martes, 2 de marzo de 2021

Un largo adios

Una de las cosas más duras de esta pandemia es no poder despedirte de quienes quieres. De repente, mueren y tú no has estado allí, no te dejaron verles. 

He vivido hace ya muchos años dos muertes inesperadas por súbitas, las de mis padres. Y otras muertes que podemos decir esperadas, precedidas por la agonía, una despedida que tiene lugar mientras quien se va sufre lo suyo, aunque esté rodeado de cariño. 

Siempre es desolador despedirte y siempre es desolador no poder despedirte realmente. Pero quizás poder despedirte de modo consciente y con tiempo ayuda a colocar mejor a quien se fue.

A veces la vejez, esa vejez amplia y larga que tenemos en los países desarrollados, con su deterioro lento pero inexorable, es el modo que tenemos de ir diciendo adiós a esa persona del mismo modo que él mismo va diciendo adiós a ser escuchado, a ser tenido en cuenta, a ser alguien cuya opinión se valora, cuya experiencia cuenta. 

El mundo expulsa y a la vez el mundo no interesa. 

Decía Lutero que el hombre es un ser curvado sobre sí mismo. 

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