Stone Cottage, la casa de Andreas Liess que alquilé en el 2004 en Tir Na Hilan, en Beara (Castletownbere, Irlanda), tenía fantasma. Me enteré luego. Claire O’Sullivan me lo comentó al año siguiente.
En la primera noche en aquel cottage blanco con el techo de pizarra negra cayó una tormenta con lluvia incesante que golpeaba en las ventanas. Recuerdo sombras siniestras, ruidos desconocidos, algo de miedo. Si llego a saber lo del espíritu no me quedo. Hicieron bien en no decirme nada el verano ese. Dormí inquieta. Era una semana por mi cuenta, sola, a la espera de que llegaran mis sobrinos. En el jardín había un monumento megalítico propio de la zona –el ring fort en las tierras de Ruth y Sean O’Sullivan muy cerca-, una tumba seguramente, piedra gris donde crecía musgo verde. Quizás el fantasma o el espíritu de la casa tenía que ver con aquello.
A la mañana siguiente encontré a una gata blanca con algunas manchas negras debajo de un coche al lado de la librería pública. Maullaba el animalito allí desesperado. No recuerdo cómo lo hice, pero la pude sacar y meter en el maletero. Al llegar a Stone Cottage había devuelto. Parecía muy enferma. La observé mejor y vi que no tenía rabo. El ano parecía dañado. La llevé al veterinario. No podía controlar los esfínteres la gata aquella. Así que la adopté inmediatamente.
La gata dormía debajo de mi coche o, si hacía sol, encima de la tumba verdinegra. Así pasaba las horas del día tranquilamente. Luego, en cambio, la noche entera se paseaba en el piso de abajo de casa para espanto de todos los que vinieron. Y, naturalmente, se cagaba por todas partes, yo limpiando detrás de ella. No quería dejarla fuera en el jardín por si se escapaba y volvía más dañada. La alimentaba, pero la gata no ganaba peso. Seguía escuálida y durmiendo por el día, por la noche yendo y viniendo, maullando.
Cuando tocó volver a España en coche y ferry yo no sabía qué hacer con la gata. Apenas cabíamos los 3 chicos y yo con los equipajes (Alberto volvía por su cuenta), no teníamos espacio materialmente en el Xara para otro tripulante. La dejé con el veterinario. Luego fue adoptada por una pareja de la zona que la cuidaron con esmero. La vi al volver a Tir Na Hilan el año siguiente. Había engordado y estaba estupenda. Quise creer que me reconoció a pesar del tiempo.
Hoy en Urueña pensé en la gata aquella. Una joven y negra se erizó a mi paso y al de Olimpia, más al de mi perra que al mío. Por si acaso, porque siempre me encuentro con animales sin dueño, no la miré mucho, no vaya a ser que luego me diera pena. A veces es mejor no ir con los ojos muy abiertos.
PS: La casa de la foto es Stone Cottage con la tumba aquella. Así, con sol, no da mucho miedo, pero hay que imaginársela anocheciendo, con lluvia y con una gata maullando todo el tiempo.
Tienes un blog muy completo, y extenso. Me ha gustado la historia que cuentas hoy, iré poco a poco leyendo.
ResponderEliminarSaludos
Una hermosura, como siempre que va de Beara y de corazón. Bueno... los cielos de Urueña también tienen corazón, pero es como menos húmedo. O más lleno de amapolas.
ResponderEliminarJosé Luis, gracias, extenso sí que es, te agradezco que leas. Espero que te guste Beara. Un abrazo.
ResponderEliminarMujerarbol, qué nombre el tuyo, me gusta, gracias por tu lectura, muchas gracias. El corazón de Urueña es un poco áspero, aunque el de Beara, agreste y a veces con viento constante, tampoco es que fuera dulce.