Fuimos al teatro, uno que no conocía, el Teatro de Cámara de Chéjov allá por la calle San Cosme y San Damián, detrás de Santa Isabel. Llegamos un poco pronto. Hay una puerta muy chica, un pequeño cartel y solo dos parejas fuera. “¿Es aquí el teatro?”, pregunto para asegurarme. Nos dicen que sí. “Pues parece una casa normal, qué curioso…” comento.
Abren la puerta y entramos a un recibidor con sofás, sillones y otros muebles. El que hace de portero nos da las entradas, las hemos comprado casi todos por internet. Esperamos un rato, viene más gente. Seremos al final unos treinta o cuarenta. Visto el sitio, con ese barro cocido en el suelo, sus jarrones con flores, las fotografías en las paredes, de muy buen gusto todo, pero como de casa de abuela, dice mi amigo “Esto es un teatro doméstico”. Me río. Suso es siempre muy ocurrente y da en diana. Me encanta este ambiente. Hablamos con una pareja de las tempraneras como nosotros, él tiene pinta de profesor y ella un aspecto estupendo, de esas señoras rubias que se hacen mayores sin aspavientos y son guapas de caerse. Nos cuentan que el director, Ángel Gutiérrez, es especialista en Chéjov, que este teatro solo está abierto viernes, sábado y domingo, y que los actores y toda la compañía tienen otros trabajos. A las 8.30 nos abren una puerta y, a través de un pequeño patio y subiendo unas escaleras, llegamos al teatro propiamente dicho, pequeño también. El escenario está decorado como una casa de campo rusa de las de antes, árboles altos con corteza blanca y gris, una especie de mirador, flores, una ventana a la izquierda con vegetación por fuera y a la derecha una puerta, un pequeña mesa.
Son solo 3 personajes, Sacha, Nadya, que es la novia, y Nina, la madre de ella. Es una pequeña historia, un argumento que no parece teatro. Quizá, pensamos, sea un cuento originalmente. Al llegar a casa compruebo que es así. Vida campestre, familia burguesa y sin ocupación aparente, una chica que va a casarse, pero que no puede dormir noche tras noche, un familiar lejano, Sacha, que piensa que esa vida sin hacer nada no es aconsejable, partidario del trabajo, una madre viuda que no es feliz, una abuela que no llega a salir en escena, té en el jardín, el velo de la novia, flores en mayo, en fin, Chéjov: sentimientos hoy perdidos y rescatados del tiempo.
La actriz principal es estupenda, todo un descubrimiento. Físicamente, según Suso, es una mezcla entre Julianne Moore y Meryl Streep, pero en joven, creo yo, no creo que supere la treintena. Se hace con la obra, se la merienda entera, llena la sala, se mueve perfectamente, proyecta la voz como quiere, y es capaz de hacer de una chica más joven, casi una adolescente.Tiene además la obra una música muy bien puesta y una iluminación cuidada. Es todo tan delicado, tan fino, que salgo encantada, creo que a Suso también le gustó.
Voy a seguir de cerca a este pequeño teatro de cámara, casi doméstico, a este director tan bueno, Antonio Gutierrez, y, si puedo, a esta actriz que interpreta a Nadya: María Muñoz.
Madrid tiene a veces tesoritos como estos, también los tiene la vida. No se habla de ellos, no salen apenas en los medios, pero están tan bien hechos, con tanto mimo, que cuando se encuentran hay que decirlo a otros para que disfruten. Si podéis acercaros al Teatro de Cámara de Chéjov no dejéis de hacerlo.