Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

jueves, 30 de diciembre de 2021

Menos

Me niego a vivir con miedo. Hablo con un amigo, con varios. Estamos hartos de ese terror que se instala, con el que parece que hay que vivir. Pues yo no, me niego. No voy a vivir con mascarilla al aire libre. Y no voy a dejar de abrazar a quienes quiero. Ni a dejar de cantar en misa o en mi casa cuando estoy contenta, ¿la gente está mal de la cabeza o qué? Y lo más importante: no voy a estar pendiente, agobiada, con que si enfermo. Si enfermo, pues enfermo. Si me muero, pues me muero. Ya está. Espero no dar la lata y ya. 

***

Volvemos con la tabla del dos, como cada año. Empiezo cada año desde hace seis desde cero. Otra vez desde el principio. 

Y a eso vamos aquí también: una masa entretenida con la pantallita, con el soma de la estupidez, del sexo, de la última novedad. Siervos de la gleba, ignorantes a quienes se puede pisar porque están entretenidos. Y todo pasado por una mal entendida compasión en el mejor de los casos. Y no. Cuando quieres a alguien, le exiges. Le ayudas. Le enseñas. No dejas que sea un ignorante. Haces todo lo que puedes porque no lo sea. 

En todo caso, sé que un mes o tres no pueden nada contra lo que es todo un entorno. 

Lo he visto: se aparca a los niños, el maestro tiene cero autoridad, un sistema heredado de un comunismo donde todo el mundo va a su bola y es el sálvese quien pueda. 

Confío en Dios y en los milagros que hace continuamente. Uno podría ser mi paciencia. 

***

Leo sobre el silencio. Me está costando mucho este trabajo porque sé poco. 

Es una preocupación desde hace años, silencio exterior e interior. 

El interior es el que más me cuesta. Da vértigo: entras en tu habitación interior y hay monstruos, cosas que no te gustan nada. Y escuchas la voz de tu conciencia a la que tapas continuamente. 

Estamos sometidos a mucho ruido, no ya a palabras, que también. Son las imágenes a una velocidad de muerte, omnipresentes. Por eso me olvido de todo -de nombres, de fechas, de quién dijo qué y dónde, etc.-, por la saturación que tengo. Podría ser la edad también, no deja de ser un consuelo. 

Menos de todo. 

Desechar. 

Menos. 

No creo que haya hoy nada más importante que hacer silencio. Que levantar la mirada de la pantalla y mirar al prójimo, al próximo. Y dentro. Desde la fe o sin ella. 

Dudo que se pueda tener fe sin haber hecho silencio, sin hacerlo cada día. 

No se puede escuchar a otro, al Otro o a uno mismo si no se hace silencio. No se puede tener ni conciencia sin silencio. Que es lo que se pretende, personas sin conciencia de puro ruido, de cháchara, de borrachera, viviendo siempre hacia fuera. 



martes, 14 de diciembre de 2021

La mirada

 

"Mira, mamá" y "mira, papá" son frecuentes en la infancia. 

Esos días de verano intentando tirarte de cabeza, buceando, haciendo la voltereta o el pino en la piscina bajo el agua, reclamando la atención de tus padres para que te miraran. 

El otro día lo recordaba cuando alguien dijo que amar era admirar. Con una amiga, Lola, comentábamos que no estábamos nada de acuerdo. Pero nada. Que quizás pueda ser eso una deriva de la época narcisista en que nos encontramos. 

Creo que con que te miren basta. Es mucho que te miren. Es un mundo una mirada. 

Y ni miramos a veces, enfrascados con lo que estamos, con la puñetera pantalla, ay. Y las mascarillas, que no facilitan nada. En fin, un espanto. 

Qué bonito saberse mirada en una clase. Hoy (¿ayer?) escribía Enrique sobre esto en cierta manera. Es de agradecer que los profesores miren a cada alumno. Y hay que dar las gracias porque no es lo normal hoy. Y no, no creo que al alumno haya que contemplarle -dorarle la píldora, decirle siempre que qué majo-, que es la otra deriva boba de la cosa pedagógica en alza y convive, curiosamente, con ignorarle, hacerle parte de un colectivo impersonal.

Mirar es el principio de todo. Sin mirada no hay nada. La mirada es personal. 

Me dijo mi psicóloga (esto suena como si fuera yo Woody Allen) que puede ser que algunas personas nunca tengan bastante porque les faltó esa mirada de su madre o de su padre por lo que fuera. Y que por mucho que escuches, por tiempo que les dediques, no está en tu mano. Tienen que resolver ellos eso, colocarlo. Y que luego, claro, hay egos "afectados" por esta sociedad de la imagen y de la aprobación constante, pendientes de lograr el reconocimiento de los demás, podemos acabar siendo todos unos pelmazos. 

Es maravilloso llegar a casa y que te miren. 

Es un privilegio. 

Es todo un regalo. 

Y es impresionante ver cómo miran algunos, da mucha esperanza. 

Y, sobre todo, es reconfortante sentir que Dios nos mira. No es que a veces sea que "sólo Dios lo (nos) ve", que por supuesto, es que nos mira mientras nos tiramos al agua, incansables nosotros, incansable Él. 

"Mira, papá, mira lo que hago"... y Dios ahí, permanente, como la funeraria, mirándote.