Hace ya muchos años salía yo con un tipo estupendo del que
no voy a dar muchos datos, salvo que era un esteta. Me lo pasé fenómeno, aprendí
mucho a su lado. Entre otras cosas, íbamos a exposiciones muy interesantes.
Una, creo recordar, era un montaje que jugaba con el título ese que he puesto
de "Lo real vs L' Oreal".
Lo real y Senior
Leí a Senior hace un tiempo, "La restauración de
la vida cristiana", un buen libro. La crítica que hice en Aceprensa es para
suscriptores, lo siento (venga, animaos, que no es caro y está fenomenal Aceprensa),
aunque aquí podéis ver otra en abierto.
Dennis Quinn, Frank Nelik y John Senior pusieron en marcha
en los años 70 en la Universidad de Kansas el Programa Pearson de Humanidades
Integradas (PIHP), basado, como otros, en los grandes libros. Pero ellos
ofrecieron a los estudiantes algo diferente en plena contestación estudiantil,
muy presente el mayo del 68, cuando la televisión era ya imprescindible y el sentirse
bien comenzaba a ser un motor más importante que la búsqueda de la verdad, lo bueno y lo
bello.
Lo que se había perdido en la universidad y en otros ámbitos
no era sólo la fe, sino la razón y,
también, el sentido de la realidad. Natalia Fenollera explicaba en la presentación del libro de Senior en España que su libro, "El despertar de la Señorita Prim" debía mucho a ese programa. Interesante, ¿no?
Como un libro lleva a otro, compré más tarde la biografía
de Francis Bethel sobre Senior que se titula, creo que de modo muy acertado, “John
Senior and the restoration of realism"
(las cursivas son mías). Apasionante, qué personaje.
Y sí, la realidad es la clave siempre, acaba siéndolo. Lo real, no L’oreal,
esa ensoñación propia de la publicidad, no ficción de la auténtica.
La realidad es
asombro, admiración y dificultades
Esos tres profesores creyeron que frente al rampante
relativismo se podía enseñar que la verdad existe y, además, que podía ser
enseñada, no sólo que había que buscarla. La labor que abordaron era, ya
entonces, titánica. Los jóvenes estudiantes carecían en muchos casos (y estamos
hablando de los años 70, hace 50 años nada menos) de lo más elemental: haberse
criado jugando y en contacto con la naturaleza, expuestos también a esa gran
literatura oral o escrita infantil o juvenil (es decir, la literatura no
infantilizada; Caperucita Roja en “versión original” es todo menos algo infantilizado),
y no sólo en una sociedad cada vez más descreída o materialista.
Era el humus previo lo que faltaba, el contacto con la realidad –el
asombro, la admiración y también, no lo olvidemos, las dificultades
que supone ésta-, así como con esa
ficción que nos cuenta de verdad quiénes somos y donde no todo te lo dan ni
masticado ni resuelto.
Sí, la ficción cuando es buena nos cuenta también
quiénes somos. Por eso nos gustan el cine, las novelas y no podemos vivir
sin que nos cuenten historias: son ecos, espejos normales o de feria, nos vemos
o nos imaginamos, nos explican a nosotros y a personas que nunca veremos. También sirven para evadirnos, para escondernos temporalmente. No hay nada como contar una historia a un
niño y ver lo que pasa.
El mundo virtual:
¿realidad, ficción o… L’Oreal?
Lo real hoy está sometido a mil embistes. Y uno de ellos,
sin duda, es la cosa virtual en la que, yo la primera, estamos metidos de hoz y
coz, a veces perdiendo miserablemente el tiempo (hablo por mí y con
vergüenza). Aunque, en mi opinión, no es lo peor la pérdida de tiempo,
aun siendo una pena, es otra cosa, ese espacio L’Oreal que puede crearse virtualmente. Y que te puede tragar si no estás atento.
Igual que el papel lo aguanta todo (Querida Purita: te
quiero, te adoro, eres la sal de mi vida, eres mi tesoro más preciado, si no
llueve estos días, subiré a verte. Fdo. Zutano, La Coruña, abril, 1966), las
redes sociales, lo virtual, son un potencial ámbito de una supuesta ficción (autoficción) de la que no siempre somos
conscientes.
Sin querer, podemos contar y contarnos (a nosotros mismos
lo primero) una historia. A veces ni siquiera hay consciencia del
falseamiento, de que lo que uno cuenta de sí mismo, especialmente en redes
sociales, es una parte, sólo una parte, por sincero que seas. Y lo mismo de lo
que te cuentan. Hasta presencialmente, cara a cara, lo que contamos es solo una
parte siempre, pero entonces el que está enfrente “rellena” el relato con lo
que él ve, con lo que hacemos.
Sí, todos nos contamos una historia sobre quiénes somos. Hay
un runrún constante interior a veces “Vine, fui, me dijeron, pero yo,
entonces Fulana”, y otras más otro diferente "soy la pobre, soy el abandonado, soy el
simpático, soy la….". Las redes sociales sacan a la plaza ese “discurso interior”
y ese “cuento” que nos relata a menudo, lo exponen ante y para cualquiera que
pasa por allí.
El pacto narrativo
¿Pero no habías dicho que la ficción también nos cuenta
quiénes somos, que es parte de lo real,
que Senior dice? Pues no. Y ahí voy con lo del pacto narrativo, algo importante, cualquier escritor lo sabe. Iba a
decir que lo sabe hasta un niño cuando entiende superados los 4 años el juego
de cucu-trás (ya saben que no desaparecemos, claro, pero estamos ambos en un “pacto”
y el juego nos divierte).
Copio a Javier Cercas Rueda (no el autor de Soldados de Salamina, el otro)
que lo explica en su estupendo blog citando a
Dario Villanueva.
VEROSIMILITUD. O «verdad poética»: cualidad que los textos
narrativos bien formados tienen de proponer al lector un PACTO NARRATIVO por el
que es fácil aceptar que lo que se cuenta podría
haber ocurrido aunque sea pura ficción.”
Mientras en una novela o en el cine hay un pacto por el que
yo acepto creer de momento que los chinos
vuelan mientras se dan zascas y salen casi inmunes de una batalla con diablos,
en esto de las redes sociales podemos “contarnos” sin ser conscientes de que
eso que nos contamos, incluso con la mayor sinceridad, no es lo
real de una persona. O no es toda su
realidad. O, si me apuran, no es la
realidad más importante. No hay pacto, está desdibujado o no somos
conscientes de que a menudo nos contamos o de que simplemente nos cuentan.
(sigue aquí)
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