Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

viernes, 11 de octubre de 2024

Cotillas


En mi juventud mis primas y yo en el verano veíamos juntas el Hola. Tumbadas en la piscina, años 70, lo bueno del Hola era compartirlo y reírnos.  En aquella época -hablo como si fuera el Cuaternario- a los hombres en cambio no les interesaba ni el Hola ni nada similar, les parecía una pérdida de tiempo propia de mujeres, aunque no nos daban la lata. Eso sí, no se sumaban. 

Los hombres, adultos y jóvenes, estaban en otras guerras. Algo ha pasado. 

****

Trabajé en Telecinco entre 1996 y 1997, todo pecador tiene un futuro, eso vaya por delante como consuelo. El caso es que fue precisamente en esa cadena donde se dio un vuelco a lo que era por aquel entonces la "prensa del corazón" o "prensa rosa", con un programa que se llamaba "Qué me dices" (QMD) presentado por Belinda Washington y Chapis y producido por Globomedia. Ese programa marcó el giro de la cosa "rosa", se reían de todo pero en público, se trataba de desmitificar y poner a ras de tierra a todos aquellos "personajes públicos" que aparecían en tales medios. Ese programa, creo, fue el inicio de la debacle. 

****

Hoy no leo el Hola ni en la peluquería. Ha dejado de interesarme fundamentalmente porque no "conozco" -en sentido general,  no personal-  a nadie. Como no veo la televisión en abierto, todos los supuestos "famosos" actuales me resultan desconocidos y absolutamente carentes de interés, incluyendo uno que se llama Rolando o así y que debe de ser futbolista. No, tampoco sé de fútbol, eso sí es una desgracia. 

****

Esto lo he comentado con alguna amiga periodista de esas que saben de elegancia y les mandas una foto con "me voy a poner esto en la boda" y te dicen que sí o que no. Es bueno tener amigas o conocidas que te ayudan. La debacle de la prensa del corazón es un síntoma más, añadido, al declive del nivel moral de la sociedad española. Hemos pasado de admirar casas fantásticas, salones preciosos (yo siempre digo cuarto de estar porque salones tienen los nobles y eso, en mi casa hay cuarto de estar y me bato en duelo por el nombre), señoras elegantísimas y personas que tenían que contar algo interesante de lo que hacían -porque hacían algo- con una panda de indocumentados, horteras y chonis con ínfulas y, muy especialmente, unos petardos que no tienen nada que contar salvo si se han divorciado o quién es el último con quien se han liado. 

*****

La prensa del corazón era una prensa digamos que hasta razonable e inofensiva a cierto nivel hasta los 90 (no hablo del 10 minutos ni de Garbo). Pero hoy ya no hay prensa del corazón, es "prensa" del hígado y está ya en todas partes. Lo tienes en la tertulia mañanera donde -oh, cielos- un señor que parece culto o cultivado se regodea que da auténtico asco con el último salto de cama de alguien. Y por salud mental y espiritual apagas la radio si es que no la has apagado mucho antes. 

*****

Todo el mundo parece estar de acuerdo en que antes había mucha hipocresía, oh, ah, qué espanto la hipocresía de nuestros padres. Qué auténticos somos ahora, pensamos. Es posible, pero la censura social a mí me parece algo importante y tiene dos filos, y uno de ellos definitivamente no es tan malo. 

Cuando hay reprobación social de una infidelidad supone que el matrimonio tiene algún significado. Se puede no valorar a la persona en concreto, pero sí considerar al menos con pena que un matrimonio se rompa o se lo salten a la torera como algo terrible para los dos interesados y, desde luego, para los niños. Y entonces ya no se entra a hablar de infidelidades, sean las de al lado o las de nadie. 

Cuando deja de importar todo esto y nos hace a todos muchísima "gracia" el ir saltando de cama en cama y tachamos de retrógrados a los que no se suman al comentario general algo pasa. No sé, me parece. 

******

¿Natalidad? 

No la habrá mientras no haya más matrimonios y más matrimonios estables y mientras no demos a la fidelidad el honor que se le debe. Y a la infidelidad la censura correspondiente. 

Y la mejor censura a veces es el silencio. Por quienes más sufren además. Un poquito de corazón de verdad, que parece que somos de piedra. 

Por la dureza de vuestro corazón... Estaba claro. 

Por una prensa rosa donde el corazón, de verdad, esté presente. 

El corazón, las entrañas, de quienes la hacen y quienes la leen en su caso. 

domingo, 6 de octubre de 2024

Meribá (agua / hijos de las piedras)



Querido Miguel:

Acabo de colgar a tu padre que me ha contado, vamos a llamarlo así, “lo tuyo”.

Ahora entiendo tu empeño en el zoom a tres bandas y tu disgusto por no ponernos de acuerdo los tres. He tenido que vencer las ganas de llamarte inmediatamente, pero como me embalo, prefiero decirte antes por escrito lo que pienso.

Me ha dicho tu padre que se enteró en casa de la abuela Pilar. Que a ella se le escapó un comentario sobre ti que a él le sonó raro, y que te llamó luego para ver qué pasaba. Ante su insistencia, se lo contaste. Ya me explicarás cómo tu abuela lo sabe antes que nosotros, estando, además, como una tapia, que ni oye por teléfono.

Lo primero de todo: siempre has sido un buen chico y, como tu hermano, no me has dado ningún problema serio. Me dirás que a buenas horas, mangas verdes, con las discusiones que hemos tenido. Pero yo supe desde el principio que, si alguien iba a pagar el pato con lo de tu padre, eras tú. Te pilló en la peor época, así que no te lo podía tomar en cuenta. Necesitabas chocar con alguien, y yo estaba ahí, justo enfrente, tu puching ball de entrenamiento.

Ni aquella primera (y única) bofetada que tuve que darte a los trece, ni perseguirte ese curso en la universidad, que renqueaste porque estabas con tu primera novieta, ni luego aquel susto en mitad de la carrera han sido cosas importantes. Ser madre es eso: estar ahí siempre. ¿Os caéis? Os ayudamos a levantaros. ¿Nos dais un portazo? Pues depende de cómo nos pille de edad… –la vuestra o la nuestra– o el momento, os podemos dar un bocinazo, un abrazo o echarnos a llorar. Yo esto lo sé bien porque no soy una madre perfecta.

Fíjate cómo es tu padre que, ante mi sorpresa por tu “novedad”, me dice que hice muy mal yo en llevaros a aquel colegio, que fui yo la que se empeñó contra viento y marea. En fin, parece que, encima, tengo que ser la que dé explicaciones en este momento.

Pues sí, hice lo que creía mejor teniendo en cuenta las circunstancias. Era un sitio con buenas familias, chicos de vuestro estilo y, lo más importante, exigente académicamente. Eso último lo esgrimí como argumento ante la resistencia inicial de vuestro padre. Y gané.

Y vaya si os encarrilaron a los dos: os ayudaron a prepararos para este mundo tan competitivo y donde cuesta tanto hacerse un hueco, bien lo ha reconocido vuestro padre luego. La parte “problemática”, la importancia de la religión en el colegio y eso, no pareció que os afectara especialmente. Sorteamos buenamente el tema, la mayoría de vuestros compañeros y las familias eran como nosotros, el tema de la religión les importaba un bledo y casi todos estabais allí fundamentalmente por el prestigio académico…

Por cierto, he tenido que recordar a tu padre lo que él mismo dijo, el muy cínico, al acceder que fuerais: “bueno, no hay como la dosis justa de religión en la adolescencia para inmunizarle a uno eficazmente para el resto de la vida”. Él ha sido un buen ejemplo. 

Miguel, hijo, perdóname, pero no lo entiendo. Y, sobre todo, no te entiendo. Estas cosas no se dan ni a tu edad ya ni con tu trayectoria ni con circunstancias como las que tú tienes.  

Es verdad que en la familia hubo ya hace tiempo algunos “afanes místicos”, por decirlo de alguna manera. No es sólo ese rosario va y viene de tu abuela Pilar, que es como los últimos mohicanos, la resistencia; por mi parte también los tuvimos, aunque no hablemos de ellos. Un primo de mi abuelo fue seminarista y murió con veintidós años en Barbastro durante la guerra. Mártir, dicen.  En fin, unos chicos jovencísimos, una España diferente y ya superada, barbaridades se hicieron en ambos lados, por supuesto. En aquellos tiempos era, perdóname el adjetivo, “normal” tener un cura en la familia. Y monjas. O hasta misioneros. Pero vamos, yo, en mi generación y de cerca, no conozco a nadie a cuyos hijos les haya dado por eso. Ni tampoco a sus hermanos, por cierto. Lo teníamos superado afortunadamente. O eso creíamos yo y tu padre, desde luego.

Ahora encajan algunas piezas de la visita que te hice en noviembre. Lo primero que pensé es que estabas silencioso para lo que tú eres. Luego me contaste lo del asilo. Que me pareció fenomenal, ayudar a los demás está bien siempre, sobre todo si te entretiene. Y en tu caso con más mérito, teniendo en cuenta tu trabajo y las responsabilidades que manejas. Cómo te enfadaste cuando te dije justo eso, que me contestaste “¿Por qué yo no, mamá?”  Y aquellos tochos, Santo Tomás –vaya peñazo, te comenté– en tu biblioteca. Y los evangelios en la mesilla con el crucifijo de tu abuela. 

Decirme que ibas a misa desde hacía meses me desconcertó totalmente. Y lo de acudir a rezar de noche a la iglesia, lo de la “adoración nocturna” esa, que pensé que era una broma y que te ibas de juerga, esa cosa de no dormir una noche, en fin, creía que era una broma o una chica al menos...  En cualquier caso no te dije nada entonces porque pensé que era una etapa más que necesitabas y que te había dado fuerte, ya se te pasaría, son fases que se superan habitualmente.  Y a mí no me interesaba en absoluto el tema.

Bueno, lo que quería decirte es que yo estoy que ni me encuentro con la situación en España, que tú viviendo fuera te lo estás perdiendo, un absoluto desastre, desesperante es todo esto. Vamos a la ruina, Miguel, y la oposición ni se aclara. Se me llevan los demonios continuamente, estoy furiosa. Yo lo que quiero es volver a mi vida de antes, a lo de siempre, tranquilidad, seguridad, orden y concierto, como hemos vivido siempre. No llego a entender cómo hemos llegado a esto.

Así que, si a mí me ha dado por esta rabia que tengo, que no puedo, que los odio con todas mis fuerzas, a ti se te ha podido activar el gen místico recesivo ese que debemos de tener. Mira, de verdad, ya no sé ni lo que te escribo, perdóname, estoy de los nervios.  

Que bien está que uno crea, tener fe, porque creer ayuda en la vida, la fe es, como todo el mundo sabe, un consuelo para los malos momentos. Y claro que yo creo en Dios, por supuesto. Pero se puede ser buena persona y no ser cristiano, ni católico, ni mucho menos sacerdote. ¿No puedes creer tú en Dios como tanta gente sin liarte la manta a la cabeza? El mismo Papa es quien lo dice el primero, que todos los caminos llevan a Dios igualmente. Así que no entiendo todo esto ahora, a tu edad, en tu situación, en fin, es un tirar por la borda todo que no entiendo. Solo toda tu vida, Miguel, y luego lo del sexo. Vamos, que me parece una locura total de los pies a la cabeza.

En fin, que quiero hablar contigo y que me cuentes.  

Tu madre, que te quiere

 


 (cuento presentado a un concurso de una bodega hace años, lo ganó Inma, cosa que me alegró enormemente) 

miércoles, 2 de octubre de 2024

Cuidar la esperanza

Oigo el último Dalroy en el último insomnio. Es sobre la Iglesia en Alemania con el padre Rubio, aquí lo tenéis, episodio 3x05. Me quedo pensando. 

La tentación del desaliento, del derrotismo, puede ser fuerte. Por la situación propia o la "general", por ambas a veces. Y puede suceder cuando eres joven y también cuando no lo eres. 

Me acuerdo de un alumno que a sus 19 años me decía con  resignación "Es que soy vago, soy el vago de la familia, ya es muy difícil cambiar eso..." Verle ahora sacando una familia adelante es una alegría inmensa. Nada es un destino, menos a los 19, sambenitos qué malos son siempre  ni a los 80. 

Porque de mayor todos los defectos se acentúan y se solapan, se es consciente. Y ante el escenario, curioso, las ganas de quedarte con un librito te pueden (o de dedicarte a pasear por la dehesa). Y puede ser incluso peor, se puede sumar una valoración sumaria tanto sobre ti como sobre lo que te rodea, el "no así los impíos, no así" agorero.

Cuidar la esperanza propia y ajena es un deber. 

Como cuentan en el último Dalroy, primero se pierde la esperanza, luego la fe por derrotismo o acomodamiento, y nos puede pasar a cualquiera. 

***

Cuidar la esperanza empieza por el silencio. Hacer silencio exterior e interior y darte cuenta de la misericordia de Dios... ¿cómo no esperar que esa misericordia te siga cubriendo?, ¿cómo no, en su caso, entender que igual que te ha cubierto a ti cubre a los que más quieres y te preocupan? O, más allá, cubre a tu país, a tu comunidad. Y, sin duda, a su Iglesia. 

El segundo paso para cuidar la esperanza es rodearse de personas con niños pequeños, como si fuera una prescripción del médico.

Toda vida nueva es una esperanza. Todo padre y madre hacen un voto de esperanza siempre. Es fundamental estar con padres con niños pequeños, aprendes mucho de su confianza en la Divina Providencia. En muchos casos viven aún más literalmente de ella que en otros, en todos de una u otra manera. Algunos no saben aún que es la Providencia lo que realmente les, nos, sostiene. Pero antes o después serán conscientes de esto, porque ese supuesto control que se cree tener en la vida sobre algo —mucho menos sobre los hijos desaparece pronto si tienes dos dedos de frente, no hace falta fe siquiera. 

En este sentido, también creo que es alimentar la esperanza estar con quienes acompañan en el dolor, en la decadencia, en los largos años de vejez. 

No hay mejor comunidad que la que se asienta en el valor que las personas mayores tienen, incluso aquellas que más deterioradas nos parecen y que nos sostienen con su oración: esa que hacen al desprenderse de su memoria, del "yo sé", "yo creo", un  final vital "en Ti vivimos, nos movemos y existimos" ya absolutamente pleno.  

***

"No seas derrotista, es tan de clase media", le decía la Condesa Viuda de Grantham a su nieta, que pensaba que iba a quedarse de tía soltera... En fin. Pues eso. 

No estamos hechos para "vencer" en vida nada, realmente está todo hecho. La Condesa Viuda también consideraba que la vida es primero un problema, luego otro, y así todo el tiempo. 

Isobel, precisamente burguesa, quería sentirse útil, esa pretensión curiosamente tan de clase media con la que una puede identificarse con bastante facilidad. 

Ser católico es saber que uno es de una "utilidad" relativa siempre. La utilidad no es lo que importa, no va de utilidad esto. Y, con todo, como Isobel, hay que ponerse manos a la obra. Quizás sin esa actitud (digamos que de anglo bastante ingenua) de que podemos "arreglar" nada realmente. 

Me encanta Downton Abbey por muchas razones, la disfruté enormemente, soy fan acérrima. Pero hay algo en ella, algo que no puedo explicar, que elude, que esquiva, mi "marco mental" si es que lo tengo. Algo que echo de menos. A ver si puedo explicarlo en otra ocasión. 

Dios tenga en su gloria a Maggie Smith, que tan feliz me ha hecho con la serie y en tantas películas. 



domingo, 15 de septiembre de 2024

Septiembre, el manso

Salimos a andar Marta y yo. La temperatura ha bajado bastante, así que quedamos a una hora "impropia" para el verano que aun es, las cinco y media de la tarde. Más que la hora, es el día lo que me pesa. Siempre ando mejor a primera hora de la mañana, un paseo son esos 8 kilómetros casi hasta Brieva si lo hago temprano. Si es después de comer ya me cuesta algo. 

La foto es de Trofeocaza
Pese a la hora nos encontramos a una liebre. La ve Marta primero y me avisa. Esas marcas negras en unas orejas largas y erguidas, la pose de boxeadora, se queda quieta mientras la miramos y luego echa a correr. Es preciosa. 

También vemos un zorro echado en mitad del camino. Se despereza al notarnos y cruza tranquilamente la valla para meterse en el campo. Nada mal para este horario intempestivo en el que hacíamos a todos durmiendo. 

****

La Hna. M. Jesús es una monja "portable", como de bolsillo. Pequeñita, ojitos claros, ella ha movido la Adoración en la Capilla de las Nieves en Ávila. 

Hablo con ella de vez en cuando, me llama o la llamo. El otro día me quejaba yo de que a veces me canso de ser yo la que llama a tal o cual conocida. Le contaba que no quiero ser pesada y que al final acabo ya por no llamar si no veo (creo) que hay interés por la otra parte. Ese undécimo de no molestar de los Igea pesa algo, en fin. Y va y me dice ella "pues yo ya sé que tengo yo que ser la que llame a la gente", y añade "si Jesús pensara eso, no estaríamos donde estamos". En fin, tiene razón, la gente tiene muchas cosas que hacer habitualmente, también hay mucho tímido o tímida, hasta solitarios o quejosos que no llaman por si molestan, en fin, muchas razones. 

Quizás es mejor pasar por pesada (y pesar)  ponerse a tiro siempre, que sepan que estás. 

****

Se desliza septiembre y acabo algo que me ha tenido muy ocupada. A veces creo que mido mal mis fuerzas, que me sobreestimo. O peor, que me sobrestiman. Ya está acabado. Descanso dos días, estoy agotada. 

Es un mes precioso éste en Ávila. También en Carnota, donde nos regalaron unos días brillantes "mejor que el verano", me comentó una paisana. Cuarenta minutos es lo que aguanta mi perra Anita andando, una hora si hay sombra. No puede subirse luego al coche, le queda alto, tenemos que comprar una rampa.

****

Manso septiembre, apagándose el verano, con sus días ya más cortos, con ese campo agostado de la dehesa y con el verde perenne en Carnota ya afortunada y maravillosamente solitaria. Oí otra vez a los faisanes al caer la tarde y luego ya a varios zorros por la noche chillando (los chillidos que yo oigo en Carnota de los zorros es algo como el 3, 6 y 7) 

****

Comemos de barbacoa con unos amigos. He descubierto el vacío, el corte argentino ese de carne, una maravilla, bien de precio y sabrosísimo. También  llevé chuletitas de lechal, un lujo total -y excepcional, hacía años que no las tomaba- que disfrutamos. Como tengo confianza luego me eché una maravillosa siesta en casa ajena. Qué bien se está cuando hay confianza.