lunes, 29 de marzo de 2021

Sic transit gloria mindundi (18 marzo 2021)

Vivimos en una sociedad que necesita continuos chutes emocionales. Me acuerdo de aquel chiste, "Había entusiasmo, pero no indescriptible". Ojalá. Los mismos que pusieron la peana a una santa hace un par de años, ahora oh, ah, es que es espantosa, y vuelven a ponérsela a otra, a otro. Apago la radio. No quiero oír a nadie. Y la televisión igual. Ayer un tipo se paseaba diciendo que él no quería firmar una moción de censura, que le obligaron, pero que claro... que ahora votaría a la que ha censurado.

Víspera de San José. Por estos días ya se nota la primavera hasta en Ávila. Las yemas de los chopos engordan y se pongan rojas, granates, aunque faltan unas semanas para que abran. Y sí, dependiendo del calor y de las heladas, también se preparan los lirios morados en medio del descampado y que asocio tanto a Semana Santa, aquel jardín casi toscano de Boecillo con todos ellos brotados un 12 de abril.

Hablo con Carmen. El otro día con Ana. Le pido a Gonzalo que me abrace. Una de las cosas más duras de esta pandemia es lo de no tocarse, no ya el beso de cortesía al aire cuando nos saludamos, el abrazarte. Todos necesitamos ánimo, la voz sirve, pero mejor verse de verdad, sin una pantalla. Y el contacto físico, un simple abrazo.  

Pienso en los ancianos a los que no toca nadie, ahí solitos en una residencia, sentados, sin un abrazo desde hace un año. Mientras, leo sobre el método canguro y el piel con piel de los niños prematuros, en fin. 

miércoles, 17 de marzo de 2021

Sic transit gloria mindundi (17 de marzo 2021)

Me quedo pensando sobre el espanto de la gala de los premios del cine francés, los César, este año. Una mujer como de mi edad (iba a poner "mayor", pero no quiero ofender a nadie) desnuda ensangrentada con dos tampones como pendientes reivindica no sé qué. La imagen es tan desagradable, que no creo que lo que pudiera reivindicar sea ni escuchado ni entendido, repele. 

Hay algo muy perverso en lo feo, en el feísmo, y especialmente perverso cuando somos las mujeres las que lo protagonizamos. Lo peor es la corrupción de lo mejor, no recuerdo bien si es Santo Tomás de Aquino quien lo escribió. Creo que hay algo profundamente antinatural en que una mujer acepte (y mucho menos que quiera) ser mostrada así: espantosamente fea. 

Recuerdo el libro "Erótica y materna" de Migliarese, ese equilibrio para alimentar la parte del yo de una mujer que necesita sentirse querida, deseada, admirada, junto a esa otra parte de nuestro yo que nos pide alimentar a terceros, que algo contigo o en ti crezca, sea. 

Romy Schneider en la primera gala de los premios Cesar
Romy Schneider en la primera gala de los premios Cesar

Algo va muy mal para que nuestro eros quede invisible en esa mujer ensangrentada (o en otras variantes de feísmo tan frecuentes: freakismo, mujeres como muertas de delgadas, o al revés, gordas de espanto, etc.) o cuando el eros se resuelve en esa caricatura de mujeres mirándose eternamente embelesadas y narcisistas hasta el extremo. Algo se va por el sumidero por otro lado cuando nuestra maternidad -que no es sólo la biológica, desde luego- se tapa y se niega de la peor manera, se elimina si molesta. Ese horror de la mujer ensangrentada, muerta o embelesada consigo misma, profundamente pelma, y el aborto son distintas caras de la actual sepultura cultural de la feminidad, de las mujeres. 


Repaso las fotos de los César, de los premios Donatello y de los Oscar y veo que la quiebra estética aparece en los 70. Hasta entonces había como una contención o un algo de aspiración a la belleza, de celebración con y en ella. Y sí, también hasta los 70 no te metían un peñazo de discursos reivindicativos los actores o quien fuera, no te querían concienciar en galas, lo harían en su tiempo libre y no en su trabajo (leí hace tiempo a un actor que decía que todos esos eventos son trabajo y como trabajo había que tomárselos). 

Día de San Patricio hoy y me acuerdo de mis dos largos veranos irlandeses y de Sean, Claire, Ruth y de  mis sobrinos que compartieron conmigo esos días. Dios bendiga Irlanda y San Patricio nos libre a todos de las serpientes. 

Ayer y hoy dos días espléndidos aunque fríos en Ávila. Los herrerillos, los mirlos y un par de jilgueros, buenos pandilleros que son, muy activos, también el petirrojo que nos visita. 

martes, 16 de marzo de 2021

Sic transit gloria mindundi (I) 16 de marzo 2021

La idea del título me la dio Carlos, y antes, de refilón, para el contenido, Rafa, que creo que iba de choteo o con retranca. Unas líneas, nada, ni a dietario o diario llega. Una mirada sobre lo que sucede por dentro y  por fuera. 

"Sic transit gloria mundi" y de fondo una calavera o una naturaleza muerta (yo preferiría viva) con algo, Dios lo quiera, de humor. Si uno se mira por dentro sabe que no se puede fiar mucho de los vaivenes. Desde luego no de los internos, pero ni siquiera de los externos, que menuda temporadita llevamos. De ahí el Sic transit gloria mindundi, no llega a mundo, sino al sujeto.  A ver, que en dos generaciones de nosotros no quedará nada en esta tierra.

Vino ayer Ignacio y anduvimos por Campoazalvaro con la perra. Da gusto verle porque siempre está sereno. Hacía un sol espléndido y no había apenas gente.

Escribí un poco, le di vueltas a un par de temas. Leí otro poco. Luego me puse a cocinar una tarta de obleas experimentando con 3 rellenos. Las obleas esas de barquillero estoy segura que pueden dar de sí, tengo que dar en la tecla. Viendo el otro día a un cocinero que me encanta (porque es alegre y no se toma en serio), Gipsy Chef, me animé a probar. Colgué lo que hice en instagram con mis fracasos -si el relleno es húmedo, por poco que sea, se quedan chiclosas las obleas, ay- y lo que he aprendido. La cocina enseña con equivocaciones y aciertos. 

Hoy hablo con un conocido al que llamo de repente porque me digo que de hoy no pasa (o pasarán 4 años de nuevo). Jubilado ya, me cuenta que no quiere "ser viejo" si eso implica no tener proyectos y quejarse todo el tiempo. Siempre me acuerdo de Lutero y su hombre (¿corazón decía?) curvado sobre sí mismo, la gran tentación que puede aparecer como consuelo. Quedamos en hablar otro día viéndonos por zoom o algo. 

Muere el abuelo de mi futura nuera. Tenía un huerto maravilloso con esos tomates que saben y hasta azafrán, que me trajo un día Elena. Y un merendero del que me habla entusiasmado mi hijo Adrián, como se tiene en muchos pueblos en Valladolid, un lugar para tomar lechazo con la familia y los amigos, esa mesa celestial en lo terreno. 

miércoles, 10 de marzo de 2021

Escuchar

 Lo más difícil. No escuchamos. Te cuentas y te repites tu historia, tu propio relato. 

De ahí el "escucha, oh, Israel" que se repite tanto en la Biblia. 

sábado, 6 de marzo de 2021

Bares, qué lugares (Corazón de carne)

A mí me gustaría que otros disfrutaran lo que yo he disfrutado con estos diarios de Adolfo Torrecilla, "La suerte de conocerte, Diarios, 2018-2020), eso es lo primero. 

Había pensado titular esto como “La elegancia de Vallecas” o así –porque lo creo-. Pero pensé en algunos amigos y en la familia de Torrecilla y en su posible y seguro (fijo) cachondeo. Así que, al final, va lo de “bares, qué lugares” que canta Gabinete Caligari y tiene todo que ver con estos diarios. Y añado la coda esa de “corazón de carne”, que me parece que también le pega.

Pegar la hebra y la oreja

Por cierto, no hay cómo pegar la hebra o la oreja, saber mirar y escuchar –no sólo hablar uno-, para poder contar luego algo interesante. No hay como que los demás, lo que les pasa, te interese de verdad, y no por la “utilidad” que te proporcionen (ni literaria ni vitalmente hablando); que el centro de tu vida y escritura no seas tú o, en su caso, ese circulito de otros (pares) igual de pelmas que tú (cuchipandis de petardos les llamo, perdonen Vdes.).

Lo sé: “raro, muy raro”, que diría el difunto padre de Julio Iglesias. Eso de que “el yo” en plan pelma no sea el protagonista en un diario puede llegar a ser algo raro, pero sucede a veces, vamos allá con ello.

Las fotos de los 60

Le contaba el otro día a un conocido que colgó en twitter una foto preciosa en blanco y negro de su abuela paterna en los años 60, que hay algo en muchas fotos de antes (hasta los 80 o así) que atrae. Y es que las personas miran. O sea, no están mirándose ellas. Es algo casi generacional, diría. Pido a los que lean esto que hagan la prueba y miren las fotos de sus padres, de sus abuelos, esas fotos ya amarillas o manchadas que no se hicieron con el móvil. Verán la diferencia: miraban, no se miraban. No es la cosa esa del selfie de hoy poniendo morritos (de una u otra manera). Es otro modo de fotografiar (y fotografiarse) que nos dice algo de lo que fuimos (de lo que fueron nuestros padres, nuestros abuelos)… y de lo que somos actualmente (ay, madre).

La literatura de diarios o dietarios es interesante, quiero decir, el “género” así en general. Hay de todo y mucho bueno. He leído algo de Trapiello (por influencia de mi hermano Paco y algún amigo fan), algo de Plá, el clásico de Amiel y, también, bastante de Jiménez Lozano, lo que más, la verdad. Y una cosa pequeña y preciosa de Guadalupe Arbona, que me encantó muy especialmente. Luego, claro, varios blogs que tienen mucho de dietarios. 

Todo lo que menciono me ha gustado. Leo para pasarlo bien fundamentalmente, insisto en esto.

El selfie tan omnipresente y los petardos y fuegos artificiales diversos

También, lo reconozco, me he resistido a algunos por mucho que hablen maravillas de ellos terceros. Me fío de mi instinto lo primero. No quiero acabar odiando al que escribe y pensar (juzgar, es cierto) que es un petardo egocéntrico, esa especie que hoy prolifera, el “ir de algo”, el selfie insoportable en versión escritura y escritor (no hace ninguna falta Instagram para eso).

El postureo, el que sea, vende. Y quizás “hacerse un personaje” protege. Vamos a pensar que eso es lo que pasa, que hay que protegerse de algún modo. El tema es acabar devorado por esa figura, sepultado en ella.

A veces hago excepciones. Acabo de leer a Umbral en “Un ser de lejanías” y le comentaba a un amigo periodista la larga sombra umbraliana que pesa –demasiado desgraciadamente- en algunos. Es como un peaje que hay que pagar para entrar en el… ¿club de los pelmas? Y me gusta Umbral, eh. Pero, dicho en voz baja, y ahora que no nos oye nadie: puede llegar a ser un petardo auténtico. Fuegos artificiales estupendos, no hay duda, pero fuegos artificiales al fin y al cabo. Umbral es de esos a los que leer puntualmente y luego irse a ver pájaros, tomarse un Rueda o hablar con tu marido para no dejarse arrastrar por la tristeza que te provoca leerle. Están los tiempos como para cenizos y tristes. Dios nos libre de ese tipo de tristes siempre.

Nosotros, que nos queremos tanto

Que el mundo es una mierda y, sobre todo, que no me presta la atención debida, es uno de los grandes temas de algunos diarios, blogs, vidas, lo que sea. Como otro, muy al alza, es la variante de lo culto que soy, el éxito que –gracias a mis indudables cualidades- tengo, mi formidable y extraordinario gusto, y el árbitro de la elegancia en que me he convertido. Ese yo que planea y reina sobre la mediocridad presente o pasada que me rodea, ea, nos salvamos el club de los 5 o los 7 secretos al que pertenezco. Yo, que me quiero tanto, y que fulanita no me quiere o no me quiso a veces: detrás de algún pelma a veces está o estuvo simplemente eso, ay, hijo, que Z no te ha hecho el caso que tú quisieras. Qué humano todo, desde luego. Que sí, que lo entiendo.

Con todos mis respetos: son variantes del egocentrismo reinante tan peligroso en diarios y dietarios actualmente, el puto (perdón) yo de los, perdón, cojones. Hay que decirlo así para que se entienda. Lo siento, pero es que los señores nos llevan ventaja a las señoras en esto de dar el peñazo a base de diarios –entre otras cosas diversas-. Nosotras somos unas meras aficionadas, nuestro narcisismo iba o va por otros lares, aunque les podemos tomar la delantera rápido, soy plenamente consciente por lo que a mí respecta.

A ver, que me pierdo.

Wysiwyg o como un jamón ibérico

Estos diarios de Torrecilla no tienen nada que ver con esa larguísima (y muy pelma) introducción que acabo de hacer. Y precisamente por eso son tan interesantes. La he hecho por quien espere otros diarios “al uso” relativamente frecuentes. Aquellos que busquen “nombres conocidos”, yo te doy cremita para que luego tú me la des (te leo y me lees), puñaladas, autosatisfacción del cuchipandeo, etc., absteneos. Éste es un diario para otro tipo de gente que no aspira a estar en el candelero o se deja fascinar por fuegos.

Por eso son tan bonitos (sí, es la palabra, “bonitos”, ¿qué pasa?). Y tan… sin pretensiones. Me han recordado en cierta manera “Feria” de Iris Simón, precisamente por ser como un jamón ibérico ahí colgado, sin aditamentos, quítate capas de bienquedismo, tú ahí colgado al aire de la sierra. Como lo que explicaban los informáticos: lo que ves es lo que hay ("what you see is what you get", “wysiwyg”, y copio:  “se refiere generalmente a editores que trabajan en modo diseño, lo que permite a las personas trabajar con texto enriquecido -colocando estilos, imágenes, listas, etc.- sin tener que preocuparse por las etiquetas HTML”). Sin tener que preocuparse por etiquetas: subrayo esto 100 veces.

Adolfo Torrecilla trabaja en un sindicato. Ha sido profesor de Lengua y Literatura y realizado diversas tareas relacionadas con la crítica literaria y cultural en publicaciones y otros ámbitos. Había leído suyo “Dos gardenias para ti y otros relatos”, que me gustó y me hizo gracia. Tengo pendiente, porque me interesa el tema (y además lo he regalado, y, horror, yo no lo he leído aún) “100 años de literatura a la sombra del Gulag 1917-2017”.  

Los 3 palos del diario y el cuarto o así que se desprende

Adolfo en estos diarios toca varios palos. Voy a intentar “clasificarlos” y contar lo que veo.

Palo amigos/familia: por goleada el más abundante. Madre del amor hermoso, la cantidad de personas que conoce. Bueno, claro, haber sido profesor en un colegio ayuda. Y vivir en un barrio como Vallecas. Y salir a la calle –no que la calle sea un mero “escenario” para tu lucimiento, que se nota siempre a la legua-. O tener (ya) sesenta años. Entrañable y divertido (no hace falta pintar un cuadro que no es, una especie de “La casa e la pradera”, no). En fin, la literatura está en la calle, no hay duda. En los bares. En las comidas esas que no te da vergüenza, Torrecilla, ponerte morado. En los amigos. En el camarero. En tu madre. En tus hermanos y cuñados. En la memoria de tu padre. En los recuerdos, en las anécdotas familiares, en lo peculiar que puede ser Z o X. En esas pasiones inéditas o sorprendentes de gente que de repente lo sabe todo de, yo qué sé, ¿de delfines? ¿de historia de Vallecas? ¿de Portugal, los fados? Da igual, hay gente para todo.

Y luego esas historias: desde los domingueros a ese buscarse un pueblo (porque hay que tener un pueblo, por Dios, Peñaranda de Bracamonte, por ejemplo) o el concurso con la karcher, todo con notas más altas o más suaves, me ha encantado todo eso.

Como aficionada –como Torrecilla- a Joseph Mitchell y a su profesor gaviota ("El secreto de Joe Gould", hay una maravillosa película también)  para mí aquí está lo mejor de los diarios de Adolfo, en la gente, mil historias que se cruzan, la vida sencillamente, la historia oral de donde sea. 

Palo en sordina y con choteo: los peñazos literarios que, de tan malos, son buenísimos. Hay que ponerse en el lugar de Torrecilla leyendo unos truños considerables –es parte de su trabajo- y entender que dedique algunas páginas a explayarse (a veces te pasas, eh, aunque te entiendo). Variante de esto: canciones horteras, vídeos que yo no sabía ni que existieran. Bien, a veces pelín largo, pero bien. Tengo que reconocer que comparto su espanto ante la literatura de autoayuda, Paolo Coelho o Gala y otros que pone con siglas. Hay mucho cursi, desde luego. 

Ya en plan serio, tercer palo de referencias literarias o consideraciones sobre el mundo editorial, las librerías, etc. Breves pinceladas sobre libros que ha leído o está leyendo, muchos (por su reciente libro y lo que a él le interesa) relacionados con esa literatura del Gulag, también otros títulos recientes o clásicos que descubre o redescubre. Sin dar la vara, sin las 200 citas para que se vea lo que he leído (gracias, qué raro es hoy esto). Agradezco muchísimo en estos diarios a Torrecilla que no tenga que quedar bien con nadie o que, aún teniendo que quedar bien, pase 100 pueblos y sea libre. Sí, los que escriben pueden ser también unos auténticos peñazos y, como tú dices, o te dedicas a escribir o a venderte. 

Palo cuarto que se desprende: bienaventurados, esta es mi “etiqueta”, no la suya. ¿Quiénes son los “bienaventurados”? Cualquiera que no se da pisto y su vida tiene algo de drama, algo de tragedia, también de comedia, desde luego. Una huella que nadie ve o que sí ve, porque Torrecilla la ve y la cuenta, qué bueno. Palo que se cruza con el primero a veces.

Salida del metro, alguien que habla solo, chamarileros, un cura, un pobre de solemnidad, un loco, un excéntrico, una tipa que se desloma por poner algo encima de la mesa. Un matrimonio desgraciado y empezar de nuevo. La muerte en silencio, el adiós. La enfermedad. “Las hemos pasado putas, pero también lo hemos pasado muy bien”. Tantas personas “buenas” en el buen sentido de la palabra, que diría Machado. 

Vidas extraordinarias en su pequeñez, la huella de quien no tiene (ni pretende) eso que hoy llaman (mierda, llamamos) “éxito” en términos mundanos –que tanto nos impregna-, de alguien que hace algo por los demás, contar algo, enseñar al que no sabe, traer gente a comer a casa, ser eterno paño de lágrimas, escuchar siempre, unir, acoger, hacer chapuzas para que aquello funcione, etc.  Aquellos cuya vida no podría ser calificada ni siquiera como fracaso, a veces simplemente insignificante, discreta, un vuelo y ya. Esos gorriones del campo que no caen sin que su Padre Celestial lo sepa. De quienes será (y es) el Reino de los Cielos. Un Síndrome de Down capaz de mimetizarse en intelectual –no es difícil, francamente- en una presentación de un libro, se me caían las lágrimas con esto porque es que lo estoy viendo.

Ya he hablado esto mismo con otros: me parece que hace falta una mirada amable, de ¿afecto?, que no es cursi, que no es ñoña. Que es mirar para poder contar. Mirar como miran los humanos, queriendo hacer contacto visual. Y pensando que el que tienes delante tiene alma, no es alguien para que tú te luzcas, cabrón de escritor, que hace falta ser miserable a veces. Mirar con una sonrisa, mirar riéndote con ellos, no desde ese escepticismo o cinismo militantes que tanto predicamento tienen, tampoco desde el ser un lelo. Escritura de la luz y cierta guasa (del que se ríe de sí mismo para empezar) frente a quienes escriben para las sombras y el club de los muermos que se retroalimentan. Realismo de verdad, sucio y limpio, resplandeciente, frente a la impostura de que la vida es una mierda o esa otra impostura del “Imagine” o el “We are the world, we are the children”.

Pues eso son estos diarios, una mirada de afecto.

Nota sobre posible conflicto de intereses

Conozco a Adolfo (aunque no de cerca), y como hacen los ensayos de investigación farmacéutica (que son los que he visto de refilón) para aclarar “intereses comunes” o incompatibilidades, declaro que sí, que le tengo simpatía y afecto, entre otras razones (que son menos importantes), por dos temas fundamentales:

a) se parece a mi padre físicamente –los papitos o mofletes-, ese ir con un libro bajo el brazo, el sentido del humor, los amigos, el intentar (por lo menos) mirar a la gente con afecto y no desde la superioridad (moral, estética, etc.)

 b) se parece (también) a mi marido en lo de su aproximación a la vida desde el “no te líes” (mi marido es de Baracaldo y Adolfo es de Vallecas, dos modos de “estar en el mundo” que se parecen bastante, desde luego).

martes, 2 de marzo de 2021

Un largo adios

Una de las cosas más duras de esta pandemia es no poder despedirte de quienes quieres. De repente, mueren y tú no has estado allí, no te dejaron verles. 

He vivido hace ya muchos años dos muertes inesperadas por súbitas, las de mis padres. Y otras muertes que podemos decir esperadas, precedidas por la agonía, una despedida que tiene lugar mientras quien se va sufre lo suyo, aunque esté rodeado de cariño. 

Siempre es desolador despedirte y siempre es desolador no poder despedirte realmente. Pero quizás poder despedirte de modo consciente y con tiempo ayuda a colocar mejor a quien se fue.

A veces la vejez, esa vejez amplia y larga que tenemos en los países desarrollados, con su deterioro lento pero inexorable, es el modo que tenemos de ir diciendo adiós a esa persona del mismo modo que él mismo va diciendo adiós a ser escuchado, a ser tenido en cuenta, a ser alguien cuya opinión se valora, cuya experiencia cuenta. 

El mundo expulsa y a la vez el mundo no interesa. 

Decía Lutero que el hombre es un ser curvado sobre sí mismo. 

lunes, 1 de marzo de 2021

Jose Julio Perlado


Hace ya casi una eternidad (veinte años nada menos), estaba yo dando clases en una universidad privada y coincidí con José Julio Perlado. 

Creo no obstante que ya antes le había visto en alguna tertulia en casa de Pedro Antonio de Urbina, aquel maravilloso piso en pleno barrio de Salamanca donde literalmente (literariamente también) estábamos sobre los libros que se guardaban en un "falso piso" de madera. Con una especie de ventosas Pedro Antonio te abría el suelo y ahí estaban los libros, a nuestros pies. 

Qué buenos recuerdos de Pedro Antonio, tan bueno, tan correcto, tan culto, tan todo lo que era Pedro Antonio, aparte de abrir su piso a indocumentados como la que esto escribe, que ya era bastante. Una vez me dormí en una película de un director ruso, Tarkovski. 

Me lío, al grano. 

Allí estuvo en una tertulia José Julio cuando volví yo de la conferencia de Pekín del 95 de "la mujer", o sea, fijo que lo vi antes de coincidir en la universidad en 2001, el 96 sería o así, al hilo de alguna película con algún debate sobre el papel de "la mujer". En fin, vaya tiempos y a dónde hemos llegado. 

El caso es que, con esa seguridad que sólo tienen los tontos y que yo exhibo tantas veces (aunque la vejez y la depresión tienen la ventaja de que vas perdiendo esa seguridad y todo te hace temblar, hasta lo que has hecho 200 veces en tu vida), yo aseguraba que era fundamental lo de la conciliación de vida familiar y laboral como "el gran paso" que dar para que la presencia pública de la mujer tuviera menos trabas. 

Me miró José Julio tras sus gafas y muy correctamente me dijo: ¿de verdad tú crees que eso se "soluciona" con la conciliación?

En fin, ya digo que exhibo habitualmente mi ignorancia con gran seguridad. 

El caso es que luego, y sin quizás acordarme, volví a coincidir con José Julio en el Centro Villanueva. Correctísimo de nuevo, un señor. Yo daba Relaciones Públicas y él una asignatura seria o normal, digamos.  

Y luego más tarde, en un curso sobre escritura que él impartía en una librería justo frente a la casa de Pedro Antonio, y que creo que ya ha cerrado y que llevaba Rocío, una librera maravillosa. Como hace 12 años que no vivo en Madrid a lo mejor no ha cerrado. 

Nunca aproveché bien esas clases que me dio José Julio, que era un profesor estupendo y que nos hacía escribir sobre fotos que nos presentaba entre otros ejercicios que nos proponía. Y ahí que yo me atrancaba en una señora con un velo negro de la que no sabía decir (escribir) nada. Luego, cuando ya casi ni me acordaba, pasados algunos años me puse a escribir, empecé este blog, de nuevo con gran seguridad, insisto: la seguridad en mi caso no es muy buena amiga. 

José Julio Perlado es de esos profesores a la antigua usanza que sabe todo. Y desde luego sabe de literatura, de lecturas y de escritura un rato largo. Lo sabe todo porque ha leído todo lo importante con aprovechamiento. 

Mi siglo es de esos blogs imprescindibles. A mí cada noche me llega lo que publica y vale la pena suscribirse porque justo antes de dormirte puedes leer una brizna de algo interesante. Siempre. Sea algo sobre alguien, una cita de alguien, un cuadro o textos de novelas inéditas o de relatos suyos que José Julio nos ofrece a los interesados. 

José Julio es como un contador de historias de esos con barbas muy largas, como chino, como oriental, o como aquella tata mía que nos contaba unas historias impresionantes, se te mete en casa y de un cuento saca otro, y de ese otro, otro. 

Así engarza José Julio las historias. Es un mago. Es un contador de historias. Me encanta. Literalmente. Literariamente. 

No está en redes José Julio, por eso dedica tiempo a lo importante que en su caso es escribir para que otros leamos. Y nos animemos también a leer y a mirar. Y a hablar menos. O a tener menos seguridades. 

Es uno de los grandes, uno de nuestros maestros, mío desde luego.