Bitácora de Aurora Pimentel Igea. Crónicas de la vida diaria, lecturas y cine, campo y lo que pasa. Relatos y cuentos de vez en cuando.

lunes, 18 de noviembre de 2024

Altarcitos y privilegios


Es un privilegio entrar en casa de alguien siempre. Y así lo tengo, por privilegio. 

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Subimos a casa de I., su piso soleado, la luz entrando con toda su fuerza. Y él con su andador y esos ojos traviesos. "Creía que no veníais ya..." 

Y allí en el aparador su altarcito con las pequeñas esculturas de la Virgen y santos junto a las fotos de la familia. 

Rezamos tras la comunión "Alma de Cristo"... que no me sé entera y sólo si la dice alguien conmigo me sale. 

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L. nos espera leyendo con su chaqueta de punto impecable sentado al lado de la camilla. En la cocina el puchero con su gorjeo, la suerte de tener alguien que te cuida, la casa reluciente. 

Comulga y se queda en silencio. "Alma de Cristo"... 

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Fuimos a casa de D., estuvo enferma.  En su dormitorio tiene un espejo como las actrices los tenían en los camerinos de antes: todo estampas de santos, vírgenes y el corazón de Jesús y el de María metidas en el marco. 

Se lo digo y nos reímos. "Parece el espejo de Nati Mistral". Antes actrices y hasta vedettes, por mucho que enseñaran la pierna, eran muy creyentes.

En una pequeña mesa el libro de la liturgia de las horas abierto. 

"Yo nunca estoy sola, Aurora, Dios está conmigo siempre." 

Y es así. Donde está D., donde va D., Dios está siempre. Por eso hay que tenerla cerca. 

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D. es la primera persona que nos ha invitado a comer a su casa tras doce años viviendo yo en Ávila. Mi llorada Teresa fue la primera que me dijo que fuera a su casa a tomar el aperitivo, cómo no voy a echarla tantísimo de menos. 

Esta ciudad es así, hay que aceptarlo, pero no dejar que te "pueda": que vivan en un castillo otros, que pongan la muralla ellos.  

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Lo dicho. Entrar en una casa ajena es un privilegio siempre. Y también que quieran compartir contigo mesa, un vino, un café, lo que sea. 

domingo, 27 de octubre de 2024

Poder y autoridad


Vamos a Valladolid a ver a un amigo y se suman otros. No hay nada como lo presencial cuando buenamente se puede. Luego vamos a ver la película "Un hombre para la eternidad" porque viene Enrique García-Máiquez a comentarla y a todos nos interesa. La película es preciosa y siempre sacas algo nuevo de ella. 

Enrique comenta al finalizar un tema que a mí me ronda desde hace tiempo. Y me alegra que lo haga, me confirma que alrededor de ello hay tela. Es sobre poder y autoridad; en la película se muestra que el rey tenía poder, pero "quería" la autoridad (moral) que Moro tenía. Él sabía que Tomás la tenía, y lo sabía el pueblo. Y pretendía que lo confirmara en sus desmanes. No pudo ser. 

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En 1995 leí por primera vez la palabra "empowerment" en un documento de Naciones Unidas a raíz de la preparación de la Conferencia de la Mujer (la preparatoria en Nueva York). Hoy el uso del palabro "empoderamiento" está extendido (y es un espanto, por cierto). Es sintomático esto. 

Pero lo que me interesa, como buena conservadora que soy (y me tengo), es precisamente la repugnancia que suelo sentir ante el poder, mejor dicho, el temor, a ese "poder del anillo" que -valga la redundancia- puede llevarse por delante a personas en principio bien intencionadas y buenas a poco que no tengan... ¿contrapesos?, ¿conciencia?, ¿una persona o personas al lado que les "pongan los pies en la tierra"? Es variado esto, pero lo tengo comprobado, y no sólo en la política, desde luego. 

Y, al contrario, constato lo mucho que me interesa y "sigo" a la autoridad. Esto ya se lo comenté a un tipo estupendo con el que me río mucho y que me encanta, porque él es como ácrata, y yo no lo soy, y me gusta él precisamente por eso. Y porque escribe fenomenal y me alegra la vida (o sea, es Contreras Espuny). 

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Me interesa la autoridad moral, intelectual, social. Y hoy la autoridad es como ¿fea?... ¿está ausente? 

Hace falta autoridad en una familia, me parece. Yo recuerdo la mirada de mi madre que no necesitaba decirme las cosas dos veces habitualmente. Y recuerdo a mi padre que decía "Hasta que un hijo tuyo no te diga "no te quiero" porque no le has "dejado" hacer tal o cual... no sabrás lo que es ser padre". Lo he escrito en un cuento porque me impactó mucho aquello. Y creo que es verdad. Hay que perder el miedo a que "no nos quieran", creo. 

Hace falta autoridad en un aula. Desde la más tierna infancia, y por justicia ante los que sí quieren aprender -y porque te pagan para eso, para que enseñes-, creo que no se puede permitir de ninguna manera quitar la autoridad al maestro, al profesor. Pensar que aquello es, como dice Luri, un parque de atracciones es un error, una completa faena para los alumnos lo primero. 

Más adelante, en la universidad, entiendo que el marco es diferente y que el diálogo -si lo hubiera- es fundamental. Pero habitualmente estoy más interesada por lo que me puede contar un buen profesor, que es quien sabe de ese filósofo o lo que sea, que por la opinión de un tercero a mi nivel. 

Entiendo que se pida diálogo y poder intervenir y, sobre todo, que un buen profesor sea capaz de dar una clase partiendo de las preguntas, como se hacía en la Edad Media... Pero creo que las preguntas buenas se hacen si sabes algo antes, si no, suelen ser estupideces que al profesor le sirven malamente. Y al resto de la clase igual. Eso sí, hacemos que hacemos. Mareamos la perdiz, o sea. 

Y no cuento ya en otros ámbitos. Ya se lo dije a alguien un día: entiendo la dinámica de "opinar" y dejar que la gente se explaye (primer anuncio), pero es que a mí me interesa más lo que dice Santo Tomás o el Magisterio de la Iglesia que lo que tal o cual (yo incluida) opinamos sobre aquello. Dicho sea esto con todos los respetos. Creo que hace falta reconocer que no sabemos (nada o muy poco habitualmente) y que nos tienen que enseñar: es mi deber aprender y es, también, mi derecho. Y es el deber de la Iglesia. Pero hoy todo el mundo cree que sabe y que su opinión es más importante que el conocimiento de veinte siglos. 

Creo en definitiva que hay una inflación de opinión y muy poco amor a la autoridad que da el conocimiento. 

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Hay poder no sólo en política. Hay poder... doméstico. Y hay que tener cuidado con él también. Se puede ser una mandona o un mandón. Que no es tener autoridad, es abusar del poder. El anillo siempre tienta estés donde estés. 

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Lo hemos comentado varias amigas, con A. hace tiempo. Ayer lo vi en X de nuevo. Sin duda alguna había y hay abusos -mujeres sometidas-, pero la autoridad que tenían y tienen algunas mujeres en las familias -y socialmente-, ese "que no se entere la abuela", aquel dar el jornal al llegar a casa desde padre hasta hijos a la "amatxu", ese "lo que diga tu madre", ha sido un formidable pilar y una contención para mucho mal comportamiento. 

Cada uno se organiza hoy en su casa como cree que debe... y puede. Y sabe. 

La influencia -real- en la vida de las personas, en la sociedad entera, no la marca el poder simplemente, la marca la autoridad moral, académica y social. 

Nuestro gran problema es que hoy todo pretende ser poder, se mete el poder en todas partes, y quiere  sustituir a la autoridad, es un fenómeno curioso este: se vacía la autoridad... para que entre el poder, el Poder. 



jueves, 24 de octubre de 2024

Difíciles. Difícil. Tejedores

Hace tiempo que quiero escribir sobre antipáticos ilustres y no ilustres. Tengo cierta, precisamente, simpatía por algunos cascarrabias, gente incómoda a veces. En tiempos de tanto buenismo lelo y siseñores a lo que sea, no vaya a ser que... (me echen, no me ajunten, no forme parte del grupito ese, no progrese, etc.), algunos antipáticos, gente "difícil", hasta desabrida a veces, digamos que son necesarios y el contrapunto que se debería tener cerca.  

Si uno es un, pongamos, partido político, empresa, universidad, claustro de profesores, etc., conviene tener gente que no siempre te da la razón y que te pone, digámoslo así, pegas. Quizás hay que escucharles y no pensar automáticamente "ya está aquí el pelma". A veces el pelma puede tener algo de razón, creo. 

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La susceptibilidad, por ejemplo, puede mostrarse como antipatía. Y puede llegar a ser comprensible si uno se mira por dentro. Todo el mundo tiene heridas, más visibles o menos. Y te pueden tocar justo ese tema con el que saltas. 

Me decía una persona muy observadora que casi todas las posiciones ideológicas o no ideológicas tienen una "raíz" vital, que todo es biografía. Estoy bastante de acuerdo. 

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Supongo que hay un término medio entre decir lo que se piensa cuando se piensa, a veces hay que  no saltar a la primera por lo que es puro sentimiento, reacción emocional, susceptibilidad precisamentey decirlo bien, sin dar mandobles al que pasaba por allí. Y escuchar también (y antes) a terceros a los que no les va nada en ese concreto tema. 

Ser independiente es bueno, ir por libre, no rendir pleitesía al dinero, al poder, a "estar en candelero" que sea. Pero la línea que separa esa valiosa, y hoy rarísima, independencia de juicio ser un Cyrano de un ego dañado y un erre que erre es pelín difusa a veces. Y no es tan fácil darse cuenta. 

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A mí me hace gracia lo de tender puentes cuando constatas que se tienden a todos menos... sí, a esos. Esos no. Esos, justo esos de ahí, no. 

Que el diablo es padre de la división está claro. Y hoy, en España, muy especialmente. Y no sólo donde se piensa. La labor que (se) ha hecho y (se) sigue haciendo es espantosa. Cuando leo u oigo un "contigo no, bicho" personal o colectivamente, ese zarpazo, paso de largo, no me interesa. 

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Lo comentábamos algunos amigos hace unos días. 

Necesitamos tejedores, personas que unan sin ser unos sinsorga ellos. No, no es el puñetero consenso. Es otra cosa que tiene que ver fundamentalmente con el carácter, con la virtud personal. Porque no son estrategias ni tácticas. Es tratar de unir de verdad porque uno libra primero su lucha personal dentro, y como la tiene continuamente, es precisamente capaz de trabajar por tejer: porque no está saldando cuentas ni heridas ni alimentando su ego. 

Cuántas luchas y divisiones son producto del ego fundamentalmente. 

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Este sábado veré de nuevo Un hombre para la eternidad. Estoy segura que la voy a disfrutar de nuevo. No sale en la película lo que sí se lee en la correspondencia de Tomás Moro y su hija Margaret. Creo que fue a través de ella como supe de las mortificaciones a las que se sometía el hoy santo y que sólo conocía su hija (por razones diversas)



martes, 22 de octubre de 2024

Heridas y parques


Intervengo en algo (con algo) que me importa, pero lo hago mal, 25 minutos se quedan en 15, cosas que ocurren con la gestión del tiempo en congresos. Pero no pasa nada, la verdad es que cada vez creo más en que "la intención es lo que cuenta"... o en aquel "el que hace lo que puede no está obligado a más". 

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Todo el mundo tiene una herida. O varias. Más visibles o menos. Ser humano es llevar una herida, la del pecado original primero. Incluso los que no creen en el pecado original creen en él finalmente, sólo hace falta mirar alrededor y mirarse uno por dentro. Luego están las cruces, invisibles también a veces. Y los mandobles que se pueden dar con ellas a quien se acerca, ese pobre incauto que pasaba por ahí justo en ese momento. Mea culpa. Caes en la cuenta cuando lo ves en otro, qué curioso esto, hasta entonces en la inopia, como un carnero.

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Cuando escucho a Jacques Philippe me entra una gran alegría. Son seis conferencias sobre la Presencia de Dios, conmovedoras las seis. La quinta sobre la Presencia de Dios en uno mismo reconforta. Existen los bárbaros del sótano, las miserias, a veces secretas, pero también dentro de uno está el amor de Dios presente y su misericordia. Y en el prójimo (la sexta conferencia) igual. 

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Sabes que tienes un buen amigo o una buena amiga cuando no son incómodos los silencios y no "tienes" tú que hablar y el otro tampoco. Andar por el campo sin tener que hablar pensando cada uno en sus cosas es estupendo. 

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En mi época lo llamábamos redil, como si fuéramos una oveja. Tenía a veces barrotes o una red y un espacio suficiente para que durmieras tú o varios (bebés) la siesta sin peligro de caídas. Te ponían los juguetes dentro y a veces compartías el espacio con un primo o un hermano. Estabas allí con tus cosas sin necesidad de atención permanente. 

Me refiero al corralito o parque, que fue como se llamó (creo) ya a finales de los 60 y los 70. Permitía que un niño que gatea o empieza a andar no se hiciera daño, también que padre y madre y el resto de la familia no tuvieran que estar mirando todo el tiempo al niño pequeño.  Hoy, según veo, no existe "el redil", o yo por lo menos no lo veo. El niño tiene que estar suelto y todos pendientes. No sé cómo hemos salido adelante sin problemas los búmers estos que somos.