sábado, 6 de marzo de 2021

Bares, qué lugares (Corazón de carne)

A mí me gustaría que otros disfrutaran lo que yo he disfrutado con estos diarios de Adolfo Torrecilla, "La suerte de conocerte, Diarios, 2018-2020), eso es lo primero. 

Había pensado titular esto como “La elegancia de Vallecas” o así –porque lo creo-. Pero pensé en algunos amigos y en la familia de Torrecilla y en su posible y seguro (fijo) cachondeo. Así que, al final, va lo de “bares, qué lugares” que canta Gabinete Caligari y tiene todo que ver con estos diarios. Y añado la coda esa de “corazón de carne”, que me parece que también le pega.

Pegar la hebra y la oreja

Por cierto, no hay cómo pegar la hebra o la oreja, saber mirar y escuchar –no sólo hablar uno-, para poder contar luego algo interesante. No hay como que los demás, lo que les pasa, te interese de verdad, y no por la “utilidad” que te proporcionen (ni literaria ni vitalmente hablando); que el centro de tu vida y escritura no seas tú o, en su caso, ese circulito de otros (pares) igual de pelmas que tú (cuchipandis de petardos les llamo, perdonen Vdes.).

Lo sé: “raro, muy raro”, que diría el difunto padre de Julio Iglesias. Eso de que “el yo” en plan pelma no sea el protagonista en un diario puede llegar a ser algo raro, pero sucede a veces, vamos allá con ello.

Las fotos de los 60

Le contaba el otro día a un conocido que colgó en twitter una foto preciosa en blanco y negro de su abuela paterna en los años 60, que hay algo en muchas fotos de antes (hasta los 80 o así) que atrae. Y es que las personas miran. O sea, no están mirándose ellas. Es algo casi generacional, diría. Pido a los que lean esto que hagan la prueba y miren las fotos de sus padres, de sus abuelos, esas fotos ya amarillas o manchadas que no se hicieron con el móvil. Verán la diferencia: miraban, no se miraban. No es la cosa esa del selfie de hoy poniendo morritos (de una u otra manera). Es otro modo de fotografiar (y fotografiarse) que nos dice algo de lo que fuimos (de lo que fueron nuestros padres, nuestros abuelos)… y de lo que somos actualmente (ay, madre).

La literatura de diarios o dietarios es interesante, quiero decir, el “género” así en general. Hay de todo y mucho bueno. He leído algo de Trapiello (por influencia de mi hermano Paco y algún amigo fan), algo de Plá, el clásico de Amiel y, también, bastante de Jiménez Lozano, lo que más, la verdad. Y una cosa pequeña y preciosa de Guadalupe Arbona, que me encantó muy especialmente. Luego, claro, varios blogs que tienen mucho de dietarios. 

Todo lo que menciono me ha gustado. Leo para pasarlo bien fundamentalmente, insisto en esto.

El selfie tan omnipresente y los petardos y fuegos artificiales diversos

También, lo reconozco, me he resistido a algunos por mucho que hablen maravillas de ellos terceros. Me fío de mi instinto lo primero. No quiero acabar odiando al que escribe y pensar (juzgar, es cierto) que es un petardo egocéntrico, esa especie que hoy prolifera, el “ir de algo”, el selfie insoportable en versión escritura y escritor (no hace ninguna falta Instagram para eso).

El postureo, el que sea, vende. Y quizás “hacerse un personaje” protege. Vamos a pensar que eso es lo que pasa, que hay que protegerse de algún modo. El tema es acabar devorado por esa figura, sepultado en ella.

A veces hago excepciones. Acabo de leer a Umbral en “Un ser de lejanías” y le comentaba a un amigo periodista la larga sombra umbraliana que pesa –demasiado desgraciadamente- en algunos. Es como un peaje que hay que pagar para entrar en el… ¿club de los pelmas? Y me gusta Umbral, eh. Pero, dicho en voz baja, y ahora que no nos oye nadie: puede llegar a ser un petardo auténtico. Fuegos artificiales estupendos, no hay duda, pero fuegos artificiales al fin y al cabo. Umbral es de esos a los que leer puntualmente y luego irse a ver pájaros, tomarse un Rueda o hablar con tu marido para no dejarse arrastrar por la tristeza que te provoca leerle. Están los tiempos como para cenizos y tristes. Dios nos libre de ese tipo de tristes siempre.

Nosotros, que nos queremos tanto

Que el mundo es una mierda y, sobre todo, que no me presta la atención debida, es uno de los grandes temas de algunos diarios, blogs, vidas, lo que sea. Como otro, muy al alza, es la variante de lo culto que soy, el éxito que –gracias a mis indudables cualidades- tengo, mi formidable y extraordinario gusto, y el árbitro de la elegancia en que me he convertido. Ese yo que planea y reina sobre la mediocridad presente o pasada que me rodea, ea, nos salvamos el club de los 5 o los 7 secretos al que pertenezco. Yo, que me quiero tanto, y que fulanita no me quiere o no me quiso a veces: detrás de algún pelma a veces está o estuvo simplemente eso, ay, hijo, que Z no te ha hecho el caso que tú quisieras. Qué humano todo, desde luego. Que sí, que lo entiendo.

Con todos mis respetos: son variantes del egocentrismo reinante tan peligroso en diarios y dietarios actualmente, el puto (perdón) yo de los, perdón, cojones. Hay que decirlo así para que se entienda. Lo siento, pero es que los señores nos llevan ventaja a las señoras en esto de dar el peñazo a base de diarios –entre otras cosas diversas-. Nosotras somos unas meras aficionadas, nuestro narcisismo iba o va por otros lares, aunque les podemos tomar la delantera rápido, soy plenamente consciente por lo que a mí respecta.

A ver, que me pierdo.

Wysiwyg o como un jamón ibérico

Estos diarios de Torrecilla no tienen nada que ver con esa larguísima (y muy pelma) introducción que acabo de hacer. Y precisamente por eso son tan interesantes. La he hecho por quien espere otros diarios “al uso” relativamente frecuentes. Aquellos que busquen “nombres conocidos”, yo te doy cremita para que luego tú me la des (te leo y me lees), puñaladas, autosatisfacción del cuchipandeo, etc., absteneos. Éste es un diario para otro tipo de gente que no aspira a estar en el candelero o se deja fascinar por fuegos.

Por eso son tan bonitos (sí, es la palabra, “bonitos”, ¿qué pasa?). Y tan… sin pretensiones. Me han recordado en cierta manera “Feria” de Iris Simón, precisamente por ser como un jamón ibérico ahí colgado, sin aditamentos, quítate capas de bienquedismo, tú ahí colgado al aire de la sierra. Como lo que explicaban los informáticos: lo que ves es lo que hay ("what you see is what you get", “wysiwyg”, y copio:  “se refiere generalmente a editores que trabajan en modo diseño, lo que permite a las personas trabajar con texto enriquecido -colocando estilos, imágenes, listas, etc.- sin tener que preocuparse por las etiquetas HTML”). Sin tener que preocuparse por etiquetas: subrayo esto 100 veces.

Adolfo Torrecilla trabaja en un sindicato. Ha sido profesor de Lengua y Literatura y realizado diversas tareas relacionadas con la crítica literaria y cultural en publicaciones y otros ámbitos. Había leído suyo “Dos gardenias para ti y otros relatos”, que me gustó y me hizo gracia. Tengo pendiente, porque me interesa el tema (y además lo he regalado, y, horror, yo no lo he leído aún) “100 años de literatura a la sombra del Gulag 1917-2017”.  

Los 3 palos del diario y el cuarto o así que se desprende

Adolfo en estos diarios toca varios palos. Voy a intentar “clasificarlos” y contar lo que veo.

Palo amigos/familia: por goleada el más abundante. Madre del amor hermoso, la cantidad de personas que conoce. Bueno, claro, haber sido profesor en un colegio ayuda. Y vivir en un barrio como Vallecas. Y salir a la calle –no que la calle sea un mero “escenario” para tu lucimiento, que se nota siempre a la legua-. O tener (ya) sesenta años. Entrañable y divertido (no hace falta pintar un cuadro que no es, una especie de “La casa e la pradera”, no). En fin, la literatura está en la calle, no hay duda. En los bares. En las comidas esas que no te da vergüenza, Torrecilla, ponerte morado. En los amigos. En el camarero. En tu madre. En tus hermanos y cuñados. En la memoria de tu padre. En los recuerdos, en las anécdotas familiares, en lo peculiar que puede ser Z o X. En esas pasiones inéditas o sorprendentes de gente que de repente lo sabe todo de, yo qué sé, ¿de delfines? ¿de historia de Vallecas? ¿de Portugal, los fados? Da igual, hay gente para todo.

Y luego esas historias: desde los domingueros a ese buscarse un pueblo (porque hay que tener un pueblo, por Dios, Peñaranda de Bracamonte, por ejemplo) o el concurso con la karcher, todo con notas más altas o más suaves, me ha encantado todo eso.

Como aficionada –como Torrecilla- a Joseph Mitchell y a su profesor gaviota ("El secreto de Joe Gould", hay una maravillosa película también)  para mí aquí está lo mejor de los diarios de Adolfo, en la gente, mil historias que se cruzan, la vida sencillamente, la historia oral de donde sea. 

Palo en sordina y con choteo: los peñazos literarios que, de tan malos, son buenísimos. Hay que ponerse en el lugar de Torrecilla leyendo unos truños considerables –es parte de su trabajo- y entender que dedique algunas páginas a explayarse (a veces te pasas, eh, aunque te entiendo). Variante de esto: canciones horteras, vídeos que yo no sabía ni que existieran. Bien, a veces pelín largo, pero bien. Tengo que reconocer que comparto su espanto ante la literatura de autoayuda, Paolo Coelho o Gala y otros que pone con siglas. Hay mucho cursi, desde luego. 

Ya en plan serio, tercer palo de referencias literarias o consideraciones sobre el mundo editorial, las librerías, etc. Breves pinceladas sobre libros que ha leído o está leyendo, muchos (por su reciente libro y lo que a él le interesa) relacionados con esa literatura del Gulag, también otros títulos recientes o clásicos que descubre o redescubre. Sin dar la vara, sin las 200 citas para que se vea lo que he leído (gracias, qué raro es hoy esto). Agradezco muchísimo en estos diarios a Torrecilla que no tenga que quedar bien con nadie o que, aún teniendo que quedar bien, pase 100 pueblos y sea libre. Sí, los que escriben pueden ser también unos auténticos peñazos y, como tú dices, o te dedicas a escribir o a venderte. 

Palo cuarto que se desprende: bienaventurados, esta es mi “etiqueta”, no la suya. ¿Quiénes son los “bienaventurados”? Cualquiera que no se da pisto y su vida tiene algo de drama, algo de tragedia, también de comedia, desde luego. Una huella que nadie ve o que sí ve, porque Torrecilla la ve y la cuenta, qué bueno. Palo que se cruza con el primero a veces.

Salida del metro, alguien que habla solo, chamarileros, un cura, un pobre de solemnidad, un loco, un excéntrico, una tipa que se desloma por poner algo encima de la mesa. Un matrimonio desgraciado y empezar de nuevo. La muerte en silencio, el adiós. La enfermedad. “Las hemos pasado putas, pero también lo hemos pasado muy bien”. Tantas personas “buenas” en el buen sentido de la palabra, que diría Machado. 

Vidas extraordinarias en su pequeñez, la huella de quien no tiene (ni pretende) eso que hoy llaman (mierda, llamamos) “éxito” en términos mundanos –que tanto nos impregna-, de alguien que hace algo por los demás, contar algo, enseñar al que no sabe, traer gente a comer a casa, ser eterno paño de lágrimas, escuchar siempre, unir, acoger, hacer chapuzas para que aquello funcione, etc.  Aquellos cuya vida no podría ser calificada ni siquiera como fracaso, a veces simplemente insignificante, discreta, un vuelo y ya. Esos gorriones del campo que no caen sin que su Padre Celestial lo sepa. De quienes será (y es) el Reino de los Cielos. Un Síndrome de Down capaz de mimetizarse en intelectual –no es difícil, francamente- en una presentación de un libro, se me caían las lágrimas con esto porque es que lo estoy viendo.

Ya he hablado esto mismo con otros: me parece que hace falta una mirada amable, de ¿afecto?, que no es cursi, que no es ñoña. Que es mirar para poder contar. Mirar como miran los humanos, queriendo hacer contacto visual. Y pensando que el que tienes delante tiene alma, no es alguien para que tú te luzcas, cabrón de escritor, que hace falta ser miserable a veces. Mirar con una sonrisa, mirar riéndote con ellos, no desde ese escepticismo o cinismo militantes que tanto predicamento tienen, tampoco desde el ser un lelo. Escritura de la luz y cierta guasa (del que se ríe de sí mismo para empezar) frente a quienes escriben para las sombras y el club de los muermos que se retroalimentan. Realismo de verdad, sucio y limpio, resplandeciente, frente a la impostura de que la vida es una mierda o esa otra impostura del “Imagine” o el “We are the world, we are the children”.

Pues eso son estos diarios, una mirada de afecto.

Nota sobre posible conflicto de intereses

Conozco a Adolfo (aunque no de cerca), y como hacen los ensayos de investigación farmacéutica (que son los que he visto de refilón) para aclarar “intereses comunes” o incompatibilidades, declaro que sí, que le tengo simpatía y afecto, entre otras razones (que son menos importantes), por dos temas fundamentales:

a) se parece a mi padre físicamente –los papitos o mofletes-, ese ir con un libro bajo el brazo, el sentido del humor, los amigos, el intentar (por lo menos) mirar a la gente con afecto y no desde la superioridad (moral, estética, etc.)

 b) se parece (también) a mi marido en lo de su aproximación a la vida desde el “no te líes” (mi marido es de Baracaldo y Adolfo es de Vallecas, dos modos de “estar en el mundo” que se parecen bastante, desde luego).

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