A raíz de las primeras lentejas de Jesús Cotta, paso a contar otras desdichas culinarias.
Todavía recuerdo mi primer libro de cocina. Grande, con unas ilustraciones preciosas y sin adaptación alguna del libro original inglés de postres, desayunos y meriendas.
O sea, medidas imposibles (¿onzas, libras?) e ingredientes como el jengibre o el ruibarbo que en aquella época sólo existían en los libros de Enid Blyton ("Los cinco", "Los 7 secretos") o en los de Guillermo Brown de Richmal Crompton.
La repostería, los desayunos y meriendas no son el terreno más fuerte de la cocina española, dicho sea con todos mis respetos, ya sé que va en gustos. Es, sin embargo, el área por donde los niños se inician en la cocina. Así que por aquel entonces con mala guía pero estupenda maestra -mi madre (toda una clásica, ver más abajo)- comencé.
Hombre, estaban otros libros como el de la Marquesa de Parabere (que no era tal) y el Libro de la Sección Femenina, pero eran demasiado tochos para una niña. También las recetas del Telva en aquellas fichas que coleccionaba mi madre. Y a principios de los 70 aparecio la biblia, el mejor, el inigualable y nunca bien ponderado "1080 recetas de Simone Ortega" gracias al cual tantos matrimonios, parejas, solteros y lo que sea han aprendido a cocinar o mejorado su repertorio o estilo. A mi entender, el mejor por goleada, todo sale y todo sale siempre bien con él.
Brazo de gitano. No es un bizcocho cualquiera, es una capa fina de bizcocho muy ligero que se hace sin que suba -no lleva levadura- con yemas, claras bien batidas (a punto de nieve), algo de azucar y muy poca harina. En aquel entonces no existía el silk pad, esa plancha de silicona que hace que desmoldar algo sea un juego de niños. Ponías la masa con una espátula en un papel de aluminio engrasado o en uno de papel cebolla encima de la bandeja del horno. Poco tiempo dentro para sacarlo y volcarlo encima de un paño húmedo a toda velocidad, quitar el papel del otro lado también rápidamente y enrollarlo sobre paño para poder luego desenrollarlo y rellenarlo con lo que fuera (crema pastelera, nata, chocolate,etc.) Luego lo podías cubrir de nuevo como si fuera un tronco de árbol con crema de moka (mantequilla y café) o chocolate. Le hacías unas rayas con el tenedor, hacía muy bonito. También se le puede echar azucar glass sólo y quemarlo, está más bueno. Esto último lo digo hoy con gusto de adulto, y de igual manera es más a gusto de mayores emborracharlo un poco.
Así dicho no sé si parece fácil, lo que sé es que la receta se me resistía para mi desesperación de doce años, la risa de mis hermanos y la mirada lejana de mi madre. No lejana porque ella quisiera: no la dejaba ni entrar en la cocina. Era mi receta, y la tenía que sacar a pulso yo sola, si no, no valía.
Primer brazo. No salía, estaba demasiado seco, no se despegaba del papel o cuando lo hacía estaba ya duro imposible de enrollar ni con el paño húmedo.
Segundo brazo. Lo mismo.
Tercer brazo. Lo mismo.
Cuarto brazo. Lo mismo
Así hasta 6.
Caían los cadáveres en la basura, tantos paños húmedos como brazos muertos, la crema pastelera ya preparada se moría de risa en el cazo haciendo eco a mis hermanos.
Mi madre al cuarto brazo muerto entró y tímidamente me preguntó. "¿No quieres que te ayude?"
"¡¡¡No, no, no, dejadme sola!!!",
grité yo como en el anuncio aquel de Orión el matamoscas y el torero que anunciaba que la faena iba a ser suya, buena o mala, pero suya. "¡Dejazme zolo!"
En fin.
Lo aprendí a hacer. Al final se aprende todo o casi todo.
Di con el punto. Hoy lo tengo dominado, aunque soy más de salado que de dulce y hago menos postres.
Luego hubo más desastres y desdichas culinarias, con ellas sigo:
...a eso de los doce una tortilla sin huevos (increíble pero cierto, así no se juntaba la desgraciada -aclaro, estaba enamorada y con la cabeza en otra parte)
...durante toda mi vida bechameles que siempre pecan de claras (y luego haz croquetas que se te revientan todas, todas);
...y una, más reciente, de sopa de cocido que congelé -con fideos, error de principiante, el fideo NO se puede congelar-(y que Jose María, Raquel y Mario se tomaron sin rechistar).
Hay dos escuelas en cocina, bueno, hay muchas más, pero entre las 2 principales se encuentran:
-Los Clásicos: Los que cocinan con método, orden, concierto y medidas estrictas que siempre siguen. Suelen triunfar con seguridad aplastante, no cometen errores casi nunca, son fiables y sabes a qué atenerte si vas a su casa. Si ponen un catering, hay que contratarles.
-Los Ácratas: Los que cocinan sobre todo a ojo y les encanta hacer cosas nuevas aunque tengan a 10 a cenar, no pueden cocinar sin arriesgar, se mueren. Se meten en cocina ajena (incluidos restaurantes), preguntan pero no toman nota jamás (un lapiz y un papel ¿para qué?). Se atreven sin receta o la cambian función de lo que hay en la nevera. Como algunos toreros, pueden tener tardes memorables y salir a hombros y otras en las que sólo sus amigos y familia, que les quieren mucho, siguen siendo fans. Si pusieran un catering, NO hay que contratarles. Repito: NUNCA CONTRATARLES.
No hace falta decir a cuál pertenezco, pero tengo gran curiosidad en saber a cuál pertenecen los que por aquí pasen.
Tú, lector, ¿de qué escuela eres?
"¡¡¡No, no, no, dejadme sola!!!"...
ResponderEliminarYo soy de esa pandilla, de las que solitas se enfrentan a su fracaso culinario... y a otros tantos fracasos.
Y quizá bastante ácrata... cocino a ojo casi siempre. Todo es bajo intuición. Suelo variar las recetas... aunque soy casi siempre muy clásica en cuanto a lo cocinado.
Vamos, que casi siempre es lo de toda la vida... (cocido, garbanzos, sopas de ajo, TORTILLAS). Lo clásico... bajo el signo de la intuición. A ojo... una pizca de esto, unos gajos de lo otro... jajajaja.
Yo, lo que me sé de toda la vida, a ojo. Lo demás... apúntate este libro, Máster. Me lo regalaron mis suegros antes de casarnos !!!???.Menuda indirecta. Supongo que sabían que el tema se me daba mal. Es ¡clavado!. Sale perfecto todo y con instrucciones sencillas. "Cocinar es fácil" de Mercedes Seguí. Lo tengo tan manoseado... y me ha sacado de muchos apuros.
ResponderEliminarÚltimamente le saco mucho partido al horno. Increíble la de cosas que se pueden hacer al horno. Incluso los calamares a la romana...
Besos y a ello... ya sabes
Yo no sé cocinar: intenté aprender varias veces, pero no tengo paciencia.
ResponderEliminarSin embargo esta tarde me he acordado de este blog. Es un excurso.
NUBES Y NUBES
Me gusta conducir. No lo hago tanto como Driver ni atesoro sus habilidades (ya querría) pero me gusta conducir. Disfruto sintiendo como el coche cambia los apoyos en las curvas, y los sustituye por los contrarios cuando se abre a una nueva. Me gusta el runrún de mi TDI cuando se ha desperezado; y, sobre todo, me gusta imaginar y recordar cuando no hay apenas circulación en la vía.
Venía a Madrid por la A2, esta tarde soleada y fresca de domingo (¿alguien sabe por qué los domingos de Madrid son tan luminosos?), sólo en el coche, la vista perdida en un horizonte plagadito de nubes. ¿Nubes?; sí, como las de este blog, como aquéllas…
Cuando un servidor era pequeño, sufría una irrefrenable tendencia a ser castigado. Un andoba alemán llamado Fritz Künkel había escrito una didáctica monografía titulada “Del Yo al Nosotros”, en que explicaba muy bien cómo tras ser cada niño, al principio, sólo él o ella, poco a poco iba interiorizando al “otro” y a “los otros”, con sus deseos e intereses distintos. Pues bien: yo debía ir bastante retrasado en aquella evolución, porque todos los castigos me parecían rigurosamente injustos y mis razones, sin embargo, justísimas.
Casi todos los castigos consistían en no hacer lo que más me gustaba; y eso se hacía en la calle (jugar al fútbol, a las chapas, explorar, “cazar”, guerrear…). Mi “hoy no sales” carcelario no significaba el confinamiento en aquella casa de techos altos y ventanas como aspilleras: sino en un huerto contiguo, escoltado por tres higueras pringosas y un cañaveral. El resto hierba; agreste hierba. Allí me tumbaba con una espiga en la boca desparramando la vista hasta el Cerro Jabalcón, que silueteaba un cielo azul pastel precioso.
Subido a su pico más alto, de un salto me sujetaba al extremo del estrato blanquecino más bajo y desde allí oteaba el pueblo con sus personas que parecían hormiguitas. Sobre mí, muy altos, sobrevolaban varios cirros con formas de águila, que acechaban mi movimientos. Entre ellos y mi estrato, flotaba un majestuoso cúmulo con forma de castillo abandonado.
Salté muchas veces sobre el trampolín de mi estrato que era como un inmenso colchón blanco, hasta coger tanto impulso que llegué a la panza plúmbea del cúmulo, redonda como el casco de un barco, como la “Panza de Burro” de la ciudad de Las Palmas (nunca mejor definida).
Exploré el castillo abandonado y luego me apropié de él; pero era un castillo sumamente apetecible, de modo que enseguida aparecieron bandidos dispuestos a asesinarme para adueñarse de él. Se parecían a los malos-muy malos de la serie Bonanza (¡ay, con tanto castigo me la perdía casi siempre!), todos vestidos de negro, la cara tapada con un pañuelo del mismo color. Uno a uno subían por la ladera del castillo a vérselas conmigo: Jack Dempsey les esperaba con las mandíbulas tan apretadas como los puños.
Al primero, bajo y corpulento, le detuve en su acometida con un jab que le dejó sorprendido y antes de que se recuperara, le enjareté un directo con todas mis fuerzas, haciéndole caer dando vueltas hasta los pies de sus compinches, como una peonza borracha. El siguiente maleante era más alto y en cuanto hubo subido me lanzó un directo demasiado predecible: lo esquivé y escorado a su derecha, le apliqué un gancho corto que se estrelló en la boca de su estómago. Cuando le tuve sin respiración fue la ocasión de sacudirle un gancho a la mandíbula, que le desplomó cúmulo abajo.
Uno tras otro iban subiendo con sus retadores propósitos y a todos les daba su merecido, hasta que me fui cansando y en ésas, un hotentote con más barba que Barbazul, me cazó con un crochet y me dejó tirado a dos metros. Jack Dempsey sólo tenía diez años, pero era Jack Dempsey: me levanté y con un antirreglamentario cabezazo y luego una batidora de crochets de derecha e izquierda le vencí. Era el último, y mi recién conquistado castillo ya estaba a salvo, cuando apareció aquel gigante descomunal, clavadito como una gota de agua a mi padre. A ése no le “podía” (¡coño: menudas galletas atizaba!), de modo que sonó la corneta de retirada y me apresté a coger las de Villadiego. Cuando ya tenía al gigantón cerca, salté a lomos de un cirro con forma de caballo y picando espuelas el Pegaso me sacó de lo que iba a ser Little Big Horn, cuando ya sentía en la nuca el aliento del gigantón.
La carretera pasaba junto a Medinacelli, con su diminuto arco romano mirándome desde la colina, y la circulación se espesó. Había que prestarle más atención de modo que despedí al Cerro Jabalcón y quité el automático de velocidad del coche.
¡Quién me iba a decir, señora Máster, que cuarenta años después iba a estar escribiendo sobre aquellas nubes, encaramado en otra, ésta propiedad de una sonriente damisela con uma cámara de fotos en la mano!
¡Cosas veredes, Sancho, que non crederes!
Feliz semana a todos.
José Ramón, en breve porque tu comentario / relato es tan bonito que a qué añadir nada
ResponderEliminar1. Nadie sabe por qué las tardes de Madrid y, sobre todo, el cielo de Madrid es "asín". Se dice, se comenta, hay un run run sobre el origen de la ciudad, que si sí que si no, pero dejémoslo y pensemos que nuestro cielo madrileño es una bendición y que no podemos perdernos ni un solo atardecer sin echarle un vistacito y agradecerlo (lo del amanacer que está bien es más complicado, con tanto sueño a veces como para agradecer nada ;-)
2. Suerte tus castigos. Otros hemos sido criados en ciudad, y no tiene nada que ver. Por mucho que los barrios de Madrid de los años 60 fueran mucho mejores que los de ahora: el portero que te reñía, el tendero que también, y tú que jugabas en la calle porque había más seguridad. O en el Retiro, sin casi quien te mirase. Otros tiempos. En cosas peores y en otras mejores. Para ser niño creo que mejores, la verdad.
3. El asalto o salto de nubes me parece bien, interesante como poco, hay que practicar hasta que lo dominas. No es fácil, pero se ve qie tienes práctica. Yo prefiero mirarlas tumbada, pero va en gustos.
4. Buen sitio Medinaceli, buen sitio Soria en general, y el castillo y todo.
5. Y curiosa coincidencia entre Bonanza ... porque vivo en un lugar con nombre de reminiscencias de western, toda una casualidad. Ay, Dios mío, cuanto me gustaba a mi Bonanza, el Virgniano y Jim West, bueno en general los western, sean series de televisióm previsibles... o ya los que te mueres: John Ford, me quito el sombrero.
En fin, bienvenido José Ramón, me a encantado lo que has contado, oye, me he reído mucho. En mi caso me castigaron muy poco porque fui siempre buena y nunca di problemas. Pero es que las chicas somos más fáciles, creo. Digo a los 10 años, luego quizás no.
Un abrazo, Jack Dempsey.
Aurora
joer, me "ha encantado", voy a tanta velocidad que me como h, n y lo que se trecie
ResponderEliminarDigo tercie.
Pues eso.
Ana, mi teoría -ya sabes que tengo muchas, luego lo que me falla es la práctica- es que la maýoría de las mujeres cocinamos a ojo, y la mayoría de los tíos lo hacen "a lo clásico" (mi madre es una excepción pero es que es química, y claro, imprime carácter).
ResponderEliminarYa sabes lo de la pizca. "Pero una pizca ¿de quién?, porque tus dedos son más gordos que los míos..."
Un beso, hermosa
Aurora
Sunsi, me encanta el horno a mí también, es limpio, no se mancha -se mancha menos cacharros- y calculas más fácil los tiempos ... y se puede mantener o dar un calentón a última hora.
ResponderEliminarOdio el microondas (microndas?), es el calientaleches más caro del mercado...
Yo soy de la escuela "Bocata". No tengo ni idea de cocina (¡y me dedico a vender comida!), no distingo matices de sabores (lo que me obliga a echar salsas picantes a todo lo que como),invitarme a comer es perder el tiempo y dinero (lo advierto).
ResponderEliminarTiene sus ventajas. Nunca me quejo de una comida (lo mío es echar cosas por el agujero de la cara).Si no hay plato,¡no importa!,me zampo un bocata con lo primero que encuentro.Al no distinguir unas fabas cocinadas con primor, de unas de latas, hago la vida muy sencilla a los que me rodean: ¡todo es de lata!
Nací así (también soy ciego de colores, quiero decir que no distingo gamas. Por ejemplo para mi el marrón y el verde son la misma cosa)...esto me ha traído unos cuantos problemas (más a los demás que ami, que ha llegado a ir con una americana verde y unos pantalones marrones, más chulo que un ocho pistacho, y la gente , mi gente, muerta de vergüenza).
En fin...
Uf, pues bueno es saber estas cosas, eres igual en lo del gusto que un amigo mío, Carlos. Por las noches se toma una papilla de niño porque le da igual, y luego va a comer a Minas porque es lo más barato de Madrid. Vive tan ricamente.
ResponderEliminarUfffff.....
ResponderEliminarsupongo que esto manda la costumbre, a no ser que toque hacer de la necesidad virtud. La cocina no es lo mío. No obstante, me atrevo a cocinar para mí, sin problemas, a veces puede salir bien, a veces regular o a veces mal, no importa, no hay otros damnificados.
En cambio, cocinar para los demás es una responsabilidad inmensa que soy, lo confieso, incapaz de asumir. No me atrevo a cocinar para la comunidad, para la familia, ni para un muerto de hambre, vamos, ni para el perro si lo tuviera (no soy muy amigo de los perros y en la ciudad menos, pero tampoco soy cruel con ellos, y el riesgo es que el resultado fuera cruel). Lo siento, con las cosas de comer de los demás no se juega...
Yo soy de los que cocinan muy poco, pero soy de los de "un rambo" para cenar...
ResponderEliminarSi no hay sobras del día yo me lo guiso yo me lo como; casi lo que sea.
Y siempre estará la tortilla de pan rallado..
Pero cuando me pongo en plan receta soy metódico, el gazpacho como dices de Simone Ortega y las migas esas sí como las recordaba que las hacía mi madre.
Y el único dulce las socorridas tortitas que más bien salen crepes...
Tomaré nota de esta entrada para esmerarme y ponerme a ello.
Uf, Friar, creo que eres tímido o muy humilde, más bien lo segundo ;-). Cocinar para otros es un placer, da muchas alegrías, pero entiendo que no te atrevas. ¿Has probado con el 1080 o las recetas esas de España Directo? Es una idea, no sé...
ResponderEliminarGracias por venir, estás en tu casa.
Aurora
Buenas, nieto de del Valle ;-), un metódico, qué bien, eso que llevas ganado, la verdad. Respecto a las tortitas, un truco: venden en algunos super unos polvos que le añades agua o leche y quedan... de muerte. Como las de cafetería o mejores. A mí también me salen las que yo hago más crepes que tortitas...
ResponderEliminarjejejeje, sí esas son mis manos terminando de dar el toque final a la creme brulée, qué rica que estaba y qué facíl de elaborar ¡Siempre que controléis el tiempo de cocción!. Aurora, lo pasé genial en LA Gargantua, sin duda viajar contigo es un placer.
ResponderEliminarMe acuerdo del día del cocido, estaba, ejem, rico, pero con los fideos pasados, por qué será... Pero, cuando la compañía es grata la comida es un éxito.Gracias!!!.
Si tengo blog pero espero que poco a poco coja forma, tengo que añadir fotos pa animarlo.
Besines a todos
Forjada entre la Parabere, el Ramillete y mama.
ResponderEliminarEl único sitio en el que soy ligeramente ordenada, en la cocina.
Tipo ácrata.
Fatal repostera.
Nada poética, nada creativa.
Pelín garbancera..............
Uf, uf, uf... qué tema. Yo soy tirando a clásica, pero me pierden ciertos detalles ácratas (o me ganan, si hay suerte:-)
ResponderEliminarMe encanta la cocina y me encanta concinar. Me gusta perder tiempo y disfruto con los olores, con los tiempos, con los riesgos. Pero me acabo de poner a régimen, sí, querida, hoy mismito. Así que no quiero pensar ni en esos brazos de gitanos que tirabas a la basura, fíjate:-))))
Deséame suerte, guapa, que esta primavera quiero estar estupenda y tengo un duro trabajo...
Besos, Aurora, he disfrutado mucho, como siempre, con la lectura.
Raquel, ánimo que te va a salir fenomenal, y que espero los salchichones de la matanza (2-3 kilos), cuando te venga bien, claro.
ResponderEliminarUn abrazo
Aurora
En fin, Pepa, o sea, que el dulce no es lo tuyo... ;-), más bien lo salado ¿no?
ResponderEliminarVenga, picapleitos, hablamos
Aurora
Uf, Olga, tienes pinta de cocinar bien, eso de los olores es básico y tú tienes un olfato finísimo para todo, tengo la sensación.
ResponderEliminarSeguro que estás estupenda porque tu foto muestra a una morena que ya ya, como la de la copla ;-)
Pero en cualquier caso, suerte con el régimen y, si te viene bien, mándame por Seur los kilos esos que me vienen fenomenal a mí.
esta entrada de condumios en principio me podría parecer mu poco afín, por aquello de que de los pucheros y su alquimia solo reparo en los resultados, no en el proceso
ResponderEliminary sé que me lo pierdo porque me consta que es un mundo interesante
lo que sí que te digo es que cuando vaya a Madrid a presentar mi libro (uno de ellos) raptaré al Driver y sin invitación nos plantaremos en tu reino pa que nos abduzcas con tus magníficas pócimas de druida de la cocina
Ni llamar tienes, solo por si noestoy, más que nada, que a veces tengo que bajar a Madrid. Pero si estoy en casa siempre hay comida de sobra, así que encantada, ya lo saben siempre mi familia y amigos.
ResponderEliminarCocinar es divertido, pero comer creo que es más todavía ;-)
Un abrazo, Toi
Aurora