escribidor que deja siempre constancia.

Y en esto, Pedro, que aún no se había recuperado de unas fiebres extrañas, ensimismado en sus pensamientos, recordando quizás a su madre, a su pueblo, a su padre, a María, su hermana, oye de repente como un silbido diferente, un silbido que no ha oído nunca.  

Y entonces alza la vista un momento, aunque no por mucho rato, porque tiene que estar atento al suelo para no caerse, que en la selva no hay sendero.

Y lo ve allí en lo alto. 

Ve a un pájaro pequeño como una codorniz, como lo describirá luego Fernández de Oviedo, y con un enorme pico amarillo que parece que le vence, más grande que el cuerpo, plumas negras pero también coloreadas.

Y Pedro se queda por un minuto asombrado con ese pájaro que ve por primera vez, preguntándose, aunque fuera iletrado, no como Don Gonzalo, que era hombre de muchas letras y había conocido a gente muy importante de España e Italia, preguntándose, digo, Pedro, cómo eran posibles ese pico, esos colores, ese silbido, ese animal que no se parece a ningún pájaro de los que él habia visto antes. 

Sin ser Aristóteles ni Plinio, ni Linneo, Humboldt o Darwin, sin ser filósofo o científico, se queda en primer lugar sorprendido ante el tucán, una maravilla de la naturaleza, más de cuarenta especies diferentes, porque Dios nuestro Señor se goza en la belleza de todos los pájaros y en la del tucán también como no podía ser menos. 

Y vosotros, que estáis escuchando esta historia, creedme que fueron muchas las veces que nuestro muchacho miró con asombro, y que no habría espacio aquí para contaros todo lo que vio con esos ojos abiertos y grandes y negros. 

Y aunque su siguiente impulso, como es el de los chicos cuando son chicos, no fuera  quedarse contemplando, así como quieto y callado, que es cosa que viene luego, quizás con los años, y recordemos que, además, que venía cazando todo pájaro que se le ponía por delante por hambre o por divertimento, Pedro, que andaba al lado del buen Fernández de Oviedo, levanta el dedo señalando y le dice:

Mire vuesa merced, Don Gonzalo, que allí hay un pájaro bien diferente a los que llevamos vistos, sí, allí arriba, donde la rama aquella, mire cómo saca ese pico grande desde el nido y se defiende de los gatos[6]... si quiere yo hago de atraparlo…”

Y así fue como el primer hombre blanco y español que vio un tucán fue un chico de pueblo. Analfabeto. Pobre. Huérfano de madre. Enfermo. Asombrado. Y a la vez, hambriento de muchas hambres, ofreciéndose para atrapar al pájaro. Como había hecho en Gredos con el martín pescador, con los abejarucos y con otras muchas aves anteriormente. 

*****

NOTA: Este texto forma parte de los cinco relatos escritos para la Memoria personal(ísima) realizada para la asignatura   Historia Cultural de Occidente impartida por el profesor Clemente Gómez González en el Máster de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria. Evidentemente, otras asignaturas que han impartido otros profesores también me han influido al escribir esto. El Máster deja huella. Ha sido una de las grandes alegrías de este año. 

Eso sí, lo de los pájaros, lo que me gustan y me divierten, viene de antes, de serie. 

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[1] Para escribir este texto, y sobre Gonzalo Fernández de Oviedo, figura que merecería, como tantas españolas, novelas, series, películas, he consultado las siguientes fuentes.

·                José Pardo Tomás. Prólogo de José María López Piñero (2007): El tesoro natural de América. Oviedo, Monardes, Hernández. Colonialismo y ciencia en el siglo XVI. Ediciones Nivola.

·                https://dbe.rah.es/biografias/9417/gonzalo-fernandez-de-oviedo-y-valdes

En cuanto a las obras del propio Fernández Oviedo, en internet he encontrado digitalizada la obra “Historia General y Natural de las Indias” y he podido consultar otras versiones (hubo muy diversas ediciones) y, en concreto, ésta muy reciente del FCE a modo de Bestiario de Indias: https://www.studocu.com/ca-es/document/universitat-de-barcelona/historia-de-bizancio/bestiario-de-indias-by-gonzalo-fernandez-de-oviedo-z-lib/17021605

[2]  FERNÁNDEZ DE OVIEDO Y VALDÉS, GONZALO (1478-1557) SUMARIO DE LA NATURAL HISTORIA DE LAS INDIAS (Capítulo XLII- Picudos): “Una ave hay en Tierra-Firme, que los cristianos llaman picudo, y tiene un pico muy grande, según la pequeñez del cuerpo, el cual pico pesa mucho más que todo el cuerpo. Este pájaro no es mayor que una codorniz o poco más, pero el bulto es muy mayor, porque tiene mucha más pluma que carne. Su plumaje es muy lindo y de muchas colores, y el pico es tan grande como un geme o más, revuelto para abajo, y al principio, a par de la cabeza, tan ancho como tres dedos o casi; y la lengua que tiene es una pluma, y da grandes silbos y hace agujeros con el pico en los árboles, por donde se mete, y cría allí dentro; y cierto es ave muy extraña y para ver, porque es muy diferente de todas cuantas aves yo he visto, así por la lengua, que, como es dicho, es una pluma, como por su vista y desproporción del gran pico, a respeto del cuerpo. Ninguna ave hay que cuando cría esté más segura y sin temor de los gatos, así porque ellos no pueden entrar a tomarles los huevos a los hijos, por la manera del nido, como porque en sintiendo que hay gatos se meten en su nido y tienen el pico hacia fuera, y dan tales picadas, que el gato ha por bien de no curar de ellos.”

Tomado de https://www.biblioteca-antologica.org/es/wp-content/uploads/2018/03/FERNANDEZ-DE-OVIEDO-Sumario-de-la-Natural-Historia-de-las-Indias.pdf. Pág. 48.

[3] Los Garro efectivamente se establecieron en Gredos procedentes de Tafalla según parece según esto https://tietarteve.com/i-encuentro-garro-gredos-17-junio-2018/, es cierto que según dice ahí solo hay constancia registral a partir de 1525, así que he cometido una pequeña imprecisión por quince años, aunque luego viendo otras referencias bien pudo ser antes.

[4]La figura de Pedro Arias Dávila, Pedrarias, del que nadie habla bien casi, es otra interesantísima, he encontrado datos aquí https://pueblosoriginarios.com/biografias/pedrarias.html y aquí https://dbe.rah.es/biografias/10209/pedro-arias-davila

[5] Al parecer hay dudas de que Bernal del Castillo fuera en esta expedición, aunque fuentes diversas lo nombran.

[6] Llamaban gatos a un tipo de monos pequeños, gatos monillos de hecho los llamaban.