Anita el año que la acogimos, la foto es de mi hija Marina. |
La alegría mía del primer día por traerla a casa unos pocos días después de la muerte de Olimpia, ella despistada y mirándonos en el cuarto de estar de hito en hito, "¿Estos señores quiénes son y qué hago yo aquí?", flaquísima, mi hija al verme con ella le dijo a su hermano "La perra que Aurora ha sacado de la Protectora es una galga"...
El caos de los primeros días, se cagó un par de veces, nosotros preocupados por si no se adaptaba. Aquel cocido para cuatro que dejé en la cocina y que se zampó mientras estábamos fuera. Esa otra vez que la dejé en el jardín para evitar tentaciones y me la encontré en el campo de al lado de casa, escapada, toda una atleta saltando el metro y casi ochenta de nuestra valla, no sé cómo no se hizo daño o se rompió algo. Y aquel día que entró en la cocina y encontró la harina, y aquello cuando volví parecía Breaking Bad, el morro suyo todo blanco.
También recuerdo su miedo cerval a los hombres jóvenes, algunos recuerdos malos debía de tener.
Creíamos que era muda hasta que pasados unos meses en Galicia un perro nos ladró desde lejos (nosotros en el coche) y ella contestó un tímido guau desde dentro del coche. Luego ladraba muy poco, un guau breve si alguien llamaba a la puerta y se volvía a meter, cobardona, en su cuarto: guardiana, lo que se dice guardiana, no ha sido...
Esos saltos impresionantes, las ancas y el pecho puro músculo, acero, "Anita debe de tomar anabolizantes cuando no miramos", decía mi hijo, esa vitalidad siempre, desde que la acogimos, a los cinco años, hasta los casi dieciséis que ha vivido, sólo un año y medio de deterioro y un mes malo, este último, malo.
Y su alegría, sobre todo su alegría desbordante cada vez que
a) Salíamos a dar un paseo
b) Me veía volver a casa
c) Le daba de comer... (y ese caldito que le he dado en sus últimos años, colágeno en vena)
d) Yo cocinaba (y ella en medio, invariablemente, no me he caído porque Dios es grande)
e) Veía a otro perro a lo lejos: no hay perro que no haya jugado con Anita... o al que Anita no le haya dado la lata "juega conmigo, pesado".
f) Íbamos a la playa, Carrofeito, Carnota, para que se bañase: se ha bañado en ríos, mares y todo tipo de aguas casi para desesperación de Gonzalo (por la salubridad de algunas, claro).
g) Entraba en mi despacho (ella dormía debajo de mi mesa) y la despertaba cada mañana. Cada mañana era alegre con Anita... ya lo escribí con Olimpia: ningún animal se despierta triste.
Han sido diez años de alegrías diarias, tantas, tantísimas, que, pese a la pena que tenemos y el, sí, el desamparo que siento, no podemos más que dar gracias por lo buena perra que ha sido y todas las alegrías que nos ha dado.
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