Tener algunas ideas claras está fenomenal, explicarlas, defenderlas con firmeza. La vida, por ejemplo.
Pero en otros muchos casos a mí me da, curioso, confianza cuando escucho a alguien que titubea antes de decir algo. Que se para y trata de encontrar la palabra justa o matizar el argumento.
Alguien que habla siempre de corrido, como si fuera (perdón por esto) un periodista o un tertuliano me da un yuyu que no puedo. Me fío cero.
Mis mejores profesores han sido (y son) en cierto modo lentos.
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X no es un lugar de debate salvo excepciones. Hay mucho aventado y mucho oe oe. Y también personas que necesitan siempre ser el constante centro. El ego muere unas horas después que nosotros. Y todos tenemos el nuestro (y no, no es peor el ego de un profesor universitario o "intelestual" que el de una ama de casa, pongo por caso).
Los fans, los hooligans, el efecto "manada", los de "a mi señor con razón y sin ella" por un lado, y, por otro, ese "a ver quien lo tiene más grande" (al cerebro me refiero) juegan pésimas pasadas.
Los zascas y mandobles a mí me parece que no convencen ni persuaden a nadie de nada. Eso sí, alimentan el ego.
A veces sólo hay que esperar un poco.
Me gusta la gente que une, que trata de unir, y que no "gana" nada con ello.
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Me gustan también esas amistades construidas lentamente -de nuevo tempo lento- cuando no hay interés -a quién me presentas, de quién eres amigo, a quién "conoces"- de por medio, ningún grupito, ningún "bando" al que pertenecer: personas con historias detrás que merecen ser escuchadas, afinidades diversas producidas por el entusiasmo compartido por un libro, una flor, una receta o por el campo de Soria, de Jaén o de donde sea. Por DM, escuchando nuestras voces a veces, y, si se puede, presencialmente, estamos hechos para vernos.
Me lo ha dicho hoy alguien sensato: "nos sonreímos... y luego intercambiamos opiniones". Tengo amigos buenos.