Claire se apellidaba O'Sullivan. No podía llevar otro apellido siendo de Castletownbere. O ese, o McCarthy, como el famoso bar que estaba en el pueblo y que dio nombre al libro. Sean, el casero y cortejador, también se apellidaba como ella. También otras personas que tenían establecimientos en el pueblo y alrededores: una tienda azul con el apellido ese, otra amarilla, otra naranja, todas casas de colores diversos, pero con el O'Sullivan siempre de frente.
Claire se había impregnado algo de la privacy inglesa y costó el primer verano que me invitara a su casa. Al segundo año me presté a enseñar español a sus hijos, dos niños pelirrojos muy ricos de 6 y 9 años en la época. Así ella venía a traerles y recogerles a mi casa y se quedaba a comer o cenar alguna vez. Nosotros no parcheábamos con sandwiches ni similares, nos sentábamos con platos y cubiertos siempre. Teníamos un hambre espantosa todo el tiempo, quizás el clima o que no parábamos.
El caso es que ese año pasó el verano allí mi primera perra, Pepa, mitad collie mitad no sé qué, aunque realmente fuera una genuina pastora segoviana, raza poco conocida todavía. Un día me dijo Claire que fuera a su casa a tomar un té con algo dulce, era una excelente repostera. Ella tenía un collie de pura raza maloliente, permanentemente embarrado y tranquilo, que no pisaba la casa, lo normal en gente de campo, vamos, que los perros no entren jamás en la vivienda.
El collie aquel, macho por más señas, convivía en pacífica armonía con una docena de gallinas sueltas por el jardín, por eso de que libres las gallinas dan mejores huevos y así las tenía Claire, iban y venían a su aire a menudo. A mí no se me ocurrió cosa mejor que dejar a Pepa también en el jardín aquella tarde de autos que todavía recuerdo. Estaríamos hablando Claire y yo como dos cotorras y no nos enteramos del ruido. Al salir aquello era la debacle, plumas por todas partes y algún hilillo de sangre, de las gallinas ni rastro. Pepa estaba muy contenta, el otro perro parecía algo confundido pero satisfecho. Mi perra había enseñado al collie que con esos bichos con plumas se podía jugar y pasárselo francamente bien, cosa que él ignoraba hasta el momento. No llegaron a comerse ninguna, es cierto, y pasado el tiempo salieron las gallinas de sus escondites, pero estuvieron en recuperación física y psiquiátrica unos días. De hecho, no pusieron huevos una temporada. Claire no me retiró el saludo pero sí, más allá de la interrupción biológica aquella, dejo de darme los huevos que me regalaba. No hubo más huevos en todo el verano . Le sentó como un tiro.
Moraleja: nunca dejes sola una perra española con gallinas irlandesas (aunque la nacionalidad perruna o gallinácea es lo de menos), ni mucho menos corrompiendo a un pacífico collie y enseñándole lo que no debe.
Pepa era una buena perra, pero con los seres alados y terrenales (o sea, ángeles y pájaros que vuelen no cuentan), no se llevaba bien precisamente. Otro día que fuimos de excursión tuvo un encuentro con una pareja de ocas que se saldó a favor de las última, ella salió escaldada. Las ocas son unas guardianas excelentes y como haya 2 pueden a un perro mediano sin problemas.
PS: Hoy es San Patricio, 17 de marzo, un día grande para todos los irlandeses, fuera y dentro del país. ¡Viva Irlanda!
Viva Irlanda y Viva San Patricio .... y los irlandeses creo que celebran estas cosas cantando con una birra en la mano¡¡¡
ResponderEliminarSaco varias conclusiones de esta historia. La primera es que te imagino integrada en el campo irlandés. La segunda, que los niños irlandeses y pelirrojos lo pasaban pipa en tu casa. La tercera es que espero que Claire no extrapolara el incidente con Pepa más allá de lo perruno. O sí.
ResponderEliminarHoy tu verificación me sale en verde. Será por San Patricio.
Pues eso, brindemos con una pinta, Modestino.
ResponderEliminarLolo, no sé al final si las relaciones hispano irlandesas se resintieron algo del hen- gate, podíamos llamarlo así ;-) en plan Watergate pero en gallinas... Un abrazo y sí, encargué hoy todo verde por si acaso.
Segunda moraleja: no le toques a nadie los huevos, por mucha flema británica que exhiba.
ResponderEliminarUn abrazo.
Lo de no tocar los huevos es importante, JC, muy importante.
ResponderEliminarUn abrazo, te leo...
Lo de las gallinas me ha gustado, aunque a mí me pillan muy a trasmano. Entiendo perfectamente a Pepa ¡Que corran las gallinas, que para eso son unas idem! Saluditos.
ResponderEliminarQuequi, guapa, yo heredé de Pepa el puesto de la que manda en esta casa. El ama lo es en teoría. Cuando quieras nos vamos de parranda las dos y te enseño maldades de perra buena y tú me muestras tus tesoritos, que yo no tengo en cambio.
ResponderEliminarQué rancia la tia esta!
ResponderEliminarYo ya no le compro ni un huevo mas.
¡¡ Es que las gallinas van provocando !! Je, je.
ResponderEliminarQuizás un buen gallo hubiera puesto a Pepa en su sitio como hicieron las ocas.
Ok, Olimpia, a ver si nos vemos alguna vez y la liamos parda, como dijo una humana a la que creo que le iban a dar un nobel. Saluditos.
ResponderEliminarEs que la gente segoviana, amiga, incluso los collies, tiene su cosa especial...
ResponderEliminar¡Viva San Patricio, aunque con retraso! Será cuestión de recuperar las pintas perdidas en una taberna irlandesa, los lugares más hermosos sobre la faz de la tierra.
Gracias por tu visita. Muy bueno tu blog
Je, je, je. Relato de perros y gallinas... Lo que tenía que apreciar tu amiga es que su perro era un tontaina... ¡Viva Irlanda!
ResponderEliminarUn abrazo.
Condesa, deberes ineludibles de este fin de semana (deberes que usted conoce bien,-) me impidieron la normal lectura de los blogs amigos. Lo lamento, porque este texto tiene algo de parábola y yo he llegado muy tarde a SAn Patricio. Pero los santos son pacientes. Sí, la primera enseñanza pudiera parecer clara y la ha extraído a la perfección S.C: nada de tocar (o poner en peligro) huevos ajenos. Pero es que la vida es así, como la poesía, llena de ocasiones para la excepción. Fue, sobre todo, una ocasión para conocer a Claire.
ResponderEliminarDivertidísimo.
Un abrazo.
Gracias, Olga, un abrazo. Sí, molestar a alguien no debe hacerse, especialmente si uno se divierte con ello, esa es la peor señal ;-) de algo. Aunque Pepa, que diría un moralista, no era imputable. Es lo que tienen los animales, que no son imputables.
ResponderEliminarClaire era estupenda, otro día hablo de ella. Lo normal es que las amistades superen cosas como éstas. Ya lo dijimos, ¿no?: 2 o 3 decepciones ... para luego perdonarse.
Moralista no, leguleyo, un moralista diría que no es responsable.
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