Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

viernes, 2 de octubre de 2020

Manías

Hay bebés maniáticos. Recuerdo ahora mismo a un sobrino segundo protestando como un verraco porque se había manchado levemente el babero y no podía seguir su madre alimentándole con la cuchara hasta que no le cambiase la prenda, el muy zuavo.

Pese al interesante caso (digno de estudio en los anales de la historia de la más escrupulosa higiene a edades muy tempranas), tengo la cruel idea de que es la edad la que puede contribuir a hacernos (más en algunos casos) maniáticos. 

Algunas rutinas diarias pueden desembocar en manías. Recuerdo las 4 galletas María diarias de alguien también de mi familia. Siempre 4, no 3, y siempre María, no otras. Y así se murió, podríamos decir que mojando en café con leche esas 4 galletas María de su desayuno diario. Sí, más rutina que manía, claro. Las rutinas nos dan cierta seguridad y orden, benditas sean.  

Yo no tengo rutinas casi, pero sí manías bobas. Entre las que más vergüenza me dan están las literarias que quiero quitarme. Porque me pierdo, seguro, cosas buenas. Y no están los tiempos para perderse nada bueno si uno lo tiene al alcance...y resulta que por maniática -e idiota, sobre todo idiota- vas y te las pierdes. 

Consulto a alguien que me ofrece confianza. 

Sí, le confieso, tengo cierta manía a Z porque me parece que cobardea por artículos que le he leído y por genética o por lo que sea me cuesta horrores la cobardía (señal de que yo en mí tengo algo de cobarde). 

Tengo manía a otro más, aunque ya le he leído algo, porque -juzgo, mal-  de ser buena persona me parece que llega a hacer literatura, es como un personaje medido y alicatado, cosa que no aguanto (otra mala señal, me temo, prefiero no indagar mucho en ello). 

Me las voy a quitar con un curso de introducción en uno y avanzado en otro en cuanto acabe un par de cosas, a ver si puedo este invierno. 

Por cierto, el bebé aquel que montaba la de no te menees por una mancha de potito mínima en el babero (y cuya madre era una santa, razón que quizás explique la segunda parte de esta frase, -y por Dios, desde luego, que es el que llama- ) fue ordenado sacerdote hace unos años. Aquel bebé maniático y llorón, con todos mis respetos, insoportable. Dios es grande. 


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